sábado, 23 de junio de 2007

El famoso escritor, I




Comenzaba el mes de julio y yo andaba por la Sierra de Madrid dando clases y predicando, cuando recibí una llamada de mi amigo Alonso, el propietario de uno de los hoteles más conocidos de la zona. Estábamos, si no me equivoco en el año 1995.

Alonso quería invitarme a “tomar algo” y, de paso, presentarme a un conocido escritor ya anciano que solía pasar los veranos en el hotel y por el que yo sentía auténtica veneración. Lo llamaremos Luis de ahora en adelante.

Los encontré en la barra del bar. Luis, hombre taciturno y serio, llevaba en aquella ocasión la voz cantante. Me quedé a cierta distancia para no interrumpirle, pero enseguida se percató de mi presencia y por un momento pareció perder el hilo de la conversación. Dijo un par de frases más, se giró hacia mí, que hasta entonces no había abierto la boca, y en voz demasiado alta exclamó:

—Quiero hablar con usted, porque tengo que demostrarle que Dios no existe.

Me aproximé, traté de sonreír y le tendí la mano. Mi amigo aprovechó la ocasión para presentarnos. No era un buen comienzo, pero intenté romper el hielo.

—Me parece que soy yo quien tendría que demostrar que Dios existe, ¿no le parece? —le dije—. La carga de la prueba siempre pesa sobre el que afirma, no sobre el que niega. Eso es lo que estudié en Derecho Romano.

El escritor hizo un gesto con la mano, como si tratara de espantar un insecto.

—No, no… Dios no puede existir. Si existiera sería un ser perverso, capaz de crear el mal.

Quizá debería haberme callado, pero no lo hice.

—¿A qué tipo de mal se refiere? ¿A la enfermedad, al dolor, a la muerte?

—¡Sí, pero, sobre todo, a la mentira, a la hipocresía!

El bueno de Alonso quiso templar gaitas y llevar la conversación hacia temas más banales, pero Luis seguía en sus trece.

—¡Es absurdo. Dios no puede existir!

Así comenzó nuestra amistad. Sí, creo que debo llamarla amistad, aunque durara poco tiempo.

Aquella misma tarde, sentados en uno de los salones del hotel, empezamos a hablar del mal, del bien y de Dios. Recuerdo muy bien cómo empezamos. Me tocaba a mí mover ficha.

—¿Por qué cree que la mentira es un mal? —le pregunté.

Me echó una mirada de las suyas, entre irónica y recelosa:

—¿Usted no lo cree?

—Por supuesto. Estoy convencido de que es un mal, pero sólo porque Dios existe. Si no existiera, ¿qué importancia tendría que yo sea un hipócrita o una persona sincera? ¿Por qué va a estar mal que yo le engañe o que me divierta dando una imagen falsa de mí mismo?

—¿Así que usted defiende aquello de Dostoïevsky: “que si Dios no existe, todo está permitido”…?

Éste fue el comienzo de una conversación larga, serena y, para mí, inolvidable.

Es curioso: hay ateos que se dicen “agnósticos”, sin saber muy bien lo que significa esa palabra, y predican su “agnosticismo” con un celo proselitista que para mí lo querría yo. Y hay auténticos agnósticos, que, por serlo, viven en la duda permanente, pero se definen “ateos”, sin serlo. Éste era el caso de Luis. Hablaba de su presunto “ateísmo” con insólita agresividad, pero, en el fondo, no estaba seguro de nada. Veía venir el final y las dudas que le habían acompañado durante toda su vida se manifestaban con virulencia, sin posibilidad de disimulos.

Creo que ya nos tuteábamos cuando le dije:

—Tú sabes muy bien que te has pasado la vida buscando a Dios. Y esa búsqueda se refleja en todas tus obras.

Me dio la razón con su silencio, y preguntó:

—¿Pero usted sabe, de verdad, si hay algo después de la muerte?

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando leo estas cosas que cuenta le doy muchas gracias a Dios porque no me hizo sabia en las cosas de este mundo, pero nunca he dudado de Él y le pido que no me deje nunca en la duda porque me parece lo más doloroso. Vendría a ser como quien no tiene padre ni madre ni familiares ni patria ni amigos... la soledad más absoluta.

Anónimo dijo...

Es un poco como San Manuel Bueno Mártir, en fin, y como Unamuno, pero a mí esta gente me parece muy buena, muy honesta y muy necesaria, quizás para recordarnos que la fe es un don.

Me preocupn muchos más los que no se lo plantean. El otro día leía, creo que en Hazte Oír, un artículo sobre las faltas de fe voluntarias, en el sentido de quien no quiere buscar con honestidad, no vaya a ser que encuentre y eso le cambie demasiado la vida y la liemos. Estaba muy bien.

Bienvenido de vuelta.

ñ dijo...

Daría mi plaza de la oposición por saber de qué escritor se trata.

Enrique Monasterio dijo...

ñ... Si lo deduces, por favor no lo pongas aquí. Saldrán más datos en próximas entradas

Anónimo dijo...

D. Enrique, yo sí sé de qué escritor se trata, pues mis abuelos veraneaban también en ese hotel y eran de su quinta.

Maravilloso comentario. La verdad es que, en mi caso, Dios me ha regalado la fe, y a pesar de que he tenido momentos muy malos, nunca jamás he dudado de Su existencia ni de su Amor. Creo que fue allá por mis 17 años, estando en Misa. Llegué a la convicción -el Espíritu Santo sopla donde y cuando quiere- de que aquéllo no podría ser más que obra divina, que Dios mismo insuflaba su Vida en la Iglesia y Se nos daba, de manera eminentísima en la Eucaristía. Desde entonces, jamás he dudado de Dios Nuestro Señor.

La duda más insidiosa que me asedia, que no es duda sino perplejidad -que me sume en el dolor y en el desconcierto- es por qué hay tantos que se pasan la vida sin descubrir esta verdad, y sin conocer a Jesucristo; o, lo que es todavía peor, causando mal y haciendo daño a sus semejantes.
También por qué Dios deja que nos equivoquemos en decisiones trascendentales, y por qué no permite que en la vida haya "marcha atrás" como en los coches. En fin, el sempiterno problema del mal. Pero ése es otro cantar...

Anónimo dijo...

Muy interesante su conversación con "Luis". Hay muchos luises así. Quizá yo sea un poco Luis. Espero lo que sigue.

Anónimo dijo...

¡Vaya, D. Enrique!. Acabo de pinchar y ya veo que no ha resistido hasta el lunes. Iba a decirle que, a veces, va bien dejar los dedos quietos para repostar, que va bien dejar el buque en la dársena ... pero después de lo que he leído ¡cuánto me alegro de que no lo haya hecho!.

Si me lo permite, me gustaría decirle a isabel riñón que me parece muy bien que dé las gracias, aunque no acabo de entenderlo. Pienso que hay gente con una capacidad intelectual sobresaliente y que eso es bueno puesto que también es un don de Dios. Creo también que a veces Dios se esconde y te deja a oscuras para que busques con honestidad. De esas oscuridades, búsquedas y reencuentros finales han salido grandes obras literarias que han dado la vuelta al mundo y han abierto horizontes para la gente que, como el personaje que D. Enrique llama "Luis", busca sin saberlo.
Hacen el recorrido de Descartes al revés. El padre del racionalismo dijo: "dudo, luego pienso; pienso, luego existo"....El recorrido de los Luises con mucho "coco" que conozco y cuyas historias acaban bien toman otro camino: Existo, luego pienso; pienso, luego dudo; dudo, luego busco... me informo... pregunto ...
Y al final del camino sale Dios con los brazos abiertos.
Gracias por su blog:
Sunsi Estil-les

Rosie and the Lilies dijo...

Qué bien no haber tenido que esperar hasta el lunes. Gracias, D. Enrique.
Sunsi, yo estoy con Isabel. Dios podría haberme dado todos los dones del mundo o sólo unos pocos o ninguno. He tenido la inconmensurable suerte de haber recibido la Fe y la Vocación; lo demás, ¿qué importa?, son sólo herramientas.
Dios pudiendo haber sido un gran sabio, un hombre poderoso, un gran terrateniente, un científico, un poeta, lo que quieras, eligió ser hijo de un humilde artesano y artesano Él mismo. Si nosotros hemos de ser otro Cristo, el mismo Cristo, ¿qué es lo que verdaderamente importa? Es gramática divina.

Altea dijo...

Mmmm!!! ¡Qué intriga! ¿Qué escritor será? No voy a parar de darle al coco, a ver si consigo vislumbrar quién es.

Anónimo dijo...

Mónica. Me refería a los dones recibidos de Dios. Cada uno tiene los que tiene, al igual que sus limitaciones. Los Luises tiene unos, tan importantes como los Pepes o los Jaimitos. Todos son importantes ... porque son un don de Dios y con eso ya es bastante. La cuestión es hacerlos fructificar.Si Dios te ha dado los talentos de un Luis no puedes mirar a otra parte como si fueses Jaimito.
No sé si me he explicado. Sólo quería decir esto. No pretendía rizar el rizo.Pero me das la oportunidad de citar a unos cuantos Luises. Desde el personaje que acabó siendo Obispo de Hipona -San Agustín- hasta C. Lewis...

Sabio o no sabio, pienso que hemos de dar gracias a Dios por todo y actuar en consecuencia.
Un abrazo: Sunsi