lunes, 21 de enero de 2008

Buen humor, malhumor y sentido del humor (II)



Cuando Kloster se saca una teoría de la manga, no conviene darle cancha, ya que se corre el riesgo de recibir un aluvión de argumentos sorprendentes y más bien radicales.

Así que piensas —le estaba diciendo yo— que el humorismo es una válvula de escape de las sociedades tristes, una forma de huir de las amarguras de la vida…

No entiendes nada como de costumbre —me contestó—. Te digo que el sentido del humor no sólo no está reñido con el mal humor, sino que es su manifestación más lógica y adecuada. Un buen humorista es casi siempre un tipo amargado, ruin y con problemas biliares.

—¡Hala!

—Mira, colega, los antiguos hablaban de los humores en un sentido físico, corporal. Ellos suponían que en la sangre hay buenos humores, responsables de la salud y del bienestar, y malos humores, causantes de todas las enfermedades. Por eso, hasta hace cuatro días. a los médicos les encantaba abrir las venas de sus enfermos o chuparles la sangre con una sanguijuela.

—¿Pero tú no te creerás esa historia?

—No, amigo mío: los cementerios de Europa están repletos de víctimas de tan drástica terapia. Los antiguos se equivocaban, pero intuyeron una gran verdad: los humores existen. Lo que ocurre es que son de naturaleza estrictamente espiritual.

A partir de aquí, cogió carrerilla y me expuso una tesis. Al final consensuamos algunas conclusiones que paso a exponer a continuación:

  • El humor no es otra cosa que lo que a uno le sale. ¿De dónde? El pueblo llano suele precisarlo con complementos circunstanciales de naturaleza glandular. Y hay expresiones muy gráficas que hablan de la bilis, la baba o de otras secreciones orgánicas como símbolo del buen o mal talante moral de las personas.
  • Queramos o no, todos vamos difundiendo incluso contagiando nuestros buenos o malos humores. El planeta está lleno de cenizos que asperjen a los cuatro vientos sus tristes supuraciones. Son los quejicas crónicos, los agoreros, los malasombras: esos seres biliosos que sólo sonríen cuando han tenido la oportunidad de darse un buen banquete de carroña.
  • Pero también existen los otros: los bienhumorados, los sembradores de alegría. Son personas que no tienen necesidad de esforzarse demasiado para dejar a su paso un rastro de sonrisas. Gentes con capacidad de entusiasmo, aunque no sean naturalmente entusiastas; optimistas, sin ser bobos; risueños, aunque no tengan edad de dar saltos… Me refiero, naturalmente, a los santos.
  • Santidad y buen humor son dos conceptos que van siempre juntos. A los santos, la Gracia —con mayúscula se les convierte en gracia —con minúscula, es decir en buen humor, cuando les sale hacia afuera. Es lógico: quien tiene a Dios consigo, sabe reírse de muchas estúpidas tragedias que a los demás nos hacen perder la serenidad. Las miran con la distancia precisa para situarlas en el lugar que les corresponde, y descubren la trampa, el truco que hay detrás de cada aparente desastre. A los santos sólo el pecado les borra la sonrisa. Y es así porque lo comprenden. Su tristeza es un reflejo de la tristeza de Dios, y está hecha de dolor, de esperanza y de ternura hacia el pecador.

¿Y el sentido del humor?

Mañana seguiremos, que ya es tarde y está perdiendo el Atleti de Madrid.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen artículo, Don Enrique.Lo he leído con detenimiento,sobre todo el punto de los santos, para seguir aprendiendo. ¿Sabe qué es lo que , además del buen humor, también se contagia de la gente que está cerca de Dios?: su aparente facilidad para ser amables, comprensivos... su capacidad de perdonar y de transmitir paz... su capacidad para descomplicarse la vida y su libertad de espíritu.

Marta Salazar dijo...

who is Kloster?

(no puedo dejar de pensar en un convento)