viernes, 6 de marzo de 2015

...Y el fuego del asfalto


Seguramente exagero. Tampoco es que ardan las calles de Madrid, pero a las cuatro y media de la tarde, coincidiendo con la escapada en masa para el primer finde del año con sol, el asfalto empezaba a echar ese vaporcillo transparente tan típico del verano.
Yo había bajado a Madrid desde Molinoviejo a las diez de la mañana bien protegido por un chaquetón impermeable y un buen jersey de lana. Antes de llegar a casa, aproveché para dilapidar toda mi hacienda en gastos de farmacia y perfumería. El chaquetón se quedó en el maletero del Citroën, y no me desprendí del jersey porque me parecía feo llevarlo sobre los hombros. El termómetro del coche ya marcaba 23 grados.
He estado pocas horas en la ciudad; las suficientes para irme cociendo en salsa de asfalto. Durante el almuerzo, Ramón me habla de los mendigos que él atiende todos los meses en compañía de un buen grupo de familias: "Los invisibles", se llaman, porque, efectivamente, los mendigos son transparentes hasta el momento que alguien los mira a los ojos.
Mis mendigos están hoy más alegres y lustrosos que otras veces, pero con tanto gasto me he quedado sin un céntimo. Saludo a Germán y tomo la autovía de La Coruña camino de Molinoviejo. A la altura de Puerta de Hierro enciendo el aire acondicionado.
Ya en Segovia, la Mujer Muerta se resiste a desprenderse de la sábana blanca que la cubre por completo.

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