jueves, 31 de marzo de 2016

La misericordia viaja en autobús

Leo en la prensa que la Diócesis de Salford ha puesto en marcha un autobús de dos pisos llamado "el bus de la misericordia". Se trata de un confesionario ambulante que invita a volver a la Iglesia a los fieles que se han alejado de ella. En su interior hay algunos sacerdotes siempre dispuestos a hablar de Dios o impartir a quien lo desee al sacramento de la Penitencia.
El Bus de la Misericordia funciona todos los sábados, y se estaciona en los lugares más concurridos de Manchester y de las poblaciones cercanas. Mientras los sacerdotes confiesan o atienden a las personas que lo solicitan, varios voluntarios convocan a los transeúntes, regalan medallas bendecidas por el Santo Padre e informan sobre la fe católica.
Me parece una idea excelente. ¿Nos animamos a imitarla en España? Yo me apuntaría a viajar en ese autobús y estoy seguro de que nuestra alcaldesa autorizaría la iniciativa con entusiasmo, y hasta nos enviaría algún que otro penitente.
   

miércoles, 30 de marzo de 2016

A Antonio Buero Vallejo*


La ardiente oscuridad


Querido Antonio: a punto de celebrar el centenario de tu nacimiento, me ha venido a la memoria aquel día en que nos encontramos en el hotel "Arcipreste de Hita", de la Sierra de Madrid. Han transcurrido algo más de veinte años. Tú pasabas allí el verano y yo atendía un curso de formación en "Doña Endrina", un hostal cercano de la misma empresa.
Aquel primer contacto fue un tanto peculiar. Tú charlabas en la barra de la cafetería con dos personas más. Yo quería hablar un minuto con el director del hotel y lo encontré allí mismo. Le dije unas palabras en voz baja y tú volviste la cabeza. Al ver mi "uniforme" de cura me lanzaste un reto:
—Quiero hablar con usted y demostrarle que Dios no existe.
Se hizo un silencio incómodo en todo el local. A mí se me ocurrió responder:
—Mire, don Antonio…, los juristas hemos aprendido que la carga de la prueba recae sobre el que afirma, no sobre el que niega. Soy yo quien debería demostrarle que Dios existe.
Te extrañó que me presentara como jurista y que supiera tu nombre.
—¿Me conoce?
—Sí claro; he leído buena parte de sus obras. Y, por cierto, siempre he pensado que en muchas habla de Dios, aunque no lo mencione.
Poco después, sentados en unos cómodos sillones, hablamos de la primera obra de teatro que escribiste: "En la ardiente oscuridad". Te sorprendió comprobar que yo era capaz de revivir muchas escenas y hasta los nombres de los principales personajes: aquel "Ignacio" que ingresaba en un centro para invidentes y se resistía a abandonar el bastón, a considerarse "normal" e integrarse en el grupo de veteranos que, alardeaban de un espíritu positivo y optimista y decían ser felices sin echar de menos la visión.
Ignacio, por el contrario, insistía en llamarse "ciego", no invidente. Se rebelaba contra el destino que le había privado de la luz y se negaba a ser "domesticado" por sus joviales compañeros. Poco a poco fue atrayendo a unos cuantos a su causa y acabaron por contaminar a casi todo el centro.
La historia termina en tragedia; pero, antes del final, Ignacio expresa su rebeldía en un inolvidable monólogo. En pie, junto a la ventana, dirige su mirada ciega a las estrellas que brillan en la noche con todo su esplendor, y se lamenta por "esos mundos lejanísimos que están ahí, tras los cristales".
—"Añoro la estrellas —continúa—, quisiera contemplarlas; siento gravitar su luz sobre mis rostro, Bien sé que si gozara de la vista moriría de pesar por no poder alcanzarlas. ¡Pero al menos las vería! Y ninguno de nosotros las ve... "
Tengo clavada en la memoria esta escena, y siempre pensé, antes incluso de conocerte, que esa ansia frenética de ver lo que un ciego de nacimiento ni siquiera es capaz de imaginar, sólo era un reflejo de tu propia búsqueda angustiosa de Dios.
Soy agnóstico —dijiste—: eso lo saben todos, pero no me resigno con la ceguera. ¿Está usted seguro de que hay otra vida? Yo soy viejo y ahora me llenan homenajes. Me están poniendo el epitafio.
Tal vez te recordé entonces lo que dijo Jesús de Nazaret: Buscad y hallaréis (…) Todo el que busca, halla. Y tú eres uno de los buscadores más sinceros que he conocido.
No contaré nada más de aquella conversación ni de las vinieron después. Fueron pocos días, pero me gusta pensar que nos hicimos amigos. Yo acababa de terminar un libro sobre la Navidad, que aún no tenía editor. Tú lo leíste entero en una noche y me animaste a publicarlo.
Quedamos en volver a vernos y te di mi tarjeta.
—Cuando me sienta mal, le llamaré.
Un derrame o un infarto cerebral te dejó inconsciente en la primavera del 2000. Nadie me avisó, por supuesto. Pero cuando dejaste este mundo poco después, recé un responso por tu alma en el tanatorio de Tres Cantos a pesar de que alguien trató de prohibírmelo.
Tu búsqueda atormentada de Dios había acabado. Tu ardiente oscuridad se llenó de luz.  





Antonio Buero Vallejo (Guadalajara, 1916–Madrid, 2000) fue un dramaturgo español y académico de la Lengua, ganador del Premio Lope de Vega, 1948 y del Premio Cervantes,1986.
Al terminar la guerra, comenzó a trabajar en la reorganización del Partido Comunista, de cuya militancia se alejó años después. Detenido en 1939, fue condenado a muerte por "adhesión a la rebelión". Ocho meses más tarde se le conmutó la pena por otra de treinta años, que tampoco cumplió.


lunes, 28 de marzo de 2016

Tenerife (VI)

Hablamos del Papa en una gasolinera



Ayer, domingo de Pascua, me escapé a Santa Cruz. 80 kilómetros de puerta a puerta, la mayor parte por la "autovía del Norte". Encendí la radio del coche nada más salir de Arona para poder recibir a través de las ondas la bendición Urbi et Orbi del Santo Padre. A las once menos cinco de la mañana me detuve en un área de servicio, pero no salí del automóvil; sólo pretendía escuchar con atención el mensaje del Papa sin correr el riesgo de que se perdiera la sintonía de la emisora por culpa de la complicada orografía de la isla.
Tenía la ventanilla abierta, los ojos cerrados y el oído atento a la radio. Esas tres circunstancias contribuyeron sin duda a que me pegara un susto de infarto cuando oí a pocos centímetros de mi oreja izquierda:
—Qué Papa más bueno, ¿verdad?
—Y qué susto me has dado —le respondí—.
Le miré tratando de sonreír. Era un hombre joven, casi un chaval, pequeño de estatura, ancho de hombros, de aspecto plácido y mirada tímida. Llevaba uno de esos chalecos fluorescentes de color amarillo que sirven para hacerse ver en medio del tráfico.
—Perdone, padre…
Le invité a subir al coche para oír mejor al Papa y no tuve que repetírselo dos veces. Sentado a mi derecha, asentía con el gesto a cada afirmación del Santo Padre. Al terminar me preguntó qué era eso de la "indulgencia" y cómo se podía ganar. Me contó que no tiene trabajo, pero que echa una mano "en el transporte" a su hermano Pedrito, que "anda con el camión por toda la isla".
Estábamos en lo mejor de la conversación cuando sonó su móvil.
—Espera un poco, muchacho, que estoy con arreglando unos asuntos con un padre.
Camino ya de Santa Cruz, apago la radio y pienso en lo insólita que sería esta pequeña anécdota en la Península. Aquí pocos se avergüenzan de manifestar su fe, y a los sacerdotes se nos trata con una veneración y respeto que ya casi había olvidado.
Encendí la "radio clásica". Empezaba el segundo movimiento de la "sinfonía número cero de Bruckner"; una buena forma de terminar mi viaje a la capital de la isla. 


domingo, 27 de marzo de 2016

Oh Cruz de Cristo



Como es sabido, el pasado Viernes Santo, el Santo Padre presidió en el Coliseo el tradicional Via Crucis, acompañado por miles de fieles. Muchos lo seguimos, al menos en parte, a través de la televisión.

Después de la decimocuarta estación, el Papa leyó una oración que él mismo había escrito para la ceremonia. Es una plegaria impresionante y conmovedora, que no me resisto a reproducir aquí.


Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética se venden en el miserable mercado de la inmoralidad.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muera de hambre a sus puertas.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los destructores de nuestra «casa común» que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada.
 
Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio.
 
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.
 
En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que prefieren las tinieblas a la luz.
 
Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.
 
Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche.
Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar. Amén.
 

sábado, 26 de marzo de 2016

Tenerife (V) Sábado santo

La espera

Hoy cedo el mando del globo a Cordelia. Ella me ha enviado este precioso relato, que ahora publico con mucho gusto
Jesús ha muerto. Amortajado deprisa y corriendo, su cuerpo yace en el sepulcro. Los discípulos se han dispersado, presas del miedo, de la incomprensión y de la pena. El Maestro, a quien todos creían el Mesías, ha muerto de la forma más ignominiosa posible. Como un malhechor. Como lo más bajo y más ruin. 
Sus sueños de gloria se han roto en mil pedazos. Solos, o en grupos de dos o tres, se esconden en la ciudad a esperar que pase el sábado. Y a pensar qué hacer ahora. Son conocidos como seguidores de Jesús, el fracasado. El traidor a Roma, el blasfemo. 
Juan se ha llevado a María a la casa dónde se alojan sus padres. No tiene otro sitio a dónde ir. Es aún muy joven, casi un niño. Salomé recibe a María con un abrazo lloroso, pero en seguida se sobrepone, y empieza a organizar y dar órdenes. 
Es ya tarde y al día siguiente es la fiesta, así que manda a Juan y a Santiago, que acaba de aparecer, a conseguir comida. El resto de las mujeres, que han venido con Salomé antes de que llegara Juan, están preparando mesas y sitios para dormir.
María se sienta en un rincón, serena, aunque con el rostro marcado por el dolor y con rastros de lágrimas surcando sus mejillas. Salomé trae una jofaina para que se lave la cara, y una toalla. María, a pesar del sufrimiento de la jornada, le sonríe con cariño, se lava la cara y se acerca a hablarle en voz baja.
—Debemos cuidar de los hombres un par de días. Hasta que... Bueno, hasta que se calmen un poco las cosas. El día ha sido terrible para ellos. Están decepcionados, asustados, tristes, solos. Necesitan alguien en quien apoyarse. Tú eres fuerte, sabes qué hacer en momentos difíciles. Tienes que tomar las riendas por el momento. Luego... Ya veremos. Creo que sería bueno mandar a algunos chiquillos a buscar a los apóstoles. Si conseguimos reunirlos aquí, será bueno para ellos. Mañana no pueden caminar, así que tendrán tiempo de tranquilizarse. Y el domingo..., el domingo...
No puede seguir. Salomé la abraza, mientras las lágrimas ruedan por su cara, ruda y curtida por el viento.
—No te preocupes, María. Cuidaremos de nuestros chicos. Y tú tienes que quedarte con nosotros. Ya oíste a Jesús.
Su voz se quiebra al pronunciar el nombre de Jesús y ahora es María la que la abraza a ella, diciendo:
—Shhhh... Ya pasó... Ya verás como todo termina bien...

viernes, 25 de marzo de 2016

Tenerife (IV) Jueves Santo

Desde que el Maestro me encomendó en la cruz que cuidara de su Madre, no me he separado de ella ni un solo día. Ahora estamos en Éfeso, en la costa del Mar Egeo, donde la semilla del Evangelio ha comenzado a prender y ya hay centenares de familias que creen en Jesús.  
Aquí he empezado a escribir mis recuerdos del Señor. Mi Madre, María, me inspira y anima con su mirada y su sonrisa. También con sus palabras, sobre todo cuando no sé cómo continuar el relato.
Esto es lo que me ha ocurrido hoy. Debería contar todo lo que sucedió aquella noche terrible y gloriosa, cuando Jesús se hizo Eucaristía; cuando me ordenó sacerdote para toda la eternidad; cuando promulgó el mandamiento nuevo y nos lavó los pies para mostrarnos la calidad de su amor; cuando Judas abandonó la casa y traicionó al Señor con un beso; cuando nos dormimos en el huerto mientras Jesús luchaba con el diablo; cuando sudó gotas de sangre… ¿Por dónde empiezo a narrar estos recuerdos?  
María me dicta las dos primeras líneas:
"Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo."  


miércoles, 23 de marzo de 2016

Tenerife (III) Miércoles Santo

El abrazo 


Lo cuenta San Juan en el Evangelio que hemos leído hoy:
 
Acaba de empezar la última cena. Cristo ya ha lavado los pies de los Apóstoles; también los de Judas. Ahora hace un último intento por recuperar a la más descarriada de sus ovejas. Con la voz quebrada por el dolor, al borde mismo del llanto, exclama:
 
—"¡Ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido."
 
El traidor comprende que Jesús conoce hasta sus más íntimos secretos. Quizá duda un instante, pero su corazón se ha convertido en piedra. Aprieta los dientes, se levanta de la mesa y se sumerge en la noche. Nadie trata de detenerlo.
 
A Dimas, el buen ladrón, el Señor, desde la Cruz, le regalará el Cielo en un segundo. Sin embargo, a un pobre ladronzuelo, rencoroso y taciturno, que fue Apóstol durante tres años, parece castigarlo por toda la eternidad. ¿De qué otra forma si no podrían interpretarse las terribles palabras de Cristo?
 
—…más le valdría no haber nacido
 
—¿Y la misericordia de Dios? ¿Acaso no es cierto que el Señor perdona todos los pecados por muy espantosos que sean?
 
—Así es. Pero el perdón nace de un encuentro libre y amoroso entre dos partes enfrentadas. El Padre del hijo pródigo espera siempre con los brazos abiertos —como Cristo en la Cruz— a que llegue el pecador a pedir perdón. Pero si el hijo no quiere regresar al hogar, si se niega a dejarse abrazar, la infinita misericordia de Dios se pierde en el vacío y el Creador del universo sólo podrá llorar como lo hizo ante la Ciudad Santa:
 
—¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces quise juntar tus hijos, como la gallina junta sus polluelos bajo sus alas, y tú no quisiste!
 
El Sacramento de la Penitencia nos hace sentir el abrazo de Dios.

martes, 22 de marzo de 2016

Tenerife (II) Martes Santo

¿Seré yo?


Todos sabíamos que aquella Pascua no iba a ser como las demás. La Madre de Jesús, María Magdalena y Salomé  habían preparado con especial esmero lo necesario para la cena, y el Señor, antes de comenzar, nos había lavado los pies como si fuera nuestro esclavo. Fue un gesto escandaloso y humillante, pero solo Pedro se atrevió a protestar. Arrodillado frente a mí, el Maestro fue desatando despacio las correas de mis sandalias. Yo también hice ademán de resistirme, pero Jesús me miró a los ojos con una dulzura inexplicable mientras me agarraba los tobillos con fuerza. Al fin me dejé limpiar por las manos de mi Dios y por un momento sentí que aquella agua clara estaba lavando también toda la suciedad de mi alma.
—Uno de vosotros me va a entregar.
Llevábamos pocos minutos en la mesa cuando Jesús pronunció estas palabras. Fue como si un rayo maldito salido del infierno congelara de pronto la atmósfera. Algunos protestaron sin atreverse a levantar la voz . Solo Juan preguntó algo al Maestro en voz baja.
—¿Seré yo?
No. No es posible. He dicho muchas veces que daría mi vida por él. Cuando se empeñó en ir a Betania para curar a su amigo Lázaro a pesar de que los judíos le buscaban para matarlo, expresé con todas mis fuerzas mi decisión de seguir a Cristo hasta las últimas consecuencias:
—¡Vayamos todos —dije—,  y muramos con él!
Jesús entonces sonrió mientras me susurraba con un punto de melancolía:
—Tomás, Tomás…
Dos días después yo también, como Judas, deserté del Maestro. Toda mi pasión se convirtió en hielo, y Pedro tuvo que salir a buscarme para que regresara a casa.
Ahora soy casi un anciano. He predicado el Evangelio en Persia y en la India. Sé que pronto moriré, pero hasta que llegue ese día, tendré presentes aquellas palabras oídas en el Cenáculo: "uno de vosotros me va a entregar".
Y pediré al Señor que no sea yo; que vuelva a lavarme otra vez, como aquella noche.
 
 

lunes, 21 de marzo de 2016

Tenerife (I)

El león del Teide
En efecto, Kloster, pongo ese (I) para obligarme a escribir al menos diez entradas más desde esta isla terriblemente hermosa en la que viviré hasta el próximo 11 de abril.
Digo que la belleza de Tenerife es terrible y creo que éste es el adjetivo más adecuado. Aquí el Teide lo domina todo. Estamos sobre un león dormido que algún día despertará. Yo sólo pido al Señor que no sea mañana. Entre tanto, el viejo volcán pide que lo contemplemos, que nos quedemos extasiados ante la majestad de su presencia, y no osemos tocarlo no sea que se irrite.
Aquí la belleza no se disfruta. La vista no descansa; el espíritu no se aquieta. Al contrario. Se diría que esa montaña salvaje busca pelea. Me mira furioso a los ojos y no tengo más remedio que retirarlos avergonzado.
Pensaba estas cosas mientras el avión de Iberia se disponía a tomar tierra en el aeropuerto del sur con el Teide como testigo. El comandante de la aeronave pidió licencia al león para aterrizar, y la fiera se la concedió a regañadientes.
Giró el avión en redondo y en mi ventanilla apareció el Océano con su poder hipnótico y sereno. Una voz metálica pero cordial nos dio la bienvenida a Tenerife en dos idiomas. 

miércoles, 16 de marzo de 2016

Volver a casa


Me pregunta Pablo si me gusta viajar, y le respondo que no mucho.
—Pero usted no para —me dice—; tan pronto está en Segovia, como en Bilbao, en Tenerife, en Asturias… ¿Cómo no se cansa?
—Es que eso no es viajar…
—¿No?
—Lo que yo hago es "volver"; regresar a casa una y otra vez. Mi casa está en todos esos sitios que has mencionado y en algunos más. Los viajeros auténticos viven en el aire, van de hotel en hotel, de fonda en fonda y de sorpresa en sorpresa. Eso debe de ser agotador. Yo en cambio sé que siempre me esperan en mi punto de destino y tengo mis raíces allí adonde voy. Ahora acabo de llegar a mi casa de Gaztelueta. Hemos celebrado el cumpleaños de Gonzalo, y la tertulia se ha parecido mucho a la que a esa misma hora habrán tenido en Madrid o  en Molinoviejo. En ningún sitio soy un huésped ni un intruso. Si a esto le llamas viajar…
—Entonces es usted un privilegiado.
—Estoy convencido. Pasado mañana volveré otra vez a Madrid, es decir a casa, para hacer escala antes de tomar el avión que me llevará de nuevo…, sí a casa. Ya lo decía Juan Ramón en uno de sus poemas que he citado un millar de veces: "Más enredadas las raíces, /más sueltas las alas". O dicho de otro modo: volaré cada día más alto con tal de que mi destino sea siempre el mismo hogar.
Ya han empezado a llegar a la Península las aves africanas que veranean por aquí. He escrito "africanas" y no es justo: su nido les espera donde lo dejaron hace 6 meses. También ellas vuelven a casa.

sábado, 12 de marzo de 2016

Cuando Dios llama



Como es sabido, el día 19 de marzo, solemnidad de San José, es también el "día del Seminario", una fecha en la que la Iglesia pide al Señor por las vocaciones sacerdotales.
Es verdad que hay muchos chavales que jamás se han planteado la posibilidad de entregarse a Dios y a sus hermanos en el sacerdocio, pero el Señor sigue llamando y encuentra oídos limpios y corazones generosos que están dispuestos a responder.
Necesitamos sacerdotes; muchos sacerdotes que sean santos, alegres, piadosos, entregados, doctos y con sentido del humor. Este vídeo, elaborado en la diócesis de Toledo, nos habla de esto. Vale la pena verlo.

viernes, 11 de marzo de 2016

San José y el picapinos


Aunque sigue haciendo frío en la Sierra, se nota que ya empieza a despuntar la primavera. Metido entre libros, apuntes, tabletas y redes uno no se entera de nada importante. Salgo al jardín. Los pinos tienen un aroma distinto esta tarde, un frescor nuevo como de recién nacidos. Los pájaros estrenan plumas de colores más vivos y hay un verdor joven y limpio en los abetos. El picapinos sigue impertérrito con su trabajo de carpintero. Ya no se asusta de mi presencia. Se deja mirar incluso sin la ayuda de los prismáticos.
Por una extraña asociación de ideas me viene a la cabeza la figura de San José. Quizá porque faltan pocos días para su fiesta, o porque también era carpintero. Cuentan que en Jerusalén los artesanos gozaban de gran prestigio. Los herreros, los alfareros, los curtidores, los carpinteros, los zapateros y todos aquellos que construían algo con sus manos eran los únicos que no tenían que ponerse en pie cuando pasaban a su lado los doctores de la ley. La Biblia dice bien claro en el Eclesiástico, 38, 34 que el objeto de su oración es el trabajo de su oficio.
Me acerco lentamente al pico picapinos. Tampoco él se inmuta. Si me pusiera a su lado y tuviésemos un poco más de luz, podría hacerme un selfi con el pájaro mirando a la cámara.
Y eso que yo no soy doctor de la ley.


jueves, 10 de marzo de 2016

La Pasión de Jesús con otra mirada *


Hay muchos y muy buenos libros que ayudan a contemplar la Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Éste que traigo hoy al globo vale más de lo que cuesta. Lo he comprado hace un par de días por 4 euros y ya voy por la segunda lectura. Su autora, una joven madrileña residente en la Gran Canaria, ha publicado un par de libros más: "Cúrame a mí también" y "Cómo me habla Jesús".
Con una prosa sencilla pero eficaz, Bárbara Liuti nos invita a "entrar" la Pasión de Cristo desde la mirada enamorada de María Magdalena, que nos abre su corazón en un diario conmovedor.
María Magdalena se presenta en la introducción como la pecadora que derramó un perfume de gran valor a los pies de Jesús en casa de Simón el Fariseo. El siguiente capítulo ya nos traslada al Sanedrín, donde Cristo fue conducido desde el Huerto de los olivos.


* Bárbara Liuti, "Desde los ojos de María Magdalena", Ed. Cobel, febrero de 2014. 114 páginas.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Día de pájaros



Al fin puedo salir al campo (bien abrigado porque hace un frío que pela) con los prismáticos y la bufanda al cuello, la mochila a la espalda y las botas de batalla en los pinreles.
Como estoy recién curado de un lumbago, procuraré caminar despacio sin hacer movimientos bruscos y pediré a las aves que no me obliguen a retorcer demasiado mi viejo esqueleto.
Faltan doce días para la primavera, pero aún caen copos de nieve en Segovia. A pesar de todo ya han llegado los primeros inmigrantes volátiles. Vienen de África a construir su nido en esta tierra y a afinar sus voces para que suenen a gloria cuando llegue la Pascua florida.
Veremos si los pájaros también llevan bufanda.Yo me conformo con verlos de lejos y darles la bienvenida a esta España nuestra alborotada y triste.

lunes, 7 de marzo de 2016

La mochila


Tengo una mochila con 15 bolsillos.
Siempre he sido muy partidario de la mochila. Bastante  antes de que se pusieran de moda yo ya iba dando la nota por la calle a pesar de las paternales admoniciones de mis colegas:
—¿Estás seguro de que un cura honrado como tú puede ir con semejante adminículo?
Yo les respondía que la mochila es una prenda ortopédica, que ayuda a mantenerse erguido, permite caminar moviendo los brazos como mandan los expertos y reparte el peso tan sabiamente que uno llega a olvidarse de que lleva encima cuatro o cinco kilos más.
—Además —añadía—, muy pronto se pondrá de moda. Todos la llevaréis.
En una buena mochila cabe lo necesario para tres días de viaje, desde el ordenador hasta el cepillo de dientes, pasando por los libros de cabecera, la ropa imprescindible y los prismáticos pajareros.
Sólo le veo un inconveniente, sobre todo para personas tan despistadas como yo mismo: la puedes llevar abierta y ni te enteras. Con alguna frecuencia alguien me lo hace notar por la calle. Hasta ahora, gracias a Dios. ningún caco urbano ha caído en la tentación de meter la mano hasta el fondo y llevarse las gafas de sol o el poemario de Rocío Arana.
El problema se agrava con la mochila que uso ahora: es grande, capaz, cómoda y doctamente diseñada; pero tiene 15 bolsillos. Demasiados. Todos los días pierdo algo en las profundidades de mi zurrón, y casi siempre, cuando hurgo a conciencia en cada uno de los 15 bolsillos, encuentro mucho más de lo que busco: aquellas llaves que perdí el mes pasado, el ratón del ordenador, un peine…
Hoy mismo, buscando unas medicinas que compré ayer, he encontrado tres bolígrafos, un rotulador azul, un búho al que di por perdido hace meses y un carné de la Sociedad Española de Ornitología. ¿Veis por qué me siento feliz?
Mi vida, amigo Kloster, se parece a una mochila con quince bolsillos y treinta agujeros. La llevo al hombro y pesa, pero casi no se nota. Es una existencia llena de pequeñas sorpresas, de hallazgos inesperados, que convierten la vida ordinaria en una pequeña aventura extraordinaria.
(Por cierto, las medicinas no estaban en la mochila. Creo que me las he dejado en la farmacia).

sábado, 5 de marzo de 2016

¡Y dale con la burbuja!


La última nevada del invierno coincide con la llegada a Molinoviejo de medio centenar de profesionales, la mayor parte jóvenes, que asisten a un curso de retiro. El overbooking es total, y resulta sorprendente que una multitud semejante guarde silencio absoluto.
En el pabellón hay otro curso de retiro de universitarios capitaneado por don Lucas y en lo que llamamos "la Ampliación" estoy yo con veintitantas mujeres que se lo pasan en grande.
Cuento todo esto porque hoy mismo he recibido el correo de un viejo amigo malagueño que, con cierta sorna, vuelve a lanzarme la misma puyita simpática de otras veces:
¿Qué tal andas, Monas? ¿Sigues metido en tu burbuja feliz? A ver si de una vez por todas bajas al mundo real y dejas de sermonear a tus diez o doce fans.
¡Y dale! ¿Por qué esa manía de pensar que sólo es real la tristeza, la violencia, el egoísmo, la codicia, la lujuria y escupitajo! No, hombre, no. Nada hay más real que la gracia de Dios y todas sus secuelas: la alegría, la generosidad, la abnegación, la Esperanza, el desprendimiento…: la inocencia.
¿Y la burbuja? Me temo, amigo, que todos tenemos nuestra pequeña burbuja. Hay burbujas malolientes y corruptoras, y otras que son más bien remansos de agua limpia donde uno puede refugiarse para limpiarse la mugre acumulada en el alma. Eso es Molinoviejo, y La Acebeda y Torreciudad…
De acuerdo, tienes razón: uno no tiene derecho a estar siempre "a salvo", dentro de su burbuja descontaminada. Deberíamos bajar más al ruedo, a eso que tú llamas "el mundo real", pero no para enfangarnos, sino para rescatar de la basura a tantos y tantas que están pidiendo auxilio a gritos.   

viernes, 4 de marzo de 2016

Ea!


Son las once de la noche. Hoy no he tenido un minuto libre para el globo. A esta hora empiezo a preparar la meditación de mañana. Hablaré de la Santísima Virgen y creo que me limitaré a comentar una oración que todos conocemos muy bien: la Salve.
Llevo toda la tarde canturreándola por los pasillos de Molinoviejo, y se me ha metido en la cabeza una sola palabra, la única que no recuerdo haber visto jamás en ninguna otra oración: ea! 
El autor de la Salve se dirigió a Ella con esta sorprendente interjección llena de afecto y confianza: "¡ea, abogada nuestra!". Yo también trataré de llamar su atención diciéndole eso; ¡ea, Señora, que estoy aquí. Échame una mirada con esos tus ojos misericordiosos!

jueves, 3 de marzo de 2016

Una buena semblanza del Papa

No soy buen crítico de libros. Por regla general, cuando termino uno, sólo digo si me ha gustado o no, si me ha aportado mucho o poco, si, en mi opinión es o no recomendable y para qué tipo de personas.
Hoy he comenzado a leer "El gran reformador", el mejor retrato del Santo Padre que ha caído en mis manos hasta hoy. Creo que vale la pena leerlo y recomendarlo. Ayuda, y mucho, a entender al Papa, a amarlo un poco más y a rezar por él.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Consenso



Ya me lo había advertido Kloster antes del debate de investidura:
—Sus señorías (y señoríos) han alcanzado un acuerdo en lo fundamental. Hay consenso, colega, no te preocupes; las aguas vuelven al cauce de donde nunca salieron.
—No sé de qué me hablas. Yo creo que están todos a la greña.
—Puro teatro, amigo. El Parlamento es un reality show que se desarrolla en un plató de televisión algo más lujoso que los convencionales. Pero hay un pacto sólido como una roca. Todos coinciden al menos en los siguientes asuntos:
  • En no defender la vida (humana). No hay un solo partido que se atreva a decir algo tan evidente como que el aborto es un homicidio.
  • En no mentar la demografía. La crisis de natalidad está socavando Europa y sobre todo España. Aquí nacen menos niños que en cualquier otro país del mundo. Pero sus señorías (y señoríos) parecen la mar de contentos de que sea así.
  • En difundir los nuevos dogmas de la ideología de género y adoctrinar a los niños y niñas para que vayan eligiendo el sexo desde pequeñitos y pequeñitas. Esta religión sí que se autoriza y se subvenciona en todas las escuelas desde la derecha hasta la izquierda. 
  • En destrozar la gramática y la sintaxis con las cursilerías políticamente correctas que nos imponen los ideólogos e ideólogas. Ayer mismo el candidato habló de lo contentos que estaremos "nosotros y nosotras" si le eligen presidente. Y se quedó tan ancho.
  • En no hablar de los refugiados, de los que huyen de sus países por culpa de la guerra o del hambre. De estas ordinarieces no se dice ni pío. Sería una falta de educación.
—Creo que exageras, amigo Kloster. Ya verás cómo hoy mismo saldrán a la tribuna otras señorías y señoríos para tratar "en profundidad" esas cuestiones.
—¿Qué te apuestas, colega?