“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas! (…) Por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de
hipocresía.” (Del
Evangelio de la Misa de hoy: Mateo, 23, 27 y ss)
―¿Estará
hablando de nosotros el Señor?
―¡No,
por Dios; qué cosas tienes, Kloster! Nosotros nunca seremos hipócritas. No hay
más que vernos: humildes, piadosos, amigos de nuestros amigos, amantes de las
aves del Cielo. Somos buena gente, te lo digo yo.
―Y
no sólo lo dices tú: la gran mayoría de los comentaristas del blog te comparan
con Salomón por tu sabiduría, con Gracián por tu depurado estilo y con Santa Teresa
de Lisieux por tu piedad. De mí no opinan lo mismo, es cierto, pero todos
coinciden en que soy hombre de una pieza, sin doblez ni engaño.
―O
sea que podemos estar satisfechos. Siempre he pensado que hipócritas, lo que se
dice hipócritas, son sólo los demás. Y está bien que Jesús les dé leña.
―Cuando
dices “los demás…”
―Pienso,
por supuesto, en los políticos, que nos mienten por costumbre y encima sonríen;
en los banqueros, que nos engañan para sacarnos el dinero; en los sindicalistas,
en los eurócratas, en los jueces; en los mendigos, que se colocan a la salida
de las iglesias después de aparcar su cochazo unos metros más allá; en los
telepredicadores, en los vendedores de la teletienda, en los futbolistas que
cambian de equipo y aseguran siempre que llegan al club de sus sueños; en…
―¡Vale,
vale, tío! Entonces demos gracias a Dios. “Señor, te doy gracias por no ser
como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros…” Ayuno cuando estoy a
dieta, doy limosna. Y encima soy sincero, no como esos individuos...
―Oye,
Kloster, esa oración me suena.
―Bueno,
es verdad. Se parece un poco a la del Fariseo en el templo. Un tipo estúpido
que en realidad no existió nunca; es sólo un personaje de parábola, una mala caricatura.