En la Parroquia del pueblo hay 21 nidos de cigüeña
Como un relámpago de oro cruza frente a mi ventana la primera oropéndola del año.
Estoy en El Soto. Predico un curso de retiro, algo más breve que los demás, a 14 mujeres de la Obra. Mi móvil de Vodafone no tiene cobertura y la línea del teléfono fijo está averiada. Es lo que tiene la Sierra de Madrid. En cambio, desde hace un año funciona la wifi y puedo watchapear con el resto del mundo.
La oropéndola lanza una especie de maullido desde el árbol donde se ha posado. Luego llama a su pareja con un silbido poderoso.
La casa y el jardín de "El Soto" son un oasis verde en medio del pedregal. Para llegar hasta aquí hay que tomar un camino de tierra de varios kilómetros. Si el tiempo es lluvioso el coche terminará bien embarrado. En caso contrario llegará cubierto de polvo.
Ya ha aparecido la hembra de la oropéndola. Se conoce que la pareja tenía una cita en el jardín. Pocos segundos después los dos levantan el vuelo.
En la zona que ocupa el sacerdote hay un pequeño oratorio donde se reza muy bien. Esta mañana he renovado el Santísimo; he abierto el Sagrario, me he puesto el paño de hombros y he trasladado al Señor hasta el oratorio de la Administración. Allí, después de celebrar la Santa Misa, he cogido una Forma consagrada nueva, la he puesto en una teca y he regresado a la zona del Sacerdote para dejar a Jesús otra vez en el Sagrario.
Durante esta breve procesión privada he recordado el viaje que hizo María Santísima desde Nazaret hasta la casa de su prima Isabel con el Niño en su seno. Nadie podía saber que llevaba ese tesoro, pero Ella ya hablaba con Jesús y le explicaba las bellezas de este mundo que Dios vería muy pronto con ojos recién estrenados de niño.
La oropéndola ha vuelto a gritar desde lejos. Es primavera.