A Aylan*
Querido Aylan, eres ya tan famoso en la tierra como en el Cielo. Te fuiste volando al Paraíso de la mano de tu madre y tu hermano, y nos dejaste tu cuerpo acostado en la arena de la playa, como si te hubieras dormido en una cuna de oro, mecido por las olas. Llevabas un pantalón azul, una camiseta granate y unos zapatitos recién estrenados. Te habían vestido con todo primor para que estuvieses guapo en aquel viaje, que iba a ser tan importante.
Tu fotografía se reprodujo un millón de veces y nos hizo llorar de pena y vergüenza. Europa se conmovió, pero apenas se movió. Tu padre, bañado en lágrimas, regresó a Siria. Ya no quiere huir; no le importa la persecución ni la guerra. Ha rechazado el asilo que le ofrecen algunos gobiernos de Occidente. Sólo piensa en vosotros y quizá pide a Dios que una bomba compasiva lo lleve definitivamente a vuestro lado.
Todo esto ocurrió —anoto la fecha para no olvidarla— el 1 de septiembre de 2015. Ese día en España sólo se hablaba del fallido fichaje de un portero para el Real Madrid. Y mientras las olas acariciaban tu cuerpo y lo colocaban en la playa, 40 inmigrantes del África negra alcanzaban en patera las costas de la Gran Canaria. En Australia nacía el primer koala de la temporada entre el jolgorio de los niños que iban al zoo a visitarlo.
Seguro que tú soñabas con Disney World, ¿verdad que sí? Lo conocías sólo por la tele, igual que la mayor parte de los niños del mundo, pero aquellas imágenes llenas de colores, la magia de las atracciones, las risas de los que comían chuches gigantescas y las figuras vivas de tus personajes preferidos se te habían quedado grabadas en tus grandes ojos negros. ¡Qué ganas tenías de verlos, y qué pena tener que morir a la orilla del paraíso!
¿Pena? Ya veo que te ríes de mí. Es natural. Ahora sabes que el Cielo se parece a ese viaje que todos soñamos y nunca llega en este mundo. Ver a Dios cara a cara, descubrir la esencia divina, es viajar y viajar por todos los mares, volar como un halcón velocísimo y contemplar pasmado todos los paisajes, los amaneceres y las puestas de sol, las selvas tropicales, los desiertos de oro, los millones de estrellas que enjoyan las galaxias… Una eternidad es nada para gozar de tanta felicidad. ¿Acaso hay algo más emocionante o más fantástico que esa travesía interminable por el corazón del Creador?
Cuando tu madre te vistió por última vez y te puso tan guapo como apareces en las fotos, no sabía lo lejos y lo cerca que estaba la meta. Ella te dio un último beso, y otro, y otro más, tratando de ocultar su miedo detrás de una sonrisa. Luego os cogisteis de la mano y ya no la has soltado.
Te contaré un secreto que para ti ya no lo es, querido Aylan: Dios nuestro Señor hace con sus hijos de la tierra lo mismo que tu mamá. Si nos dejamos, él nos va preparando para el viaje del Cielo; nos lava de arriba abajo en el Bautismo, nos da un vestido nuevo en la Confirmación y lo limpia con todo cariño si lo ensuciamos, con el infalible detergente de la Penitencia. Nos alimenta para que estemos fuertes entregándonos su Cuerpo y su Sangre. Y, si somos buenos, nos toma de la mano y nos lleva al viaje definitivo, a la otra orilla, ésa que tú ya has alcanzado.
Tenía muchas ganas de escribir algo sobre la vida eterna en estos e-mails que envío cada mes a personajes famosos. Hay quien dice que especular sobre el Cielo es muy cómodo, que lo importante es trabajar en la tierra sin soñar con el más allá. Pero lo cierto es que mirar al Paraíso es la única manera que conozco de seguir luchando en este mundo triste cuando todo parece hundirse a nuestro lado. Gracias a esa Esperanza, nos levantamos en cada caída, y podemos seguir sonriendo, al descubrir a cada paso la huella de un Dios que es Padre y Madre.
* Seguramente no es necesaria esta nota; pero yo sé que la memoria es flaca y conviene refrescarla. Aylan Kurdi fue el hijo pequeño de una familia que huyó de la guerra por mar como tantos miles de sirios. Aylan viajaba en el barco con su hermano de 5 años, Galip, que también falleció, igual que su madre, Rehan, de 35 años. El único superviviente fue Abdulá, su padre, que regresó a Siria para dar sepultura a su familia.