domingo, 25 de agosto de 2019

50 años (I)




Nunca he sido muy bueno para las matemáticas, pero, al acercarse el aniversario de mis primeros 50 años de sacerdote, he acudido a la calculadora que todos llevamos en el móvil y he empezado a multiplicar y a dividir. Al final me ha salido esto. No descarto que haya errores. En el bachillerato no pasé de la raíz cuadrada.
  •   50 años X 12 = 600 meses
  •  50 años X 365= 18.250 días
  •  18.250 días X 1,7 = 31.025 Misas (como mínimo)
  •  600 meses X 500 = 300.000 Confesiones más o menos
  •  600 meses X 40 = 24.000 meditaciones como poco.

Además…, cientos de retiros, cursos de retiro, clases, charlas, conferencias… Y 182 matrimonios; 60 bautizos; 74 funerales…
Veo los números y, la verdad, siento vergüenza. Ni mucha ni poca; toda la vergüenza del mundo. ¿Cómo es posible que habiendo recibido tanto, siga con las mismas luchas y las mismas derrotas que al principio?
Yo sé que, cuando el Señor me examine el día de mi muerte no me pedirá el curriculum. Para ese examen sólo cuenta el amor que uno lleve en la mochila. Y el amor se conjuga en presente. Ojalá pueda decir lo que predicó San Josemaría, en la víspera de sus bodas de oro sacerdotales, haciendo su oración en voz alta:
A la vuelta de cincuenta años, estoy como un niño que balbucea. Estoy comenzando, recomenzando, en cada jornada. Y así hasta el final de los días que me queden: siempre recomenzando. El Señor lo quiere así, para que no haya motivos de soberbia en ninguno de nosotros, ni de necia vanidad. Hemos de estar pendientes de Él, de sus labios: con el oído atento, con la voluntad tensa, dispuesta a seguir las divinas inspiraciones.
Y San Juan Pablo II, en su última encíclica recordó también sus años de sacerdote con estas palabras:
…A partir de aquel 2 de noviembre de 1946 en que celebré mi primera Misa en la cripta de San Leonardo de la catedral del Wawel en Cracovia, mis ojos han quedado fijos en la hostia y el cáliz en los que, en cierto modo, el tiempo y el espacio se han «concentrado» y se ha representado de manera viviente el drama del Gólgota, desvelando su misteriosa «contemporaneidad». Cada día, mi fe ha podido reconocer en el pan y en el vino consagrados al divino Caminante que un día se puso al lado de los dos discípulos de Emaús para abrirles los ojos a la luz y el corazón a la esperanza.


8 comentarios:

Isabel dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Enrique Monasterio dijo...

Isabel: Hay sacerdotes espléndidos, santos, que se pasan horas en el confesonario con la esperanza de que, al menos, llegue un penitente. Ese tiempo de soledad heroica vale mucho a los ojos de Dios. Pero no es mi caso. Los sacerdotes de la Obra tenemos una gran familia de hombres y mujeres que hacen un apostolado encantador de amistad con miles de personas en todo el mundo, y ese apostolado culmina casi siempre en el confesonario y en la Eucaristía. En esa tarea, como ves, los curas tenemos un papel modesto: recibimos a los que nos envían nuestros hermanos, y te aseguro que no solemos esperar demasiado tiempo. Al contrario. De ahí, las trescientas mil confesiones —posiblemente más— que he podido oficiar en estos 50 años.
¿No te parece que vale la pena dar gracias al Señor por ellas? La cifra no es mérito mío: es consecuencia de la gracia de Dios y del trabajo de muchos.

Goyo dijo...

Queridisimo D Enrique
Gracias gracias con mayúsculas. El otro día unos de mis hijos me dijo papá me gustaría de mayor montar un negocio ¿ qué podría vender ? Le miré y le dije hijo mío vende esperanza pocos hay que la puedan vender y muchos menos aún que la vendan de calidad si te haces especialista en vender esperanza buena triunfarás aquí y ganaras la vida eterna

Enrique Monasterio dijo...

Isabel, con mucho gusto te respondería personalmente si me escribes a mi correo. No publico tu último comentario porque no viene a cuento y se ve que responde a algún problema tuyo.
Por cierto, no existen “curas particulares” y curas de parroquia.

Merche dijo...

¡Muchas felicidades don Enrique! Y muchas gracias por tantas horas dedicadas a las almas. Que Dios le conceda muchos años más haciendo el bien. Rezo por usted.

Y como está celebrando una fecha tan especial, le pido que rece por mi hijo Santiago, que se casará, si Dios quiere, el próximo domingo, 1 de septiembre. Que su hogar se parezca al de Nazaret, que sepan sacar cada uno lo mejor del otro y que las dificultades que puedan surgir les unan más. Muchas gracias.

Antuán dijo...

¡FELICIDADES! D. Enrique. ¡Como pasa el tiempo! y ¡Cuantas maravillas! Hoy no se porque me pilla de lágrima floja y esto ya es el remate. Pero eso no impedirá que rece más por todos ustedes. No tengo más que añadir. Lo que decía san Josemaria que el trabajo también es oración. Pues que lo sea. Adiosle-pido

Fernando Q. dijo...

felicidades. Tanto bien sirviendo a Dios..
Que Él le siga guiando.

un abrazo

Adaldrida dijo...

Felicidades Don Henry. Esc normal (y muy bueno) ver las maravillas que Dios hace con cada uno y sentirse poca cosa, pero nosotros que estamos fuera vemos toda la luz que usted ha reflejado a lo largo de estos años.