miércoles, 31 de agosto de 2016

31 de agosto de 1969




El hombre había llegado a la luna el día de mi cumpleaños. Más o menos por esas fechas, don Juan Carlos de Borbón fue proclamado "sucesor a título de rey" de un régimen que agonizaba entre luchas intestinas. En España se hablaba Matesa y de la inminente "crisis" de gobierno. El turismo iba bien; pero a mí todo eso me importaba poco. Lo que realmente me preocupaba era el calor de Madrid, que era insoportable, y más desde que me encontré vestido de negro con una tira de plástico blanco a la altura de la nuez y unas largas faldas imposibles de acomodar para subir y bajar del autobús. Terminaba el mes de agosto y yo estaba a punto de ser ordenado sacerdote.
La noche del 30 al 31 apenas dormí. Por la ventana de mi habitación enraba una luz tenue que iluminaba la larga sotana colgada en el perchero como un fantasma. Me levanté de la cama dos o tres veces y repasé mentalmente la ceremonia. Estaba seguro de que metería la pata. Yo sabía que lo importante era hacer los mismos movimientos que Carlos Elizalde, que estaría siempre a mi izquierda; pero Carlos se había acostado con una gripe de tamaño regular, tenía fiebre y no había podido ensayar.
—No importa —me dijo—; yo  hago lo que tú hagas. Me fío de ti. Por tanto si nos equivocamos, al menos lo haremos a la vez.
—Y en la duda, genuflexión —remaché—.
Empezó la ceremonia a las 10 de la mañana. El primer gesto litúrgico fue la "postración": los 28 ordenandos, permanecimos tumbados en el suelo, boca abajo, sobre una alfombra de lana que hacía subir aún más la temperatura.
Ya en pie, fuimos presentados a Don José María García Lahiguera, arzobispo preconizado de Valencia, que se había prestado a ordenarnos. Antes, alguien leyó la lista de candidatos, y a medida que decía nuestros nombres, dábamos un paso al frente. Creo recordar que el ceremonial prevé varias fórmulas para que cada diácono manifieste su voluntad de ser sacerdote. Nosotros elegimos ésta: un paso al frente, en silencio, como si formáramos parte de un ejército.
Terminada la ceremonia, los abrazos. Estaban mis padres, mis hermanos, algunos primos, amigos… Y el "tío Luis" con su sonrisa portentosa bajo su calva 
deslumbrante. Hablo, por supuesto de Luis Sánchez-Izquierdo, con el que me unía, además de un parentesco en tercer grado, una complicidad especial: Luis era supernumerario de la Obra desde tiempo atrás y me tenía reservada una pequeña trampa.
—Quiero que me confieses —me soltó de sopetón—.
—Es que…, todavía no he confesado a nadie.
—Por eso. Yo quiero ser el primero.
Gracias a Dios pude decir de corrido la fórmula de la absolución. Me la sabía en tres idiomas.
 
 


jueves, 11 de agosto de 2016

¿Nos hacemos un selfi?


En otro tiempo, los acuerdos y las reconciliaciones se sellaban ante notario o con un apretón de manos. Ahora basta una sonrisa y un selfi.
Cuando Rivera, Rajoy y Sánchez decidan navegar en el mismo barco por el bien de España y de sus respectivas cuentas bancarias, se harán un selfi junto a los leones del Congreso.
¡Qué buen momento el verano para selfitear! ¿Por qué no aprovechamos estos días para pedirnos perdón, perdonarnos y hacernos un selfi con los que  fueron nuestros enemigos íntimos mirando fijamente a las perseidas, que vuelan estos días por el firmamento? En este año jubilar de la misericordia hacerse un selfi puede ser un signo de reconciliación y de esperanza.
Yo quiero hacerme un selfi con Cloti, una gentil lectora anónima —a la que he dado ese nombre para aclararme—, que me insulta un par de veces por semana y persevera desde hace meses, a pesar de que nunca he publicado sus comentarios. Algo malo habré hecho para merecer su atención y sus vilipendios durante tanto tiempo.
Pienso en Cloti y seguramente la idealizo en mi imaginación. La supongo joven —de unos treinta años—, más bien gordita, tímida en la intimidad y locuaz en las redes; quizá funcionaria, ya que escribe todos los lunes a las 9 de la mañana desde la oficina. Presumo que juega a cazar pokemons por la calle y a resolver herméticos solitarios en el trabajo.
Querida Cloti, si por fin de animases a dar la cara, iluminándola con tu mágica sonrisa, podríamos hacernos un selfi en cualquier parada del autobús. Ya verás; seremos amigos para siempre.

miércoles, 10 de agosto de 2016

El aborto, según Gustavo Bueno

Gustavo Bueno, conocido filósofo ateo, acaba de fallecer en Madrid. Dios le habrá premiado su honradez intelectual, su independencia de criterio y su búsqueda constante de la verdad. Me temo que, aquí, en la tierra, no recibirá muchos homenajes.

lunes, 8 de agosto de 2016

La culpa fue del viento


El presunto delincuente vivía en una cueva en medio del campo, como un animalito montaraz y solitario.
Tiene 29 años —otros dicen que 27—, es alemán y se considera ecologista de firmes y saludables principios.  Ama la naturaleza más que a su propia familia, con la que no habla desde hace muchos meses, y siempre ha tratado de no contaminar el paisaje con restos humanos orgánicos o inorgánicos.
El presunto malhechor es hombre de higiénicas costumbres. Se alimentaba del fruto que le proporcionaba su pequeño paraíso, y todos los días, quizá a la misma hora, devolvía a la naturaleza parte del alimento recibido, no sin antes reciclarlo en el taller de sus intestinos.
Al concluir esa delicada operación, quemaba el papel higiénico para no deshonrar al monte con aromas indeseables. Luego echaba la siesta a la sombra de un pinus canariensis, que es especie arbórea de gran valor ecológico, mientras escuchaba el martilleo del pájaro carpintero y el canto rítmico del pinzón azul.
Ahora el presunto forajido está en prisión sin fianza por culpa de un golpe de viento inoportuno que le arrebató el papel de la mano cuando ya había empezado a arder. El papel, con firma y todo, cayó sobre unas hojas secas que prendieron instantáneamente y provocaron el mayor incendio de la década en la Isla de La Palma y la muerte de un agente forestal.
No quisiera dar  la impresión de que me tomo a broma la trágica noticia; pero reconozco que, por un momento, me he llenado de compasión al pensar en el pobre hippy recluido en su celda por culpa de una maldita ráfaga de viento, y me he imaginado a mí mismo defendiendo en el foro a tan peligroso individuo. Porque, veamos, ¿era necesario esposarlo y meterlo en la cárcel? ¿Acaso cree su Señoría que si se le dejara en libertad con cargos sentirá la tentación de huir de la isla en patera? ¿De verdad supone que la cárcel servirá para rehabilitar al delincuente y encaminarlo por la senda del bien? ¿O se trata de evitar que prenda fuego al resto del archipiélago?
Teniendo en cuenta además que el muchacho es más insolvente que una cabra montesa, ¿no sería oportuno sacarlo de la trena y obligarle a realizar trabajos en servicio de la comunidad; algo así como limpiar el monte de rastrojos para evitar que los incendios se propaguen con tanta rapidez?
Claro que si el ministerio fiscal inculpa a mi defendido por la combustión incontrolada del papel higiénico sin permiso del Cabildo insular, la cosa puede ser más grave, ya que el muchacho vivió en la montaña durante cinco meses, o sea 150 días, y me consta que era muy regular en sus evacuaciones mañaneras. ¿Le incriminarán por 150 actos de imprudencia criminal con  quema de papel reciclable?
La pena puede ser terrible.

miércoles, 3 de agosto de 2016

Nuevas adicciones



La estupidez humana no conoce fronteras. Es la globalización, querido Kloster. 
--Lo malo es que castigan en exceso las cervicales.
--En efecto, colega.