Terminado el funeral, Lourdes y su hermana, que acababa de llegar de un pueblo de Galicia, se me acercaron para darme las gracias y se quedaron un rato conmigo en la puerta de la iglesia.
—Gracias por hablarnos del Cielo —dijo Lourdes— y también por no dar muchos detalles. Los sacerdotes a veces quieren explicar demasiado, y supongo que, en realidad, apenas sabemos nada.
Le contesté que probablemente tenía razón y recordé el famoso texto de San Pablo a los de Corinto: “ni ojo humano vio, ni oído oyó, ni hay entendimiento capaz de concebir lo que Dios tiene preparado para los que le aman”. O sea, que el Apóstol no se arriesgó a describir el Cielo.
—Por eso me parece que no está tan claro eso que nos enseñaron en el catecismo: que el Cielo es “poseer a Dios, gozando de su infinito bien y, con El, de todos los demás bienes sin mezcla de mal alguno.”
Lourdes lo dijo de carrerilla, como quien recuerda una vieja definición muchas veces meditada.
—¿Qué es lo que te parece poco claro?
—Eso de gozar de todos los bienes "sin mezcla de mal alguno". ¿Cómo puede haber una felicidad sin mezcla de pena? Es como imaginar un cuadro en el que todo sea luz… No puede ser. Para que la luz destaque, el cuadro necesita sombras. Y para que la felicidad sea plena hace falta sufrir un poco…
—¡Qué cosas tienes, Lourditas! —intervino su hermana—. El padre te va a reñir por decir bobadas.
Pero ella seguía en sus trece.
—¿Crees que Manolo está ahora en el Cielo sin nada de pena? Por lo menos tendrá ganas de que llegue yo. Seguro que ya está impaciente. ¡Bueno es! Y cuando vayamos a allí arriba, sufriremos por los que se quedan aquí, sobre todo por los que se portan mal, igual que sufre Jesucristo, a pesar de que también está en el Paraíso y es feliz, ¿verdad don Enrique?
Por último, como en secreto, se dirigió a su hermana:
—Yo he sufrido mucho durante estos meses, pero por nada del mundo habría renunciado a ese sufrimiento. No me gusta vivir anestesiada.
Camino de su casa seguimos hablando del Cielo. Se había levantado la brisa de la Sierra y hacía frío.
Hoy, a la vuelta de los años, mientras contemplaba un retrato al óleo en el que la luz doraba magníficamente el rostro de un desconocido, he recordado de pronto el ejemplo que Lourdes empleó para hablar del Cielo: un cuadro en el que todo sea luz es un absurdo; una sinfonía sin pausas ni "oscuridades" musicales sería abrumadora y horrible. La sombra es necesaria para que la luz, el color y la música tengan sabor a gloria.
Lo mismo ocurre con la felicidad. Nos pasamos la vida huyendo del dolor, y así nos va. Por ese camino nunca aprenderemos el secreto de la alegría.
¿Qué pasará en el Cielo? Francamente, no sé. Me quedo con lo de San Pablo: “ni ojo humano vio, ni oído oyó…” Claro que en la Misa de mañana domingo leeremos otra frase del mismo San Pablo: "no pongáis triste al Espíritu Santo". Y si el Espíritu Santo es capaz de entristecerse...
* * *
Lourdes murió un año más tarde. Tengo apuntada la fecha: un 15 de septiembre, fiesta de la Virgen de los Dolores.
Como otras veces, he cambiado los nombres de los personajes. En esta ocasión, sólo eso.