miércoles, 30 de noviembre de 2016

La travesía de Gelsomina (II)

"Vuestros nombres están escritos en el Cielo"
 

Me gustaría continuar esta crónica escribiendo como Cervantes "la del alba sería cuando Gelsomina cruzó la Galaxia camino de Belén…", pero, como comprenderéis, aquí, en el Firmamento, no hay albas ni ocasos, ni tampoco cronómetros para medir el paso del tiempo. Yo solo sé que me puse en camino guiada por la estela de un Arcángel muchos siglos antes de que Yahvé formara a Adán del barro de la tierra.
En efecto, Dios se tomó las cosas con calma. Las travesías estelares duran miles de millones de años. A las estrellas esto nos parece natural, y, para Dios, cada siglo es apenas un instante. Claro que a vosotros algunos instantes os parece que duran siglos.
En todo caso yo estaba la mar de contenta porque sabía que llegaría puntual a la cita que el Señor me había preparado desde su eternidad. Tenía que aparecerme en un punto determinado de la Tierra para que tres magos me siguieran hasta Belén. Claro que aún faltaba un poco de tiempo. La travesía iba a ser larga.
Un día (o una tarde, quién sabe), volábamos en plena constelación Centaurus cuando el Ángel me reveló un secreto:
—¿Sabes cuántas estrellas hay en el Cielo, Gelsomina?
—¿Cómo voy a saberlo? Eso no lo sabe nadie, ni los ángeles.
—No digas barbaridades. Los ángeles sabemos de todo, y hasta tenemos un elenco detallado de las estrellas con sus nombres y apellidos.
—¿También tienen apellido?
—Naturalmente. Deberías saber que cada estrella está destinada un hombre, a una mujer a un niño o a un ángel, y cada una lleva inscrito el nombre completo de su ahijado. Jesús mismo lo dirá a los suyos: "estad alegres porque vuestros nombres están escritos en el cielo”.
—¿Y los hombres sabrán encontrar su estrella entre tantos miles de millones?
—La encontrarán si ganan el premio final de la Gloria. Sólo hay un problema; que no todos encuentran el camino. Algunos se empeñan en no mirar nunca al Cielo y se alejan de Dios y de su estrella. Por eso quiere Yahvé hacerse hombre; para que nadie olvide que su destino está aquí arriba.
—¿Y si los hombres no quieren…?
El Ángel se puso triste.
—Los ángeles trataremos de que eso no ocurra. Porque, si un hombre se alejara de Dios para siempre, su estrella se apagaría también para toda la eternidad.
Yo no entendí muy bien las palabras del Ángel, pero, por si acaso, le di un suave empujón mientras le decía:
—Corre, Gabriel, corre. Que no podemos llegar tarde. 


martes, 29 de noviembre de 2016

Mañana empieza la Novena de la Inmaculada


...Y os recuerdo que si hacéis clic aquí, podréis adquirir por menos de lo que cuesta un café sin azúcar, un librito que escribí hace tres años y que ha ayudado a muchos a tratar a la Santísima Virgen durante esos 9 días.
El libro puede descargarse en cualquier dispositivo: IPad, Samsung, IPhone, Kindle, etc., incluso a todos a la vez: basta con tener instalada la aplicación Kindle.
Hay muchos modos de vivir esta antigua devoción. Yo os propongo uno más. Como es mi costumbre, también esta vez me dejo llevar por la fantasía. Espero ganar muchísimo dinero, ya que me llevo 30 céntimos por cada ejemplar vendido. Una pasta, chicos.

La travesía de Gelsomina (I)


  
Es cierto que las estrellas calculamos a bulto el paso del tiempo. De hecho no tenemos relojes en el firmamento y, como aquí casi nunca pasa nada, jamás sabe 
una en qué día vive, ni de qué año, ni mucho menos qué hora es, ni para qué sirve saberlo.
Pienso sin embargo que debieron de pasar un montón de millones de siglos (mogollón decís ahora) ante de que entablara mi primera conversación civilizada. Yo estaba clavada en un extremo de la Galaxia, sola, sin nadie con quien hablar. Bien sabe Dios ─que lo sabe todo─ que yo he sido siempre la mar de sociable, incluso charlatana. De ahí que esperara impaciente a un interlocutor. Si no, ¿para qué me había concedido Dios el don de la palabra? Eso pensaba por entonces mientras miraba una y otra vez a lo negro que tenía frente a mí con la esperanza de que apareciera un cometa errante, una estrella enana o un planeta perdido.
Hasta que vino el Ángel Gabriel. Él me aclaró cuál iba a ser mi misión en  el firmamento, cargó mis baterías para la larga carrera espacial y me puso en contacto con el departamento técnico correspondiente para ultimar los detalles.
Un ángel estilista me iluminó el cutis hasta dejarlo hecho un sol y me vistió con una larga estela radiante para que los hombres pudieran saber de dónde venía y en qué dirección volaba. El arcángel orfebre hizo que la cola de mi vestido se convirtiera en plata repujada, y un serafín jovencito la llenó de música para que las demás estrellas comprendieran la importancia de mi misión. Era una melodía suave llegada del corazón mismo del Cosmos, que sólo puede oírse en el Cielo; la misma melodía que oyen los bienaventurados cuando suben hacia la Gloria y, según creo, la que unos pocos santos pueden percibir en la tierra.
Terminada la preparación, Gabriel me miró satisfecho:
─Ha llegado tu turno, Gelsomina ─me dijo─. Es el Adviento.
Sentí la fuerza que me empujaba a volar, y empecé la travesía.



sábado, 26 de noviembre de 2016

A la estrella de Belén


Sobre pokemons y estrellas 

Ésta es la escena de "La Strada", a la que me refiero en mi e-mail de  hoy
Querida Gelsomina :
Hace veinte años te llamé “Oriente” en un cuento que escribí sobre el Nacimiento de Jesús. Permíteme que hoy te cambie el nombre.
¿Por qué Gelsomina? Porque tu imagen me trae el recuerdo de una chiquilla de ojos saltarines, mirada traviesa y cara de alcachofa que aparecía en “La Strada”, una película inolvidable de la postguerra italiana.
Gelsomina era una especie de esclava comprada por diez mil liras. Su dueño, un animal llamado Zampanó iba por los pueblos de Italia a bordo un carromato motorizado exhibiendo su fuerza presuntamente hercúlea, mientras Gelsomina repicaba el tambor. A ella le habría gustado que su amo, de quien se iba enamorando poco a poco, la mirase con cariño; pero aquella bestia elemental la ignoraba por completo cuando no la maltrataba.
Lloraba Gelsomina porque pensaba que su vida no tenía razón de ser, que solo era un trasto inútil, hasta que una noche un payaso loco le convenció de lo contrario.
─Nada ni nadie es inútil en el universo ─le dijo─. Todo lo que Dios ha creado tiene un motivo y un fin. Yo no sé para qué sirve esta piedrecita que tengo en la mano. Si lo supiera sería el Padre Eterno; pero si está piedrecita fuese inútil hasta las estrellas dejarían de tener sentido. 
¿Comprendes ahora por qué te llamo Gelsomina? Tú también estuviste así, aburrida en una esquina de la galaxia y llegaste a pensar que eras una estrella inservible, una especie de error del Todopoderoso. Pero, cuando te dejaste llevar por el Ángel, te convertiste en un personaje imprescindible. Fuiste la primera señal de tráfico que instaló Yahvé para orientar a los Magos. Hiciste la travesía del desierto con escolta de reyes y manto de plata. En Jerusalén pusiste en jaque a la jet con su monarca a la cabeza. Y, sobre todo, te posaste sobre la gruta donde nació Jesús, y viste al Niño que tantos reyes, profetas y patriarcas habían soñado ver, y no vieron. Fuiste la lámpara en la mesilla de noche de María y el farol del portal que alumbró a los Pastores. Para colmo, tu larga cola de luz bailó en el cielo el primer villancico que compusieron los ángeles.
Querida Gelsomina, yo sé que Dios te ha encargado una nueva misión. Esta Navidad darás escolta a cientos de miles hombres, mujeres y niños, que llegarán desde Oriente porque te han visto en el Cielo. Llevan tu imagen en la retina y un cargamento de sueños imposibles en la mochila.
Me dicen que se cumplirán esos sueños sólo si te descubrimos también desde Europa. Sólo así se producirá de nuevo el milagro de Belén; pero me temo que no está el horno para bollos ni tenemos la pupila para estrellas.
Cuando te encuentres sobre la Península echa un vistazo hacia abajo y lo entenderás. Verás a millones de españoles que caminan por las calles con la cabeza inclinada hacia el suelo. ¿Problemas de cervicales? No, querida estrella: llevan en la mano un artilugio hipnótico con una pequeña pantalla de la que no pueden apartar la vista ni un segundo. ¿Se trata de una enfermedad? Probablemente, pero aún no ha sido clasificada por los galenos, quizá porque ellos mismos están también ocupados contemplando su propio ombligo electrónico.
Te preguntarás qué es lo que capta la atención de tantos. Si te respondo que los “pokemon” no entenderás nada. Tampoco yo, no te preocupes. Por lo visto, muchos juegan a atrapar seres virtuales que pululan por las calles pero sólo pueden verse en esos mágicos rectángulos.
El Doctor Kloster ya habla de una neurosis nueva, que es epidémica, virulenta y contagiosa. Los afectados piensan que no hay vida más allá de su pantalla, y han perdido por completo la capacidad de mirar al cielo. Es el mito platónico de la caverna en versión cibernética.
¿Remedios? A eso me dedico yo, querida Gelsomina. Mi trabajo consiste en levantar una a una las barbillas de los pantalleros para que vean la luna, el sol, las estrellas, las aves del cielo, los árboles del bosque, los rostros de las gentes. Y puedan mirarte también a ti, Gelsomina, y a ese Dios inmenso que vendrá dentro de nada en los brazos de María.