lunes, 19 de febrero de 2018

A Walt Disney


Yo también lloré con Bambi


Querido Walt Disney:
Se han cumplido 75 años desde el estreno de Bambi. Fue uno de los primeros largometrajes de dibujos animados que tú dirigiste. Mi madre me llevó a verlo en el "Gran Cinema Las Arenas". El local estaba abarrotado de niños más o menos de mi edad, todos la mar de emocionados porque nos habían dicho que la peli era preciosa.
Bambi era un cervatillo encantador, tímido e inseguro, de ojos enormes y tiernos, que vivía con su madre en el bosque. Tenía unos amigos inolvidables, como el conejo "Tambor", la mofeta "Flor" o la cervatilla "Faline". Sin embargo ninguno de ellos le enseñó tantas cosas útiles como su madre.
Hasta que un día…, —¿por qué fuiste tan cruel, querido Disney?— llegaron los cazadores. La mamá de Bambi los olfateó en el aire y apremió a su hijo para que corriera lo más rápido posible. Ella hizo lo propio, pero un disparo certero acabó con su existencia. Bambi, que aún no sabía nada de la vida y la muerte, comenzó a llamarla angustiado. En ese momento todos los niños del mundo lloramos a moco tendido.
Fue tal el éxito de la película que, a partir de entonces, la "Factoría Disney" llenó de animalitos las pantallas de Europa y América. Hubo elefantes y leones bondadosos, peces encantadores, aves charlatanas, osos amorosos, ratones traviesos y así sucesivamente. Un desastre.
Entiéndeme querido amigo, no tengo nada contra los dibujos animados ni mucho menos desde que aparecen en 3D gracias a las nuevas tecnologías. Pero me pregunto si no os habréis pasado de la raya por culpa de la ola post romántica que nos invade.
El romanticismo, como es sabido, fue un gran movimiento cultural revolucionario, contrario al frío racionalismo de la Ilustración, que transformó la literatura, la música, la pintura, la política, la moda, las relaciones humanas…, y continúa afectando, dos siglos después, al cine, a los comics, a la educación y hasta a las nuevas tecnologías.
En pocas palabras, el romanticismo supuso una híperexaltación de los sentimientos hasta situarlos como único referente ético, estético, político o moral. La verdad quedó relegada a un segundo plano. Sentirse bien era lo que importaba. Para un  romántico, lo que uno siente o "se siente" prevalecerá siempre sobre "lo que uno es".
A ver si un día de estos me decido a escribir algo sobre el romanticismo y los nacionalismos, una cuestión apasionante y muy actual. Ya sé que caeré voluntariamente en la fosa de los leones, pero quizá sean leones bondadosos como los tuyos, querido Disney.
Entre las últimas manifestaciones del romanticismo materialista están los movimientos animalistas más o menos radicales. Sus militantes suponen que como los animales tienen sentimientos, hay que convertirlos en sujetos de derechos, ya que, al fin y al cabo, no se diferencian de nosotros: el espíritu no existe; solo la compasión, la ternura, la sensibilidad.
─¿La dignidad humana, dice usted? ¿Y por qué el hombre va a tener más dignidad que una foca o que ese toro o esa vaca de mirada melancólica y húmeda a la que asesinamos para devorar su solomillo? ¿Y cómo no voy a mimar a mi mascota y comprarle un jersey de cachemir y darle besitos en sus adorables morritos? Y no me hable usted del aborto, que los fetos no tienen sentimientos. Por tanto no cuentan hasta que yo lo diga.
No sé, mi querido Disney, si tienes algo de culpa en todo esto. Te escribo a ti y no a don Juan Tenorio, a Brahms o a Gustavo Adolfo Bécquer —otros ilustres románticos— porque tú me caes bien y me has hecho disfrutar con tus historias durante muchos años.
Dicen tus fans que no estás muerto, que te conservan congelado y te despertarán cuando haya una forma de curarte. Es falso, claro. Yo deseo y espero que Dios te haya recibido en el Cielo y premie las muchas obras buenas que hiciste con tu talento aquí en la tierra. 
Y, por supuesto, siempre nos quedará Mickey Mouse.