lunes, 10 de diciembre de 2018

El Villancico de Tajamar


Ya está aquí. Todos los años decimos que es insuperable, pero se superan siempre. Os lo copio sin más comentarios.¡Feliz Navidad, y que nade se olvide de poner el Belén!



Letra: Canción original: “Día de lluvia” Autor: Carlos Rivera Adaptación de la letra: Álvaro Torres Todo lleno de oscuridad, Hace frío y se corta el silencio. Aquí en este humilde portal Preparemos, no hay tiempo al lamento. El Niño pronto nacerá, Mula y buey preparad vuestro aliento. Sólo eso le calentará, Daros prisa, ha llegado el momento. Duérmete, mi pequeño Descansa en esta noche de paz. Las estrellas del cielo Brillan para no verte llorar. Que los ángeles canten, Que llegue al Cielo la claridad, Que se calle el silencio, En esta primera Navidad. Qué alegría estás aquí ya, Es un sueño tenerte en mi pecho. No puedo dejar de llorar Tu sonrisa consuela mis miedos. Ven aquí mi amado José, Coge al Niño cúbrelo de besos. Pronto la gente llegará, Todo un Dios en un niño pequeño. Gloria a Dios en el Cielo Descansa en esta noche de paz En un humilde lecho Nacerá el Rey de la humanidad. Que los ángeles canten, Que llegue al Cielo la claridad, Que se calle el silencio, En esta primera Navidad. Toma todo mi corazón Sólo eso puedo regalarte Llena el Mundo con tu calor Que la Navidad llegue a cambiarme. Duérmete, mi pequeño, Descansa en esta noche de paz. Las estrellas del cielo Brillan para no verte llorar. Que los ángeles canten, Que llegue al Cielo la claridad, Que se calle el silencio, En esta primera Navidad.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

El perfume y la pecadora


Sus padres le dieron un nombre al nacer, pero ella lo esconde avergonzada para que no se asocie con su oficio. Nadie debe conocer la verdadera identidad de la pecadora. Ahora la llaman con un apodo que alguien inventó una noche de alcohol y furia. Toda la ciudad la conoce por ese mote.
El búho la ve cada día al ponerse el sol. Viste de colores vivos y camina con la cabeza erguida, el cabello suelto y un enérgico golpeteo de tacones sobre las losas de la calzada romana. Se vende a sí misma con una canción obscena. Cualquiera diría que se siente orgullosa de ser quien es.
Hoy sin embargo…, aún no ha anochecido. ¿A dónde va tan decidida vestida de blanco y con unas viejas sandalias? Lleva en la mano un frasco de alabastro tallado por algún orfebre.
Homero asoma la cabezota en su madriguera y la sorprende llorando.

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—¿A dónde vas —le pregunta el búho—, y porque lloras?
—Ha venido a la ciudad Jesús de Nazaret, un profeta que devuelve la vista a los ciegos y limpia la carne de los leprosos
—¿Y crees que puede curarte también a ti?
—Dicen que basta con tocar la orla de su manto y que perdona los pecados...
—Solo Dios perdona —responde el búho—, ¿pero qué llevas en las manos?
La pecadora aprieta el frasco de alabastro contra su pecho y acelera el paso.
En casa de Simón el Fariseo las puertas están abiertas de par en par. Se celebra un banquete, y el anfitrión quiere que todo el pueblo sea testigo de su riqueza y de la presencia de Jesús de Nazaret, el famoso Profeta de Galilea, que se aloja en su casa. Los mendigos se agolpan en la calle; los perros, bajo la mesa, dan buena cuenta de lo que desechan los convidados. Jesús apenas come. Calla, escucha a su anfitrión y espera en silencio.
La pecadora se abre paso entre la multitud y llega a los pies del Maestro. Los invitados se miran escandalizados. Simón hace ademán de rasgarse las vestiduras, pero Jesús le sujeta la mano.
La mujer quiebra el frasco de alabastro y derrama el perfume sobre los pies de Jesús. El aroma que llena la estancia representa su vida entera. En el frasco está toda su fortuna, la riqueza atesorada moneda a moneda durante años y que ahora le repugna. Por eso debe desprenderse de ella para siempre.
El Señor mira a la pecadora con ternura y dice solo una palabra:
—María…
Las lágrimas de María, límpidas y copiosas, se mezclan con el perfume.
—Así me llamaba cuando vivía en Magdala con mis padres.
—Has amado mucho, María. Por eso tus pecados te son perdonados, y desde hoy recuperas tu nombre de niña, el que yo mismo te puse antes de la creación del mundo. Así te llamarán siempre y te alabarán todas las generaciones: llevas el nombre de mi madre y tu corazón ya es virgen como el suyo.




domingo, 4 de noviembre de 2018

El cielo se parece a una canción de cuna



En noviembre, el búho sale de su guarida a media tarde. La noche es más larga y la caza abunda en el bosque. Hoy, sin embargo, Homero piensa en la fiesta de Todos los Santos, de los que llegaron al Cielo y vuelan en la gloria como águilas por toda la eternidad. A él le gustaría emprender ese vuelo para ver a Dios cara a cara con sus ojos pasmados. Y se pregunta cómo será dar alcance al mismo Cristo, atraparlo con sus garras poderosas y llevarlo a su guarida. O, mejor aún, vivir en la casa de Jesús para siempre, para siempre.


El Cielo se parece…
—¿A qué se parece el Cielo?
Me lo preguntó Inés a mediados del Jurásico. Ella tenía 9 años y yo cincuenta. Éramos dos chiquillos con suficiente imaginación para lanzarnos a fantasear sin ningún género de dudas.
—El Cielo —le dije— se parece al mejor viaje que hayas soñado; es un viaje por el corazón de Dios. Se parece también a una sinfonía que querríamos oír por toda la eternidad. Se parece a aquella tarde después de la tormenta, cuando todo se llenó de pájaros y de cantos y el horizonte se incendió sobre las montañas. Se parece a la sonrisa de dos enamorados que no pueden dejar de contemplarse. Se parece a un banquete familiar donde compartimos mesa y mantel con La Santísima Trinidad…
—Pues yo creo —me interrumpió Inés—, que también se parece a una canción de cuna.
¿Una canción de cuna? Sí, es posible que tengas razón. Llevamos tantos años luchando por ser pequeños delante de Dios, y es lógico pensar que al final lo lograremos plenamente. ¿Te lo imaginas? En la puerta que da entrada a la Vida Eterna, no está San Pedro con gesto huraño y un manojo de llaves, sino mi Señora, la Virgen María.
Ella nos mira como miran las madres a sus hijos pequeños cuando llegan a casa con las manos sucias, el pelo revuelto y algún que otro arañazo en cualquier parte del cuerpo.
Con semblante serio, pone el dedo índice delante de sus labios para que no digamos nada. Luego nos toma en brazos, nos quita la ropa y nos introduce en una bañera de agua muy caliente, casi a punto de hervir. No puedo contener un grito al notar la quemazón sobre mi piel, pero María sonríe y, en silencio, mete sus manos dentro del agua y empieza a limpiar mis heridas una a una y a disolver la roña acumulada durante tanto tiempo. Es el Purgatorio.
Al fin puedo ponerme en pie y me miro en el espejo: tengo tres o cuatro años nada más. María me seca con una gran toalla azul. Me perfuma con el aroma de sus manos blancas y, con un peine de plata, ordena mis cabellos revueltos.
―Estás hecho un Cielo ―me dice―. Y me da un beso. 
Antes de quedarme dormido la oigo cantar una nana muy dulce.


jueves, 20 de septiembre de 2018

Las manos


En la guarida del búho

Las manos de Dios

Homero  extiende las alas, las mira y da gracias a Dios porque, con ellas, puede cruzar el bosque en la noche, como un fantasma silencioso, salvando todos los obstáculos. Las alas del búho son cortas y recias, capaces de rectificar el rumbo en un segundo para atrapar la presa con sus garras.
Sin embargo, no le importaría perder las alas si Dios le concediera unas manos como las que tienen los hombres; esas manos que  hablan sin palabras, que expresan alegría y dolor, curan heridas, golpean, acarician, matan, dan la vida, consuelan, crean belleza…
Sí; Homero con gusto renunciaría a volar.
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Yo fui  leproso en Israel. Era muy joven cuando aparecieron en mi piel las primera manchas que auguraban la maldición de la lepra. Traté de ocultarlas con mil ropajes y con perfumes traídos de oriente. Yo era rico por entonces.
Consulté con un curandero, que me echó sin contemplaciones de su casa.
—Estás maldito —me gritó—. Preséntate al sacerdote o huye a tierra de gentiles.
Al fin me denunciaron mis propios hermanos. Quemaron mis vestidos, se quedaron con todos mis bienes y me enviaron al valle de los leprosos. Comprendí entonces que mi vida había terminado sin remedio. Debería vagar lejos de la ciudad, sucio, desgreñado, haciendo sonar un cencerro y gritando "¡impuro, impuro!", para que nadie se acercara a quien había sido maldecido por Yahvé.
La enfermedad avanzó deprisa. Perdí sensibilidad en los pies; los tendones se contrajeron y mis manos se convirtieron en garras. Las úlceras aumentaban. Ya casi no podía caminar.
Una tarde, mientras comía un pedazo de pan que alguien había dejado junto a mi choza, se me acercó una anciana leprosa y me dijo:
—Yo soy vieja y moriré pronto, pero tú aún puedes buscar al Nazareno.
Lo encontré en tierras de Galilea. Junto a él había un pequeño grupo de discípulos que le protegían de los enfermos. Yo sabía que la Ley me prohibía acercarme a los que estaban limpios. Si lo intentaba, me apedrearían los seguidores del Nazareno, pero ya no me importaba nada. Corrí hacia Él.
—¡Un leproso! —gritó alguien—.
Todos, menos Jesús, retrocedieron horrorizados. Yo caí a sus pies y con voz rota susurré:—Señor, si quieres, puedes limpiarme.
Él comenzó a extender su mano derecha. No era la mano de un Rabí. Era grande, fibrosa, forjada en el trabajo del campo o en el taller. Yo quise retroceder. ¿Qué se proponía Jesús?  ¿Tocar a un leproso? Alguien  trató de impedir semejante locura ilícita, pero su mano llegó hasta mi frente y la acarició como una madre.
—Quiero; sé limpio.
En un instante sentí que mis tendones recuperaban su fuerza y flexibilidad y que las úlceras desaparecían.  Agarré la mano de Cristo y dejé allí un beso.
Entonces, por un instante, vi algo… No fue un desvarío, creedme. Vi un clavo que penetraba en esa muñeca, y sentí que la sangre de Jesús bañaba mis labios.
Desde aquel día, mis labios sólo saben hablar de esas manos laceradas que curan, salvan consuelan, acarician y dan la vida.

viernes, 10 de agosto de 2018

Regreso a Madrid

Como saben mis más fieles globeros, desde seis años y pico he vivido rondando la Villa y Corte, pero sin apenas poner pie en el asfalto de la ciudad.  He predicado muchas docenas de cursos de retiro y he atendido toda clase de convivencias y actividades formativas en Molinoviejo, Valdelafuente, La Acebeda, el Soto, Airaga, Los Roques... He confesado a centenares de hombres y mujeres de toda edad y condición. He tenido que dar consejos a personas santas que me han ayudado a mí mucho más que yo a ellos... He experimentado el crecimiento interior que se alimenta de la soledad y de la contemplación.
¿Ha sido duro? Sí, pero también apasionante y enriquecedor.
Ahora vuelvo a Madrid. Seré otra vez un cura urbano y ya no tendré que pensar cada mañana dónde estoy y por qué lado de la cama debo salir sin romperme la crisma contra la pared.  También iré a un colegio; le dedicaré unas cuantas horas a la semana y lo más probable es que compruebe que los adolescentes siguen siendo unos seres odiosos y adorables que viven en permanente cambio. 
Quizá resucite el globo. ¿Quién sabe?

jueves, 12 de julio de 2018

Fe en el barro



Jesús vio al pasar a un hombre ciego de nacimiento, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: "lávate en la piscina de Siloé". Él fue, se lavó y volvió con vista.(San Juan 9, 1).
El búho también está ciego, pero solo cuando lo deslumbra el sol al amanecer. Sus pupilas no fueron creadas para la luz. Lo suyo es la penumbra, la amable oscuridad de la guarida, donde reina como señor de la noche
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Fue un día de primavera. El ciego salmodiaba su eterna cantinela melancólica con la esperanza de arrancar unas monedas a los peregrinos que iban camino de Jerusalén. La mayoría pensaba que aquel mendigo debió de ser un gran pecador. O tal vez lo eran sus padres. Solo así se explicaba que Yahvé lo hubiese condenado a vivir en tinieblas desde el vientre materno.
El ciego no sabía lo que era el color ni la luz. Sus ojos ni siquiera veían un lienzo negro, solo la nada. Su imaginación se alimentaba de sonidos, aromas, caricias, risas y lamentos. Las yemas de sus dedos habían aprendido a distinguir el relieve de las monedas, la tersura de una piel joven, las estrías de un rostro anciano, la sinceridad o la doblez de una voz cercana.
Cuando las monedas tintineaban al caer sobre su manto, sabía al instante si eran sestercios, ases, cuadrantes o cualquiera de las piezas extranjeras que traían los judíos de la diáspora. También detectaba la presencia silenciosa de los que le miraban.
—¿Quién pecó,  éste o sus padres…? —preguntó alguien a su lado—.
—Ni éste ni sus padres —respondió una voz llena de afecto y autoridad—.
El ciego notó que su corazón se aceleraba, y enseguida, la caricia de unas manos jóvenes y el frescor de un insólito colirio hecho de barro y saliva, que penetraba en la órbita reseca de sus ojos muertos. Entonces creyó en aquella voz, dejó que la medicina le empapara hasta el fondo, y, también él, como el ciego de Jericó, se desprendió del manto para correr sin obstáculos hacia la luz de la piscina de Siloé. 
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Hace algunos años, un mendigo con cuatro copas de más me siguió por la calle gritando:
—¡Basura! ¡Los curas sois basura!
Yo iba a dar la comunión a una persona enferma y llevaba en el bolsillo interior de la chaqueta una cajita dorada —teca, se llama— con la Sagrada Forma.
No respondí, pero pensé que el borracho tenía parte de razón —in vino veritas, que dijo Plinio—. Basura quizá no; pero sí barro de mala calidad que a veces se rompe en pedazos y escandaliza.
Jesús quiere utilizar este barro y no le importa que sea frágil y sin valor. Él lo toma con sus manos llagadas, lo impregna con su sangre y su saliva y da luz a los ciegos, sana a los enfermos, resucita a los muertos, y devuelve la paz y la alegría a los desesperanzados.
¿Creéis en Jesucristo? Creed también en el barro: en el agua del bautismo, en el óleo de la Confirmación y de la Unción de los enfermos, en el Pan que se convierte en Cuerpo del Dios vivo. Y en ese cura de barro que perdona los pecados porque sólo quiere estar cada día en las manos de Jesús Alfarero. 

jueves, 21 de junio de 2018


  En la guarida del búho


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Dicen que el búho es un fantasma que vuela en silencio cuando anochece y ataca a sus presas mientras duermen. A Homero, mi búho de cabecera, no le parece mal que lo definan así.
—Al fin y al cabo —me dice— a Jesús también le confundieron con un fantasma.
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Caminar sobre las aguas 


Era noche cerrada y se había levantado un viento huracanado en el Lago de Genesaret. Íbamos en la barca de Pedro rumbo a Cafarnaúm, pero enseguida comprendimos que quizá sería imposible completar la travesía. Los remos parecían de plomo y las olas amenazaban con enviarnos al fondo del mar. Algunos dijeron que lo más prudente era regresar, pero Simón Pedro y los hijos de Zebedeo parecían dispuestos a seguir luchando contra el temporal.
Pasaban las horas y, en el peor momento de la borrasca, vimos aparecer a lo lejos una pequeña mancha blanca, como una especie de lienzo que se acercaba hacia nosotros, contra el viento y la marea, deslizándose sobre la superficie del agua. Alguien gritó:
—¡Es un fantasma!
El pánico nos contagió a todos y nuestras voces se fundieron con el estrépito de las olas. Yo estuve a punto de lanzarme al mar para buscar a nado la costa; pero en ese momento cada uno de los que estábamos en la barca oímos con nitidez una voz inconfundible, que llegaba hasta nuestros oídos como un susurro amable, lleno de autoridad.
—No tengáis miedo; soy yo.
Pedro se puso en pie.
—Señor, si eres tú, mándame que vaya hacia ti andando sobre el agua.
Por un momento pensé que Cefas había enloquecido. Aquella petición  carecía de toda lógica. Pero el Señor sonrió, le invitó a acercarse y, en medio de la tormenta, Pedro aprendió a caminar sobre el mar.
Al recordar este pasaje pienso en esas personas que quizá sienten que Jesús les llama a seguirle más de cerca, que les invita a vivir una nueva aventura llena de riesgos, contra toda lógica humana. ¿Cómo podrán estar seguros de que, en efecto, es el Señor quien les habla y no un fantasma de su fantasía?
Yo les aconsejaría que utilicen la lógica de Pedro:
—Señor, pídeme que camine sobre las aguas, que no me refugie en mi comodidad o en mi egoísmo. No me tranquilices diciendo que ya hago bastante; ¡pídeme más! Así sabré que eres tú quien me llama, porque sólo tú puedes exigir tales locuras. Y, cuando dé los primeros pasos sobre el mar, perderé el miedo a los fantasmones que traten de hacerme regresar al puerto de partida.
Y si a mitad de camino, me vuelvo razonable y comienzo a hundirme entre las olas, sé que tú me tenderás la mano como hiciste con San Pedro, me llamarás cobarde y volveré a marchar contigo sobre las aguas.

martes, 29 de mayo de 2018

Irlanda se suma al genocidio



Mi amigo Goyo, ilustre segoviano, me envía a Molinoviejo  este artículo. Dice que espera que lo publiquen en la prensa local. No sé, Goyo, no sé. Todo lo que escribes es cierto y evidente, pero quizá por eso sea mejor no difundirlo.
Durante estos días de mayo han visitado la ermita de Molinoviejo más de tres mil personas. la mayor parte niños y niñas de colegio. Me habría gustado sacarles una fotografía y publicarla en el globo, pero enseguida me advirtieron que es ilegal fotografiar la cara de un niño sin el permiso expreso de sus padres. 
Vivimos en un mundo raro: fotografiar a un niño puede ser un delito. Abortarlo,en cambio, un  derecho.


El pasado día 25 de Mayo se votó en Irlanda la despenalización del aborto. Era de los pocos países que quedaban en Europa donde se contenía la barra libre de la muerte y, lamentablemente para Irlanda y para Europa, el resultado fue sí al aborto; si a la muerte de inocentes.
He pensado mucho el porqué del sí al aborto en casi toda Europa y llego a la conclusión de que vivimos en una sociedad anestesiada por una alta renta per capita pero despojada del más mínimo sentido trascendental y ético de nuestra existencia. Y, por supuesto, vivimos sumidos en el engaño y las medias verdades que confunden y no ayudan a encontrar la verdad.
La primera mentira que nos encontramos cuando se habla de aborto provocado es el lenguaje, siempre se habla de IVE ( Interrupción voluntaria del embarazo ) cuando, en realidad, lo que se hace es acabar dentro del seno maternal con la vida de un inocente.
Otra de las grandes verdades que interesadamente se esconden es el estado anímico en el queda una madre después de abortar. Como dice un gran médico próvida Español “después de un aborto, alguien siempre sale llorando” y, es verdad, las heridas psicológicas en la madre pueden durar toda la vida. Esta realidad también se calla.
Otro aspecto que deberíamos considerar es que, un aborto, siempre es violento. Desde la aparentemente “suave” píldora del día después hasta los métodos de siempre que conviene recordar para hacernos caer en la cuenta de que el IVE no es tomarse una aspirina. La píldora del día después suele producir hemorragias y desarreglos hormonales intensos en la madre,  y no es para nada rápido y sencillo como nos tratan de hacer creer.
Los métodos con los que se practica abortos son todos ellos crueles, en los que el feto sufre y siente dolor y que, básicamente,  son:
  1. la inyección salina: método por el cual se abrasa al feto inyectando a la madre una solución salina que quema y mata al bebé.
  2. el curetaje: que consiste en descuartizar al niño dentro del vientre de la madre.
  3. la aspiración: como su nombre indica consiste en aspirar al niño como si fuera basura.
  4. Este último método se emplea en embarazos avanzados y consiste en el parto parcial, básicamente se deja nacer al niño al que previamente se ha aplastado la cabeza o algún órgano vital.

Por eso creo que toda niña debería ver como queda un feto después de alguno de estos métodos para formarse una idea en la cabeza de lo que es un IVE. Debería ser de obligado conocimiento el vídeo del “El grito Silencioso” del Dr. Nathanson.

También es una realidad que en ninguna clínica donde se practican abortos se permite a la madre mirar al cubo de basura donde se arrojan los restos de su bebé.
Estas realidades deberían ser sabidas y conocidas por todos los jóvenes Europeos pero, sin embargo, se callan y se ocultan por intereses comerciales y un falso sentimentalismo social que, por no herir sensibilidades, desinforma y confunde.
Además de todos estos argumentos y teniendo claro que asesinar a un inocente nunca puede ser un derecho. El enfoque verdaderamente humano de un embarazo no deseado debería ser el de ayudar y dar soluciones reales a una madre cuyas situaciones pueden ser, en muchos casos, muy desesperadas. Quiero agradecer la gran labor social que las asociaciones próvida en España y en Europa hacen diariamente donde ayudan de forma incondicional a las madres a darse cuenta del gran tesoro que llevan dentro y no empujarlas al brutal proceso de matar a su hijo.
Además hay otro argumento socioeconómico y es que, el aborto, está produciendo en Europa  un desierto demográfico. Por poner un ejemplo, sólo en España se producen al año 95.000 muertes de inocentes mediante el aborto. Estos 95.000 inocentes garantizarían el relevo generacional y el pago de las pensiones futuras  pero, nuestros miopes políticos, creen que un problema ético a largo plazo se puede resolver con subidas de impuestos a corto. Tampoco se dan cuenta de que si no nacen niños, o los continuamos asesinando antes de nacer, y no favorecemos la natalidad, y paramos el genocidio silencioso del aborto, ninguna nación tendrá futuro a medio plazo y, por su puesto, nos enfrentamos a ser engullidos por otros que a sólo unos miles de kilómetros tienen claro que abortar es un crimen.
Por eso el si de Irlanda es triste y preocupante. Es triste para Irlanda y es triste para Europa, si no empezamos a llamar a las cosas por su nombre y seguiremos anestesiados con términos que esconden la verdad y tranquilizan nuestras conciencias acabaremos cayendo al abismo. 
GOYO DE FRUTOS


martes, 22 de mayo de 2018

En la guarida del búho (III)

¿Qué buscáis?


Ya ha comenzado la gran evasión. El búho, desde su guarida, contempla sin sorpresa la desbandada. Son millones y se ponen en marcha todos a la vez. La mayor parte se dirige a la costa más tórrida de nuestra geografía. Otros prefieren el monte.
—Muchas aves también emigran en esta época —comenta—; pero ellas saben muy bien por qué se van: necesitan alimentarse. En cambio éstos… ¿Qué buscan?
Homero señala con el ala la interminable caravana de automóviles que huye de la ciudad. Cierra un ojo y se dispone a echar una cabezada.
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Estamos en el Río Jordán. Juan Bautista ve pasar a Jesús y dice una frase misteriosa que nadie entiende; ni siquiera Juan y Santiago, dos hermanos muy jóvenes que están a su lado.
Éste es el Cordero de Dios.
El bautista hace un gesto con la mano, y los muchachos comprenden que deben ir detrás del Señor.
"Jesús, viendo que le seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis?"
Son las primeras palabras que Jesús pronuncia al comienzo de su vida pública.  

Los hermanos se miran el uno al otro sin saber qué responder. Al fin, Santiago dice tres palabras que a la postre resultan definitivas:
—Maestro, ¿dónde vives?

—Venid y lo veréis.
Ahora, al contemplar la caravana de esos miles de automóviles que escapan de las ciudades, pienso que el Señor sigue preguntado: ¿qué buscáis? ¿Qué es lo que os lleva a soportar los atascos de las carreteras, el bochorno del camino, la comida basura, el hedor de los cuerpos sudorosos y el efluvio de las estaciones de servicio, el lúgubre espectáculo de las vestimentas estivales, las aglomeraciones de las playas, las impertinencias de los nuevos vecinos, las medusas asesinas que se acercan a la costa, las quemaduras solares…?
Unos aseguran que necesitan descansar. Otros, que "cambiar de aires"; algunos pocos, que quieren estar con la familia. Habrá quien reconozca que no sabe lo que busca, que solo pretende huir de la rutina diaria, del tedio del trabajo o del jefe de la empresa.
Pero tal vez alguien recuerde que Jesús es el mejor descanso para los que huyen: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré," dijo el Señor en  cierta ocasión. Y, si le preguntamos, como Juan y Santiago, Maestro, ¿dónde vives?, Él nos responderá:
—Estoy en los sagrarios de las iglesias que encontraréis a lo largo del viaje; pero no sólo allí; también vivo en la playa y en el campo, en los amaneceres sobre el mar, en la cumbre de las montañas, en la soledad de los bosques y en las fiestas de los amigos, en la alegría de los niños, en las palabras serenas de los viejos, en el corazón de los humildes. Sólo os pido que aprovechéis estos días para pedir perdón por los errores pasados y  lavar vuestra alma en el Sacramento de la reconciliación. Así seréis capaces de reconocerme y de conversar conmigo en cualquier paisaje, a cualquier hora del día o de la noche.
Antes de concluir estas líneas en el pequeño oratorio de mi casa, comprendo que el Señor sonríe desde el Sagrario y me pregunta: Y tú, ¿qué buscas?

sábado, 12 de mayo de 2018

En la fiesta del Beato Álvaro

He estado unos días en el dique seco por culpa de una pequeña pero molesta intervención quirúrgica que me impedía mirar a la pantalla del ordenata más de cinco minutos seguidos.
Hoy, festividad del beato Álvaro del Portillo, ya me encuentro en condiciones de inflar el globo y de echarlo a volar. A ver qué os parece este video, que se publica en la web del Opus Dei.

lunes, 30 de abril de 2018

Contracorriente




Desde Molinoviejo a mi casa hay 50 minutos de autopista; menos de lo que uno necesitaría para encontrar aparcamiento en el centro de Madrid.
Durante el viaje oigo "La Primavera" de Vivaldi para celebrar que la floración ha comenzado también en la sierra. A continuación,  rezo el rosario sin más distracciones que las inevitables.
Al cruzar el túnel de Guadarrama, que une las dos Castillas, el tráfico se espesa bruscamente. El problema no afecta a mi Citroën, ya que volamos camino de Madrid sin apenas obstáculos, pero los que salen de la Capital caen un inmenso atasco de muchos, muchos kilómetros. Lo llaman "operación" salida.
Mi primera reacción es un tanto miserable; me alegro de no haber caído en la trampa que hay en cada puente laboral y quizá me divierto un poco imaginando las penalidades de los que huyen de Madrid. Luego medito en lo que significa ir contracorriente, que es lo que me toca hacer casi siempre, no por el placer de llevar la contraria a las masas, sino porque la vida me empuja en esta dirección.
Me pregunto si ser cura significa que uno debe ir contracorriente a toda costa; si la Iglesia también debe avanzar así, contra viento y marea y tráfico, o es mejor que se una a la operación salida para caer en los inevitables atascos de los que escapan y ser solidaria con los atascados. ¿Y Jesucristo? ¿No fue también contracorriente?
Enseguida comprendo que son preguntas demasiado complejas para resolverlas en un viaje tan breve. De momento, ya me he plantado en la M40, que es una amplia autovía de circunvalación. Me esperan quince días urbanos.

viernes, 27 de abril de 2018

Desde Molinoviejo (II)



¿Donde fueron los gorriones?


Hace veinte años estaban por todas partes. Aquí, en Molinoviejo, predominaba el "gorrión molinero" (passer montanus"), muy parecido al común, pero también más huidizo y desconfiado. En Madrid, en cambio, el "passer domesticus" dominaba la ciudad. En la plaza mayor se subían a las mesas de las terrazas para compartir el aperitivo con los turistas, y en el zoo, entraban hasta en el recinto de los leones. Hoy, en cambio, uno los busca en vano.  
Ayer estuve en Madrid y vi una pareja de gorriones a la puerta de la farmacia. Quise entablar una conversación con ellos, ofrecerles un paracetamol o un complejo vitamínico, pero no tuve éxito. Desaparecieron de mi vista y no regresaron.
El gorrión es el pájaro más unido al hombre. Vive solo en los pueblos y en las grandes ciudades. No le interesa el campo. Él picotea todo lo que los humanos vamos depositando por las calles o en los depósitos de basura. Come sin parar. ¿Alguien ha visto un gorrión que no esté comiendo? A lo mejor por eso desaparecen. ¿Habrán muerto de indigestión o los habremos envenenado con los malditos plásticos de los que tanto se habla?
Homero, mi búho de cabecera, me dice que no es eso.
—La culpa es de los gatos, amigo. Los gatos son fieras salvajes y los tratáis como si fueran muñecos de peluche. Habéis llenado las ciudades de felinos insaciables, y los pobres gorriones han huido al tercer mundo para convivir con los hipopótamos, que son menos peligrosos.
—Creo que te equivocas —le respondo—.
Homero me mira sin pestañear y concluye:
—¿No te has preguntado por qué han desaparecido las ardillas de Molinoviejo? Se han echado al monte huyendo de los gatos.
Me temo que tiene razón. Claro que siempre nos quedarán las oropéndolas y los abejarucos, que ya empiezan a llegar de África en grandes bandadas.

domingo, 22 de abril de 2018

Desde Molinoviejo (I)


El herrerillo



Llegó hace siete días y no deja de picotear en el cristal de la ventana. De vez en cuando desaparece, pero regresa una o dos horas más tarde y reanuda su persistente martilleo. Yo con mucho gusto le dejaría pasar, pero la ventana está cerrada con llave y no sé cómo abrirla. Supongo que el pajarito sigue ahí porque el cristal es traslúcido y, cuando le da el sol, se convierte en espejo para los que están al otro lado. El tamborilero se ve a sí mismo reflejado en el vidrio y se acerca para charlar con su propia imagen. ¿O buscará pelea?
Alfonso, que fue el primero en detectar su presencia, me dijo que era amarillo y más pequeño que un gorrión. Con estos datos, aventuré que podría ser un carbonero, pero lo cierto  es que apenas podíamos distinguir los colores.
Ahora, por fin, lo tengo claro: se trata de un herrerillo común al que la primavera ha vestido de colores frescos y vivos. Hay muchos como él entre los pinos de Molinoviejo, pero ninguno tan descarado. Como voy a estar un par de días sin nadie con quien conversar, le agradezco que me acompañe y le he puesto nombre para poder tutearlo y echar una parrafada de vez en cuando. Lo llamo Piko, así, con ka.
—Toc, toc, toc, tocotók.
No es necesario saber morse para traducir el lenguaje de Piko. Ahora, por ejemplo, me recuerda que no estoy solo, que hay un ángel de la guarda asomado a mi ventana y que un poco más lejos está la ermita con la Reina de Molinoviejo escondida entre los pinos.
—Toc.
—Gracias, Piko, por comunicarme que ya son las 12 y toca rezar el Regina Coeli.

viernes, 20 de abril de 2018

En la guarida del búho (II)



Mirar a María en mayo


Dicen que al amor es ciego, pero el búho me ha explicado la verdad. Ciego es el odio, el rencor, el resentimiento. El amor, en cambio, es clarividente, penetra hasta lo hondo de la persona amada, y desvela su belleza más íntima y escondida.
La Biblia habla del amor y le da el nombre de "Sabiduría", que, "en virtud de su pureza, lo atraviesa y lo penetra todo; porque es efluvio del poder divino, emanación purísima de la gloria del Omnipotente. Por eso, nada inmundo se le pega. Es reflejo de la luz eterna"
Pensando es estas palabras de la Sagrada Escritura, me acordé de la Santísima Virgen, del mes de mayo que va a comenzar, del ángel que siempre acompaña a la Señora..., y me salió este cuento.
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Óleo de Encarni García
¡Si hubieseis visto a María tal como la vimos los ángeles…! No me refiero solo al final de su vida, cuando fue llevada al Cielo en cuerpo y alma para ser coronada por Dios como Reina y Señora; pienso también, y sobre todo, en el comienzo, cuando El Señor la imaginó desde su eternidad y un día la puso en esta tierra como su regalo más precioso.
Nació María y no hubo ni habrá jamás criatura más bonita. Al contemplarla por primera vez, sus padres permanecieron embobados, sin poder apartar la mirada de aquellos ojos de color cielo en los que habrían querido sumergirse para siempre. Al fin, Joaquín se dirigió a su esposa:
—Supongo que todos los padres pensaran lo mismo de sus hijos, que no hay otro tan hermoso, ¿verdad?
—Sí, pero ellos se equivocan —contestó Ana—; nosotros no. Es imposible  que exista en el mundo una niña como ésta.
Con el paso de los años, la "Llena de Gracia" creció en belleza y en sabiduría hasta deslumbrar a los propios ángeles. Sin embargo, los vecinos de Nazaret nunca fueron conscientes del milagro. Ellos veían en María a una chiquilla graciosa y simpática, pero nada más. Dios lo quiso así, y, para lograrlo, pidió a los tres ángeles custodios de la niña que la protegiéramos de miradas indiscretas nublando la vista de los que convivieran con ella. Nadie podría contemplar su inefable belleza hasta que llegara el momento.
En Nazaret vivía y trabajaba un muchacho tres años mayor que María. Se llamaba José y era un artesano muy hábil: lo mismo arreglaba el horno o el pozo, que fabricaba unos muebles para equipar la vivienda de unos recién casados.
Como Nazaret era una pequeña aldea, todos suponían que José estaba destinado a ser el esposo de María. Quién si no; pero ninguno de los dos parecía tener prisa. Hasta que una tarde…
María acababa de cumplir 14 años y había bajado al arroyo para hacer la colada. José regresaba de Séforis, la cercana capital de Galilea, donde solía trabajar a menudo. Al ver a su amiga, se acercó para echarle una mano. María, al percatarse, dijo:
—No es necesario, José; ya estoy terminando.
Los ojos azules de la Virgen se clavaron en los de José, y en ese momento, los ángeles devolvimos la vista al muchacho para que pudiera ver por primera vez el rostro adorable de su Reina tal como Dios la imaginó.
La impresión fue tan fuerte que José tropezó en un canto del arroyo y se dio un buen chapuzón. 
—¡Cuánto lo siento! ¿Te has hecho daño? —preguntó la niña—.
Así comienza la historia. El final es bien conocido. María y José se desposaron poco después, y José ya no pudo ni quiso apartar de su corazón aquella mirada de su Señora.
Fue por mayo. Si este mes nos decidimos a mirar a María, "esos sus ojos misericordiosos" nos enamorarán como a José, y quizá sea el comienzo de una gran aventura.


martes, 17 de abril de 2018

¿Solo un minuto de silencio?

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      En la guarida del búho

Los antiguos griegos tenían al búho como símbolo del conocimiento y la sabiduría. Ellos sabían que la sabiduría nace del asombro, y los ojos pasmados de esta ave crepuscular expresan mejor que ninguna otra imagen la admiración ante la belleza y la verdad.
Mi búho se llama Homero y me acompaña desde que empecé a colaborar en Mundo Cristiano. A veces cierra los ojos y se adormece, pero cuando llega la noche y la mente se me queda en tinieblas, siempre viene en mi auxilio y me susurra al oído las palabras que necesito para seguir escribiendo.
El búho es ave solitaria que ve donde los demás sólo percibimos sombras. Por eso he decidido adoptarlo. Entraré en su guarida para que me ayude a redactar cada mes unas pocas líneas. Él no necesita salir al exterior para exhibirse con gorgoritos superfluos. Además, Homero es pájaro viejo y podría resfriarse.
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El espectáculo va a comenzar. El estadio está abarrotado por un público rumoroso y fanático. Los veintidós futbolistas ya se han situado en el centro del terreno con el árbitro y sus dos auxiliares. Antes de que suenen los himnos, una voz advierte por la megafonía que habrá un minuto de silencio "en homenaje a…"
Se oyen los primeros acordes de un violonchelo que interpreta el cant dels ocells, obligado réquiem laicista para estas ocasiones. Algunos espectadores se santiguan con disimulo, como avergonzados. Otros miran al cielo, y la mayoría parece contener la respiración para aguantar mejor un insoportable minuto de afonía.
El "minuto" ha durado veintidós segundos. El silbato del árbitro acuchilla el aire. Ruge el estadio, aliviado.
Me pregunto por qué este miedo al silencio. Homero sugiere que a los niños también les asusta, y vivimos en una sociedad infantiloide que necesita el ruido para no deprimirse.

Ser adulto es amar el silencio y la soledad igual que se ama las voces de los amigos y la compañía de quien nos quiere. Todos necesitamos mucho más que un minuto de silencio. ¿Por qué no una hora? Ese tiempo es el más fecundo si sabemos aprovecharlo.
  • Será un tiempo de madurar: de crianza, de espera. Un tiempo de intimidad en el amor, de soledad, de susurros, de sonrisas cómplices.
  • Un tiempo de apertura, de mirar a los que amas para descubrirlos por primera vez.
  • Un tiempo de siembra, de dar vida a las viejas utopías que soñaste cuando tenías quince años.
  • Un tiempo de descanso, de esconder la fatiga a la sombra del alma.
  • Un tiempo para calcular los kilómetros andados y los que aun debes recorrer.
  • Un tiempo para abrazar a quien lo necesita y hacer cosquillas a los tristes.
  • Un tiempo para escuchar la melodía del viento, los timbales del trueno, el goteo de la lluvia y el silencio de los amigos.
  • Un tiempo para mirar los a ojos de los mendigos y descubrir en ellos la mirada de Cristo. 
  • Un tiempo para abrir la puerta al Dios-mendigo que balbucea cada día su llamada.
  • Tiempo de oración, de fe; de luz y de penumbra.