La alcaldesa pelea con el parquímetro ante la atenta mirada de un concejal. La maquinita aún no nos pide el grupo sanguíneo, pero todo se andará.
Ya se perciben los primeros síntomas del síndrome pre-vacacional. Esta mañana he encontrado menos problemas que de costumbre para aparcar el coche a la puerta del centro donde celebro la Misa. El personal empieza a desfilar camino de las playas.
─Eso es verdad en el barrio de Chamartín ─puntualiza Kloster─. En Vallecas no se ha movido nadie.
Tiene razón mi colega. Los ricos han emprendido la huida. Los demás lo tienen más crudo.
Ayer fui a visitar a Carlos y Elena, que viven en lo más alto de un edificio enorme del Pinar de Chamartín. Llamé al ascensor, y a los pocos segundos se abrió la puerta: una chica de treinta y pocos años había llenado todo el espacio disponible con su equipaje de vacaciones: tres maletas, dos ordenadores, cuatro o cinco bolsas, algunas cajas de cartón, un carrito de niño sin niño… Se disculpó como pudo mientras vaciaba afanosamente la cabina.
─Aún me queda la otra mitad arriba con mi marido…
─No te preocupes. Lo malo será el regreso. Las maletas de vuelta siempre pesan más.
Anteayer, en casa de Vila y Javier, vimos un espectáculo idéntico. Y debo decir que no me produjo el menor sentimiento de envidia. Al contrario, soñé con un Madrid sin atascos, sin problemas de aparcamiento, sin autobuses escolares…
De regreso a casa, oigo por la radio que el Ayuntamiento de la Capital ha instalado unos parquímetros “inteligentes” que, a partir de mañana, cobrarán el estacionamiento en las calles de Madrid según distintas variables: el tipo de vehículo que utilicemos, la congestión del tráfico y cosas así. Explica la amable informadora que la Dirección General nos controlará desde la central a partir del momento en que escribamos el número de nuestra matrícula en la diabólica maquinita. Sabrán si tenemos multas pendientes, si nos hemos portado bien el último año, si hemos pagado el impuesto de circulación y si nos quedan puntos en el carnet de conducir. Y no habrá forma de engañarla. La máquina lo sabe todo y detecta cualquier posible fraude.
Pienso entonces de nuevo en los que han optado por la huida de la Villa y Corte, y esta vez sí; siento una envidia cochina. E imagino un Madrid sin parquímetros, sin contraseñas, sin cables, sin radares, sin cámaras, sin semáforos-trampa… Un Madrid con pájaros de colores y cerveza fría para todos.