martes, 21 de noviembre de 2017

A los Santos Inocentes


Un nombre nuevo


Todos los años, cuando se acerca diciembre, dirijo un e-mail a alguna de las figuras del belén antes de montarlo en mi casa. Esta vez he pensado en vosotros a pesar de que sois invisibles y no aparecéis en el Nacimiento.
No sé cómo encabezar mi mensaje."Queridos niños" suena raro; habéis cumplido más de veinte siglos y, aunque en la Gloria el tiempo no cuenta, supongo que os habréis hecho mayores. ¿O no? A lo mejor son los adultos quienes se vuelven niños cuando llegan al Paraíso y juegan eternamente entre ellos o se refugian en los brazos de María Santísima mientras contemplan pasmados la esencia divina.
Perdonad, amigos. Apenas he escrito diez líneas y ya estoy desvariando. Hace veinte años escribí algo sobre vosotros en un librito y dije que erais las figuras rotas del belén que puso Dios. La imagen es pobre, pero no se me ocurre otra mejor. La Iglesia os venera como mártires a pesar de que no cumplís ninguno de los requisitos que se exigen para reconocer el martirio: no entregasteis la vida por la fe, no perdonasteis a vuestros verdugos y ni siquiera conocíais a Cristo. Algunos aún no teníais nombre: erais bebés recién nacidos con los ojos bien cerrados sin atreveros a mirar al exterior.
Estabais así, en el regazo de vuestra madre, cuando de pronto… ¿Qué sucedió? ¿Abristeis los ojos sin más en el Cielo o subisteis volando por encima de Belén para echar una ojeada al Niño antes de entrar definitivamente en la Gloria?
Al pensar en vosotros siempre me viene  la cabeza un tenebroso personaje: Herodes el Grande. No llegasteis a conocerlo en la tierra, pero fue él quien os facturó hacia la vida eterna. Yo había pensado enviarle a él este mensaje, pero me han dicho que en el Infierno no hay wifi ni cobertura de móviles. Claro que a lo mejor se arrepintió en el último momento y está con vosotros en el Cielo. No parece fácil, ya que, según los historiadores, el rey ordenó que en el momento de su muerte ejecutasen a un grupo de cortesanos ilustres, para que alguien llorase ese día.
¡Pobre idiota! ¿Cómo es posible que un viejo como él tuviera miedo de un recién nacido por mucho que los Magos le dijeran que en un futuro lejano iba a ser rey de los judíos? No sé si sabéis que murió poco después de vosotros y, según parece, de una enfermedad dolorosa y repugnante.
Herodes, por otra parte, fue un gobernante pragmático: juró fidelidad al Cesar y consiguió la protección de Roma, reconstruyó y amplió el templo de Salomón para "tener una capital digna de su dignidad y grandeza" y, de paso, ganarse el apoyo de los judíos, ya que él era idumeo;y, en su lucha por alcanzar y conservar el poder,nunca hizo prisioneros. Donde veía un enemigo les aplicaba el hacha en el pescuezo y santas pascuas. Con este expeditivo sistema, ejecutó a buena parte de su familia, incluida su mujer. No es de extrañar, por tanto, que, cuando le hablaron de un niño que tenía pretensiones regias, optara por la misma medicina y se le fuera la mano.
Sí, ¡pobre Herodes! Él sólo quería matar a un niño. ¿Cómo iba a suponer que ese Niño era Dios? Eliminar niños le parecía sencillo y tan trivial que no valía la pena plantearse problemas morales. Los veía tan pequeños y frágiles que apenas le parecían humanos.Eran animalitos escandalosos y gemebundos, incapaces de todo, ni siquiera conscientes de su identidad.  Fue fácil acabar con ellos sin mirarlos a la casa. Eran sólo una mancha, una brizna de polvo en su túnica de paseo.Sus sirvientes la limpiarían por él, sin dramatismos ni remordimientos.
He querido recordaros hoy vuestro martirio, porque, como sabéis, el crimen de Herodes sigue vivo en nuestra civilizada sociedad del bienestar. Ahora mismo, mientras termino estas líneas, hay miles de niños invisibles que vuelan de la tierra al Cielo. Como son niños sin nombre los llamaré "Inocentes".¿Por qué no pensar que son mártires como los de Belén? Yo estoy persuadido de que lo son. Y a ellos van dirigidas las palabras del Señor en el Apocalipsis:
Al vencedor le daré el maná escondido, y le daré también una piedrecita blanca y escrito en ella un nombre nuevo que nadie conoce sino el  que lo recibe.

viernes, 17 de noviembre de 2017