domingo, 30 de junio de 2019

Cuando el porsiacasista llega a su destino



…comprende que no necesita la mitad de los objetos que trae en la maleta, y se lamenta arrepentido al considerar que, cuando vuelva a casa, deberá volver a cargar todo el equipaje. Yo suelo sacar un propósito que casi nunca cumplo: vivir al día, con lo puesto y poco más, sin que nada me ate.
José María Hernández Garnica fue un sacerdote santo que viajaba por toda Europa con un maletín pequeñísimo. Un día fui a buscarlo al aeropuerto; llegaba a Roma desde Colonia.
—¿No ha facturado más equipaje? —le pregunté sorprendido—.
Don José María era hombre de pocas palabras. Me miró con cara de guasa y respondió:
—Aquí cabe el cepillo de dientes y el breviario. Sólo me voy a quedar dos semanas.


sábado, 29 de junio de 2019

Porsiacasitis aguda




La porsiacasitis (palabra derivada de la expresión "por si acaso") es un síndrome común asociado generalmente a la vejez, que se manifiesta a la hora de emprender un viaje. Estos son sus síntomas más vistosos:
1. El porsiacasítico tiende a preparar la maleta "con tiempo". En los casos más leves, con dos o tres días de anticipación. En los casos agudos o crónicos, hasta con dos semanas, o incluso más.
2. Antes de comenzar la preparación del equipaje, el sujeto estudia concienzudamente una lista de enseres que puso el año pasado en el fondo de la maleta. Generalmente tiene tres listas: una para viajes breves, de finde; otra para vacaciones de quince días y una tercera para huídas interplanetarias o sin fecha de vuelta.
3. El porsiacasítico toma un ansiolítico media hora antes de poner manos a la obra. Saca del armario cada una de las prendas de vestir que piensa llevarse, así como los utensilios de baño, los aparatos electrónicos, los zapatos, el cargador del móvil, etc. A continuación vuelve a repasar la lista y piensa que se ha quedado corto: necesita llevar más ropa, más zapatos, más enchufes, más champú… Y si alguien le pregunta "¿para qué llevas ese jersey de lana de cuello alto si estamos en julio?", él responderá: "por si acaso".
4. Por si acaso nieva en agosto, dos bufandas; por si acaso llega una glaciación, zapatos de nieve; por si  acaso cojo una neumonía, antibióticos; por si acaso me invitan a una boda, chaqué. Por si acaso las polillas me devoran el chaqué, antipolillas y otro chaqué. Por si acaso se me rompen las lentillas, gafas de repuesto…
Lo confieso. Yo también padezco el síndrome de la porsiacasitis, y lamentablemente  no mejora con los años; al contrario. Creó que sufrí los primeros síntomas en 2016. Ahora la enfermedad se ha hecho progresiva, galopante y, tal vez, incurable.
Acabo de terminar mi equipaje para ir a Molinoviejo, donde permaneceré 25 días. Lo miro y remiro, y siento la tentación de añadir otro pantalón, otra sotana, un chaleco salvavidas, la camisa de fuerza, tres bolígrafos, un sacacorchos y el calendario zaragozano.
No sé si debo acudir a mi psiquiatra de cabecera (valga la redundancia) o dejarme llevar por el síndrome. Por si acaso colgaré estas reflexiones en el globo y volaré con él hacia mi destino. 

viernes, 28 de junio de 2019

Líderes


Hace seis meses Manuel Vicent, poeta, escritor y columnista, publicó en El País el artículo que ahora reproduzco. Hay alguna afirmación que me cuesta compartir, pero en líneas generales me parece un texto que merece ser difundido y aplaudido. 



Por organismos internacionales de toda solvencia España ha sido declarado el mejor país del mundo para nacer, el más sociable para vivir y el más seguro para viajar solos sin peligro por todo su territorio. Según The Economist, nuestro nivel democrático está muy por encima de Bélgica, Francia e Italia. Pese al masoquismo antropológico de los españoles, este país es líder mundial en donación y trasplantes de órganos, en fecundación asistida, en sistemas de detección precoz del cáncer, en protección sanitaria universal gratuita, en esperanza de vida solo detrás de Japón, en robótica social, en energía eólica, en producción editorial, en conservación marítima, en tratamiento de aguas, en energías limpias, en playas con bandera azul, en construcción de grandes infraestructuras ferroviarias de alta velocidad y en una empresa textil que se estudia en todas las escuelas de negocios del extranjero. Y encima para celebrarlo tenemos la segunda mejor cocina del mundo.
Frente a la agresividad que rezuman los telediarios, España es el país de menor violencia de género en Europa, muy por detrás de las socialmente envidiadas Finlandia, Francia, Dinamarca o Suecia; el tercero con menos asesinatos por 100.000 habitantes, y junto con Italia el de menor tasa de suicidios. Dejando aparte la historia, el clima y el paisaje, las fiestas, el folklore y el arte cuya riqueza es evidente, España posee una de las lenguas más poderosas, más habladas y estudiadas del planeta y es el tercer país, según la Unesco, por patrimonio universal detrás de Italia y China.
Todo esto demuestra que en realidad existen dos Españas, no la de derechas o de izquierdas, sino la de los políticos nefastos y líderes de opinión bocazas que gritan, crispan, se insultan y chapotean en el estercolero y la de los ciudadanos con talento que cumplen con su deber, trabajan y callan.

La despedida de Teresa Cardona

Todos nos conmovimos hace días con la noticia del fallecimiento de Teresa en Costa de Marfil. Se escribieron entonces docenas de artículos en los que se destacaba su generosidad, su entrega a los demás y su solidaridad con  los más necesitados. Se habló también de su capacidad de comprometer a otras personas --las universitarias del Colegio Mayor Bonaigua y sus alumnas de Canigó-- en esta tarea.
Mejor que yo lo explica el vídeo de su funeral.

jueves, 27 de junio de 2019

Despacito y por la sombra




El terrorismo meteorológico hace estragos. Todos somos víctimas de las calamidades climáticas que pronostican los medios para alegrarnos las mañanas de junio. En otros tiempos la prensa sólo nos decía que haría calor, porque es lo que toca en verano. Ahora en cambio, Internet, la radio, la tele y la vecina del sexto, nos aterrorizan a conciencia y nos instan a prepararnos física y psicológicamente para la batalla contra el calentamiento global.
—Despacito y por la sombra —me aconseja el portero de la finca—.
—Lo importante es hidratarse y no hacer deporte en las horas centrales del día —asegura un experto—.
—Mejor no oír las tertulias radiofónicas; te calientas demasiado —añade otro—.
—No te agobies, amigo —me sugiere el búho desde su madriguera—. Fíjate en nosotras, las aves del cielo; no nos verás volar en mangas de camisa por mucho que apriete la canícula. Dios nuestro Señor nos ha dotado de una capa de plumas útil para todas las estaciones. En invierno, se ahuecan y crean una bolsa de aire caliente que protege del frío. Es nuestro edredón. En verano, en cambio, ceñimos el plumón al cuerpo y, como nuestra temperatura es de cuarenta grados, notamos un agradable fresquito.  
La sabiduría del búho es irritante. Yo me quedo con el consejo del portero y procuro moverme así, despacito y por la sombra.
Apenas he caminado quinientos metros cuando me asalta el primer mendigo —mendiga en este caso—. Se trata de una mujer joven empeñada en parecer vieja, que se cubre la cabeza con un pañuelo marrón oscuro y lleva un vestido negro de varias capas. Me llama "papa" y pide un euro "para comer". Mientras investigo en el fondo del bolsillo, se me ocurre preguntarle:
—¿De dónde eres?
—Bulgaria…
Trato de buscar en mi memoria algo urgente sobre Bulgaria y sólo me salen mis conocimientos de la avifauna de los Balcanes y el nombre de la Capital, Sofía. La mendiga dice llamarse Darina o algo por el estilo y, sí, nació en Sofía, pero siempre ha vivido en la costa, junto al Mar Negro con su esposo. Me cuenta que tiene dos hijos, pero se han quedado en Bulgaria.
—Mi marido quería matarme y yo he escapado.
No sé si creerla o no. Su locuacidad desquiciada y los gestos un tanto desmesurados revelan un desequilibrio mental innegable.
—¿No pasas calor con tanta ropa?
—Sí, calor; pero tengo que llevar cosas escondidas —responde en un susurro  mientras saca de las entretelas de la falda un icono de la Virgen, un pequeño crucifijo, un reloj, un puñado de monedas o medallas y algunos objetos más—. ¡Yo, cristiana!, grita.
Al ver mi cara de asombro me ofrece el icono a cambio de doscientos euros. Al fin se conforma con un euro y mi bendición. Mientras me alejo, despacito y por la sombra, veo que besa el icono una y otra vez. Yo la encomiendo al Señor y pienso que quizá podía haber hecho algo más.


miércoles, 26 de junio de 2019

26 de junio San Josemaría. Una fiesta universal


La fiesta de San Josemaría Escrivá se extiende por todo el mundo. Me han bastado unos pocos minutos para encontrar en Internet docenas de iglesias, centenares de imágenes e innumerables celebraciones que hablan de una devoción cada día más extendida en los cinco continentes. Aquí tenéis unas pocas.

Iglesia de San Josemaría en Medellín (Colombia)

Macao


Iglesia de San Josemaría en el Congo


En la catedral de Buenos Aires



Viena. Iglesia de St. Peter


                  Estados Unidos                                            Iglesia de S. Josemaría en Caracas


Y, para terminar, un poco de queso. La devoción a los santos tiene estas pintorescas expresiones

martes, 25 de junio de 2019

La ola



Ya está aquí el viento sahariano que trae arena del desierto y dromedarios en suspensión que se precipitarán sobre nuestras cabezas el día menos pensado. Suena la alerta roja en toda la Península. Moriremos abrasados si no nos colocamos un sombrero panamá sobre la testa y no nos olvidamos de beber tres o cuatro litros de agua cada día hasta sentir los primeros síntomas de ahogamiento. Protección solar, por favor; que nadie salga a la calle sin embadurnarse bien el cutis. Ojo a los insectos, que son muy malos  y pueden traernos el ébola. El mosquito tigre ya enseña los dientes y la avispa china ataca sin piedad a nuestra encantadora avispa autóctona, que tanto nos ama. Los vencejos recién llegados de África gritan histéricos contra el cambio climático mientras vuelan como saetas en lo alto del Ministerio de Hacienda. Les está bien empleado (a los del ministerio, no a los vencejos). Desaparecen los gorriones por culpa de los gatos, que, a falta de niños, se han convertido en las mascotas preferidas del personal. Chillan las cotorras argentinas que han invadido nuestros jardines y responden las cotorras de Kramer, que pelean con idénticas armas. Sube la cuenta de la luz por mor del aire acondicionado y las tiendas de chinos venden abanicos ilustrados con aves exóticas. 
—¿Qué está pasando, amigo Homero?
—Elemental, colega: la tierra está saliendo de la llamada "Glaciación de Würm", que tuvo lugar en la etapa Cuaternaria y todavía dura. En aquella época, bien reciente, los casquetes ocuparon grandes superficies de los continentes, disminuyó la superficie de los océanos y las temperaturas en todo el globo se desplomaron. Ahora el Planeta se calienta poco a poco hasta que llegue la próxima glaciación.
—¿Y cuándo volverán los glaciares?
—En noviembre, sin falta.
—¿Es verdad todo eso?
—Por supuesto que no; pero de algo hay que hablar ahora que llega el verano y hace muchísimo calor como toda la vida. Ponme una cervecita, anda.

lunes, 24 de junio de 2019

Abueleando



Acabamos de terminar el curso y ya echo de menos a los chicos. De vez en cuando me sorprendo a mí mismo imaginando lo que harán en este comienzo de vacaciones. ¿Qué será de… Pablo, Antonio, Nacho, Juan, Felipe…? Pienso en cada uno, en los planes que tenían para el mes de julio y para agosto. Y trato de recordar lo que me dijeron. Creo que tenía que encomendar a…, ya se me ha olvidado. Es igual; rezo por todos y sigo abueleando en la imaginación.
Cuando regresen en septiembre, ¿cuántos habrán dado el estirón? Hay algún chaval de quince años que ya supera el metro noventa. Es una vergüenza; cuando yo estudiaba bachillerato era, con diferencia, el más alto del colegio. Por eso jugaba siempre de portero. Por eso y porque no valía para otra cosa. Ahora estoy rodeado de gigantes en ciernes. Ya verás, en septiembre algunos habrán cambiado su vocecilla de soprano por la definitiva de barítono.
Parece mentira; yo que en el cole tiendo a ser serio y despegado, me he convertido en abuela. Supongo que es mi papel. Ahora pido al Señor por la vocación de todos. Sí, he escrito "vocación", porque Dios nuestro Señor, que es Padre, ama a cada uno como si no existiera nadie más en el mundo, y no olvida su nombre, como me pasa a mí, y los llama por ese nombre desde toda la eternidad para que sean santos, es decir, felices. Y ha diseñado un camino de felicidad, es decir, de santidad, para cada uno. La mayoría  —ojalá— serán estupendos padres de familia y abuelos. Otros recibirán en su alma una llamada diferente, de entrega total. Y quién sabe si a alguno le tocará el gordo de la lotería, y acabe, como yo, celebrando sus bodas de oro sacerdotales y abueleando en el cole.
Terminemos. Hoy tengo un día raro.

sábado, 22 de junio de 2019

Fin de curso


 Vacaciones en familia
El curso termina lentamente, gota a gota. Ayer, con el cierre oficial de las clases, aún quedaban flecos pendientes en el cole. A las diez y cuarto de la mañana celebré la última Misa y, como todos los días, hice una plática breve comentando el evangelio.
"Donde está tu tesoro allí está tu corazón". Eso nos decía Jesús en el pasaje que leímos. No sé si los chicos esperaban una homilía solemne. Yo me limité a recordarles que nuestro tesoro está en el Sagrario, y que el domingo celebraremos —otra vez— la fiesta del Corpus Christi. Que en vacaciones el Señor sigue esperando que no nos olvidemos de Él; que hay miles de tabernáculos en España, también en las playas, y que, a pesar de las olas de calor que nos acechan, corremos el riesgo de que Jesús sienta el frío de la soledad. Hay demasiados templos vacíos. Hagámosle compañía.
—¿Y tú qué vas a hacer este verano? —le pregunto a un chiquillo de cinco años—.
—Ser bueno.
No es muy concreto el propósito, pero me vale.

viernes, 21 de junio de 2019

Jesús toma vacaciones







Desde su madriguera, Homero contempla la gran diáspora de julio y agosto. El búho no es ave migratoria. Sí lo son en cambio algunas de sus presas preferidas: el águila calzada, el alcotán, el ruiseñor, la oropéndola... Él sin embargo nunca se aleja de su guarida, que es refugio en las horas de luz y observatorio en el crepúsculo.
"¿Qué pretenden —se pregunta— esos millones de hombres y mujeres que se encierran en sus vehículos y se ponen en marcha puntual y velozmente para llenar la atmósfera de gases, espantar a las aves del cielo y formar hileras rumorosas sobre el asfalto abrasador del verano?"  ¿Descansar? Seguro que algunos lo logran. Otros, en cambio, terminarán agotados, con la piel chamuscada por el sol, el abdomen hinchado y la visa enflaquecida.
Parecen olvidar que nadie descansa mejor que el que se sube a la barca con Jesús. Él querría ir de vacaciones con esa marea enloquecida que huye cada verano, para conversar con cada uno a solas, sentado con ellos en la arena de la playa o respirando el silencio de la montaña. Como aquel día…

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El Señor nos había enviado a predicar por los pueblos y ciudades de la región y cumplimos la tarea como Él quiso, "sin bolsa, sin alforjas, sin calzado". Nuestra única arma era la fe, la confianza en la palabra que debíamos sembrar y en el poder sanador del Maestro. Fueron días inolvidables; duros, pero fecundos. La cosecha superó todas nuestras previsiones.
De regreso a casa, estábamos exhaustos pero también eufóricos.
—¡Hasta los demonios se nos sometían en tu nombre! —dijimos al Señor—.
Jesús nos escuchó como si no lo supiera todo, como si no hubiera sido Él el único sembrador, y  nosotros sólo el brazo que lanzaba la semilla.
 Juan y Santiago, los hijos de Zebedeo, estaban especialmente entusiasmados:
—¡Hemos de continuar predicando y curando enfermos! Hay miles de personas que nos necesitan, ¿Verdad, Maestro?
Jesús nos fue mirando uno a uno: Pedro, cansado y silencioso, reposaba la cabeza en una especie de almohadón junto a su hermano Andrés; Mateo, en un rincón de la estancia, trataba de reparar la suela de su sandalia, desgastada de tanto trajín; Judas, taciturno como siempre, contaba las monedas de la bolsa pensando, sin duda, que no teníamos suficiente para el almuerzo.
 —Habéis trabajado mucho —dijo por fin Jesús—, y ni siquiera hemos podido reunirnos para comer. Vayámonos todos a un lugar solitario al otro lado del lago para descansar un poco.
Pedro, Juan y Andrés salieron a preparar las barcas mientras Judas y Natanael iban a buscar agua y comida en la aldea vecina. Yo fui eligiendo unos cuantos peces de los que cayeron en la red la noche anterior.
La mar estaba en calma. El sol, en lo más alto, plateaba las aguas del lago. La brisa fresca de levante traía aromas de primavera y parecía dar nuevo vigor a nuestros brazos, que remaban sin apenas fatiga. Alguien entonó una canción —quizá fue Jesús—. Así comenzaron nuestras vacaciones, las primeras junto al Maestro y las más alegres de nuestra vida.
Descansar con Jesús. Ése es el secreto… Es cierto que aquellas vacaciones fueron muy breves. Al otro lado del lago nos esperaba una multitud, y el Señor, lleno de compasión, prolongó la tertulia hasta la caída del sol. Luego tuvimos el enorme privilegio de repartir entre la gente los panes y los peces que brotaban de las manos del Maestro.

Corpus Christi en Tajamar


Como  siempre, Tajamar se supera a sí mismo. Nacho, que fue director del colegio hasta hace unos días, me envía este vídeo, que se comenta por sí solo. Una gran procesión en el corazón de Vallecas.

jueves, 20 de junio de 2019

Tragedias cotidianas



Al salir del cole veo a una pareja que se acerca hacia mí por el Paseo de Alcobendas. Él luce la inconfundible camiseta de Aldovea; ella es una chiquilla de catorce o quince años, con poquita ropa encima, flaca como un fideo, de pelo negro alborotado y brazos movedizos que se agitan como las aspas de un molino mientras habla y habla. Él escucha en silencio mirando al suelo, como si estuviese recibiendo una dura reprimenda.
Abro la puerta del coche, pero no me decido a entrar. Me vence la curiosidad por saber de qué están hablando.
Al fin me siento frente al volante y abro la ventanilla. En ese momento, la pareja pasa a mi lado. Ella gasta una voz afilada como un bisturí capaz de traspasar la chapa de la carrocería.
—Sabes lo que te digo. Voy a morir sola, gorda y fea, pero no me importa. Ella se lo pierde.
Pongo en marcha el vehículo. ¡Ah, la vida atormentada de los adolescentes; quien la sufriera otra vez!

martes, 18 de junio de 2019

Notre Dame, y el "vacío de Dios, vacío del hombre"



No me resisto a reproducir íntegro el magistral artículo que publica Ernesto Juliá en "Religión Confidencial". Quizá bastaría con poner el enlace, pero he preferido copiarlo para que se conserve en el blog. Vale la pena leerlo y meditarlo.

Gabriel Albiac ha escrito hace unos días una tercera de ABC titulada Catedrales. El texto es una reflexión sobre el incendio de Notre Dame, y es a la vez una clara invitación a pensar.
Norberto Bobbio, otro filósofo ateo, afirmaba: “Para mí, la diferencia fundamental no se da entre creyentes y no creyentes, sino entre pensantes y no pensantes; o bien, entre quienes reflexionan sobre los auténticos porqués y los indiferentes que no reflexionan”. Y no cabe duda de que Albiac piensa, y estas palabras suyas son una clara confirmación:
“Cae la flecha. Y es lo sagrado, en un estrato simbólico muy primigenio de nosotros, lo que se desmorona en un demasiado brutal tropo poético; lo sagrado que fuimos, lo sagrado de cuya huida hemos tomado nuestro sincopado ingenio y nuestro incurable vacío. Lo agónico sagrado de un siglo que anunciara un pesaroso Gerard de Nerval, anticipándose al Nietzsche mensajero del mundo huérfano: “¡Dios ha muerto!”. El cielo está vacío… ¡Llorad hijos, no tenéis ya padre!”
Las Catedrales son una auténtica manifestación de la presencia de Dios en nosotros, en nuestras ciudades, en nuestro caminar. Así las han elevado los albañiles y los maestros que, palmo a palmo, metro a metro, generación tras generación, han levantado sus muros hasta rozar el cielo, sabiéndose mirados por Dios. Los muros no tenían que llegar al cielo; cumplieron su misión elevando al cielo la mirada de los hombres.
¿Nos hemos quedado sin Padre, al caer la espadaña de Notre Dame?
Mientras Albiac piensa en Cioran - “Y recordé la evocación de Cioran, que es epitafio fiel de nuestro tiempo: Somos todos espíritus religiosos sin religión. Todos. Los de siglo XX”-, las personas, hombres y mujeres, jóvenes y entrados en años, que rezan mientras contemplan el incendio, hacen renacer la Catedral en sus corazones en sus inteligencias. No quieren quedarse sin la presencia del Padre. No quieren quedar vacíos de Dios, vacíos del hombre. Son espíritus religiosos con religión, y habrán vivido, sin duda, la Santa Misa que ya se celebra de nuevo en Notre Dame.
Alguien comentó años atrás, qué en los años 60 del pasado siglo, se decía, Cristo sí, Iglesia no; en los 70, Dios sí, Cristo no; en los 80, religión sí; Dios no; en los noventa, espiritualidad, sí; religión no.  Y podríamos ahora añadir: en los años 00, religión no; hombre sí; y cuando estamos terminando los años 10, no pocos han decidido dar el cambio radical: hombres no, cuerpo sí. Vacíos de Dios, vacíos del hombre.
El incendio de la Catedral ha ayudado a no pocas personas a descubrir el vacío de Dios, el vacío del hombre, que tenían enterrado en sus corazones; y han comenzado a redescubrir que las Catedrales no son adornos dentro de nuestras ciudades, no son el producto cultural de mentes que quieren huir del mundo, no son lugares de turismo.
Albiac lo recuerda con palabras de André Malraux, que advertía del disparate que es hablar de ese gótico catedralicio como “estilo artístico”: lo esencial se pierde. No es la belleza lo que está en juego. La catedral no era espacio de arte. Era lugar sagrado. Antes de que lo sagrado abandonase nuestra escena: “Desde la primera abadía hasta la última catedral no olvidemos que se trata aquí de lo divino…La catedral somete todas las formas de la tierra a las suyas propias, como Dios se anexiona a los fieles a través de los santos. No hablo solo de la arquitectura, cuya acción fue evidente, sino de lo sobrenatural que aportaba la catedral al dominar la ciudad, también del infinito espacio que imponían las perspectivas de su luz y sus vidrieras”.
Y a la vez lo señala con claridad, con palabras propias.
“No se alzaron las catedrales en el centro de las ciudades. Las ciudades fueron tejidas en torno a sus campanarios. Y esa red de lo sagrado inventó Europa: una frágil geometría del espíritu”. Y llenaron a Europa de Dios y del hombre.
El incendio de Notre Dame no les ha gustado mucho a quienes hablaban de “La gran claridad materialista de las iglesias incendiadas” “La iglesia que ilumina es la que más arde”. La “claridad materialista” es pura y simple obscuridad; oscuridad que se hace total en el corazón y en la mente de quienes anhelan que las iglesias “ardan”.
El incendio en el corazón de París, ¿llegará a ser un incendio que ilumine los corazones y las mentes de los europeos, les ayude a descubrir en sus corazones el vacío de Dios, el vacío del hombre, y haga renacer en ellos la nostalgia de Dios, el anhelo de la cercanía de Cristo, Dios y hombre verdadero, muerto en los brazos de Santa María, como aparecía en las imágenes de Notre Dame?
Las llamas de Notre Dame, ¿abrirán ojos europeos y les ayudarán a arrodillarse ante Cristo Resucitado, ante Cristo Eucaristía, como hizo el capellán de bomberos que salvó las Formas Consagradas en el Sagrario?



lunes, 17 de junio de 2019

Fiesta de la Santísima Trinidad



Cuando Jesús nos reveló que Dios es Padre y que podemos invocarlo con ese título, dijo mucho más sobre cada uno de nosotros que sobre Dios. Ahora sabemos que ante todo somos hijos, y que ese Dios que habló desde la zarza ardiente y desde el trueno, ese Dios infinito, incomprehensible, inmutable, eterno y omnipotente, nos ama con la ternura de la madre más apasionada, cariñosa, cálida, indulgente, cercana.
Cuando Jesús nos llamó por primera vez "amigos", se puso en cuclillas para estar a nuestra altura; nosotros, al contrario, estiramos el cuello; porque la amistad iguala. Desde entonces sabemos que tenemos un Dios-Amigo que nos cuenta sus secretos y espera que nosotros hagamos lo mismo, porque Él es siempre leal, guarda nuestras confidencias y nunca niega un favor a quien lo solicita en nombre de la amistad.
Cuando Jesús nos reveló que su Espíritu tomaría posesión de nuestra alma y viviría para siempre allí escondido, con tal de que le abramos la puerta y no le expulsemos, comprendimos que somos como aquel personaje de la parábola que encontró un tesoro en el campo. El campo es nuestro corazón y Dios nuestro tesoro. Por eso lo custodiamos con siete candados; no podemos tolerar que el diablo lo arrebate.

sábado, 15 de junio de 2019

Procesión del Corpus Christi en Aldovea




El próximo jueves celebra la Iglesia la fiesta del Corpus Christi, aunque en muchos países se traslade al domingo siguiente. En Aldovea somos más originales: como los jueves son días plenamente lectivos y el colegio se cierra los domingos, se adelanta la fiesta hasta el viernes de la semana previa y  a las cuatro de la tarde organizamos nuestra propia procesión en el jardín.
No sé cuántos años tiene esta tradición, pero son evidentes el entusiasmo y la piedad que todos ponen en la preparación y en el desarrollo de la ceremonia. Este año me ha tocado presidirla a mí. Asistieron todos los alumnos, los profesores y muchas familias.
No hubo un fotógrafo oficial, pero Blanca —factótum de casi todo en Aldovea— hizo un buen reportaje gráfico con su móvil. Aquí tenéis unas pocas imágenes del acontecimiento.

 Los preparativos


Un sendero de flores para el Señor

   
                                 Entrada, bajo palio                       La homilía

jueves, 13 de junio de 2019

La vida ordinaria



Cuando en aquel retiro hablé de santificarse en la rutina de la vida ordinaria, Belén, madre de familia con seis hijos pequeños, acusó el golpe:
—¿Vida ordinaria? ¿Rutina? No sé lo que es eso. Yo le pido al Señor tener al menos un día a la semana de vida normal. En mi casa todo lo que ocurre es extraordinario. Una nunca sabe por dónde van a llegar las sorpresas, pero llegan siempre. He pensado invocar al Rey Herodes para que me libre de mis seis inocentes leones, especialistas en catástrofes y sinestros. 
—¿Y su padre?
—Su padre es mudo como Zacarías. Por eso invoco también a la prima de la Virgen, a Santa Isabel para que me enseñe a convivir con un marido que no dice ni pío.

miércoles, 12 de junio de 2019

Un libro conmovedor






No es una novedad editorial, ni siquiera ha estado en la lista de los más vendidos. Ediciones "Encuentro" no se ha especializado en best sellers, pero de vez en cuando publica una joya como ésta.  Hablo de "Un adolescente en la retaguardia", que salió a la luz hace ya trece años.
Su autor, Plácido Miguel Gil Imirizaldu (1921-2009) nació en Lumbier (Navarra) el 10 de junio de 1921. Ingresó de niño como estudiante en el Monasterio Benedictino de El Pueyo. Con 15 años le tocó vivir en 1936 uno de los episodios más trágicos del inicio de la Guerra Civil española con el martirio de toda la comunidad monástica y fue testigo privilegiado de una de las páginas más bellas del reciente martirologio cristiano.
El libro es, en efecto, un testimonio preciso y objetivo de este terrible episodio, pero lo que resulta conmovedor es la fe sencilla y recia de los adolescentes que presenciaron el martirio, su fidelidad a Jesucristo y la naturalidad con que viven su vocación en plena persecución religiosa, sin odio hacia nadie.
Plácido M. Gil no pretende hacer literatura, pero la fuerza del relato y la sinceridad de su pluma convierten este libro en una obra maestra.


Plácido M. Gil

Frente a una taza de té



El 40 de mayo ha pasado sin pena ni gloria. El calor parece cada vez más lejano. A las siete de la mañana al otro lado del cristal de mi ventana el termómetro marcaba 10 grados. A la paloma esto parece importarle poco. Continúa impertérrita con su tarea de dar abrigo a los huevos que está incubando para que los pollos nazcan sin contratiempos. En el colegio los mayores ya se han marchado —nunca se van del todo— después de superar el peaje de la selectividad. Los pequeños parecen más calmados, casi tristes, como si el final de curso les hubiese traído un leve episodio de melancolía.
Aparece en el vestíbulo la madre de una antigua alumna de Aldeafuente —pongamos que se llama Raquel—, hoy  convertida en abuela de un par de chicos de Aldovea y de alguno más.
—Cómo pasa el tiempo, ¿verdad, don Enrique?
—No para ti; estás como nunca.
—Quite, quite..., estoy gorda y vieja.
Sin duda espera que le lleve la contraria y así prolongar este preámbulo con un intercambio de piropos. Aprovecho para estornudar...
—¿La alergia?
—Puede ser...
Me habla de su yerno, que es bueniiiiiiísimo, de su hija, que debería usted verla, porque se ha puesto súper guapa a pesar de los tres niños. Para que luego digan que la maternidad estropea la figura.
Yo asiento con mi mejor sonrisa y hago un amago de repetir el estornudo. Sí, quizá sea la alergia. Por si acaso mi interlocutora se aleja y comienza a charlar con un profe.
Por la tarde, paseo de una hora. Andar por andar siempre me ha parecido un poco triste, pero a veces ocurren cosas. 
Viene caminando hacia mí un trajeado chaval de apenas treinta años. Viste un terno azul recién planchado, impropio de su edad y de la estación. De sus orejas salen sendos cables blancos que desembocan en el bolsillo izquierdo de la americana. Va hablando con alguien a través un dispositivo invisible y gesticula con vehemencia. Al llegar a mi altura, me pide con un gesto que me detenga mientras termina su conversación telefónica.
—Bueno, vale. Llámame. Ciao.
A continuación me dice sin más preámbulos:
—¿Puede usted garantizarme que después de esta vida hay otra?
Le miro a los ojos. Son azules y tan claros que parecen blancos. El pelo, entre rubio y pelirrojo, se le bate en retirada por encima de la frente.
—¿Garantizarte? Mi garantía valdría poco, la verdad. Es Jesucristo quien nos lo garantiza a ti y a mí.
—Vale, vale —responde— ¿puedo invitarle a un té?
Nunca me habían invitado a un té por sorpresa, así que acepto y nos sentamos en la terraza de una cafetería. Allí me cuenta su vida, desahoga su mal humor y su tristeza por la muerte de su amigo en un accidente de moto, y me escucha con respeto sin perder palabra. Me habla de sus padres, que viven separados, él en Canadá y ella en España, pero lejos de aquí.
—Soy homosexual —añade—.
Hace una pausa y me mira atentamente como buscando una reacción por mi parte.
—Y yo soy ornitólogo amateur —le contesto—.
—Pues a mí me encantan los pájaros.
Consigo que sonría cuando le hablo de la paloma que se me ha posado en la ventana. Luego la conversación  toma derroteros más profundos. Nos cambiamos las tarjetas y prometo acordarme de su amigo en la Misa de mañana.


domingo, 9 de junio de 2019

Pentecostés





Tengo un oficio magnífico. A lo largo de estos años de bloguero lo habré repetido unas cuantas veces, pero hay días en que uno no tiene más remedio que exultar. Hoy, por ejemplo, fiesta de Pentecostés (y 40 de mayo). Me levanto muy temprano a pesar de ser domingo y, desde primera hora, ya siento esas ganas imparables, ese deseo inexplicable que a veces me acomete de empezar cuanto antes la tarea.
Mi tarea de hoy es predicar un retiro a gente joven. Por tanto, hablar de Dios, del Espíritu Santo, de la Santísima Virgen. Y contar historias que no pueden quedar encarceladas en mi cabeza. El Señor quiere que hable aunque me canse, aunque alguna vez termine exhausto.
¿Quién querría jubilarse de este oficio? Supongo que un día me quedaré sin voz o sin palabras. O empezaré a decir tonterías aún más gordas que las que digo ahora, y me pedirán que me calle; pero hasta entonces dejadme que disfrute como hoy.
Acabo de ver una fotografía de Nadal tumbado de espaldas en el suelo de la pista de tenis. Acaba de ganar su duodécimo Roland Garros. Está eufórico y agotado. Ya ha comenzado a pensar en el próximo torneo.
Me da vergüenza compararme con ese gigante, pero ¿por qué no? A él también le llegará su hora, y quizá se dedique a enseñar a los más jóvenes los secretos de su raqueta invencible. A mí me gustaría hacer lo mismo, y explicar a los chicos, que todavía me escuchan, que es grande ser cura, que no hay oficio más humilde ni más sublime; humilde, porque Dios lo hace todo; sublime porque Él improvisa milagros cada día con estas manos sucias. ¡Y es tan sencillo!
¿Conocéis este poema de Salinas, con el que rezo algunas veces? Es largo, pero citaré de memoria unos pocos versos:
"Andando de tu mano, ¡qué fáciles las cimas! Alto se está contigo, tú me elevas, sin nada, tan sólo con vivir    y dejar que te viva. Tus pasos más sencillos en ascensión acaban. Y en altura se vive sin sentir la fatiga  de haber subido. Tú le quitas  al trabajo, al afán, su gran color de pena. Y en descensos alegres, se sube, si tú guías, la inmensa cuesta arriba del mundo."

viernes, 7 de junio de 2019

Las aves creen en Dios



Llevábamos hablando más de media hora. Gregorio, viejo amigo de mi quinta, me permitía que lo sermonease, quizá con demasiado entusiasmo. De pronto cerró los ojos, hizo un gesto como rechazando cada una de mis palabras y en voz baja, pero firme, exclamó:
—Hace años que no creo en Dios.
Me quedé mudo por unos segundos. Gregorio va a misa con su mujer todos los domingos, y reza la Salve una vez a la semana como lo hacían sus padres. Alguna vez me ha acompañado a hacer una romería a la Virgen en el mes de mayo.
—¿Estás seguro? —le respondí—.
—No. Ni siquiera de eso estoy seguro. Supongo que soy agnóstico.
—¿Y qué dice tu mujer?
—Alguna vez he tratado de explicárselo, pero se ríe. Dice que ella también es agnóstica de mí, que no sabe si existo, si soy de este planeta, si la quiero o solo la soporto… Y me coloca unos rollos tremendos. Ella es filósofa, ya sabes...
Gregorio y yo caminábamos por un pequeño jardín que hay frente a mi casa. Debería despedirme, pero antes decimos sentarnos en un banco y le señalé mi ventana. Le hablé de la paloma que sigue allí arriba incubando un par de huevos desde hace ya una semana. Ha aguantado el vendaval de ayer por la noche y la lluvia que golpeó con fuerza en el cristal. No se mueve en todo el día. Al atardecer llega el macho para alimentarla y charlan un rato con su inconfundible gorjeo. Gregorio me escuchaba en silencio.
De la paloma pasamos a las aves migratorias que han llegado esta primavera, del águila calzada, las oropéndolas, las oscuras golondrinas, los negros vencejos y los blancos alimoches, los ruiseñores… Quedamos en salir "un día de estos" para ver cazar a los abejarucos en la Sierra de Madrid.
—¿Por qué me cuentas todo esto?
—Supongo que las aves no son agnósticas. Ellas creen en el destino que les marca el Señor y lo cumplen con precisión milimétrica sin hacerse demasiadas preguntas. "Los cielos cuentan la gloria de Dios", dice un salmo. Si miráramos más a lo alto, quizá nos sería más fácil descubrir al Creador.