martes, 29 de septiembre de 2015

A la orilla del paraíso

A Aylan*


Querido Aylan, eres ya tan famoso en la tierra como en el Cielo. Te fuiste volando al Paraíso de la mano de tu madre y tu hermano, y nos dejaste tu cuerpo acostado en la arena de la playa, como si te hubieras dormido en una cuna de oro, mecido por las olas. Llevabas un pantalón azul, una camiseta granate y unos zapatitos recién estrenados. Te habían vestido con todo primor para que estuvieses guapo en aquel viaje, que iba a ser tan importante.
Tu fotografía se reprodujo un millón de veces y nos hizo llorar de pena y vergüenza. Europa se conmovió, pero apenas se movió. Tu padre, bañado en lágrimas, regresó a Siria. Ya no quiere huir; no le importa la persecución ni la guerra. Ha rechazado el asilo que le ofrecen algunos gobiernos de Occidente. Sólo piensa en vosotros y quizá pide a Dios que una bomba compasiva lo lleve definitivamente a vuestro lado.
Todo esto ocurrió —anoto la fecha para no olvidarla— el 1 de septiembre de 2015. Ese día en España sólo se hablaba del fallido fichaje de un portero para el Real Madrid. Y mientras las olas acariciaban tu cuerpo y lo colocaban en la playa, 40 inmigrantes del África negra alcanzaban en patera las costas de la Gran Canaria. En Australia nacía el primer koala de la temporada entre el jolgorio de los niños que iban al zoo a visitarlo.
Seguro que tú soñabas con Disney World, ¿verdad que sí? Lo conocías sólo por la tele, igual que la mayor parte de los niños del mundo, pero aquellas imágenes llenas de colores, la magia de las atracciones, las risas de los que comían chuches gigantescas y las figuras vivas de tus personajes preferidos se te habían quedado grabadas en tus grandes ojos negros. ¡Qué ganas tenías de verlos, y qué pena tener que morir a la orilla del paraíso!
¿Pena? Ya veo que te ríes de mí. Es natural. Ahora sabes que el Cielo se parece a ese viaje que todos soñamos y nunca llega en este mundo. Ver a Dios cara a cara, descubrir la esencia divina, es viajar y viajar por todos los mares, volar como un halcón velocísimo y contemplar pasmado todos los paisajes, los amaneceres y las puestas de sol, las selvas tropicales, los desiertos de oro, los millones de estrellas que enjoyan las galaxias… Una eternidad es nada para gozar de tanta felicidad. ¿Acaso hay algo más emocionante o más fantástico que esa travesía interminable por el corazón del Creador?
Cuando tu madre te vistió por última vez y te puso tan guapo como apareces en las fotos, no sabía lo lejos y lo cerca que estaba la meta. Ella te dio un último beso, y otro, y otro más, tratando de ocultar su miedo detrás de una sonrisa. Luego os cogisteis de la mano y ya no la has soltado.
Te contaré un secreto que para ti ya no lo es, querido Aylan: Dios nuestro Señor hace con sus hijos de la tierra lo mismo que tu mamá. Si nos dejamos, él nos va preparando para el viaje del Cielo; nos lava de arriba abajo en el Bautismo, nos da un vestido nuevo en la Confirmación y lo limpia con todo cariño si lo ensuciamos, con el infalible detergente de la Penitencia. Nos alimenta para que estemos fuertes entregándonos su Cuerpo y su Sangre. Y, si somos buenos, nos toma de la mano y nos lleva al viaje definitivo, a la otra orilla, ésa que tú ya has alcanzado.
Tenía muchas ganas de escribir algo sobre la vida eterna en estos e-mails que envío cada mes a personajes famosos. Hay quien dice que especular sobre el Cielo es muy cómodo, que lo importante es trabajar en la tierra sin soñar con el más allá. Pero lo cierto es que mirar al Paraíso es la única manera que conozco de seguir luchando en este mundo triste cuando todo parece hundirse a nuestro lado. Gracias a esa Esperanza, nos levantamos en cada caída, y podemos seguir sonriendo, al descubrir a cada paso la huella de un Dios que es Padre y Madre. 


* Seguramente no es necesaria esta nota; pero yo sé que la memoria es flaca y conviene refrescarla. Aylan Kurdi fue el hijo pequeño de una familia que huyó de la guerra por mar como tantos miles de sirios. Aylan viajaba en el barco con su hermano de 5 años, Galip, que también falleció, igual que su madre, Rehan, de 35 años. El único superviviente fue Abdulá, su padre, que regresó a Siria para dar sepultura a su familia.

martes, 15 de septiembre de 2015

Sala de espera



Me habían citado para las 9,30 de la mañana, pero soy hombre previsor y llegué a las 9,15.
—Enseguida le llamamos —me dijo una jovial recepcionista—. Siéntese por ahí…
La sala de espera se parecía a todas las salas de espera de la sanidad pública y privada. Los asientos —no los llamaré sillas ni butacas— recordaban a los de las estaciones de autobuses de los años 60. Grises y sin la menor concesión a la estética, se alineaban a lo largo de las paredes. Tampoco desentonarían demasiado en una comisaría de policía. Eran quince asientos y sólo uno estaba libre. Sus ocupantes me miraron de arriba abajo en silencio.
Me senté y eché una ojeada al panorama: a mi izquierda había una pareja de chinos de mediana edad. Parecían inquietos mientras susurraban en su idioma y releían una y otra vez el folio que les habían entregado en la recepción. Junto a ellos, un muchacho de unos treinta años trataba de acomodarse en su asiento de la mejor manera posible. No le resultaba fácil, porque tenía serio un problema de sobrepeso. Probablemente necesitará perder cuarenta o cincuenta kilos. A su lado una señora mayor, quizá su madre, dormitaba plácidamente.
Apenas tuve tiempo de fijarme en mi compañero de la derecha. Nada más sentarme lo llamarón por su nombre  —Iván— y se levantó raudo. Su puesto quedó vacío cinco segundos.
—Hola, ¿está libre?
—El asiento y yo estamos libres —le contesté—.
Sonrió mi interlocutora. Era una chica morena y delgadita, de unos veinte años, con muchas pulseras de colores en las dos muñecas y en los tobillos, que lucía un pantalón vaquero rasgado estratégicamente a la altura de las rodillas.  
—Me llamo Ely…
—Encantado. Yo, Enrique.
—Vale, Enrique, ¿te importa que te pregunte una cosa?
—Al contrario…
—¿Por qué no se casan los curas?
Ely tenía una voz aguda como un bisturí y parecía dispuesta a clavarla en los tímpanos de todos los presentes. Levanté la vista. Los trece ocupantes de la sala de espera habían oído la pregunta con claridad y nos miraban a la espera de una respuesta convincente.
—Mira, Ely —le dije—. Ahora mismo tengo dos opciones: me pongo en pie y doy una conferencia a estos señores sobre el celibato sacerdotal o salimos al pasillo y te lo cuento a ti sola paseando. ¿Qué prefieres?
—El pasillo…
Ely, al parecer, lo tenía todo tan claro que no me dejó meter baza. Me dijo que ella no se confesaría, "ni de coña", con un cura que tuviese pareja, claro que tampoco lo haría con uno soltero, pero que los curas debían casarse "como todo el mundo", para ser normales. Añadió que ella no pensaba casarse y desde luego se consideraba normal, pero no es lo mismo, porque era agnóstica desde que hizo la primera comunión, y casarse en un juzgado como su padre no molaba nada. Mejor en una iglesia, y no estaba dispuesta porque no creía en esas cosas…
Veinte minutos después llamaron a Ely por su nombre entero, que ni siquiera empieza por Ely, y yo volví a ocupar mi asiento con la cabeza como un bombo.
La chica de las mil pulseras y el pantalón roto reapareció en la sala de espera a los diez minutos.
—Me voy, tío, pero me ha encantado hablar contigo.
—No has hablado conmigo, Ely: me has colocado un rollo sin respirar. No sé como lo consigues.
Le di una tarjeta.
—Llámame si te interesa que hablemos, pero, sobre todo, si estás dispuesta a escucharme al menos un poco, ¿vale? Por cierto, ¿porque te llaman Ely? 
—Es una larga historia. ¿Te la cuento? 
—Mejor lo dejamos para otro día
A las 12, 30 a mí también me llamaron por mi nombre. 


sábado, 12 de septiembre de 2015

El globo toma tierra lentamente

Ya lo habéis notado los más habituales. Desde hace unos meses escribo poco, y aún escribiré menos de ahora en adelante, al menos mientras continúe con el encargo pastoral de atender retiros y convivencias por los alrededores de Madrid. 
Acabo de regresar de Molinoviejo y dentro de unos días volveré a viajar: Riaza, Miraflores, Canarias... Podría convertir esta página en un diario, pero ¿a quién le importa saber por donde me muevo?
En Madrid siempre estoy de paso y de compras: me corto el pelo, pago alguna multa (injusta) de tráfico, renuevo las cuchillas de afeitar, visito la farmacia... Todo muy corriente y aburrido. En fin, que me lo he pasado muy bien durante estos años, pero uno ya no está para sacar agua del desierto.  No cierro el blog, por supuesto. Cada mes, si las musas me autorizan, publicaré cuatro o cinco entradas, no muchas más. En cualquier caso, aquí me tenéis. Y quién sabe; a lo mejor dentro de un año vuelvo al trabajo de calle y saco el globo a pasear para que vuele como en sus mejores tiempos.

domingo, 6 de septiembre de 2015

viernes, 4 de septiembre de 2015

El hormiguero se supera

Esta gamberrada llena de famosos circula por la red con gran éxito.



jueves, 3 de septiembre de 2015

El búho responde


—Dime, agudísimo y perspicaz oteador de la fauna ibérica, ¿quiénes son esos tipos que llenan las tardes de la tele, gritan desaforadamente, se interrumpen los unos a los otros, unas veces se insultan con saña y otras parecen amarse con pasión mientras despellejan al prójimo?
—Son los famosos, querido Kloster.
—¿Y por qué salen en la tele?
—Por eso, precisamente; porque son famosos.
—¿Y por qué son famosos?
—Elemental, colega; porque salen en la tele.
—Entiendo.

martes, 1 de septiembre de 2015

El perdón del aborto

Han tenido gran eco en la prensa las palabras del Santo Padre a propósito  del perdón del pecado del aborto en este  año jubilar de la Misericordia que está a punto de comenzar.
Algún lector del globo me dice que haga un comentario, porque "se ha creado mucha confusión" entre los fieles.
Ni que decir tiene que el Papa no ha dicho nada nuevo. Se ha limitado a instar al arrepentimiento a las personas que hayan cometido este grave pecado, concediendo a todos los sacerdotes la facultad de absolver a quienes se acerquen al Sacramento de la Penitencia durante este año, sin necesidad de recurrir, como hasta ahora, al Ordinario del lugar.
Se trata de una costumbre arraigada en la Iglesia. Cuando se promulga un jubileo, el Papa anima a  los fieles a acercarse al Sacramento del perdón y  procura que la reconciliación con Dios sea una fiesta más sencilla y aún más alegre.
Reproduzco a continuación dos textos: uno de San Juan Pablo II y otro con las palabras que acaba de pronunciar el Papa Francisco. Como veis, la doctrina es idéntica. Nada ha cambiado.


Una reflexión especial quisiera tener para vosotras, mujeres que habéis recurrido al aborto. La Iglesia conoce cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no perdáis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la reconciliación. Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro hijo, que ahora vive en el Señor. Con la ayuda del consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida. Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado posiblemente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre.
San Juan Pablo II. Evangelium Vitae, n. 99

 
Uno de los graves problemas de nuestro tiempo es, ciertamente, la modificación de la relación con la vida. Una mentalidad muy generalizada que ya ha provocado una pérdida de la debida sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva vida. Algunos viven el drama del aborto con una consciencia superficial, casi sin darse cuenta del gravísimo mal que comporta un acto de ese tipo.
Muchos otros, en cambio, incluso viviendo ese momento como una derrota, consideran no tener otro camino por donde ir. Pienso, de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa. Lo sucedido es profundamente injusto; sin embargo, sólo el hecho de comprenderlo en su verdad puede consentir no perder la esperanza.
El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre. También por este motivo he decidido conceder a todos los sacerdotes para el Año jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y arrepentidos de corazón piden por ello perdón.
Los sacerdotes se deben preparar para esta gran tarea sabiendo conjugar palabras de genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender el pecado cometido, e indicar un itinerario de conversión verdadera para llegar a acoger el auténtico y generoso perdón del Padre que todo lo renueva con su presencia.
Francisco P.P. 1 de septiembre de 2015