martes, 30 de abril de 2019

Volamos



Hace exactamente doce años comenzó a volar este globo.
—Cómo pasa el tiempo, don Enrique.
—Y usted que lo diga, doña Clotilde.
Era mayo de 2007 y acababa de terminar un retiro. Vivía en esta misma casa de Madrid y alguien me instó con sólidos argumentos a entrar en la blogosfera. Le contesté que la palabra blog me parecía horrenda.
—Prefiero llamarlo globo, la verdad. Al fin y al cabo poner una página en la red es como soltar un balón al aire para que flote sin rumbo en el espacio en busca de otros semejantes.
Desde entonces la blogosfera ha crecido mucho. Es como el universo, que, al decir de los expertos, está en continua expansión desde el instante mismo del big-bang.
 En este singular firmamento hay millones de blogs como el mío creados por gentes de todos los pelajes, lenguas y re­ligiones, que, no contentos con navegar por la red, ponen un escaparate y dan la cara, porque quieren ser vistos y expresarse a su manera.
Aquí uno encuentra de todo: especialistas en origami que trafican con figuras de papel; poetas incomprendidos (valga la redundancia); coleccionistas de bolígrafos; sectas destructivas; profetas alucinados que anuncian catástrofes siderales; políticos que matan por un  puñado de votos; navegantes solitarios sedientos de compañía; ideólogos con pocas ideas o sin ninguna en absoluto; adolescentes con acné en el alma; anoréxicas que se cuentan nuevos trucos para matarse de hambre sin que lo note mamá; depresivos afligidos; alcohólicos anónimos; borrachos conocidos; novelistas sin editor; cantantes sin discos; personajes en busca de autor; traficantes de mugre; obsesos sexuales; genios de cualquier doctrina que ofrecen sus servicios a bajo precio; misioneros heroicos que cuentan mil historias; sacerdotes que asesoran espiri­tualmente a quien lo pida...
En la blogosfera hay también restos de blogs abandonados que giran en órbita como harapos de recuerdos deshilachados. Hay versos perdidos, páginas de personas muertas, que nadie se ha molestado en cerrar, y proyectos de blogs que no se hicieron, y ahí siguen, ocupando un “espacio” que uno no sabe hasta dónde llega, en qué consiste, dónde está ni quién controla. 
La blogosfera es una ciudad aún más extensa que la Nínive del Profeta Jonás. Y, como en todas las ciudades, la vida va por barrios. Hay suburbios que es mejor no frecuentar para no correr el riesgo de recibir una cuchillada, de ser estafado por un gánster virtual o de ser corrompido con sobredosis de sexo salvaje.
Por tanto la blogosfera es peligrosa, sí, como Madrid, Nueva York o Tokio. Pero no hay que huir ni encerrarse en el gueto. Al contrario: hay que entrar; hay que crear nuevos barrios, urbanizar los viejos, limpiar la basura, poner un buen servicio de alcantarillado y echar la red (o sea, la web) para pescar, como Jesús pidió a San Pedro. Hay que crear nuevos ambientes, “remansos de aguas limpias” diría San Josemaría, y  ponerse la escafandra anti-mugre para explorar la selva: los leones esperan.
Hemos de inundar de contenidos saludables  este universo que está surgiendo y ya nos posee como Matrix. Es un deber. Gota a gota hay que llenar el mar. 
Cómo no recordar aquel punto de "Camino":  Eres, entre los tuyos —alma de após­tol—, la piedra caída en el lago. —Produce, con tu ejemplo y tu palabra un pri­mer círculo... y éste, otro... y otro, y otro... Cada vez más ancho.    ¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?
Yo ya lancé la piedra una vez —el blog es un globo sonda—, y ahora, doce años después, vuelve al ruedo. Entrad sin miedo, malditos. Se admiten okupas.





domingo, 28 de abril de 2019

La primera Comunión de María




Hace un par de años escribí este cuento para que lo leyera mi sobri-nieto Javi en el día de su primera Comunión. Como estaba previsto, a su madre le encantó y hasta soltó alguna lágrima. De Javi no me consta ninguna reacción especial.
Ahora que llegan las primeras comuniones de miles de niños y niñas, se lo dedico a cada uno con todo mi cariño.
*     *     *

Querido Javi.
Soy Gaby (o sea, Gabriel) y trabajo en el Cielo como Arcángel Custodio de la Virgen María.
Me ha contado tu tío que el día 20 de mayo vas a hacer la primera Comunión y, como él ahora está muy lejos, me pide que escriba un cuento para mandártelo como regalo.
Yo le he dicho que los Ángeles no sabemos inventar historias falsas. Sólo decimos la verdad; pero tu tío ha insistido:
—Por eso quiero que lo escribas tú. Javitxu se merece un cuento que no sea cuento. Seguro que en el Cielo hay mogollón de anécdotas que nadie hasta ahora ha puesto por escrito. ¿Por qué no nos explicas, por ejemplo, cómo fue la Primera Comunión de la Santísima Virgen?
Tenía razón. Así que le he arrancado a Rafael una de sus plumas de colores, la he mojado en tinta celeste color verde esmeralda y me he puesto a la tarea.
Aquí tienes el resultado:




San Juan Evangelista dando la Comunión a la Virgen (Iglesia de los Santos Juanes. Valencia)


La primera Comunión de María.



Era el día de Pentecostés. Acababa de venir a la tierra el Espíritu Santo, que se posó sobre las cabezas de los apóstoles dividido en pequeñas llamaradas. Un huracán luminoso alborotó el salón y oímos una música suave que venía del Cielo. San Pedro entonces se puso en pie, salió al balcón y pronunció un discurso ante la multitud. Hay que ver lo bien que le salió. Todos entendieron sus palabras gracias a que un centenar de ángeles políglotas hicieron la traducción simultánea a cincuenta o sesenta lenguas: le escucharon en griego, latín, francés, euskera, kikuyu, tagalo, mandarín, etc., cada uno solo en su idioma. Fue una pasada. Nunca se había hecho antes, pero era necesario que la gente supiese que había comenzado una nueva era. Nacía la Iglesia Católica y las puertas del Cielo se abrían de par en par para todos.
Enseguida empezaron los bautizos. Los apóstoles fueron de cabeza. Imagínate, 3.000 personas en una sola mañana. Y, como a partir de ese día ya era posible celebrar la Santa Misa, los recién bautizados y todos los que habían recibido al Espíritu Santo se pusieron en cola para comulgar por primera vez. Fue la Primera Comunión más numerosa de la historia.
—¿Y la Virgen?
Mi señora se había escondido en un rincón porque quería pasar inadvertida. Yo supuse que no comulgaría. Al fin y al cabo ya había recibido a Jesús muchos años atrás, cuando era una chiquilla y yo un arcángel novato. En aquella ocasión Dios mismo me envió a Nazaret para anunciarle que el Señor estaba impaciente por venir a la tierra y que, si daba su permiso, ella iba a ser la Madre del Mesías. Mi Señora dijo que sí y, a partir de ese instante, llevó a Jesús en su seno durante 9 meses. Eso era mucho más que una Comunión.
No caí en la cuenta de que la "Llena de Gracia" tenía más ganas que nadie de recibir a su Hijo por segunda vez ¡Quería hacer su Segunda-Primera Comunión! Y tenía todo el derecho del mundo.
Como comprenderás, querido Javi, la Virgen y yo teníamos ya largas conversaciones a solas. Nadie se daba cuenta porque no necesitábamos palabras para charlar y, por supuesto, sólo María podía verme. Para los demás, los ángeles somos invisibles. El caso es que el mismo día de Pentecostés me llamó la Señora y, con su delicadeza y cariño habituales, me dijo:
—Mira, Gaby, mañana por la mañana voy a hacer la Primera Comunión. Juan, que es el apóstol más joven y Jesús me lo encomendó antes de morir, celebrará la Eucaristía en casa por primera vez, y estaré yo sola con él. Pero hay un problema: cuando pasen los siglos, los niños y las niñas harán su primera comunión vestidos de fiesta. Yo tendría que darles ejemplo, y resulta que no tengo nada que ponerme. ¿Cómo puedo hacer la Primera Comunión con este vestido?
Me aparté un par de metros para mirarla con más atención, y quedé deslumbrado como me ocurre siempre. Si los hombres hubiesen visto a la Santísima Virgen como la veo yo a todas horas caerían rendidos a sus pies. Desde pequeñita hasta el final de su vida fue siempre la mujer más guapa que ha habido jamás. ¡Qué importa el vestido! Cualquier prenda parecerá una joya si lo lleva la Reina de los Ángeles y de los hombres.  Sus ojos verdes, enormes y transparentes, parecían iluminar la estancia entera.
María tenía casi sesenta años, y, claro, se le marcaban algunas arruguitas junto a sus ojos y la boca. Y su cabello era blanco, como el de casi todas las abuelas.
—No importa —le dije—; esto te lo arreglo yo en un plisplás. Encargaremos a los ángeles-modistos un vestido azul como el mar con ribetes de plata. Luego te pondremos una diadema de brillantes y esmeraldas y unos zapatos de cristal…
—No, Gaby —me interrumpió María—. No quiero eso. Yo soy la Esclava del Señor, y sólo me gustaría recuperar, arreglada y limpia, la ropa que llevé en Nazaret cuando me preguntaste si quería ser la madre de Jesús y yo te dije que sí…
—Pero, Señora, han pasado muchos años y tu vestías como una chica pobre de un pueblo muy pobre. Recuerdo que llevabas un delantal blanco sobre una falta gris y una blusa muy sencilla…
—Eso es lo que necesito. Nada más. Jesús no tuvo ningún inconveniente en vivir junto a mi corazón, a pesar de ese vestido. Con él fui a ver a mi prima, Isabel, y luego, camino de Belén. Lo tuve que lavar muchas veces y dejarlo al sol para que se secase… Ahora me gustaría poder hacer lo mismo. Seguro que el Señor estará contento.
Me retiré de la presencia de la Virgen. En mi casa del Cielo, guardado en un armario de marfil, estaba el vestido que yo mismo conservaba como recuerdo. También el pañuelo floreado de varios colores que María llevó en la cabeza. Lo extendí todo sobre una nube de algodón y llamé a los ángeles modistos para poner en práctica una pequeña travesura que se me había ocurrido.
*     *     *
Al día siguiente, en la misma habitación donde Jesús y los apóstoles tuvieron la última cena, San Juan celebró la Misa para su Madre, María. Ella, igual que en el Jueves Santo, amasó el Pan y preparó el Vino que se iban a convertir en el Cuerpo y la Sangre de su Hijo.
—¿Sabes que estás muy guapa con ese vestido? —le dijo Juan, que se consideraba hijo de mi Señora, y la llamaba siempre "mamá"—. Te veo mucho más joven, como una chiquilla, con ese pañuelo en la cabeza. 
María se rió:
—Eso es porque me he tapado las canas.
Comenzó la Misa. Asistieron también dos amigas de la Señora: Salomé, que era la madre de Juan y Santiago, y María Magdalena. Sólo la Virgen se dio cuenta de que, además, en aquella pequeña estancia, había un coro de millones y millones de ángeles que cantábamos una melodía recién inventada, que sólo se oía en todos los rincones del Cielo.
Justo antes de la Comunión, San Juan dijo unas palabras a la Virgen. Le habló de aquel momento en que Jesús, desde lo alto de la cruz, le encomendó a él que cuidara de su Madre, y a María, que recibiera a Juan como hijo.
—¿Recuerdas, mamá? Pues ahora yo te digo lo mismo que nos dijo el Maestro: aquí tienes a tu Hijo. Te lo entrego por primera vez en forma de Pan. Y lo haré cada mañana hasta que los dos vayamos al Cielo.
María tomó el Cuerpo de Jesús y comulgó en silencio. En ese momento, San Juan y las dos mujeres que acompañaban a la Señora vieron bajar del Cielo una nubecilla luminosa que cubrió por un instante a la Santísima Virgen. Al disiparse la niebla, todo había cambiado: el rostro de María volvía a ser el mismo que yo vi en Nazaret, el de una chiquilla preciosa de 14 años. Su cabello negro había recuperado el brillo y el color de entonces, y ya no estaba sentada en un humilde taburete, sino en un trono de oro y terciopelo .
Lo del vestido fue cosa nuestra. Los ángeles diseñamos un modelo especial para ese momento: el pañuelo de la cabeza se había convertido en una corona de flores naturales que se entrelazaban con su cabelloy llenó la sala de una leve fragancia que no parecía de este mundo. Y elmodesto hábito de campesina que había elegido la Virgen se transformó de pronto en una espléndida túnica blanca con bordados de oro y plata en las mangas y sobre la cintura. Seis ángeles se hicieron visibles para llevar la cola del manto azul que completaba el atuendo de María. Y volvió a sonar la música que, ahora sí, todos pudieron oír con absoluta claridad.
*    *    *
¿Y ya está?
Por supuesto que no. Te contaré un secreto: para celebrar ese día, los ángeles creamos una receta nueva: la del chocolate con churros, que, desde entonces, ha tenido bastante éxito en casi todas las primeras comuniones. 



sábado, 27 de abril de 2019

Calzada, pero sin anillo


A la hora más torera, las cinco en punto de la tarde, salí con los prismáticos al cuello para saludar a los pájaros de El Soto. La lluvia había cesado, y el césped del jardín resplandecía como una esponja verde empapada. Yo, como no llevaba las botas de pajarero, me limité a pasear por los caminos de piedra. 
Junto al portón de entrada a la finca, un ruiseñor macho cantaba a pleno pulmón para marcar su territorio y proteger el nido, en el que la hembra ya había comenzado a incubar los huevos.  Por la hierba correteaban agitando la cola media docena de lavanderas blancas. Los verdecillos, tras comprobar que el sol había tomado el poder, empezaban a situarse en lo más alto de los árboles más pequeños para cantar a coro, como suelen hacerlo, y celebrar con su música tímida el lento despertar de la primavera. 
De pronto un gorrión común se colocó a mi lado. Era un passer domesticus como los que andan por Madrid. Me conmoví al verlo; casi no quedan gorriones y los pocos que hay van en pequeñas bandadas siempre por lugares habitados. Donde no hay hombres tampoco suele haber gorriones. Por eso me llamó la atención verlo tan lejos de su hábitat natural: 
—¿Se puede saber qué se te ha perdido por aquí? 
—Huyo de la campaña electoral —me respondió—. 
─Te comprendo, colega. 
El pájaro echó a volar y le seguí con la mirada unos segundos. 
Entonces la vi. Era el águila calzada de las cinco. No podía ser la misma que anillé con mis propias manos hace casi treinta años cuando aún estaba en el nido; pero tal vez era su hija o su nieta. 
El águila calzada es la más pequeña de las águilas europeas. Es un ave bellísima que pasa los inviernos en el centro de África y regresa puntual en primavera. La que yo anillé volvía todos los años con su pareja al pinar que hay junto a la casa de retiros, y tomaba posesión de uno de los tres nidos que había dejado en otoño. Luego, todas las tardes, a las cinco en punto, volaba a poca altura en el linde del bosque para dejarse ver por mis prismáticos. Gracias a la anilla, que brillaba en su pata derecha, podía identificarla con seguridad. 
No sé cuánto duró ese juego; quizá cuatro o cinco años. Un verano falté yo a la cita y todo acabó. ¿Pero, terminó de verdad? Tengo para mí que el águila de hoy me trae un mensaje desde el cielo de los pájaros. Y dice así: 
─El anillo que regalaste a mi madre era un compromiso. Ella murió de pena el año en que tú faltaste a la cita; pero ahora me toca a mí recordarte que no estás tan viejo como para olvidarte del campo. Debes “mirar las aves del Cielo” como dijo Jesús, y esperar cada primavera nuestro regreso. Nosotras no faltamos nunca.    

miércoles, 24 de abril de 2019

Nieve en El Soto.


De acuerdo, la fotografía no es exactamente de El Soto. ¿Cómo lo habéis notado?

¿Qué hacemos treinta y ocho sacerdotes reunidos durante seis días en una casa de retiros de la Sierra?
Algunos han traído la raqueta de tenis o de pádel con la esperanza de hacer un poco de deporte, pero, a una semana de mayo, nieva en El Soto con entusiasmo invernal y el termómetro se niega a subir por encima de los 6 o 7 grados.
¿Qué hacemos? Convivir, que no es poco. Escuchar las experiencias de los viejos y contagiarnos del entusiasmo de los jóvenes; rezar juntos desde la primera hora de la mañana; dar largas caminatas a pesar de la nieve; conversar de nuestros asuntos; contemplar las bandadas de pájaros que acaban de llegar de África y vuelan con bufanda entre los árboles; y, por supuesto, dormir casi ocho horas arropados por el silencio blanco de la Sierra.
Durante estos días, cuatro "ponentes" disertan sobre un único tema: "enseñar a orar". Gran asignatura que todos hemos de aprobar cada día.  A mí me tocará la última sesión el sábado por la mañana. Claro que la traigo bien preparada de casa, pero a medida que intervienen los charlistas, voy modificando el esquema para no aburrir a mis ilustres colegas repitiendo las mismas palabras.
Dicen los meteorólogos que el domingo lucirá el sol para celebrar lo que los cursis llaman "la gran fiesta de la democracia". Ojalá sigan cayendo copos en silencio y la paz de la nevada contagie a los políticos, que andan a la greña en permanente borrasca.
   

La gran pregunta




El búho aún no había nacido cuando Rubén se rompió la espalda  por un mala caída y quedó paralítico. Ahora —treinta y ocho años después—  su hermano Elías lo arrastra en la camilla por las enmarañadas callejuelas de la ciudad justo al rayar el alba. Rubén ya apenas se queja a pesar de que la asperezas del camino le dejan molido como si  hubiera recibido una paliza.
Al llegar frente a la piscina de Bethesda, Elías lo deposita siempre en el mismo lugar. Allí están sus amigos: Esther,  Marcos, Tobías, cada uno con su mal a cuestas. El búho contempla la escena.
 *     *     *
El Maestro llegó al caer la tarde. Mis amigos y yo habíamos compartido la comida que traíamos y jugábamos a los dados y a la taba, apostando monedas imaginarias. Día tras día seguíamos el mismo ritual.
Ninguno conocía a Jesús, pero cuando apareció junto a la piscina se hizo un silencio denso, como el que se guarda en presencia del Sumo Sacerdote.
El Señor me miró (¿por qué a mí?) y me hizo la gran pregunta:
—¿Quieres curarte?
¡Claro que quería curarme! Por eso venía cada día a este lugar, igual que la muchedumbre de enfermos que me rodeaban. Según los viejos, de tarde en tarde baja un ángel y remueve las aguas del estanque. Aseguran que el primero en lanzarse queda curado de todos sus males. Ni mis amigos ni yo habíamos presenciado jamás ese supuesto milagro y sabíamos que nos sería imposible entrar en el agua antes que nadie, pero, después de tantos años, ¿qué otra cosa podría hacer? Allí estaban mis compañeros, mi partida de dados, incluso la copa de buen vino, que en los días fríos traía mi amiga Esther.
Traté de explicar todo eso al Maestro, pero él insistió:
—¿Quieres curarte?
¡Qué liviana fue mi camilla cuando Jesús me dijo que la cargara sobre los hombros y volviera a casa! Tan feliz iba yo que incluso me olvidé de despedirme de los demás enfermos.
Han pasado algunos meses y he vuelto a trabajar en la herrería. Ahora voy, vengo, salto y corro sin la menor dificultad; pero nadie está curado del todo, y yo, desde luego, no lo estoy. 
Hablo del pecado, que aún es capaz de encadenarme más que ninguna invalidez del cuerpo. Las tentaciones  más inconfesables se abrazan a mi carne como una sustancia repugnante de la que no sé si quiero librarme del todo.
Muchas veces he pedido perdón al Señor, y entonces he vuelto a oír aquellas dos palabras, la gran pregunta que nunca me atrevo a responder:
—¿Quieres curarte?
—Señor, tú sabes que el pecado es parte de mi existencia. Tú me has creado así. ¿Por qué me pides lo imposible? Yo no quiero ofenderte. Daría mi vida antes que hacerte daño, pero necesito huir de ti de vez en cuando, olvidarme de tu amor y refugiarme en otros afectos, aunque dejen en mis labios el sabor agridulce de la cobardía y la vergüenza.
Un día me atreví a responder a Jesús que sí, que quería dejarme curar del todo y seguirle. Y se repitió el milagro de la piscina. Desde entonces, cuando hablo con algunas personas tristes, casi sin esperanza, les hago la gran pregunta en nombre de mi Señor:
—¿Quieres curarte?   

lunes, 22 de abril de 2019

La luna de Pascua…


La luna de Pascua se espejaba en las losas de piedra de la calzada romana. Al búho le gusta dejarse abrigar por esa luz amable de la luna llena, que no deslumbra y parece observarle desde lo alto.
Homero y la luna dialogan desde crepúsculo al amanecer.Aquella noche, sin embargo, solo tenían ojos para Jesús. Entre los olivos de Getsemaní dormían once hombres, mientras su Maestro, echado en tierra, goteaba sangre y pedía auxilio a gritos a su Padre Dios.Solo un apóstol permanecía en pie sin ganas de dormir; Judas Iscariote. María también estaba en vela y, por ser Reina de los Ángeles, ordenó a uno de sus custodios que fuese a confortar a su Hijo.
La luna de Pascua, entre tanto, fotografiaba la escena. 
*     *     * 

 


y el  sueño de los apóstoles
¿Te acuerdas, Señor? Cuando dijiste que todos nos avergonzaríamos de ti, Cefas gritó que eso no ocurriría jamás: aunque fuera preciso morir contigo y cantaran todos los gallos de Jerusalén, él no te abandonaría. Los demás dijimos casi las mismas palabras. ¡Cómo no íbamos a prometerte fidelidad hasta la muerte! Estábamos eufóricos: nos habías llamado amigos y nos abriste de par en par tu corazón. ¡Contaste tantas cosas durante aquella larga sobremesa!... Hablaste del Padre y del Espíritu Santo, nos prometiste que ibas a preparar una morada en el Cielo para que estuviésemos siempre contigo… Además, en el pan y el vino, nos entregaste tu Cuerpo y tu sangre…
Camino de Getsemaní, la luna de Pascua pareció seguir nuestros pasos ciñendo de oro la calzada. Marchábamos despacio y en silencio. Yo trataba de no separarme de ti, procurando que me rozase la  túnica que te tejió María, como hizo aquella mujer que recuperó la salud con solo tocarla. Los soldados romanos ya se habían retirado a sus cuarteles cuando llegamos al huerto de los olivos.
Tu rostro empalideció mientras nos acomodábamos entre los árboles.—Velad y orad —nos dijiste— para no caer en la tentación…
—Pero, Maestro, ¿cómo podremos estar en vela una noche como ésa? Deberíamos tumbarnos en la hierba y seguir conversando hasta que nos venza el sueño. ¡Qué cosas tienes!: hemos cenado cordero y bebido las cuatro copas de vino que manda nuestra santa ley. Tú sabes que todos estamos dispuestos a morir si hiciera falta, pero mantener los ojos abiertos cuando los párpados pesan como si fueran de plomo y el sopor ensombrece la mente...¿Por qué no descansas con nosotros? No tengas miedo. Mañana,al salir el sol, verás las cosas de otro modo… ¿Por qué te inquietas? Aquí estás a salvo, ¿recuerdas?; somos tus amigos.
Han pasado veinte siglos y el Señor sigue en agonía. Su sudor de sangre aún empapa la tierra, y, si afináis el oído, oiréis el eco de sus sollozos y de su oración.
—Padre, si es posible, líbrame de este trago amargo…, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Yo sigo dormido en triste y nutrida compañía. Mientras el diablo y sus secuaces celebran la aparente derrota de Cristo, Jesús lleva sobre sus hombros la basura que le echamos los hombres: la soberbia, la codicia, la lujuria, el odio, la cobardía…
No le carguemos también con nuestro sueño. Pongámonos en pie. Él solo nos pide que le acompañemos alerta y rezando.





domingo, 21 de abril de 2019

Domingo de Pascua



Me gusta lo que escribió Cabodevilla:
"Este domingo, que inaugura nuestras primaveras, es el más hermoso y singular. Antes de este día los pájaros no cantan; se limitan a ensayar".
Hace una semana, la noche del Domingo de Ramos, un ruiseñor se acercó a mi ventana —estaba yo en El Soto— e inició su primera balada del año. No le salió muy bien; ahora  comprendo que sólo era una prueba de sonido. Hoy ya habrá entonado el aleluya para anunciar a pleno pulmón  que Jesucristo ha resucitado y vive entre nosotros para siempre.

viernes, 19 de abril de 2019

martes, 16 de abril de 2019

Volver de noche


Era noche cerrada. Solo el tenue resplandor de las antorchas iluminaba la calzada romana. El búho ya había salido de caza cuando vio a aquel anciano que caminaba torpemente. Le acompañaban dos criados, y su báculo, de madera noble, sugería que se trataba de alguien importante; tal vez un rabí, un doctor de la ley o un miembro del Sanedrín.
Se llamaba Nicodemo y quería ver a Jesús. 
*     *     * 
—No deberías ir —le había aconsejado dos días antes su amigo Anás—. Es sólo un charlatán de Galilea. Otro más. Y ya sabes lo que eso significa. Te has ganado el respeto y la admiración de todo Jerusalén. ¿Quieres echarlo a perder sólo por satisfacer una curiosidad?
Al fin Nicodemo decidió acudir de noche. Nadie se enteraría; pero necesitaba ver de cerca al Nazareno, escucharle  y hablar a solas con él. Tal vez Jesús le ayudaría a recuperar la paz de espíritu, y quizá encendería de nuevo la llama de la fe, que con el paso de los años parecía casi apagada, tentada por el escepticismo y la desconfianza en Dios.
Caminaba en silencio."El Nazareno pensará que soy cobarde —se decía— por ir a verle a estas hora, emboscado en las tinieblas."
Pero Jesús no le hizo ningún reproche. Al contrario; le recibió sonriente y le dijo que, si quería, podía volver a nacer.
—¿Cómo es eso? ¿Volver al seno de mi madre…?
El búho, que fue testigo de aquel largo coloquio, vio salir de madrugada a Nicodemo con el rostro resplandeciente, corriendo como un chiquillo.
Aquel anciano fue el primero. Desde entonces miles de personas vuelven a casa de noche para ver a Jesús. Algunos son jóvenes, incluso adolescentes; pero hay también ancianos; hombres y mujeres. La mayor parte fueron discípulos suyos en otro tiempo y se alejaron del Señor quién sabe por qué. Quizá negaron conocerle e incluso alardearon de su falta de fe. Tal vez se enfangaron buscando en la basura algo de la alegría perdida. Pero han pasado los años y ahora comprenden que necesitan volver a casa.
—Llevo mucho tiempo diciendo que soy agnóstico —me contaba un famosillo, viejo amigo mío desde los tiempos de la Facultad—. Si me ven hablando con un cura…
Le aconsejé que siguiera los pasos de Nicodemo. La Virgen María le conseguiría una cita con Jesús, de día o de noche.
—Ella te abrirá la puerta de su casa a cualquier hora. Jesús te dará un abrazo; volverás a empezar; nacerás de nuevo. Y aprenderás a ser valiente también a la luz del día.

lunes, 15 de abril de 2019

¿Volverá a volar el globo?


 
Ha vuelto "Juego de tronos", que no sé lo que es (y sospecho que tal ignorancia me honra). Ha vuelto de su largo retiro en Galapagar el Pablo de toda la vida. Volvió a los quioscos Julian Assange, el rubio de WikiLeaks, aunque sin su gato-espía, que le fue requisado por Scotland yard, la poli del Reino Unido. Con la lluvia de abril volvieron las oscuras golondrinas que arrancaban suspiros  líricos a mi amigo Gustavo Adolfo. Volvió la nieve de improviso cuando nadie la esperaba y también las campañas electorales, que lamentablemente nunca se fueron del todo. Yo mismo he regresado a Madrid después de 6 años de pinos y pájaros.
Ya soy otra vez un cura urbano. Ya respiro el aroma nutritivo del dióxido de nitrógeno y gozo de los entrañables atascos de la Villa y Corte. Ya tengo un colegio lleno de niños y un bate de béisbol que me trajeron los Reyes como arma defensiva.
Ahora solo me queda poner en órbita este globo. ¡Pobre aeronave, trasnochada y rancia! La he encontrado olvidada y cubierta de polvo, en el rincón donde dormitaba el arpa de Bécquer. ¿Podrá volar otra vez?
Tomemos carrerilla. Tal vez dentro de unos días, con la Pascua florida…