viernes, 19 de enero de 2018

A Tadeo Jones


Mi superhéroe


Querido Tadeo:
Ya eres mi superhéroe favorito. Hasta hace poco, en mi ranking personal de personajes en 3D figuraba en primer lugar Míster Increíble, aquel gordinflón bondadoso de fuerza descomunal que arrancó de cuajo un árbol enorme para recuperar al gatito de una anciana y cinco minutos después evitó una catástrofe ferroviaria deteniendo un tren en marcha. Mr. Increíble estaba casado con otra superheroína,  Elastigirl, de la que también soy fan desde que vi su película.
Pero lo tuyo es diferente.
Me caes bien porque naciste aquí. Eres un héroe made in Spain, dibujado, ideado, dirigido y producido por delirantes mentes carpetovetónicas. Vi tu primera peli hace un par de días. No es que me apeteciera mucho, pero mi amigo José Luis me había sugerido que te dedicara una de estas cartas mensuales, y lo hago ahora con mucho gusto.
Tadeo, me has convencido. Eres un gran tipo. Tú no necesitas volar como Superman ni trepar por las paredes como Spiderman. Tampoco manejas automóviles fantásticos ni recurres a sofisticadas armas de destrucción masiva como las de Batman. Eres un simple albañil que sueña con ser arqueólogo como Indiana Jones y descubrir tesoros luchando contra los malos.
¿Armas? En tu trabajo manejabas bastante bien la excavadora, pero la dejaste pronto porque técnicamente eras un pringao con sueños de superhombre, y el capataz de la obra nunca comprendió que tus meteduras de pata y tus despistes laborales eran consecuencia de la grandeza de tus ambiciones. Así que te puso de patitas en la calle. No te importó: tus sueños continuaron intactos y, con la ayuda de un loro mudo, un perro y un sombrero viejo como el de Indiana, perseveraste fiel a tu vocación, luchaste contra los malos, te aliaste con las momias, conquistaste a tu dama y salvaste el mundo.
En efecto, querido Tadeo: lo tuyo era ser héroe, aun siendo pequeñajo, no demasiado listo, torpe y sin poderes suplementarios. Desde muy pequeño sabías que ésa era tu verdadera vocación, tu identidad secreta. Y te cambiaste el nombre y pusiste tu vida entera al servicio de ese sueño.
Por eso te escribo. Quería decirte que no eres un tipo raro, ya que en el fondo todos tenemos vocación de héroes. Cuando los chicos y las chicas llegan a la adolescencia —esa edad tan denostada por muchos y tan llena de vida— quizá comienzan a intuir que no están en este mundo para vegetar confortable y plácidamente. Comprenden que su existencia debe tener un sentido heroico y fecundo. Se sienten llenos de fuerza, capaces de lograr cualquier meta. Y sueñan con dar fruto en el trabajo, en el amor y en mil batallas que su fantasía les sugiere.
Los adultos deberíamos comprender que nunca es lícito destruir esos sueños. No podemos sofocar impunemente el fuego que comienza a arder en el corazón de los chicos. Cortar las alas es una cirugía  triste y cobarde. Sin embargo es evidente que muchos padres y educadores están empeñados en esa lamentable tarea.
Jesús dijo en cierta ocasión: "el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará". Ésta es la cuestión y parece que no acabamos de enterarnos. Enseñamos a los adolescentes a "conservar" su vida, es decir, a no correr riesgos, a gozar —moderadamente, of course— de los placeres más elementales, a trabajar poco y a ganar pasta sin sobresaltos. Nadie les explica en cambio cómo pueden entregar la vida gastándola libremente por amor.
Dios, nuestro Señor necesita, ahora más que nunca, un millón de héroes como tú. Él quiere formar parte de esas fantasías "insensatas" que nacen muy pronto y van tomando cuerpo si el soñador sabe ser generoso. Jesús mismo aviva el fuego y se hace oír por quienes tengan el oído atento: "he aquí que estoy a la puerta y llamo —dice la Escritura—. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo".

martes, 2 de enero de 2018

A Lázaro de Betania

 Ser amigo


Querido Lázaro:
Dice el Evangelio de San Juan que fuiste amigo de Jesús; no discípulo ni pariente ni seguidor ni apóstol, sólo amigo. Seguro que te conformas con ese honor entre otras razones porque ser amigo de Dios supone poseer los demás títulos en grado máximo.
Eras el hermano menor de Marta y María; por eso te citan siempre en tercer lugar. Marta, una mujer hiperactiva, aparece en el relato de San Lucas desviviéndose por atender a Jesús en vuestra casa de Betania. María, en cambio, sentada a los pies del Maestro, escuchaba y contemplaba el rostro de su Amigo. Ese día aprendimos todos que algunas veces trabajar puede ser una forma de perder el tiempo y, en cambio, que cuando se mira, se escucha y se ama, se acierta siempre. Pero ésa es otra historia sobre la que tal vez escriba más adelante.
Cuánto me gustaría tener una conversación a solas contigo, querido Lázaro, para que me expliques cómo llegaste a ser amigo del Señor hasta el punto de lograr que viajara desde Perea a Jerusalén para resucitarte de entre los muertos arriesgando su propia vida cuando todos "le buscaban para matarlo".
Reconozco que a mí también me gustaría devolver la vida a algún amigo fallecido inesperadamente.  Un poeta español, Miguel Hernández, tuvo la misma descabellada idea. Lo cuenta en su elegía a Ramón Sijé, su compañero del alma, muerto "como el rayo" en Orihuela. Explica el poeta que querría "escarbar la tierra con los dientes, minar la tierra hasta encontrarlo, y desamordazarlo y regresarlo. Y termina su elegía con unos versos inolvidables: A las aladas almas de las rosas... del almendro de nata te requiero: que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.  
Yo querría ser "amigo" así, pero amigo del Señor, como tú lo fuiste. Aunque quizá no baste con querer. Lo que importa es que el mismo Cristo te reconozca como tal; es decir, que te escoja de entre la multitud —porque los amigos se eligen— y que, cuando te encuentres desnudo ante él para ser juzgado, te llame "amigo" y te trate como se trata a uno de sus predilectos.
He leído que la amistad es una forma de amor que suele darse entre personas afines, quizá entre compañeros de profesión o de estudios, o entre quienes comparten unos mismos ideales en la vida. Cuando dos personas aman a la par las mismas cosas y luchan por conseguirlas, es fácil que nazca entre ellos un afecto recio y sólido, no cimentado en suspiros o declaraciones de amor, sino en la fidelidad diaria a esos ideales comunes. Lo dice el propio Miguel Hernández de su amigo Ramón, "con quien tanto quería".
¿Es posible ser amigo de Jesús así? Cabría pensar que no. Quizá tenían razón los antiguos cuando afirmaban que solo entre "iguales" puede nacer una verdadera amistad; pero Cicerón añadía que, algunas veces, el afecto que une a dos personas de distinta estatura o dignidad puede nivelar las diferencias engrandeciendo al pequeño sin que el grande pierda un milímetro de estatura.
Tú, querido Lázaro, seguro que tuviste muchos amigos y amigas desde pequeño; amigos en el trabajo o en el estudio, amigos en tu aldea o en tu familia, amigos de tus amigos… Y, en la adolescencia, que es cuando nacen las amistades más sólidas y los amores más apasionados, compartiste penas, inquietudes, alegrías y sueños con unos pocos muchachos de tu edad. Hasta que un día conociste a Jesús.
Quiero creer que él fue uno de esos amigos; que jugasteis en Betania y en Jerusalén, que crecisteis a la vez ¿Estuviste con él en el Templo el día en que se escapó de la caravana y sus padres lo buscaron angustiados por toda la ciudad?
¿Qué cosas te contó el Señor en confidencia de amigo? Y tú ¿le abriste también tu alma? ¿Conociste a su Madre, la Virgen Santísima? ¿Hablasteis de Ella? ¿Cuándo descubriste que en Jesús había un misterio, un abismo infinito de amistad en el que podías sumergirte sin miedo?
Me gustaría ser tu amigo, querido Lázaro. Ya sabes: "los amigos de mis amigos son mis amigos", y yo quiero compartir contigo a ese Dios-Amigo que puede resucitarme cuando lo necesite.