martes, 31 de marzo de 2015

¡Abramos las puertas!


Hoy he dado un paseo con Kloster por distintos puntos de la Gran Canaria . La isla empieza a estar ya abarrotada de visitantes venidos del mundo entero. El espectáculo es colorista y simpático, pero a casi nadie le importa dar una imagen de elegancia o buen gusto. Lo que priva es la comodidad, las canillas al aire, los pelos alborotados, las voces destempladas y los sonidos orgánicos sin director de orquesta.
Kloster me dice que soy un gruñón, que no me fije en esas cosas, pero no puedo ni quiero evitarlo. Debe ser cosa de la vejez.
A media mañana decidimos entrar en una iglesia para hacer la visita al Santísimo. La primera estaba cerrada. Y la segunda. Y la tercera… Quizá tenía razón una señora a la que interrogué:
—No es hora de visitas. Y el pobre párroco tiene que ir a varios pueblos.
Cómo no voy a entenderlo; pero me vino el recuerdo de aquella singular homilía de Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro. Temblaba la columnata de Bernini ante la voz poderosa del Papa:
—¡No tengáis miedo; abrid las puertas a Cristo!
Empecemos por abrir las puertas de las iglesias. Que entren todos con sus bermudas de colores y sus rotundos aromas corporales. Es Cristo quien llega. No es preciso que esté el párroco; un sacristán o incluso un buen monaguillo puede estar atento para evitar hurtos y, de paso, para enseñar a los turistas dónde vive el Señor, para qué sirve el confesonario, cómo se hace la genuflexión y cuáles son los auténticos tesoros de la Iglesia.
 



lunes, 30 de marzo de 2015

Arucas, al sol

 Arucas está aquí mismo. Desde Airaga diviso a unos cientos de metros las primeras casas de la ciudad; la Iglesia de San Juan Bautista, que luce empaque catedralicio, y la pequeña montaña cónica, que parece puesta allí sólo para que suban los forasteros a sacarse una foto.
En Arucas se fabrica ron, dicen que de buena calidad, y, como casi todas las pequeñas localidades canarias, se abre de par en par cada mañana a los turistas que quieran visitarla. Yo, después de dar un par de clases de Teología, me calzo el panamá y una camisa caribeña, y le digo al GPS del cochecito de alquiler que me lleve al centro mismo de Arucas.
Tardamos más minutos de los previstos, porque aunque en línea recta el pueblo parece muy cercano, nos separa un barranco infranqueable, que hay que bordear por el norte.
Arucas al sol recuerda a cualquier ciudad del Caribe de esas que uno no ha visitado jamás, pero que están en mi memoria como en la de todos. El colorido de las casas, los balcones que se asoman descarados a las calles, las flores inesperadas en cualquier esquina y la melodía isleña de las frases oídas al pasar, me crean la ilusión de que hemos cambiado de continente.
No hay una sola nube en el Cielo y la temperatura es perfecta. Me acerco a "la catedral" y tras comprobar que está cerrada, oigo una voz masculina que me llama por mi nombre:
—¡Don Enrique!
Vuelvo la cabeza. Se trata de un tipo de unos cincuenta y pocos años, que viste bermudas de color rosa, camisa verde y sombrero marfileño como el mío.
—¿No me recuerda?
—…A ver; dame una pista.
—Madrid, Navacerrada, Navidad, mil novecientos noventa y…
—¡Antonio!
Terminamos concluyendo que el mundo es un pañuelo; original afirmación que nos permite tomar una cerveza juntos y una tapa de papas arrugás con mojo picón.
 
 
 

domingo, 29 de marzo de 2015

Al "mal ladrón"


Las dos caras del dolor


Querido Gestas. Ni siquiera sé si éste es tu nombre. Así te llaman algunos evangelios apócrifos, que aprovechan la ocasión para ensañarse contigo contando lo malísimo que fuiste en el pasado según alguna leyenda poco fiable. Lo único seguro es lo que cuenta San Lucas. Dice el evangelista que fuiste crucificado junto a Jesús y que increpabas al Señor como cualquiera lo habría hecho en aquellas terribles circunstancias: "¿No eres tú el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!". Es verdad que te faltó un poco de perspicacia. Podías haber dado el gran golpe de tu vida asaltando el Cielo y robando el tesoro de la Vida eterna, que es lo que hizo tu colega, Dimas. Ése sí que fue un ladrón de verdad, un profesional de primera.
Sin embargo, querido Gestas, debo decir que te entiendo muy bien. Es más, supongo que yo tampoco habría sido capaz de dar el gran salto de Dimas. Me habría quedado a medias, como tú, gritando de dolor y de rabia y apelando a quien pudiera salvarme de aquella tortura infame. ¿Acaso me convierte eso en blasfemo o en mala persona? Entiendo que no. Y estoy convencido de que Jesús tampoco lo vio así.
Durante estos días de Semana Santa, en muchas ciudades de España salen a la calle cientos de pasos en los que se representa la muerte de Cristo. En algunos aparecéis Dimas y tú, los dos ladrones. Dimas viene siempre con rostro seráfico, como si nunca hubiese roto un plato. A ti, en cambio, te ponen un gesto de odio y cólera que se me antoja injusto. No nos lo tengas en cuenta. Comprende que el arte es sobre todo un lenguaje, y los imagineros tratan de explicarnos que el dolor tiene dos caras. A ti te han adjudicado la más fea.
El dolor es, en principio, un mal y una consecuencia del pecado. Cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios en el Paraíso, el Señor los dejó en manos de su propia naturaleza pasible y mortal. El diablo les había prometido que serían como dioses y eso fue paradójicamente lo que les ocurrió: se convirtieron en diosecillos ridículos e indefensos, privados de los dones que Yahvé les había concedido al crearlos. Y nuestros primeros padres conocieron el dolor, la angustia, la fatiga del trabajo y la muerte.
Cristo, nuestro Señor, al encarnarse, asumió ese castigo. Quiso ser "carne de pecado", según la dura expresión de San Pablo, y sufrió desde la cuna a la cruz un dolor injusto, pero real. Sin embargo arrancó al sufrimiento su veneno mortal, lo convirtió en un modo de amar, de entregar la vida para rescatar a sus amigos. Y abrazó la cruz que le echaron sobre los hombros como un amante abraza a su amada.
Desde entonces todos tenemos la posibilidad de abrazar el dolor con el que siempre nos tropezamos en esta vida, y ser "otros Cristos". Esto es lo que hizo Dimas. Él comprendió que podía identificarse con Aquél inocente que moría a su lado, y aceptó su propia cruz, que, desde ese momento, fue también de su Señor.
Pero no todos descubren a Cristo en el sufrimiento. A muchos el dolor les lleva a la desesperación, a la blasfemia o al suicidio. Hay quien, de tanto padecer, pierde la fe, quien abandona toda esperanza y alimenta su odio. Pienso en Judas Iscariote, otro personaje de la Semana Santa. Él no recibió en la tierra más castigo que el de su pecado, que le torturaba. Tuvo su propia pasión. ¡Maldita pasión de Judas, que le llevó a la desesperación y a la muerte!
No fue tu caso, ¿verdad, Gestas? A pocos centímetros de Jesús tú sólo sufrías. Tu queja era un lamento razonable, como el de tantos hombres y mujeres de todas las épocas que padecen la pobreza, el hambre, la enfermedad, la persecución o la violencia. Quizá no sepan nada de Jesús; quizá nadie les haya hablado jamás de la Cruz ni de su valor redentor, pero el Señor está a su lado, tan cerca, tan cerca, que no necesitan casi nada para llegar al Cielo.
Tú también lo lograste, amigo Gestas. Detrás de Dimas, unos minutos más tarde, entraste en el Reino. Espérame en la puerta, ladrón. ¡Nos parecemos tanto…!

sábado, 28 de marzo de 2015

23F, emergencia

Los aviones de Iberia no tienen fila 13.
—Doce o catorce, caballero. Es por los supersticiosos. Nuestra compañía respeta todas las creencias.
—¿Y no sabe usted, señorita, que ser supersticioso da mala suerte?
—La aeromoza debe de estar muy acostumbrada a lidiar con todo tipo de ganado, porque no pestañea, y se limita a decir:
—¿Qué asiento tiene usted?
—El 23F.
—¿En serio?
—Palabra de honor. Y el caso es que yo no soy supersticioso, pero 23F…, es un poco fuerte, ¿no?
—Puedo cambiarle el asiento, pero el 23F es un asiento de emergencia.
—Encima eso, para casos de emergencia, 23F. ¿No podría ponerme en la fila 13?
—Es que en Iberia no hay…
—¿Y en business? A lo mejor me puede cambiar de clase por razones ideológicas de emergencia.
La azafata ya ni me mira.
—Qué tenga usted un buen viaje, caballero…
—No sé, chica; no sé…  

jueves, 26 de marzo de 2015

A propósito...,


Recemos por los fallecidos,
acompañemos a las familias en su pena,
informemos a la opinión  pública,
investiguemos las causas de la tragedia;
pero no convirtamos el dolor y las lágrimas en espectáculo televisivo.  
 


martes, 24 de marzo de 2015

¿Dónde está Dios?

Me pregunta un valiente "Anónimo" (¿será siempre el mismo?) que dónde estaba hoy "mi" Dios. Supongo que se refiere al accidente de aviación y a los 150 fallecidos en Los Alpes.
Lo que no acabo de entender es por qué no me pregunta lo mismo cuando la catástrofe (un terremoto, un huracán, un atentado terrorista) ocurre en Asia, en Oceanía o en el África subsahariana, es decir unos miles de kilómetros más lejos.
Sí, ignoto anónimo; en el mundo hay tragedias todos los días y a todas horas. La globalización nos las acerca más que nunca; las conocemos al instante. Y todos nos preguntamos muchas veces dónde está Dios, por qué no evita las muertes de los inocentes, los millones de niños abortados o esclavizados, las mujeres maltratadas…
Seguro que no quieres que te responda con un confuso tratado teológico sobre el sentido del dolor. Pero quizá te ayude, como me ayudó a mí, el recuerdo de una pintura de Brueghel el Viejo que se conserva en Viena. Se titula "Jesús con la Cruz a cuestas". Lo curioso de este cuadro es que uno tarda en descubrir dónde está Jesús. Sólo ve una larga y abigarrada procesión de gentes de todas las edades y clases sociales. Hay una mujer que grita dando a luz, un hombre asaltado por bandidos, algún moribundo… En definitiva, un retablo terrible de sufrimientos de todo tipo.  También aparece Jesús, desde luego; pero como un personaje más de la escena, con su dolor a cuestas en forma de cruz.
Yo creo entender lo que pretendía transmitirnos el artista con este cuadro. Cuando preguntamos al Señor por el sentido del dolor, aparentemente calla, pero toma su cruz y se pone a nuestro lado en silencio. Y, desde que murió por nosotros, todo hombre o mujer que sufre, quiera o no quiera, tendrá siempre como compañero de sufrimiento al mismo Dios Encarnado.
Habrá quien no lo entienda, quien blasfeme o exija a Dios que dé la cara y hable más claro. A mí me resulta evidente que, si Dios no existiera, entonces sí que este mundo sería absurdo, un sinsentido en el que cualquier violencia sería lícita. Pero por fortuna hay un Dios, un Juicio y una vida Eterna, y ese Jesús que nos acompaña con la Cruz a cuestas nos señala el camino.

lunes, 23 de marzo de 2015

...Y nieva, y nieva


Y de pronto…, la nieve

Y no una nevada tímida de primavera, sino una verdadera borrasca blanca de copos enormes que bailan su vals silencioso en el jardín. Los pájaros huyen despavoridos y los árboles, recién podados, sin el abrigo de las hojarasca, estornudan de frío al otro lado de la ventana.
Yo me siento en el despacho y trato de poner por escrito algo que me ha venido a la cabeza esta mañana cuando regresaba de ver a mi podólogo (¿de cabecera?) en Segovia.
Ya estoy otra vez en Molinoviejo, y no ha venido nadie. Por tanto, esas voces que oigo deben ser producto de mi imaginación.
Pues no. Son Antonio y Javier, que han decidido coger el coche y hacer 70 kilómetros para comer conmigo. ¿Por qué? Porque es 23 de marzo, porque nieva y porque mi familia es así.
Son ya las cuatro de la tarde. Acaban de marcharse los visitantes. Estoy conmovido, pero no sé poner por escrito todo lo que siento.
Iré al viejo oratorio de la casa antigua y daré gracias al Señor por la nieve, por esta visita y por mil cosas más que no diré.


 

sábado, 21 de marzo de 2015

La poda y la cruz

Frente al cuarto de estar de la casa antigua de Molinoviejo había seis hermosos árboles; seis arces blancos, también llamados "falsos plátanos", de tronco recto, recio, con una corteza gris escamada muy apetecida por las aves trepadoras (el agateador, el trepador azul) y por los pico-picapinos que frecuentan el jardín. Hasta hace unos días, los seis centinelas sombreaban la entrada de la casa y el pequeño espacio donde solemos poner  la mesa y las sillas en verano.
Escribo en pasado, porque los seis gigantes se han convertido en una ruina, en una especie de Partenón vegetal, por obra y gracia de una sierra mecánica y de un vehículo amarillo de aspecto extraterrestre. Ahora, frente a la casa antigua hay seis columnas chatas y robustas sin una sola rama que revele su glorioso pasado.
Me dice el jardinero que la poda ha sido necesaria, porque la parte superior del tronco estaba muerta y hueca, y las ramas podían destrozar los tejados de la casa.
—Ahora están más contentos —sentencia—. Cuando llegue el verano darán sombra otra vez.
Kloster contesta que no se fía y, por si acaso, saca un par de fotos de la catástrofe.
—No te preocupes, colega, —le explico a mi amigo—. Estos árboles tendrán su propia primavera un poco más tarde. A nosotros, en el fondo, nos ocurre algo parecido: con el paso de los años, nos llenamos de hojas y subimos tan alto que nos creemos algo. No hay que fiarse: de tanto exhalar humos, el alma se envanece y se queda hueca como un tronco moribundo. Nos convertimos entonces en un peligro y necesitamos una buena poda. Duele, pero viene muy bien. Esa poda es la Cruz, que Dios envía a los que más ama. Si la abrazamos con alegría, no dudes que tendremos una nueva floración y mucho más fruto.




viernes, 20 de marzo de 2015

Cordelia escribe

José fue el primero en darse cuenta de que algo no iba bien.  Anochecía, y la caravana empezaba a prepararse para acampar. José había caminado todo el día con su primo Simón y parientes de Belén, poniéndose al día de las novedades de su pueblo natal.  María,  por su parte,  marchaba con un grupo de mujeres de Nazaret. Escuchaba y sonreía,  aunque apenas hablaba.
José buscó a Jesús entre los chavales que corrían,  para decirle que fuera a buscar a su madre, y entonces se dio cuenta de que no lo había visto en mucho rato.
Los niños solían cambiar de grupo con frecuencia, a ratos con los hombres, a ratos con las mujeres, a ratos ellos solos,  hablando, cantando o simplemente corriendo
José vio a  Isaac, vecino y amigo de Jesús,  y le hizo señas para que se acercara.
— Donde está Jesús? No le he visto desde la mañana.
—Al poco de salir de Jerusalén dijo algo de que tenía un encargo tuyo y se marchó.  No le he vuelto a ver.
José sintió un puño que le apretaba el corazón.  El no le había encargado nada a Jesús.
—Isaac, es importante.  ¿Recuerdas sus palabras exactas?
—Dijo algo así como que tenía que ocuparse de los asuntos de su padre.
José,  después de darle las gracias a Isaac, fue a buscar a María.
—María...
El tono de voz de su marido fue suficiente para que María se diera cuenta de que algo pasaba. Escuchó la explicación de José,  y dijo sin dudar:
—Está en Jerusalén. Seguro. Debemos volver a buscarlo.
Ya era noche cerrada, imposible ponerse en marcha hasta la mañana. María y José se sentaron juntos, la espalda apoyada en una roca.
José rodeaba con su brazo a María,  y ella apoyaba la cabeza sobre su hombro. Ambos sabían que no podrían dormir.
Mientras espera el alba,  José recuerda.
Recuerda ese día en que dejó por primera vez que Jesús manejara el cepillo en el taller.  Y que se clavó una astilla larguísima en la palma de la mano. Y cómo se mordía los labios para no llorar, mientras él se la sacaba.
Recuerda cuando María se fue a cuidar a su madre unas semanas y se quedaron los dos solos, comiendo las porquerías que cocinaban entre ambos,  y poniendo cara de cómplices cuando mamá volvió a casa.
Recuerda el viaje a Jerusalén para presentar al niño en el templo. Cómo le daba la risa floja pensando en la cara que pondrían los sacerdotes si supieran quien era ese Niño.
Y María le regañaba y le decía: ni se te ocurra reírte cuando estemos allí. 
Y sobre todo,  recuerda la primera vez que vio a Jesús. Había salido del establo para poner paja y agua a la mula.
Y cuando volvió a entrar,  María estaba sentada, mirando un bulto envuelto en pañales que tenia en brazos. Y él no supo qué decir. 
Se acercó a mirar, por encima del hombro de María. Y vio aquella carita, tan pequeña,  los ojos cerrados,  la boca esbozando una media sonrisa. Y cuando Jesús abrió los ojos, y le miró, con esa mirada verde y dulce, sintió que el corazón le iba a estallar en el pecho. Recordando esos momentos, se le llenaron los ojos de lágrimas. 
Dios le había confiado a Su Hijo y él lo había perdido.

Cordelia (Desde el quirófano) 

jueves, 19 de marzo de 2015

San José




Además de felicitar a los Pepes, Pepas y Pepitos, hoy me gustaría que Cordelia nos hiciese un regalo: sólo ella será capaz de contarnos lo que sintió San José cuando el Niño le llamó "abbá" (papá) por primera vez, cuando aprendió a besar y le plantó el primer beso en toda la barba, cuando…
¡Animo, Cordelia! Tú tienes más imaginación y talento. Demuéstralo.
Puedes inspirarte en esta conocida oración, que la Iglesia recomienda a los sacerdotes antes de celebrar la Eucaristía:
¡Oh feliz varón, bienaventurado José, a quien le fue concedido no sólo ver y oír al Dios, a quien muchos reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron, sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo!
V. Ruega por nosotros, bienaventurado José.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Oración: Oh Dios, que nos concediste el sacerdocio real; te pedimos que, así como san José mereció tratar y llevar en sus brazos con cariño a tu Hijo unigénito, nacido de la Virgen María, hagas que nosotros te sirvamos con corazón limpio y buenas obras, de modo que hoy recibamos dignamente el sacrosanto cuerpo y sangre de tu Hijo, y en la vida futura merezcamos alcanzar el premio eterno. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

martes, 17 de marzo de 2015

Otros te habrían matado

Nacho nos habla de su hermano José María, que tiene síndrome de Down. Se trata del primer vídeo que publica Fearless prolife en su recién inaugurado canal de youtube. Una maravilla. 

lunes, 16 de marzo de 2015

El paso de las horas

¿Por qué se llamará "Boca del Asno" este lugar? 
El campo tiene su propio ritmo, más pausado, más sereno, aunque nunca tedioso. Cada día es diferente del anterior, pero hay que estar aquí, en soledad, para comprobarlo, para detectar esos pequeños cambios que hacen única cada jornada: los colores del paisaje, el paso de las aves migratorias, la luz que se renueva cada mañana… No hay dos días iguales, aunque yo me sienta incapaz de hacérselo entender a mis lectores del asfalto.
—Debe ser un rollo ese trabajo tuyo —me dicen con alguna frecuencia—.
¿Rollo? No, por Dios. Hoy mismo, después de despedir a una convivencia de sacerdotes, me he entretenido con dos parejas de pájaros trepadores, que aprovechan la poda para dar cuenta de las pequeñas larvas que huyen de las ramas secas. Luego ha llegado el eclipse de cada noche y el cielo se ha teñido de un rojo de sangre oscuro y denso, como una amenaza.
Le pregunto a un campesino si lloverá mañana:
—Lloverá o no lloverá. Hará lo que sea menester —responde sentencioso—.

 

sábado, 14 de marzo de 2015

Defender lo evidente


Mientras escribo estas líneas, aquí en Molinoviejo, la televisión transmite las primeras imágenes de la "marcha por la vida", que avanza en la calle de Alcalá. Veo a algunas antiguas alumnas de Aldeafuente y me siento orgulloso de ellas; las hemos educado para luchar en defensa de los grandes valores, y tienen la cabeza bien armada para la batalla. Begoña, agarrada a la pancarta de cabeza, canta algo a voz en grito.
Apago la tele y, como siempre me ocurre en estos casos, me dejo dominar por la melancolía. ¿Es que hay alguien que no sepa que el aborto provocado es un homicidio? Y me viene a la memoria el conocido lamento de Dürrenmatt: "raros tiempos éstos en los que es necesario demostrar lo evidente."


viernes, 13 de marzo de 2015

"Centinelas de lo invisible"


Vale la pena leer aquí la entrevista que Mons. Fernando Ocáriz, Vicario auxiliar del Opus Dei, ha concedido a la agencia Zenit. Como muestra, destaco este último párrafo:

La belleza del mensaje sobre la santificación de la vida ordinaria ha conllevado también una revalorización de las profesiones relacionadas con la atención del hogar y el servicio a la persona. Es bonito, pues se podría decir que la casa, el hogar, es el lugar en que cada mujer y cada hombre se rehace. Cada cristiano es casa de Dios, templo vivo. La Iglesia es una casa, nos protegen las manos de Dios, son como un techo que al mismo tiempo nos abre el Cielo.En la prelatura, algunas mujeres quieren libremente tener como trabajo profesional la administración doméstica de los centros. Son un punto de referencia para cada persona que se acerca a los apostolados del Opus Dei: su ejemplo y su dedicación humanizan nuestras vidas, nos muestran cómo santificar lo de cada día: enseñan a amar, como solo una madre puede hacerlo. A esas mujeres se les podría aplicar una expresión de san Juan Pablo II: con un corazón que ve, son auténticas centinelas de lo invisible.


jueves, 12 de marzo de 2015

La lotería

Ya han llegado los primeros alimoches 
Dicen que mañana regresará la primavera; que lo que ahora tenemos es un veranillo adelantado y es conveniente pararle los pies con un buen frente de frío y lluvias antes de que llegue la semana de pasión.
Hoy he vuelto a bajar a Madrid. Quería hablar con José Luis, porque me llamó muy enfadado hace días a Molinoviejo y quedamos en que yo le buscaría en cuanto mi agenda lo permitiera. José Luis tiene mucha suerte, pero él no lo sabe. Cree que la vocación de su hija es "una trampa"; que el mismo concepto de "vocación" es ilusorio, porque Dios tiene cosas más importantes que hacer que "ir diciendo cositas al oído de las adolescentes para captarlas y hacerlas monjas."
Sentados en el Vips de Serrano, le hago notar que su hija no es precisamente una niña; tiene 22 años y está a punto de terminar la carrera con una notas brillantes.
—Más a mi favor —responde—. Siempre vais a por las mejores.
—Bueno, yo no conozco a tu hija. ¿De verdad vale tanto?
Frente a un capuchino caliente, José Luis se deshace en elogios hacia la chica.
—Si es así —le digo al fin—, tienes razón. A Dios habría que entregarle algo más mediocre. ¿No tendrás otra hija feíta, de pocas luces, que no valga mucho…?
Regreso a Molinoviejo con la puesta de sol. José Luis es un buen tipo. El único problema es que le ha tocado la lotería y no se lo acaba de creer. Me propongo ir a visitar a la niña, que ingresará como novicia en una congregación dentro de unos días


miércoles, 11 de marzo de 2015

Sed humildes, porfa; compensa


En su columna de hoy, mi tocayo G-M habla de los debates electorales en la tele de Andalucía. El tema me aburre soberanamente y no me apetece meterme en camisa de once varas, pero debo reconocer que el final del artículo me ha parecido genial. Aquí lo tenéis.
Mientras los veía autopromocionarse en el debate, haciendo buenamente lo que podían, tuve un sueño. Que una o uno mirase a la cámara y confesara: "Soy un candidato mejorable, sin duda mucho peor de lo que ustedes, que levantan con su trabajo diario esta comunidad y que pagan sus impuestos, se merecen.
Abrigo mis dudas de que yo sea mejor que estas damas y caballeros, rivales míos, y, en cualquier caso, conozco mis defectos mejor que los suyos y, sobre todo, me duelen más; pero creo en nuestros principios, confío en nuestras ideas, tengo un gran equipo humano y una ilusión enorme, y, si ustedes me votan, estaré a su servicio. Si no me votan, lo entenderé de sobra, y quizá incluso les agradezca que no echen sobre mis hombros una responsabilidad tan grande como estar a la altura de lo que demandan estos tiempos". 

Y yo añado que si por un milagro del Cielo, un político, con coleta o sin ella, viejo o joven, dijese algo parecido, le votaría sin dudar un instante. 
Pero me temo que no ocurrirá. A no ser que alguno de los contendientes lea este artículo y comprenda que la humildad se compra mejor que la soberbia.


lunes, 9 de marzo de 2015

Antes del curso de retiro


Desde hace tres o cuatro días la administración de Molinoviejo prepara con todo detalle lo necesario para las celebraciones litúrgicas de esta semana que empieza.
Resulta que tenemos un nuevo curso de retiro de sacerdotes, y las chicas saben muy bien que más importante que la predicación es la Eucaristía: las diferentes Misas que dirán los asistentes en forma privada o en  concelebración con otros.
Acabo de pasar por la sacristía y por el anteoratorio. Ya están desplegadas las casullas y planchadas las albas y los manteles. Relucen los vasos sagrados y los demás instrumentos litúrgicos.
Si algo se manchara o deteriorara durante estos días, tened la seguridad de que los ángeles de Molinoviejo se ocuparán de que al día siguiente todo esté perfecto.
Seguro que los sacerdotes se dejarán contagiar por esta atmósfera de sincera piedad y trabajo. Y cada uno pondrá un empeño y un cariño especial cuando tenga en sus manos la Hostia Santa y el Cáliz. De esta forma el fruto del retiro estará garantizado.
Son las seis y media de la tarde. Oigo el motor de un automóvil. Ya llegan los primeros. 


domingo, 8 de marzo de 2015

Reliquias




Salgo al jardín, que empieza ya a vestirse de primavera, y me viene a la memoria aquel día —habrán pasado diez o quince años— en que Pilé y yo, sentados a la sombra del plátano evocábamos recuerdos comunes de Molinoviejo y de San Josemaría. Yo pretendía rellenar los boquetes de mi memoria con las precisas y categóricas aportaciones de mi interlocutor.
—¿Estás seguro de que fue en el año 60…?
—Completamente. También estaba Carlos y…
En ese momento apareció alguien. Era un chico del Pabellón, de unos veinte años, al que no prestamos demasiada atención. Se sentó a pocos metros y unos minutos después dijo:
—Es que ustedes son para mí como reliquias vivas.
Pilé, veloz y rotundo como solía, respondió:
—Tienes razón, chaval. Somos colillas, y las colillas también son reliquias.


viernes, 6 de marzo de 2015

...Y el fuego del asfalto


Seguramente exagero. Tampoco es que ardan las calles de Madrid, pero a las cuatro y media de la tarde, coincidiendo con la escapada en masa para el primer finde del año con sol, el asfalto empezaba a echar ese vaporcillo transparente tan típico del verano.
Yo había bajado a Madrid desde Molinoviejo a las diez de la mañana bien protegido por un chaquetón impermeable y un buen jersey de lana. Antes de llegar a casa, aproveché para dilapidar toda mi hacienda en gastos de farmacia y perfumería. El chaquetón se quedó en el maletero del Citroën, y no me desprendí del jersey porque me parecía feo llevarlo sobre los hombros. El termómetro del coche ya marcaba 23 grados.
He estado pocas horas en la ciudad; las suficientes para irme cociendo en salsa de asfalto. Durante el almuerzo, Ramón me habla de los mendigos que él atiende todos los meses en compañía de un buen grupo de familias: "Los invisibles", se llaman, porque, efectivamente, los mendigos son transparentes hasta el momento que alguien los mira a los ojos.
Mis mendigos están hoy más alegres y lustrosos que otras veces, pero con tanto gasto me he quedado sin un céntimo. Saludo a Germán y tomo la autovía de La Coruña camino de Molinoviejo. A la altura de Puerta de Hierro enciendo el aire acondicionado.
Ya en Segovia, la Mujer Muerta se resiste a desprenderse de la sábana blanca que la cubre por completo.

jueves, 5 de marzo de 2015

El color de los pinos


Último paseo por el jardín. Son las siete en punto de la tarde. Ya se han encendido las farolas, pero el sol aún golpea con fuerza desde poniente hasta el punto de deslumbrar a los ángeles que caminan sobre la fachada de la ermita.
Los árboles comienzan su danza de colores. La piel de los pinos amarillea al sol como una bandera. Dos minutos más tarde,  se ruboriza en diferentes tonos de rosa y naranja. No me llaméis cursi, por favor. Lo triste sería pasar a su lado sin ver nada, despreciando el breve espectáculo de luz y color que Dios nos regala antes de anochecer.
Se apaga la luz de la tarde. El sol se desploma en el horizonte y esparce por las cumbres de la  cordillera que se ve a lo lejos un río de fuego. Luego, una llamarada sorprendente enciende de nuevo el cielo al rojo vivo. Y los pinos, que se habían convertido en sombras de sí mismos, renacen de sus cenizas.
Entro en la ermita. La Virgen, que lo ha visto todo, no me reprocha que haya demorado la visita. Después del Rosario le recuerdo las intenciones que tenemos pendientes.




miércoles, 4 de marzo de 2015

La poda ofende


Los pinos de Valsaín, siempre de puntillas sobre el suelo de Molinoviejo, parecen mástiles enormes cuando se balancean con el viento, tan frecuente en esta zona norte de la Sierra. Nunca se deforman ni se parten por la mitad. Si acaso, cuando el temporal arrecia, a veces cae alguno al suelo con las raíces al aire. Dicen que eso ocurre sólo porque el árbol ya estaba muerto, pero el problema es éste precisamente; la escasez de tierra para alimentar y dar fuerza a tanta raíz. Se conoce que Molinoviejo está edificado como la casa de la parábola, sobre roca, y el jardín ha ido creciendo sólo hacia arriba, no hacia abajo, como ocurrió en otra parábola, la de aquel Sembrador que lanzó la semilla sobre un pedregal.
Para evitar catástrofes, los pinos de Molinoviejo necesitan podas frecuentes. Supongo que de esta forma el tronco se mantiene erguido si redobla el huracán. Hoy precisamente han venido los podadores con toda clase de medios mecánicos y hasta los pájaros han huido del estrépito.
Al terminar, los pinos parecen más limpios y aseados, como yo mismo cuando voy al peluquero y mi amigo Ángel se pasa de la raya con la tijera.
—Hoy te he quitado diez años —me dice—.
—Me has dejado con toda la calva a la intemperie. Y encima te pago por robarme la manta protectora.
Si  los pinos de Valsaín se miraran hoy al espejo se sentirían como yo.  Claro que a ellos les vuelven a crecer ramas suficientes para que los pájaros estén cómodos cuando llegue la primavera. Yo en cambio...



martes, 3 de marzo de 2015

Una duda


—¿Lo digo o no lo digo?
—Tú verás, colega. Arriesgas mucho…
—¿Tú crees?
—Lo sabes perfectamente. Te expones a pasar la mañana con el teléfono pegado a la oreja.
—Eso sí; pero tampoco me importa demasiado. No tengo nada mejor que hacer.
—Y si vienen a visitarte…
—No; eso sí que no. En estos casos cuanto menos visitas, mejor. Además, aquí en Molinoviejo, todos es un poco más complicado…
—Entonces más vale que no digas nada.
—Tienes razón, Kloster. Mejor que no.