lunes, 31 de marzo de 2008

Movistar tutea a Pérez Reverte


Hace años escribí algo sobre el tuteo y el "usteteo". Lo pondré aquí un día de estos. Mientras tanto, aquí tenéis este artículo de Pérez Reverte, que tiene algo más de gracia que el mío. Termino el mes dando la palabra a otro.




Hay un director de negocios del sector Movistar de Telefónica –evitaremos el nombre, para no ensañarnos con la criatura– que me escribe de vez en cuando y a quien no conozco de nada. Quiero decir que nunca hemos ido juntos al colegio, ni frecuentado los mismos restaurantes con amigos comunes, ni trabajado en el mismo periódico, ni en la tele. Tampoco creo que nos hayan presentado nunca. Es posible, eso sí, que compartamos aficiones; que le gusten los libros viejos, y las películas de John Ford, y el mar, y las señoras a las que uno puede llamar señoras sin necesidad de estar conteniéndose la risa. Es posible todo eso; e incluso que, en el fondo, él y yo seamos dos almas gemelas, que en la barra del bar de Lola o en cualquier sitio parecido pudiéramos calzarnos unas cañas filosofando sobre esto o sobre lo otro. Pero eso no lo sabremos nunca. Por otra parte, ni siquiera sus cartas son personales. Si lo fueran, si las palabras que me dirige y firma tratasen de asuntos particulares entre él y yo, lo que estoy escribiendo tendría menos justificación. Cada cual elige su tono, y ese director de negocios de Telefónica podría, quizás, usar los términos que le viniesen en gana para dirigirse a mí. Pero no es así. Sus cartas son formales, profesionales. De empresa que presta sus servicios al cliente que los usa y disfruta. Para entendernos: yo pago y él cobra. Y sin embargo, fíjense, va ese gachó y me tutea: «Estimado cliente. Nos complace comunicarte...».

Dirán algunos de ustedes que qué más da. Que los tiempos cambian. Pero me van a permitir que no esté de acuerdo. Los tiempos cambian, por supuesto; y a menudo más para bien que para mal. Pero una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa. A lo mejor lo que pasa es que algunos directores de negocios de Telefónica, sus asesores y sus publicitarios, relacionan eso del teléfono móvil y toda la panoplia con gente joven en plan colegui, o sea, mensaje y llamada desde el cole con buen rollito, subidón y demás, a qué hora quedamos para el botellón, tía, etcétera. Pero resulta que no. Que el teléfono móvil no sólo lo utiliza la hija quinceañera del director de negocios de marras, sino también dignas amas de casa, abuelitos venerables, académicos de la Historia, comandantes de submarino, patriarcas gitanos y novelistas de cincuenta y seis años con canas en la barba. Algunos, tan antiguos de maneras que tratamos escrupulosamente de usted a la gente mayor, y a los desconocidos, y a los taxistas y a los camareros y a los dependientes –empleados de Telefónica incluidos–, como a cualquiera que por su trabajo nos preste un servicio, aunque se trate de gente jovencísima. Hablar de usted a la gente en general supone respeto, convivencia, educación y delicadeza. Por eso el tuteo rebaja y molesta a muchos destinatarios, entre los que, es evidente, me cuento. Cosa distinta es recurrir al tuteo –Permitidme tutearos, imbéciles, por ejemplo– de forma deliberada, buscando la ofensa. Eso de insultar ya es cosa de cada cual, y cada cual tiene sus métodos. Pero dudo que insultarme sea intención del director de negocios de Telefónica que me envía las putas cartas.

En fin. Resulta muy significativa de cómo andan las cosas una conversación que sorprendí hace poco en una cafetería de Madrid. Un camarero emigrante hispanoamericano, recién llegado de su patria y en el primer día de trabajo, alternaba desconcertado el tuteo y el usted dirigiéndose a los clientes. Se le veía indeciso entre las maneras aprendidas allá –donde suele hablarse nuestra lengua con la mayor educación del mundo– y las formas, ásperas y bajunas, manejadas en España. Al cabo, un compañero le aconsejó: «Aquí, de usted a todo el mundo. En la calle, lo que te pida el cuerpo».

En el extremo opuesto de tan sensato camarero, recuerdo también a una ministra nacional pidiendo a los periodistas que la tutearan. «Amo a deharno de protocolo», dijo la prójima; ignorando que en Francia, por ejemplo, a un periodista que no llama monsieur le ministre a un ministro pueden echarlo de la sala de prensa a patadas en el culo. Pero que una ministra española olvide la dignidad de su cargo –que no es suyo, sino de la nación a la que representa– no significa que esto sea una peña de compadres. Aunque a veces lo parezca en los tiempos que corren, no todos guardamos puercos juntos, allá en nuestra tierna infancia. Cosa que, ojo, digo parafraseando a los clásicos. Me apresuro a puntualizar eso antes de que la oenegé Porqueros y Porqueras sin Fronteras –apuesto lo que quieran a que también hay una– me llene de cartas airadas el buzón. O sea, que me limito a citar. Que conste. Y aún matizo más: dicho sea con todo respeto, añado, para los que guardan puercos.

domingo, 30 de marzo de 2008

De Gigliola a Chikilicuatre, fin de la encuesta.


Ya se acabó el tiempo. La encuesta está concluida y el resultado es muy significativo.

Han votado 151 personas. Hasta el último momento hubo casi un empate entre la opción 5 y la 6. Al fin venció la 6 y queda claro, por tanto, que el año que viene vamos a presentarnos casi todos a Eurovisión. Puestos a hacer el ridículo, al menos que nos paguen.

Por mi parte, prometo olvidar este penoso asunto. Ese 21% que gritará guauuu con entusiasmo si vence Chikilicuatre, demuestra que hay gente pa tó. Lo dijo "El Gallo", famoso diestro español, bien conocido por su sabiduría.

Como melancólico homenaje al moribundo festival de Eurovisión, dejo aquí la canción "Non ho l'età" de Gigliola Cinquetti, que triunfó en 1964 e hizo suspirar a media Europa. No hay un video decente. Esto es sólo audio, con una fotografía de la cantante.



La traducción de la letra está, como todo, en la red. Ésta es:

No tengo edad/ no tengo edad para amarte/ y no está bien que salgamos, solos los dos./No tendría/ No tendría qué decirte/porque tú sabes muchas más cosas que yo./ Deja que viva este amor tan romántico/hasta que llegue el día soñado,/ pero ahora no./ No tengo edad/ no tengo edad para amarte/ y no está bien que salgamos, solos los dos./ Tal vez querrás/ tal vez querrás esperarte que sea mayor/ y pueda darte mi amor.

Deja que viva este amor tan romántico/ hasta que llegue el día soñado,/ pero ahora no./No tengo edad,/ no tengo edad para amarte/ y no está bien que salgamos, solos los dos./ Tal vez querrás/tal vez querrás esperarte que sea mayor/y pueda darte mi amor.

Rosario

Debajo de ese toldo vendía la prensa Rosario

Tenía 83 años y seguía vendiendo periódicos en el mercado de La Paz, de Madrid. Hace un par de años pasó una neumonía. Su hija trató de que, al menos, se metiese en cama, pero ella aguantó el tirón, sentada en el interior del quiosco, con una manta sobre las rodillas y la caja de los dineros en la mano.

Yo pasaba por sus dominios de vez en cuando, y siempre me hablaba de mi hermano y de mi cuñada.

¿Cuándo vienen a Madrid?

No lo sé, Rosario; están en América.

Son muy simpáticos, y su hermano además es muy guapo.

Como siempre me decía lo mismo, un día me enfadé:

Así que mi hermano es muy guapo. ¿Y yo qué?

Usted también, pero es sacerdote y no está bien que le diga estas cosas.

Le di permiso para llamarme guapo, y desde entonces me piropeaba siempre y me encargaba que rezara por sus amigas y por algunos clientes. A cambio me daba alguno de esos objetos que muchas veces ofrecen los periódicos y no siempre son aceptados: películas antiguas, cacharros de loza...

Hoy he ido a su quiosco con la única intención de saludarla y de regalarle unos bombones. Estaba sólo su hija.

¿Y Rosario?

Se le han saltado las lágrimas

Ha muerto, padre. Se quedó dormidita aquí mismo.

Había cola para comprar el periódico, pero los clientes han sabido esperar respetuosamente un par de minutos para que nos diera tiempo de organizar la Misa por el descanso eterno de mi amiga Rosario.



sábado, 29 de marzo de 2008

Emaús (y IV)



El desconocido se situó entre Cleofás y yo, y empezó a hablar. Ahora, al recordar su discurso, me viene a la memoria la firmeza de sus palabras y la autoridad con que pronunciaba cada frase; pero no soy capaz de describir el tono ni el volumen de su voz. Creo que era como un susurro, aunque cada sílaba que salía de su boca nos golpeaba el fondo del alma como un grito.

Nos llamó torpes, necios, incrédulos, pero ninguna de esas palabras parecía una ofensa, sino una caricia. Era formidable comprender que, en efecto, éramos todo eso y que, por lo tanto, podíamos estar equivocados y aún había esperanza.

Nos explicó la Escritura, el sentido profundo y luminoso de la historia de Israel y de la Alianza de Yahvé con nuestros padres en el Sinaí, las promesas de Dios, las infidelidades constantes del pueblo, las llamadas de los profetas… Y recitó despacio unos versos del Isaías que conocíamos de memoria:

Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta.

¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado.

El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados.

Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros.

Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca.

Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido…

Recordé al Rabí que nos explicó en la sinagoga este pasaje. Nos dijo que era una alegoría de los sufrimientos del pueblo de Israel. Ya entonces me pareció una extraña alegoría. Ahora Jesús la había vivido al pie de la letra, pero yo me resistía a aceptarlo.

—¿No comprendéis que era necesario que el Cristo padeciera todo eso para entrar en su gloria…?

La verdad es que no, no lo entendíamos aún. Sin embargo aquellas palabras parecían haber alterado todo: el viento frío se había transformado en una suave brisa, el sol, ya sin nubes que atenuasen su luz, se disponía a caer sobre las montañas en una sinfonía de colores rojos y violetas, y nuestro ánimo, por alguna razón difícil de entender, se había encendido de nuevo como la luna llena de Pascua.

Emaús estaba a la vista. Mi casa seguía tan blanca como hace tres años, y el huerto no parecía abandonado. Mi perro, que ya no era mío, puesto que lo regalé a mi vecino Samuel, vino corriendo hacia nosotros para darnos la bienvenida, y, antes de que nos diéramos cuenta, el desconocido se alejaba por el camino.

—¡Eh, tú…! ¡Quédate con nosotros. Ya anochece…!

En la mesa de mi casa alguien había dejado un pan y una jarra de vino. Quizá fue Samuel, pero no me atreví a salir para preguntárselo. Nos sentamos. Empecé a temblar antes de que ocurriese nada. El Señor tomó el pan, y yo le pregunte:

—¿Quién eres?

Jesús dividió el pan como sólo Él lo hacía.

—Sabes muy bien, quién soy —me contestó—.

Le miré a los ojos. Era el vivo retrato de María.

viernes, 28 de marzo de 2008

Emaús (III)



No le oímos llegar; por eso el sobresalto fue mayor.

Hasta ese momento habíamos caminado unas veces muy deprisa, como fugitivos o ladrones —que eso éramos— y otras, por el contrario, demasiado despacio, como si nos costara alejarnos de Jerusalén. Pero siempre fuimos solos. Por eso, al escuchar aquella voz nos detuvimos desconcertados.

Cleofás se giró por completo y miró al desconocido de arriba a abajo. Vestía una túnica blanca ceñida a la cintura y unas sandalias nuevas, tan limpias que parecían no haber tocado el polvo del camino. Era joven y fuerte. Su rostro me resultó familiar, pero expresaba una dignidad que no recordaba haber visto antes.

—¿Por dónde has venido?

El forastero sonrió:

—He estado siempre a vuestro lado.

―¿Siempre…? ¿De dónde vienes?

―De Jerusalén.

―Entonces, ya sabes de qué hablamos ¿O eres tú el único que ignoras lo que ha ocurrido allí estos días?

―¿A qué te refieres?

―A Jesús de Nazaret, al gran Profeta...

Mientras Cleofás hablaba, yo reemprendí la marcha y me refugié de nuevo en la tristeza. No necesitaba que me contaran otra vez historia y mucho menos oír cómo se la repetían a un curioso que sólo buscaba conversación.

Tenía razón Cleofás: ¿cómo podía haber alguien en el mundo que ignorase los sucesos que habíamos vivido? ¿Quién sería capaz de pensar en otra cosa que no fuera la muerte del Maestro? En ese momento incluso me sorprendí dando gracias a Dios por el viento gélido y las nubes negras que nos escoltaban en el camino. Era un consuelo ver que también la naturaleza sufría con nosotros.

Entre tanto, Cleofás se desahogaba con un desconocido hasta el punto de confesarle nuestra antigua esperanza de que Jesús fuera el restaurador del Reino de Israel y el alboroto de las mujeres, que nunca son de fiar, porque se dejan arrastrar por el corazón y la fantasía.

―Nuestros sueños ―concluyó― están enterrados en el sepulcro de Jesús, al otro lado de una gran piedra que nadie puede remover.

Y, de pronto, aquel caminante, a quien ni siquiera habíamos preguntado el nombre, empezó a hablarnos con la autoridad de un profeta y con voz cálida, enérgica y cercana…


jueves, 27 de marzo de 2008

Un payaso para Humbertito

Felipe me escribe desde Santa Cruz de Tenerife, donde trabaja como médico, y me envía la siguiente anécdota “por si le sirve”.
No quito ni pongo una coma.
Mañana, si Dios quiere, seguiremos con Emaús.


Ayer me pasó algo increíble.

Estaba yo trabajando a las 19:40 cuando me interrumpe la llamada nerviosa de un amigo:

—Necesito que me hagas un favor muy grande-.

—Dime, le contesté.

—Tengo un sobrinito de cinco años con una leucemia terminal. Está en las últimas. Resulta que ayer vinieron unos payasos al hospital, pero él no pudo verlos y se ha quedado desconsolado. Lleva todo el día preguntando si van a volver. Tiene que ser ahora, porque el médico ha dicho que probablemente no pase de esta noche. ¿Tú podrías…?.

Él sabía que yo había hecho algo de teatro y por eso acudía a mí como último recurso.

Dije que sí —¿cómo podía negarme?—. Cogí una nariz roja, lo único auténtico, unas témperas para maquillarme y la ropa más estrafalaria que encontré. A las 8:15 estaba en el hospital. Me cambié en un pasillo (menos mal que no había nadie), me pinté frente al reflejo de una ventana y me lancé.

Humbertito tenía respiración asistida y le habían puesto morfina. A pesar de ello me reconoció —reconoció mi oficio—. Hice… lo que pude.

A las 9 se durmió y me despedía de unos padres admirables. Le prometí volver al día siguiente.

A las dos horas falleció. Se marchó al cielo como un cohete.

Hace 20 años tuve la suerte increíble de actuar frente a Juan Pablo II junto a un conocido payaso. Yo la tenía por mi mejor actuación (¡qué momento!). Después he hecho muchas cosas, pero ninguna como aquella. Ayer tuve mi segunda actuación estelar. La pedí a Juan Pablo II que cuando llegara Humbertito le diera un abrazo muy fuerte.

Tengo otro amigo en el Cielo.


Emaus (II)


Nada más salir al camino, vimos a María Magdalena y a su grupo, que regresaban alborotadas del sepulcro. Al parecer no habían conseguido embalsamar el cuerpo de Jesús. Los soldados se habían llevado el cadáver, pero ellas insistían en que había ocurrido algo prodigioso.

Tomás, uno de los doce, acompañado por tres o cuatro discípulos, abandonaba en ese momento la casa sin prestar el menor crédito a los gritos de las mujeres. Cleofás y yo tampoco estábamos dispuestos a hacer más averiguaciones, pero aun así nos demoramos un buen rato antes de emprender la marcha.

El camino hacia Emaús iba a ser largo.

—¿Dónde estará la Madre de Jesús?

—Deberíamos habernos despedido de ella, pero nadie sabe a dónde fue. María Magdalena tampoco.

La primavera continuaba fría e inestable. Aún soplaba el viento negro del desierto. Caminamos casi una hora en silencio.

Era inútil tratar de olvidar. ¿De qué íbamos a hablar en el camino? De las veces que recorrimos con Jesús el mismo sendero, de los enfermos que llegaban de todos los rincones de Palestina, de aquel ciego que gritaba en Jericó, de la mujer que llevaba a enterrar a su hijo y Jesús le dijo "no llores". Eran recuerdos dulces y amargos que tan pronto levantaban el ánimo como volvían a hundirlo en el abismo. Todo, todo, todo había terminado ya para siempre. Quizá nunca había empezado.

—¿Te acuerdas de Judas? —preguntó de pronto Cleofás—.

—Nunca hablamos de él ¿Por qué me lo preguntas?

—¿Sigues pensando que Judas es sólo "el traidor", y que dándole ese título hemos sido justos?

La mirada de Cleofás se había ensombrecido más aún. Se quedó callado un rato, se envolvió en la túnica y dijo:

—Olvídalo. Es este viento negro que se mete en el alma.

—Una cosa es cierta —le respondí—: nosotros, como Judas, no vamos a ninguna parte, ya no buscamos nada porque lo hemos perdido todo. Simplemente huimos, nos alejamos. No hay esperanza. Si acaso iremos en busca de un rincón donde morir. Judas encontró un árbol.

Me vino entonces el recuerdo de María, de su mirada, idéntica a la de su Hijo, de aquella sonrisa imposible de olvidar. No sé si lloré porque el viento frío me azotaba la cara. En ese momento oímos una voz a nuestras espaldas:

—¿Qué discursos son esos que os traéis en el camino?

Era una voz vagamente familiar, de alguien conocido en otro tiempo y olvidado casi por completo.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Emaús. (I)



El viernes por la tarde, se levantó en Jerusalén un viento frío del desierto y las nubes de arena ocultaron el sol. El cielo se llenó de crespones negros y nos envolvió una noche prematura, sin la luna de Pascua. Jesús había muerto. La luz se había ido y comenzaba el sabath más triste de nuestra vida.

Volví a Jerusalén con los demás discípulos y nos reunimos en dos pequeñas habitaciones. Mi amigo, Cleofás, se sentó a mi derecha y conversamos hasta el amanecer.

Decidimos huir, y no por miedo a lo que pudiera ocurrirnos, sino por librarnos del peso insoportable de la memoria. Habríamos escapado inmediatamente de la Ciudad, si la Ley nos hubiese permitido viajar en sábado.

Los recuerdos del tiempo vivido con Jesús eran y son toda mi vida. Yo he comido los panes y los peces en la montaña del milagro y he visto cómo los leprosos se libraban de su lacra maldita. Yo he estado ante la tumba de Lázaro, y lo vi regresar del Sheol. ¡Qué vais a contarme! Precisamente por haber sido testigo de tantos prodigios, el desmoronamiento de la esperanza fue más terrible. Por un momento pensé que lo había soñado todo, que Satanás me había embaucado con unos recuerdos mentirosos para luego devolverme de golpe a la realidad.

María, la Madre de Jesús, estuvo con nosotros durante todo el sábado. No durmió ni un segundo ni tomó alimento alguno; pero aparecía serena, sin atrincherarse en su dolor: nos miraba a cada uno como tratando de adivinar nuestros pensamientos más secretos. En ocasiones incluso sonreía.

Le dije a Cleofás que no me sentía con fuerzas para resistir la mirada de María. Era el perfecto retrato de su Hijo, y quería decirme algo que yo no estaba dispuesto a escuchar.

No la mires, le advertí. Si lo haces, nunca regresaremos a Emaús.

Emaús. ¡Qué lejano y extraño me había parecido mi hogar hasta ese momento! Cuando lo dejé, muchos meses atrás, por seguir a Jesús, pensé que nunca volvería a verlo. Sin embargo, a medida que transcurría el sábado, fui recordando cada rincón de mi casa: el molino del patio, el pozo, el pequeño huerto que nadie habría cultivado...

Cleofás se me acercó, y, como si me hubiera leído el pensamiento, me susurró en voz baja:

Mañana, al amanecer, nos vamos.

Dormimos apenas una hora. Al despertar, el sol comenzaba a salir por el horizonte. Cleofás y yo nos dispusimos a emprender la marcha.

¿Y María?

Parece que ha ido hacia el sepulcro. Estaba feliz, resplandeciente. También han llegado las mujeres, que hablan de apariciones de ángeles; pero no sé...

No quise oír ni una palabra más.

La mañana era fría, pero ya había estallado la primavera en Jerusalén. Junto a la puerta de la casa había florecido una rosa roja, que la noche anterior no estaba allí. La acaricié con los dedos y miré a Cleofás.

Es sólo una flor me dijo. Vámonos. El camino es largo.





martes, 25 de marzo de 2008

Política interior


Últimamente soy adicto a Slawomir Mrozek. He aquí otro de sus microcuentos. No prometo que será el último.




Juanito le quitó un juguete a Pedrito. Pedrito se quejó de ello a su hermano mayor. El hermano mayor de Pedrito se dirigió inmediatamente al patio y le dio una patada a Juanito. Juanito fue corriendo a la cercana planta embotelladora de agua con gas donde estaba empleado su hermano mayor y le informó de la patada. Aquel mismo día, al anochecer, el hermano de Pedrito fue víctima de una fuerte paliza.

El padre del agredido era colega del dueño de la planta embotelladora de agua con gas donde estaba empleado el autor de la agresión. El hermano de Juanito fue despedido. Pero su tía era cocinera de la cuñada de la mujer del director del Departamento de la Pequeña Industria, y al dueño de la planta embotelladora de agua con gas le quitaron la licencia.

El sobrino del dueño de la fábrica de agua con gas trabajaba en la policía secreta. El director del Departamento de la Pequeña Industria fue arrestado. El gobernador de la región, pariente lejano del arrestado, lo consideró una provocación e intercedió por él en la capital.

El gobierno del país, temiendo un aumento de la influenciad de la policía, se aseguró el apoyo del ejército y destituyó al ministro del Interior de su cargo. La influencia del Ejército aumentó.

A pesar de la enérgica acción del gobierno, Pedrito no recuperó su juguete, que se quedó en poder de Juanito. Pero Juanito no disfrutó de él por mucho tiempo. Se lo quitó Pepito, que tenía un hermano en la Primera División Acorazada.

Sławomir Mrożek

lunes, 24 de marzo de 2008

Rascarse y otros placeres

Otro largo refrito del siglo pasado. Es el resumen de un par de clases para alumnas de 15 o 16 años. Como el artículo es largo, lo he llenado de subtítulos para hacer menos penosa la lectura. Haceos a la idea de que son dos o tres entradas, y ya está.
El título me lo sugirió Ana Cuartero, que por ahí anda ahora, casada y con cuatro o cinco niños.
Hay que ver cómo crece la gente.


—¿Qué es el placer?

Nada como una pregunta aparentemente sencilla para sembrar el desconcierto en clase de moral. A estas horas —pasado ya el mediodía, y con calor— las alumnas de 3º de BUP tienen una irrefrenable tendencia a reptar sobre la mesa y a quedarse inmóviles como lagartos al sol, con la barbilla pegada en los apuntes, los párpados en cuarto menguante y los brazos desplomados como péndulos de un reloj que anunciara la hora de la siesta.

Bárbara, que no puede estar callada, fue la primera en intervenir:

—¿El placer?... El gusto, lo que te llena... Yo qué sé.

Patricia, mirando de reojo como suele, opina que "lo contrario del dolor"; Alicia buscaba en el diccionario, y como yo tampoco me sentía capaz de improvisar una definición, las dejaba alborotar para sacarlas del sopor.


Elenco de placeres

Una vez despiertas y con la cabeza suficientemente confusa, continuamos adelante:

—¿Se os ocurre algún ejemplo de placeres?

—Rascarse…

La respuesta de Ana, un tanto desconcertante, sirvió para abrir fuego a discreción: comer, beber, estornudar, el placer sexual, tomar el sol, llorar...

En el elenco había pocas concesiones a los placeres más refinados o "espirituales". Nadie habló de la conversación con los amigos, del gusto por la música o por la poesía...; pero no importa, ya que, en efecto, llorar cuando se tiene ganas puede ser un placer delicioso: lo dice Santo Tomás, y tiene razón. Y rascarse una buena picadura de mosquito tampoco es ninguna tontería. Son, desde luego, placeres un poco elementales, pero quizá por eso, más inequívocos y significativos.


Una definición

A falta de otra definición mejor, podríamos decir que el placer es "la recompensa que recibe el cuerpo cuando realizamos una acción buena y más o menos necesaria para el individuo o para la especie".

Es evidente que el cuerpo tiene una serie de necesidades o de exigencias que, cuando son razonables, deben ser satisfechas. Así, por ejemplo, todos coincidimos en que nos encanta introducirnos por la boca determinadas cosas: tortillas de patatas, hamburguesas, riñones al jerez... Y, sin necesidad de asistir a ningún cursillo, desde que nacemos, "tendemos" como buenos mamíferos a engancharnos del pecho materno o de cualquier sucedáneo de caucho. Alguna vez me pregunto si el atavismo del fumador no será también una manifestación de esta tendencia ancestral. En todo caso, a este fenómeno le llamamos "instinto", y gracias a él, la especie humana no se ha extinguido en su primera generación.

La satisfacción que se obtiene cuando uno obedece a su instinto será más o menos refinada según de qué se trate, y más o menos intensa según la urgencia del apetito. Pero, en todo caso, ese placer que el cuerpo recibe es como un premio que nos concede nuestra naturaleza y, en definitiva, Dios mismo.


El placer es bueno

Es evidente. Los placeres naturales son inventos divinos. El diablo, a pesar de ser tan viejo, no ha sido capaz de crear uno solo.

Por tanto, se equivocan los que acusan a la Iglesia de estar en contra del placer. La moral cristiana no es represora ni masoquista. Los maniqueísmos (esas doctrinas espiritualistas alérgicas a lo corporal) no son de origen cristiano. Y los puritanismos no tienen el menor fundamento evangélico.

¿No os imagináis a Jesús deleitándose con los demás invitados del buen vino que Él mismo aportó a las bodas de Caná? Y, en la playa, al atardecer, disfrutaría cenando pescado a la brasa con los apóstoles y alargando la tertulia junto a la hoguera; o contemplando la puesta de sol en la montaña después de una merienda campestre de miles de personas.

—Pero todos los placeres no son buenos...

La interrupción vino de Patricia.

—¿Por ejemplo?

—La droga, el alcohol, el tabaco...

Tenía razón. Por eso hablamos de placeres naturales. Porque el hombre, al ser espíritu, es capaz incluso de alterar sus instintos y de corromperlos hasta el punto de crearse necesidades autodestructoras y de poner en funcionamiento extrañas angustias artificiales (la ansiedad del fumador, el "mono" del drogata o del alcohólico) que se parecen a los apetitos naturales. Satisfacerlos también proporciona un placer, un falso placer que puede ser inhumano y, por tanto, pecaminoso.

—Entonces, ¿los placeres naturales son siempre buenos?

—Vayamos por partes.


El placer sin sentido

Ya hemos dicho que el placer es una recompensa, una especie de premio. Así lo dispuso Dios ("y vio que era bueno", dice el Génesis) al crear el mundo.

La naturaleza goza, y nosotros también, cuando satisfacemos natural y razonablemente las necesidades del cuerpo y del espíritu: comer, beber, engendrar hijos, tomar el sol o descansar son cosas estupendas cuando tienen un sentido. Y es bueno dar gracias a Dios por las mil satisfacciones que encontramos en ellas.

Sin embargo lo importante de una recompensa es que sea merecida; es decir, ganada a pulso por haber alcanzado lo que nos hace acreedores del premio. Una medalla olímpica sólo es valiosa para quien la conquista: para el ladrón es un trozo de metal. La satisfacción de subir al podio sólo la siente plenamente el que, de verdad, ha ganado la prueba sin estimulantes ni favores ilegítimos. Por eso nos resulta despreciable y ridícula la figura del que, obsesionado por llenarse los oídos de aplausos, hace trampa. Ése no es un atleta: ni siquiera será capaz de entender plenamente la alegría del verdadero triunfador. Su colección de medallas no es más que un muestrario de chatarra.

Algo semejante podemos decir del placer. Buscarlo por sí mismo, y no por su sentido profundo es, además de un desorden, una estupidez. Significa, en el fondo, no entenderlo, porque se le priva de significado. El hedonista, al poner el placer como fin y razón de su vida, ni siquiera sabe disfrutarlo: se le marchita entre las manos, porque un placer sin fin ni sentido es tan absurdo, tan tedioso y frustrante como un dolor sin objeto.

Vienen aquí, como anillo al dedo, aquellas palabras de Jesús: buscad primero el Reino de Dios y su justicia, que todo lo demás se os dar por añadidura, que, aplicadas a nuestro asunto, podrían traducirse así:

  • Id al fondo. Llenad de contenido vuestra vida.
  • Aprended a crecer, a amar, a caminar hacia el Cielo.
  • Sed señores de vuestros pasos, como Cristo lo fue.
  • No tratéis de esquivar el dolor, que llegará; ni persigáis sólo el placer, que vendrá por añadidura.
  • La felicidad es un tesoro, y los tesoros no se buscan: se encuentran.

El hedonista y el santo

El hedonista, el frívolo, el mundano (poned el sustantivo que más os guste) no entiende al mundo y, en consecuencia, tampoco lo ama. Lo necesita, eso sí. Va a él agresivamente, como un consumidor que "se consume" en perpetuo síndrome de abstinencia. Busca en las cosas lo que sólo Dios podría darle, y al no encontrarlo, su búsqueda es cada vez más angustiosa, más retorcida y también más frustrante y desesperanzada.

El frívolo comprende, cuando su obsesión parece ya incurable, que esa pretensión es inútil; que el simple paso del tiempo le obliga a renunciar a los placeres que siempre consideró indispensables. Descubre, además que, con los años, los viejos sabores, que paladea en el recuerdo, ya no son como entonces. Y se convierte en un cínico, en un reprimido crónico, para el que la vida no tiene sentido.

El santo, en cambio, entiende el mundo, conoce su "manual de instrucciones", porque lo ve con los ojos de Dios, Creador y Padre; comprende el porqué‚ del placer y del dolor; y va a las cosas con respeto; es decir, con señorío. Ama al mundo con pasión, y no teme gozar ni sufrir. Puede usarlo todo, porque sabe que todas las cosas son suyas, y puede prescindir de todo, porque sólo Dios le basta.

A la postre, el santo siempre es más humano, más alegre y más divertido que el frívolo. Mira a las cosas con ternura, con humor y con despego. Y se ríe de todo menos de Dios, que es lo único importante. Por eso conserva hasta el final de su vida esa chispa de ilusión que se le enciende en los ojos y el amor por las cosas más sencillas, que le impide estar de vuelta. El va siempre "de ida".

* * *

—¿Y el dolor, qué sentido tiene?

Yolanda había levantado la mano en el mismo instante en que sonaba el timbre que ponía punto final a la clase. Me salvó la campana.

Sobre la siguiente clase ya hablé aquí no hace mucho.

domingo, 23 de marzo de 2008

Bodas de plata entre Consuegra y Madridejos

Consuegra


Maxi es de Madridejos y José María de Consuegra. Se casaron hace 25 años y hoy han celebrado sus bodas de Plata. Hemos tenido una Misa en Consuegra y un estupendo almuerzo en Madridejos, a sólo diez kilómetros.

Madridejos anda por los 10.000 habitantes y Consuegra por los 11.000. ¿O era al revés?

En Consuegra hay 11 molinos de viento, de los auténticos, de los que se enfrentaron, disfrazados de gigantes, a nuestro Ingenioso Hidalgo y vencieron en singular batalla. Allí siguen, en lo alto de la colina que domina el pueblo, en fila india. Junto a ellos está el Castillo de la Muela, que es una fortaleza espléndida donde todos los veranos se disputan unos famosos torneos medievales.

En Madridejos también hay molinos de viento, pero de los modernos, que si los viera mi Señor don Quijote quedaría espantado por su gran estatura y por el enorme tamaño de sus brazos. Además hay una bonita plaza Mayor y la iglesia del Cristo del Prado, del que Maxi es muy devota. Sus hijas, Laura y Paloma, supongo que también lo son. Por cierto, que hoy se han puesto la mar de guapas para la fiesta.

Ya sé que esto me está quedando un poco confuso, pero es que tengo alborotado el cerebro, las imágenes aún me bailan en la retina y, para colmo, he perdido la voz en el viaje de vuelta. Yo creo que me la he dejado olvidada en el peaje de la autopista, cuando Tomás abrió la ventanilla del coche para pagar cinco euros y entró un viento frío y afilado que me acuchilló la laringe.

Por lo demás, la Misa ha sido sencilla y familiar. Laura y Paloma han deslumbrado a toda la familia desde el ambón de las lecturas y yo he hecho lo que he podido con la homilía.

El almuerzo, también fantástico, me ha servido para hacerme nuevos amigos: Jesús, Antonio, María, Irene y Elena (que son gemelas y tienen seis meses) y muchos más. Tendré que regresar en agosto, con la fresca, para echar una ojeada a las aves de La Mancha.

Mañana comentaré con "los novios" las incidencias de la fiesta. Todos los días coincido con ellos, ya que son los porteros de mi casa, una pareja encantadora.



La chikiliencuesta


Cerramos la encuesta del Chikilicuatre con el esperado triunfo de la opción B.

La canción que envía Rtve a Eurovisión es, en opinión de los lectores, una representación perfecta de la España friki y plural que nos ha tocado vivir.

La profundidad del mensaje, la cálida voz del intérprete, la naturalidad de las acompañantes y, sobre todo, la noble españolidad de la música, conmoverán, sin duda, a los jurados internacionales, que, a la hora de emitir el voto, suelen estar bastante borrachos.

En previsión de un triunfo de España, os ruego que contestéis a la nueva encuesta que abro ahora mismo.


sábado, 22 de marzo de 2008

Nieva sobre los cerezos

Ya os lo decía yo. ¿Por qué florecisteis tan a destiempo? Queríais despertar a los pájaros haciendo madrugar a la primavera, y os lo advertí:
-En Riaza aún esperamos más heladas. Esas flores morirán recién nacidas.

Hoy, Sábado Santo, ha caído una nevada magnífica, de copos enormes y silenciosos. Durante media hora hemos recuperado el invierno que no tuvimos, y las flores de los cerezos se han puesto tristes, con un color de Cuaresma que no presagia nada bueno.

Regreso a Madrid al caer la tarde. Trataremos de que los propósitos del Retiro den fruto: que no me los congele esta extraña primavera.

La Pietà



El mármol blanco siempre me ha parecido frío, triste como un sudario o como una tumba.

Si yo fuera escultor jamás emplearía el mármol para retratar a la Virgen María. Ella es todo calor, acogida, ternura en su regazo. ¿Cómo podría besar un rostro de mármol? ¿Cómo imaginar la mirada de mi Madre en unos ojos sin pupilas?

Yo pensaba todo eso hace años…, hasta que visité por primera vez la Basílica de San Pedro y vi la Pietà de Miguel Ángel. Aún no habían atentado contra ella y estaba al alcance de las miradas y de las caricias. Quise hacer la oración aquella tarde, y me quedé más de una hora maravillado, contemplándola.

Hoy, Sábado Santo, es el día de la Pietà.

Miguel Ángel retrató a una Niña, casi una adolescente, a pesar de que María Santísima era ya una mujer madura, con el rostro surcado de arrugas y de lágrimas.

¡Qué importa como la vieran los hombres! El artista sabía bien lo que hacía. La Virgen, con su hijo en brazos, ha vuelto a Belén y tiene otra vez a su niño en las rodillas. Es verdad que Jesús ya no cabe en su regazo, pero el escultor ha hecho posible el milagro multiplicando los pliegues del vestido para crear una escultura llena de armonía a pesar de su desproporción.

Esa niña tiene los ojos bajos, igual que en el Establo. Mira a su hijo con tristeza, pero hay una gran paz en todo el conjunto. La mano izquierda nos lo muestra, igual que se lo enseñó a los pastores envuelto en pañales. En el Portal, los labios de María sonreían y sus ojos brillaban como la estrella que Dios le envió desde Oriente. Aquí nos está diciendo:

—Mirad lo que ha hecho Jesús por vosotros. No tengáis miedo. Besadlo otra vez, como en Belén. Mi Niño se ha dormido. Despertará el domingo. Y ahora soy también vuestra Madre.


jueves, 20 de marzo de 2008

Noche de Jueves Santo

olivos


Entro
en el blog de puntillas. Seguro que no hay nadie.

¡Vaya por Dios! Ahora mismo estamos 6 personas en la misma página. ¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis aquí a las diez y media de la noche, cuando termina el Jueves Santo?

A pocos metros de mi habitación está el Monumento donde hemos dejado al Santísimo Sacramento después de la Misa vespertina "en la Cena del Señor". Está rodeado de flores y bien acompañado. Cuando acabe de escribir estas líneas yo también me acercaré para estar con Jesús media hora en esta noche, que fue de sueño, amor y traiciones.

Contaría tantas cosas. Un curso de retiro en Semana Santa es una experiencia única. Llevamos ya tres días de silencio, y digo la verdad: no quiero que pasen las horas tan deprisa. ¡Es tan denso el aire de la Pasión! Necesito tiempo para respirarlo, para contemplar, para empaparme de este Misterio enorme de la muerte de Jesús por mí.

Ahora comprendo que escribir en el blog no es un paréntesis ni una escapada. Me desahogo un poco aprovechando que apenas me leerá nadie estos días.

¿Veis? Ya sólo estamos 4 conectados.

miércoles, 19 de marzo de 2008

A la gloria, sevillanos


Sólo
dos años estuve en Sevilla, y ha pasado mucho tiempo desde entonces. Sin embargo, dos años fueron suficientes para no olvidar nada de aquella ciudad prodigiosa.

Rocío Arana me dice que en Sevilla es primavera desde que empezó febrero, que todo huele a azahar. ¡Cuántos recuerdos trae ese azahar! Y es que algunos aromas tienen un poder evocador mucho mayor que cualquier imagen o sonido.

¿Alguien podría enviarme por correo electrónico una pizca de ese aroma, mezclado con el de la cera que se derrama por las calles estos días?

A la gloria, sevillanos. Fijaos qué pedazo de vídeo para abrir el Jueves Santo.




martes, 18 de marzo de 2008

En Riaza casi es primavera.

flor del cerezo

Vuelvo a caer en el blog. ¿Me permitís aparcar sólo un minuto?

En Riaza hay una nube negra y fría, pero la primavera ha madrugado en los cerezos. Yo he cortado unas pocas flores rosas y las he puesto junto a la imagen de la Virgen de mi habitación.

Son valientes estos árboles del jardín. Aún puede llegar el hielo y quemar la primera floración, pero no escarmientan; todos los años igual.

A mí me ocurre lo mismo. Cada año, un poco antes de la primavera, en el curso de retiro me lleno de propósitos pequeños y de deseos enormes. Prefiero correr el riesgo de luchar contra las heladas, que inevitablemente vendrán, antes que imitar al rebollar de la zona, a esos robles achaparrados de la Sierra norte, que siguen secos, fingiendo que están muertos.

El domingo iré a un lugar de la Mancha y, si tengo suerte, escucharé el primer concierto de la primavera. Cuando oiga el coro de los verdecillos, el grito de la oropéndola o la sinfonía de los abejarucos, que llegan en grandes bandadas desde el sur, el invierno estará vencido.


lunes, 17 de marzo de 2008

Hasta el domingo



Como
dije hace unos días, empiezo mi curso de retiro. Rezad un poco para que lo haga muy bien y no caiga en la tentación de escribir en el blog.

El domingo iré a Consuegra a celebrar las bodas de Plata de José María y Maxi, los porteros de mi casa. Haré una crónica pormenorizada del evento.

30 monedas de plata



(del diario de Judas Iscariote)

Fui débil con Caifás. El Sumo Pontífice me habría pagado mucho más que estas 30 miserables monedas. Habría vaciado las arcas del Templo con tal de detener discretamente al Maestro sin provocar altercados. Pero yo no soy avaricioso, tengo mi dignidad: soy un buen judío y cumplo escrupulosamente la ley de Moisés.

Juan ha insinuado hace días que retiro de la bolsa algunos denarios para mi propio beneficio. Más le valdría al niño ése meterse en sus asuntos. ¿Qué quiere, que vivamos como las aves del cielo y nos dejemos vestir por Yahvé como los lirios? Esas alegorías del Maestro conmueven a sus seguidores, pero a mí me irritan porque demuestran hasta qué punto se mueve al margen de la realidad.

Si no fuese por Judas, el grupo de los 12 viviría así, como los gorriones. ¡Qué fácil les resulta a todos poner los ojos en blanco, abandonarse a la providencia de Dios, y dejar que yo administre las pocas monedas que nos dan. Para colmo, pretenden que dé parte del dinero a los pobres. Pues bien, eso es lo que hago: nadie más pobre que el pobre Judas.

Con Caifás fui generoso. Naturalmente que exigí una retribución económica. Alguien tiene que compensarme estos tres años perdidos, corriendo detrás de una quimera, de un falso mesías que cuenta parábolas a la plebe, cura enfermos a escondidas y se niega a tomar el poder cuando lo tiene al alcance de la mano.

30 monedas. ¿Para qué necesito 30 monedas? ¿Para comprar un camello? ¿Para hacerme una casa en Cafarnaum? Las quiero sólo para recuperar mi dignidad, para librar a Jesús de su propia locura. Dentro de poco, cuando comparezca ante el Sanedrín, lo despojarán de todos sus trucos; le hablarán en nombre de Yahvé y tendrá que decir la verdad.

30 monedas es muy poco para el enorme favor que he hecho al pueblo de Israel. Muy pronto Jesús habrá desaparecido de la memoria de los hombres y Judas será considerado un benefactor de la humanidad.

30 monedas. ¡Cómo pesan! Es terrible llevarlas encima. Fui generoso, fui débil, pero estas monedas me aplastan como si fueran todo el oro de Satanás.


domingo, 16 de marzo de 2008

Domingo de Ramos



...Y no sucedió nada.


(del diario de Judas Iscariote)

Esta mañana por un momento pensé que el Maestro estaba dispuesto a dar la batalla definitiva para hacerse coronar rey.

No se hablaba de otra cosa en Jerusalén: Lázaro había resucitado al grito de Jesús. El relato de lo acontecido en Betania iba de boca en boca y ya nadie tenía la menor duda de que el Mesías estaba a punto de entrar en la Ciudad santa.

Sólo Caifás, el muy cobarde, tenía miedo. Pensaba que si las autoridades religiosas reconocían al Cristo, los romanos tomarían represalias, acabarían con la revuelta y destruirían el Templo. Por eso quería acabar con Jesús. "Es mejor que muera un hombre en lugar de todo el pueblo", había dicho en el Sanedrín; pero lo cierto es que tenía horror a la lucha, a perder sus privilegios. ¡Pobre Caifás!

Y, en medio de todo, cuando el ambiente estaba más caldeado, Jesús nos dijo que quería entrar en la Ciudad no a pie, como en otras ocasiones; tampoco a caballo, que sería una arrogancia innecesaria, sino sobre un borrico, como rey de paz.

—Maestro —le dije—, me parece una medida brillante y muy adecuada. Así nadie podrá acusarte de provocador. El pueblo estará con nosotros. Yo mismo me encargaré de mover a la plebe.

Jesús me miró en silencio. No sé lo que había en su mirada. ¿Tristeza? Nunca le entenderé del todo.

El sol estaba en lo alto cuando entramos en Jerusalén. ¡Qué alboroto! Fue aún mejor de lo que yo preveía. Cantaban los niños y las mujeres. Los hombres gritaban de entusiasmo y apretaban los puños a la espera de una orden, al menos de un gesto del nuevo rey de Israel.

Los sacerdotes se refugiaron, temerosos, en el Templo sin atreverse a abrir la boca. Todo estaba a punto para dar el paso definitivo. Y entonces ocurrió algo extraordinario.

Ocurrió..., que no ocurrió nada. El Maestro predicó un buen rato y, al caer la tarde, decidió que regresábamos a Betania.

¿Qué pretende Jesús? ¿Acaso quiere que lo maten? No lo entenderé nunca.

Acabo de recibir a un mensajero de Caifás. Quiere negociar conmigo... Hablaremos mañana.


sábado, 15 de marzo de 2008

Via Crucis de Ernestina


Los viejos del lugar quizá recordéis que hace un año publiqué en el blog las 14 estaciones del Via Crucis de Ernestina de Champourcin, ilustrado con las imágenes de los azulejos que preparó José Alzuet para el oratorio del Colegio Aldeafuente.

Tenéis el Via Crucis completo aquí. También dispongo de una versión en Isilo para PDA con las mismas imágenes. Podéis pedídmelo a monasterix@gmail.com.

El sueño


Sólo llevo un año anclado a este blog y ya me repito. Hace una semana cite unos versos de la “saeta” de Machado, y ahora compruebo que en abril de 2007 puse el mismo poema con una consideración semejante.

Ser cura tiene estos riesgos. Decimos casi siempre el mismo mensaje con idénticas palabras. Me consuelo pensando que esas palabras no son mías, que soy sólo un portavoz y Dios hace que me olvide de haberlas dicho, para así repetirlas y volverlas a repetir hasta que empapen la tierra —mi propio corazón de tierra— y den fruto.

También Jesús se repite. Este año volveremos a oír su oración, a gritos, en el Huerto de los Olivos, su diálogo con Caifás y con Pilatos, su silencio ante Herodes, más elocuente que cualquier discurso, y sus “siete palabras” desde la Cruz.

Igual que en 2007, yo haré mi curso de retiro a partir del Lunes Santo y no entraré en el blog desde el martes hasta el Domingo de Resurrección. Claro que, si cayera en la tentación de escribir alguna línea…

Sí, hablaría del sueño de los apóstoles. ¡Qué bien los entiendo! Habían cenado cordero, habían bebido las copas de vino que estaban prescritas en el rito de la Pascua judía, habían tenido una larga tertulia con Jesús, habían hecho su primera comunión, habían sido consagrados sacerdotes y obispos..., y llegaron a Getsemaní agotados. Era imposible permanecer en vela.

José Javier Esparza, en el artículo que reproduje aquí, reprocha a los católicos su pasividad. Jesús, en el Huerto de los Olivos, también intentó, en vano, despertar a los suyos. Quizá les pedía demasiado.

Aquella noche Judas era el único apóstol que no tenía ganas de dormir.


viernes, 14 de marzo de 2008

Viernes de Dolores


El Viernes de Dolores ha desaparecido de la liturgia, y la fiesta se ha trasladado al 15 de septiempre; ¿pero quién convence a las Lolas de que hoy no es su santo?

Además, estaba muy bien este recuerdo de los dolores de María Santísima en vísperas de la Semana de Pasión.

Dicen que es de sabios cambiar de opinión. Y como la Iglesia es muy sabia, a lo mejor rectifica cualquier día. O no, ya veremos.

En cualquier caso, aprovecho la ocasión para recomendar un archivo de audio con la grabación íntegra del Via Crucis de San Josemaría Escrivá. Lo ha realizado Beta films y está espléndidamente leído por dos locutores profesionales. Creo que a todos nos vendrá bien oírlo y rezar un poco contemplando esas escenas de la Pasión del Señor a las puertas ya de la Semana Santa.

Haced click aquí.


jueves, 13 de marzo de 2008

¿Es que no tenéis sangre en las venas? (Reproche para católicos)



El artículo es largo, pero, en mi opinión, vale la pena leerlo y difundirlo. Podía haberlo escrito Kloster, pero es de José Javier Esparza


Es por lo de la Educación para la Ciudadanía, claro. ¿Por qué iba a ser, si no? Es el mayor atentado que se ha tramado en decenios contra la autonomía moral de la gente. Es la mayor intromisión imaginable en la libertad de verdad, que es la libertad interior. Y sin embargo, aquí apenas se mueven cuatro gatos. La prensa disidente hace circular titulares de impacto: «Ya hay 3.500 objetores en el mes de junio». Gran cosa, ¿eh? Tres mil quinientos en todo el país. En un vagón del Metro caben doscientas personas. Echad la cuenta. Es verdad que en las Termópilas bastaron trescientos. Pero esto es otra cosa. Esto es peor.

¿Dónde os habéis metido? ¿Debajo de las piedras? ¿Es que nadie os ha explicado lo que os estáis jugando? ¿O es que no lo queréis ver —para no fatigaros, tal vez, o para no meteros «en líos»?

A vuestros hijos van a enseñarles que nada es verdad ni mentira, sino que todo depende del color con que se mira —y que ese color, mayormente, tira a bermellón. Van a enseñarles que no existe una forma recta de ser y de estar, sino que todas valen lo mismo —es decir que lo malo es bueno, porque lo bueno no es tal. Van a enseñarles que ETA es un grupo vasco armado que fue torturado alevosamente por la democracia española. Van a enseñarles que la guerra civil no ha terminado y que la reconciliación fue un error, porque no hizo justicia. Van a enseñarles que papá y mamá son conceptos vacíos e intercambiables por otros. Van a enseñarles todo eso, no con materiales teóricos mínimamente contrastables, sino con una buena porción de bazofia que, por otro lado, jamás fue escrita para educar a nadie, sino, deliberadamente, para todo lo contrario. Y lo más importante: os están diciendo, no a vuestros hijos, sino a vosotros, que la formación moral de los críos ya no es cosa vuestra, sino que ahora el Estado se hace cargo. Y vosotros, a descansar. Mamá-Estado se ocupa. Qué bien.

Aquí hay dos cosas atroces. Una: que el Estado invada la competencia de la familia en el ámbito moral, extirpe la libertad de educar conforme a los propios principios e imponga a las personas una determinada concepción de las cosas. Esto es algo que sólo cabe en una democracia corrompida, cuando una clase política aupada al poder se atribuye una potestad que nadie le ha concedido. Es también curioso que el Estado venga a clavarnos esta zarpa justo cuando más debilitado está: el Estado ya apenas nos protege, ha dejado de dominar su propia moneda, ha subordinado la Defensa a grandes organizaciones internacionales, las empresas han de recurrir a guardias privados porque la policía no basta, los ciudadanos han de pagarse la sanidad por su cuenta si quieren ser bien atendidos, hemos de suscribir planes de pensiones con los bancos porque la jubilación no nos llegará... Y es este Estado, decrépito e impotente, el que se permite ahora secuestrar la soberanía moral de las personas singulares. Repito: no de la Iglesia, ni de la Conferencia Episcopal ni del PP, sino la soberanía moral de las personas singulares, de la gente de la calle, tu soberanía y la mía.

La segunda cosa atroz es esta otra: la invasión del espacio moral viene bajo las banderas de una visión absolutamente sectaria de las cosas, una visión que se ha construido en el último cuarto de siglo bajo los escombros de dogmas ideológicos derrumbados, una visión expresamente contraria a la cultura mayoritaria de la sociedad, a los fundamentos tradicionales de nuestra civilización, a los principios objetivos de lo que centenares de generaciones de europeos han considerado natural. No estamos ante un movimiento de «progreso»; estamos ante un movimiento de simple inversión. El propósito de los invasores no es otro que darle la vuelta a todo. ¿Y pueden hacerlo? Moralmente, no. Pero si nadie se opone, ¿por qué no? Y aquí es donde se echa de menos un poco más de nervio ciudadano.

Por ahí, en la plaza, uno oye de todo. Que si no llegará la sangre al río. Que si ya lo arreglarán las comunidades autónomas. Que si no será tan fiero el león como lo pintan. Que si, después de todo, sólo es una asignatura, que dejará tan poca huella en los alumnos como las demás (¿?). Que, al fin y al cabo, eso que se enseña en Educación para la Ciudadanía es lo que se ve en la calle, y que los niños tienen que ir haciéndose a esas cosas. Excusas de mal pagador. Sobre todo, excusas ciegas, expedientes para escurrir el bulto y no querer afrontar lo esencial, a saber: que no se trata de que se enseñe tal o cual cosa, sino de que pretenden robarnos una porción importantísima de libertad personal.

Es la libertad

Veréis: uno puede tolerar que el mundo sea una cueva de ladrones, que la televisión se haya convertido en territorio canalla, que los políticos abusen de las esperanzas de la gente (y los banqueros, de sus ilusiones), que los periódicos y la publicidad impongan una forma de ser y pensar decididamente absurda... Uno puede soportar todo eso porque, al fin y al cabo, ante la avalancha siempre es posible clavarse en la puerta de casa, coger el hacha y gritar «no pasarán». Pero lo que uno no puede tolerar es que cojan a tus hijos y les laven el coco al progresista modo. Por ahí no se puede pasar. Porque se trata de vuestros hijos. Y sin embargo, hermanos, lo estáis tolerando. ¿Qué os pasa? ¿Es que no tenéis sangre en las venas?

A los medios de la derecha religiosa, que admiran el ejemplo norteamericano, les gusta entregarse a ensoñaciones de regeneración, incluso de cruzada. Sueño vano. ¿Sabéis por qué en las sociedades con mayoría católica es impensable, hoy por hoy, un proceso semejante al norteamericano? Porque en los Estados Unidos la mayoría religiosa avanza sobre la base de asociaciones civiles, grupos de ciudadanos, comunidades con una voluntad de presencia política y social; pero aquí, en la Europa cristiana, y más especialmente católica, sólo una minoría exigua de ciudadanos actúa en la sociedad como creyente, el tejido asociativo civil es mínimo o inexistente, su capacidad de presencia social y política es reducidísima, muchos creyentes tienen alergia a la política o carecen de formación, la inmensa mayoría de los ciudadanos opta por la pasividad pública y prefiere delegarlo todo —en parte por tradición, en parte por pereza- en las espaldas de la jerarquía. «Los obispos sabrán qué hay que hacer» es una frase extraordinariamente socorrida. Y los obispos lo saben, claro que sí, pero el problema es que no son ellos quienes pueden hacer, sino los ciudadanos, las personas, y para eso hace falta un grado de compromiso que se diría completamente inalcanzable.

Por supuesto: este reproche va dirigido a unos católicos que parecen haber perdido por completo el sentido de la libertad personal, pero al menos aquí, entre la grey de los fieles, ha habido voces dispuestas a jugarse el pecho. Mucho peor es la situación ahí fuera, en la llamada «sociedad», donde una muchedumbre infinita de almas grises se muestra dispuesta a tragarlo todo con tal de no someter a agitación su adiposa conciencia. La reacción de los católicos ante la asignatura de Educación para la Ciudadanía es tibia hasta la depresión, pero la actitud general de la sociedad es indiferente hasta la náusea. Hemos llegado a un punto tal de sumisión —al sistema, al dinero, a la comodidad burguesa, a lo «políticamente correcto»- que cuesta un mundo hacer ver a la gente que lo que está en juego es su libertad. Esa es la imagen del tirano de nuestro tiempo: ya no un déspota que te roba la cartera mientras te amenaza con la porra, sino un simpático cacicón que, mientras te rasca la barriga, te roba el alma. Y tú aún vas y te ríes.

Hay que presentar la objeción de conciencia contra esta asignatura. Es vital. Habría que hacerlo incluso si uno estuviera de acuerdo con los planteamientos doctrinales del Gobierno, porque ni siquiera en ese caso estaría justificado que el Estado se arrogue el derecho a imponerlos por ley. Jünger decía en alguna parte que la verdadera libertad es la que reside en el propio pecho. Esta gente nos quiere abrir el pecho y sacarnos la libertad como se sacaba el corazón en los viejos sacrificios humanos. No. No pasarán. Objeta. Mañana. Ya.