viernes, 31 de mayo de 2013

La procesión

 Los "seises", como Juan Bautista, bailan ante el Santísimo
Salió de Nazaret una mañana a lomos de un borrico y recorrió 130 kilómetros en cuatro días. No hubo custodia, ni ornamentos sagrados, ni cirios encendidos para señalar la presencia del Dios-Oculto. La caravana estaba formada por judíos piadosos que iban a Jerusalén y mercaderes de todos los países de la tierra. Algunos salmodiaban oraciones a Dios, sin saber que lo tenían tan cerca y tan escondido.
Nunca estuvo el Señor mejor amparado. Era sólo un grupito de células que crecía imparable en el vientre de una Virgen Inmaculada. María lo abrazaba con sus manos en la cintura y cantaba una nana en voz muy baja.
Fue la primera procesión del Corpus Christi. A llegar a Ain-Karin, la aldea de Isabel, Juan Bautista recibió a su primo, el Señor, como aún lo hacen los seises en Sevilla, con un zapateado en el seno de su madre.
María, entonces, ya sin miedo, cantó un himno de júbilo de alabanza a Dios:
¡Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada…!


La berenjena


El huerto que plantó Jose Luis Aberaturi empieza a dar frutos abundantes, hermosos y de veloz crecimiento.
He aquí la primera berenjena descansando en mi sillón .

jueves, 30 de mayo de 2013

Paisajes del alma




Otro día que se va; el penúltimo de mayo. ¿Monótono? Eso es lo que pensaría cualquiera, incluso yo mismo si me viera “desde fuera”. Una meditación por la mañana, la Santa Misa, dos clases, un rato de estudio, confesiones, charlas…
Pero nada hay más variado ni rico que los paisajes de cada alma.
Hace años recuerdo haber visitado un convento o un monasterio famoso. Quizá fue en Ávila o en Segovia. El guía se empeñaba en que nos fijáramos en detalles, en objetos o lugares, que, según él, tenían importancia porque estaban asociados a historias que conocía de memoria. Yo, sin embargo, procuraba no escucharle: en mi opinión era mucho más interesante el espacio, la belleza del entorno, el paisaje.
Algo así me ocurre cuando oigo a los penitentes en el confesonario. Ellos hablan de las sombras de su alma, que son siempre iguales a las mías; pero, sin darse cuenta, me muestran también las luces, la belleza de un paisaje que Dios crea en cada alma con solo su mirada.
Aquello de San Juan de la Cruz: ya bien puedes mirarme/ después que me miraste/, que gracia y hermosura en mí dejaste.

La cigüeña desgraciada


El vídeo me llega de Filipinas, pero el remitente no quiere ser nombrado. De acuerdo, Ferdinand, no diré a nadie que eres tú. Pero permíteme que te felicite en tu santo.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Norte y Sur

Arguineguín, en el sur 
7 de la mañana en Canarias. 8, en la Península.
Me siento frente al ordenador y compruebo que los comentaristas del globo hacen cola a la espera de aprobación. Es lo que pasa por vivir con el reloj retrasado una hora.
Enrique García-Máiquez ha escrito hoy sobre pájaros y me incluye a mí casi como una especie más. A uno le hacen feliz estas citas de los amigos.
Veo que hay 27 globeros furiosos que dicen pestes del pobre "Voltaire" a propósito de mi entrada de ayer. Uno solo que me pone a caer de un burro. Mando a la papelera todos los insultos y me quedo con los de siempre.
Ha empezado a llover sobre las calabazas, los tomates, las berenjenas y las sandías de mi huerto. Nada, cuatro gotas; lo suficiente para ahorrarme el riego de cada tarde.
Los meteorólogos hablan de lloviznas en el norte de la Isla. Me voy rumbo sur, aprovechando que las chicas también se escapan de excursión. Tengo que visitar a un amigo de mi tierra, que se escapó a esta isla hace más de 20 años y no quiere volver. Está jubilado y, según mis noticias, anda mal de salud. Nuestra última conversación no terminó bien. Fue hace mucho tiempo y ya no recuerdo por qué. Seguro que él tampoco. La culpa fue de los dos. Seguro.  

martes, 28 de mayo de 2013

Sobre el globo y la caspa


 Una pareja de garcillas bueyeras en pleno debate

Otra vez mi odiador predilecto, que desde hace un par de meses firma "Voltaire", trata de lanzarme un torpedo en la línea de flotación acusándome de ser “dogmático” e “intolerante”.
”Te niegas a discutir porque estás más cómodo sermoneando a tus fans. Tu página podía haber sido un foro de debate abierto y se ha convertido en un púlpito casposo”, me dice, entre otras brillantes lindezas, en su comentario de ayer.
Por una vez casi estoy de acuerdo contigo. “Podía haber sido” un foro de debate, pero no lo es. Esto es un globo en el que vuelan gentes distintas, pero que básicamente comparten la misma concepción de la vida. Alguna vez podremos discrepar y tener un apasionado cruce de opiniones contrapuestas, pero siempre sobre las cuestiones que yo plantee, no sobre las que decidan los comentaristas.
Por eso suelo rechazar tus comentarios y los de quienes pretenden que discutamos sobre asuntos que tiene poco o nada que ver con el texto comentado.
Tienes razón también al afirmar que me encuentro cómodo cuando sermoneo. Seguramente es por deformación profesional; es que me dedico a eso.
¿”Casposo”? Últimamente se ha puesto de moda este adjetivo, que, la verdad, me da un poco de asquito. No, por Dios, este globo es muy limpio y se lava con champú cada mañana.
Ya ves que, a pesar de todo, te hago caso cada tres o cuatro meses. Sigue en el globo, querido “Voltaire” (¡qué bonito nick has elegido!). No te vayas. Algo se te habrá pegado en estos años de fiel seguimiento. ¿O no?
 

El baile de las jirafas

Hoy don Fernando no me manda un chiste, sino un vídeo. 
Es cierto que, a estas alturas, uno ya no se sorprende de los efectos especiales que pueden conseguirse con un ordenador, pero algunas veces la técnica y el talento se alían.
Pocos animales tan elegantes como las jirafas. Sólo les falta volar. 

lunes, 27 de mayo de 2013

Los exámenes

Me pregunta Julia si pongo exámenes a mis alumnas de Teología. Por supuesto que sí. Hace tres días les entregué un folio a cada una con unas palabras de Benedicto XVI y les pedí que lo comentaran libremente teniendo en cuenta todo lo explicado a lo largo de estos días.

El texto era el siguiente:

“Tú, María, desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de la cruz te convertiste en madre de una manera nueva: madre de todos los que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo. La espada del dolor traspasó tu corazón. ¿Había muerto la esperanza? ¿Se había quedado el mundo definitivamente sin luz, la vida sin meta? Probablemente habrás escuchado de nuevo en tu interior en aquella hora la palabra del ángel, con la cual respondió a tu temor en el momento de la anunciación: « No temas, María » (Lc 1,30). ¡Cuántas veces el Señor, tu Hijo, dijo lo mismo a sus discípulos: no temáis! En la noche del Gólgota, oíste una vez más estas palabras en tu corazón. A sus discípulos, antes de la hora de la traición, Él les dijo: « Tened valor: Yo he vencido al mundo » (Jn 16,33). « No tiemble vuestro corazón ni se acobarde » (Jn 14,27). « No temas, María ». En la hora de Nazaret el ángel también te dijo: « Su reino no tendrá fin » (Lc 1,33). ¿Acaso había terminado antes de empezar? 
No, junto a la cruz, según las palabras de Jesús mismo, te convertiste en madre de los creyentes. Con esta fe, que en la oscuridad del Sábado Santo fue también certeza de la esperanza, te has ido a encontrar con la mañana de Pascua. La alegría de la resurrección ha conmovido tu corazón y te ha unido de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste en la comunidad de los creyentes que en los días después de la Ascensión oraban unánimes en espera del don del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14), que recibieron el día de Pentecostés. El « reino » de Jesús era distinto de como lo habían podido imaginar los hombres. Este « reino » comenzó en aquella hora y ya nunca tendría fin. Por eso tú permaneces con los discípulos como madre suya, como Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino.”
(De la Encíclica Spe salvi)


Hoy he intentado en vano de corregir los exámenes. No hay nada que corregir. Todos son diferentes. Los hay mejores ―más completos, quiero decir, o más ilustrados―, pero cada uno de ellos rezuma Sabiduría. He decidido utilizarlos para hacer mi oración personal en estos cuatro días de mes de mayo que aún nos quedan.

domingo, 26 de mayo de 2013

Crónica confusa



Solemnidad de la Santísima Trinidad
 
Son las 9 y cuarto de la noche en Canarias. El sol se desplomará dentro de pocos minutos al otro lado de la montaña de Arucas. En Trapiche corre una brisa fresca que me invita a salir al patio. Antes ordeno los papeles que tengo sobre la mesa y trato de hacer balance del día: hoy hemos celebrado una de las grandes solemnidades del año, una fiesta para adorar a ese Dios Uno y Trino, que, al desvelarnos un poco de su intimidad, dice más de nosotros que de sí mismo:
―Soy Padre y tú eres mi hijo. Soy Hijo y tú eres mi hermano. Soy Espíritu Santo y tú eres mi amor; vivo dentro de ti.
Leo a un teólogo español. “No hay adoradores”, escribe. Pero, mientras redacto estas líneas oigo como música de fondo el alboroto de los campos de fútbol en una jornada decisiva para los equipos que se juegan la permanencia en la primera división:
―¡Hemos esperado veinticinco años! ―grita con voz rota un aficionado del Elche―, pero han valido la pena. Veinticinco más esperaría con tal del verlo siempre en primera división. ¡El Elche es mi vida!
 Entendedme, a mí también me apasiona el fútbol, a pesar de que llevo unos años con el corazón vacante, sin equipo ni colores definidos; pero me supera el espectáculo de los adoradores del balón: la diosa Cibeles con bufanda, Colón con la camiseta azulgrana…
Escribo sin orden ni concierto. A estas horas me bailan las ideas, pierdo el hilo y no sé cómo recuperarlo. El día ha sido agitado precisamente por ser de fiesta.
Al mediodía, después de las clases y de la Exposición solemne del Santísimo, he vuelto a Las Palmas y he dejado el coche suficientemente lejos de mi destino para dar un buen paseo.
―Buenos días, padre…
En Madrid casi nadie saluda a un sacerdote espontáneamente. Aquí, muchos y muchas de todas las edades.
A punto de llegar a Tigaday, una chica de 16 ó 17 años, me pide que "bendiga" a su “mejor amiga”, que le van a hacer pruebas en el hospital y puede tener “algo malo”.
―¿Cómo se llama tu amiga?
―Rosa, como yo.
―Rezaré por ella con una condición; que reces tú también.
―¡Ya lo hago todos los días!
De nuevo en Airaga, abro el ordenador y me encuentro con un correo de Manolo, que escribe desde Sudáfrica: dos folios apretados con una crónica apresurada de la estancia del Prelado de la Obra en aquel país. Dice que mañana me enviará fotos.
Mañana veré qué cuelgo en el blog. Hoy estoy cansado y aún tengo que preparar las clases de mañana.  Cualquiera diría que me estoy haciendo viejo

El anuncio del lunes

Aunque sea domingo 
Me gusta el nuevo anuncio de Coca-Cola y me gustaría aún más si alguien hiciese algo parecido con las librerías

sábado, 25 de mayo de 2013

Las historias de don Fernando (IV)



Una anciana de Pamplona decide enmendar su testamento añadiendo dos último deseos. Pero antes consulta con su párroco. El primer deseo es que la incineren, y el segundo que esparzan sus cenizas en El Corte Inglés.
 
― ¿Por qué en El Corte Inglés?
 
― Así mis hijas me visitarán dos veces a la semana.
 

La boina y el gigante de Santa Catalina

Los lugareños de las Islas saben muy bien que en el norte suele haber "boina" con mucha frecuencia. Los vientos alisios, además de refrescar al conjunto del archipiélago, arrastran unas nubes bajas que apenas descargan lluvia, pero se quedan prendidas en las montañas y ocultan el sol a los que viven por esas zonas.
Airaga está al Norte y, por tanto, suele amanecer con boina, una boina amable que modera las temperaturas mínimas de la noche y que, por lo general, dura poco. Al mediodía el sol ya golpea con fuerza. 
Ayer las chicas tuvieron excursión. Unas se fueron al Norte y otras al Sur. Yo decidí dar un paseo por Las Palmas para charlar con los paisanos. Antes de salir dediqué una hora al estudio; me instalé en el patio y pude comprobar que la boina ya se había ido. Lo comprobó sobre todo mi esplendorosa calva, que ha pasado la noche encendida en rojo. Ya en Las Palmas, vestido de turista búlgaro, di un paseo por el puerto y terminé sentado en un banco del Parque Santa Catalina.
Esta vez no fue cosa del uniforme, sino del periódico que desplegué para echarle una ojeada. Se me acercó un gigantón negro de unos veintitantos años  que parecía recién llegado de la NBA y con voz autoritaria y acento canario, me dijo:
―Ese periódico es del bar. Tienes que devolverlo o leerlo dentro.
Como se trataba de un error, se lo dije:
―Lo siento, amigo. El periódico es mío; lo traigo desde Trapiche.
El gigante no parecía tener buen carácter:
―Se está usted buscando un lío. No me haga llamar a los guardias.
No estaba yo muy dispuesto a reñir por un periódico. Así que se lo entregué sin chistar. Pero el gigante seguía enfadado.
―No. Así no. Llévelo usted y lo deja donde lo encontró.
Me puse en pie y, escoltado por mi denunciante, llegué a la puerta del bar donde nunca había estado. En ese momento una señora salía del baño con un periódico en la mano y lo depositó en la barra.
Miré a mi gigante como diciendo “¿lo ves…?”
Terminamos los dos sentados en la terraza ante una cerveza “Tropical” que, por supuesto, pagó el.
Y sí… También hablamos de religión, del Papa Francisco, de Guinea Ecuatorial, del “animismo”y el Islam… Pero este capítulo no debe ser transcrito.
 
 
 

viernes, 24 de mayo de 2013

Mis días con Bergoglio





El autor de este artículo es Jorge Rouillón, abogado y licenciado en periodismo. Preside el Club Gente de Prensa. Como columnista está especializado en cuestiones religiosas y culturales. Aquí narra sus recuerdos personales del Papa Francisco cuando era arzobispo.



Una vez le pedí al cardenal Jorge Bergoglio si podía rezar porque en esos días me darían el resultado de un estudio médico de próstata y había posibilidad de que fuera algo maligno. El resultado fue bueno y me olvidé del asunto. Dos o tres meses después, me crucé con el arzobispo de Buenos Aires. Al verme me preguntó: "¿Tengo que seguir rezando?" Tuve que pensar qué era lo que me estaba preguntando. Se ve que él seguía teniendo presente en su oración personal lo que para mí mismo había pasado a segundo plano.
Son muchísimas las personas que pueden dar cuenta del interés, la escucha, la atención personal, la cercanía que les ha brindado ese cardenal sencillo, habituado a andar en subte o en ómnibus, a levantarse al alba y acostarse temprano, a visitar a enfermos y necesitados sin hacerse notar, a encontrarse con vecinos de villas de emergencia sin salir en los medios de comunicación. Ese cardenal que ahora se ha visto llamado desde "los confines de la tierra" para ser obispo de Roma y así cabeza visible de la Iglesia Católica en todo el mundo.
Soy periodista y durante años he tenido a mi cargo una columna semanal de actualidad religiosa en La Nación, diario de circulación nacional. Nunca he tenido con él una larga entrevista personal, porque nunca las ha dado (sólo recuerdo una nota con preguntas y respuestas concedida a chicos periodistas de una revista católica juvenil, y una reunión de prensa con unos quince corresponsales extranjeros en 2001, de la que no participé).
Me parece que sólo estuve en su despacho y sus habitaciones el día en que lo nombraron cardenal, en que recibió la noticia con toda sencillez, en soledad, luego de haberse preparado su propia comida. Pero son muchas las veces en que he coincidido a la entrada o la salida de actos, en visitas a hospitales, hogares o iglesias, en recepciones o encuentros. En verdad, no es afecto a las reuniones sociales y si tiene obligación de asistir y le es posible se va pronto, pero es atento, cordial, dispuesto a escuchar. Lo he visto servir empanaditas, café o un refresco a su interlocutor (algunas veces, yo mismo). Y he advertido siempre un trato afable, fresco, sin vueltas.
Recuerdo un día en que se celebraba el Día del Periodista en un salón del arzobispado de Buenos Aires. Quizá haya habido bastante más de un centenar de colegas. El director de un diario que podría considerarse bastante alejado de su pensamiento y del cual ha recibido no pocos cuestionamientos, avisó que se había retrasado y llegaría tarde. Contrariando su costumbre de retirarse temprano de cualquier reunión, Bergoglio se quedó sentado esperándolo mucho.
Quizá bastante más de una hora después de que casi todos se habían ido. Cuando llegó lo atendió con toda deferencia, sirviéndole algún bocadito y manteniendo una conversación cordial, preguntándole por su familia, interesándose por sus hijos. Ambos charlaron amablemente. Y el cardenal nos agradeció a los tres o cuatro periodistas que nos habíamos quedado allí hasta que llegó ese colega, compartiendo la espera y el recibimiento.
Ciertamente lo vi muchas veces, como otros periodistas, en breves conferencias de prensa al concluir asambleas de obispos del país o en actos oficiales, universidades, congresos académicos. Lo he visto lavar los pies a madres embarazadas en una maternidad pública, enfermos en un hogar de ancianos, chicos en un hospital de niños.
Viene a mi memoria un sucedido de 1999. Hacía apenas un año que era arzobispo de Buenos Aires.
La puerta descascarada de la cárcel de Villa Devoto se abrió y un sacerdote de clergyman negro salió solo, con su portafolio, a la calle oscura. Era casi de noche, un Jueves Santo, e iba a tomar un ómnibus, el 109, para volver a su casa, en el centro de Buenos Aires. Salía de la cárcel donde había celebrado la misa para los internos y lavado los pies a doce de ellos. Había estado dos horas y media allí, conversando con los detenidos antes y después del oficio religioso.
En la vereda de esa calle desolada, al lado del enorme paredón de la cárcel, pude dialogar brevemente con él. "Quería que sintieran que la feligresía de Buenos Aires y Jesús estaban con ellos", comentó el sacerdote. Era el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, por entonces monseñor, dos años antes de ser hecho cardenal.
Cuando se iba, lo invité a volverse al centro en el auto del diario en el que yo había ido con un chofer. Agradeció pero dijo que se volvía en el ómnibus que pasaba por la esquina. Tuve que insistirle varias veces, diciéndole que íbamos para el mismo lado, hasta que finalmente aceptó subir.
Antes, en la vereda, deslizó en tono calmo, casi en voz baja: "Jesús en el Evangelio nos dice que en el día del Juicio vamos a tener que rendir cuentas de nuestro comportamiento: tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber; estuve enfermo y me visitaste; estuve en la cárcel y me viniste a ver". Y señaló que "el mandato de Jesús nos obliga a todos y de una manera especial, al obispo, que es el padre de todos".
"Algunos podrán decir: son culpables -agregó Bergoglio-. Yo les respondo con la palabra de Jesús: el que no es culpable, que tire la primera piedra. Que cada uno de nosotros nos miremos en el corazón y descubramos nuestras culpas. Entonces, el corazón se nos hace más humano".
No hablamos demasiado en el viaje de vuelta con ese arzobispo poco dado a las entrevistas. Cosas normales, del momento. Al volver, pasamos cerca de un gran shopping e hizo un comentario al pasar sobre "los nuevos templos del consumismo".
No quiso que nos desviáramos unas pocas cuadras para dejarlo en la puerta de su casa. Se bajó en la calle peatonal Florida y se perdió entre la gente. Prefería ir caminando varias cuadras hasta la Curia aprovechando para meditar la tercera parte de los quince misterios del Rosario que reza todos los días. Luego iba a recorrer solo, a la noche, siete iglesias para adorar a Jesús Sacramentado, una costumbre que muchos católicos viven en la noche del Jueves Santo. Como cualquier otro fiel, el arzobispo iba a recorrer las iglesias sin que nadie lo esperara especialmente.
Al bajarse del auto me dijo: "Usted logró lo que no logró ningún periodista: tenerme apresado durante 40 minutos. Generalmente, yo les escapo". Seguramente no imaginaba entonces que unos años después iba a mantener una reunión, franca y amable, con unos 6.000 periodistas en Roma, a los que hablaría con soltura poco antes de otra Semana Santa.
Aquella noche, al despedirse, nos deseó, al cronista y al chofer: "¡Felices Pascuas!".
 
 Diario Los Andes (Mendoza, Argentina), 12 de mayo de 2013