La postración
La palabra postración proviene del latín pro-sternere, extender por tierra. Es
una de las posturas más impresionantes empleadas en la liturgia.
Así se inicia la ceremonia de ordenación de presbíteros.
El 31 de agosto por la mañana llegamos a la Basílica de San
Miguel media hora antes del comienzo. Hacía mucho calor y habíamos dormido poco;
pero estábamos contentos tratando de no pensar demasiado en los detalles de la
ceremonia que ya nos sabíamos de memoria. Bastaba con dejarse llevar y pedir al
Señor que no nos traicionara la emoción ni los nervios del momento.
Llegamos al pie del altar, y el maestro de ceremonias dijo
con toda claridad:
—Postratio!
Nos echamos boca abajo sobre la alfombra con las manos
delante de la cara. Yo habría preferido un suelo de mármol, duro pero
fresquito. Comencé a sudar.
¿En qué pensaba yo entonces? Esta postura tan llamativa es
un signo claro de humildad, penitencia y súplica ante Dios. Supongo que en mi
caso predominaba la súplica y la conciencia clara de que nadie es digno de
recibir el don precioso del sacerdocio, la capacidad de traer a este mundo el
Cuerpo y la Sangre del Señor, y de perdonar en su nombre todos los pecados.
En el Antiguo Testamento Abraham “cayó rostro en tierra y
Dios le habló”, dice el Génesis. Y También Moisés “cayó en tierra de rodillas y
se postró” ante el Dios de la Alianza".
San Mateo y San Marcos coinciden en afirmar que Jesús cayó
de bruces en el Huerto de los Olivos. Postrado en tierra hizo la oración más
trascendente de la historia de la humanidad. Padre, si es posible aleja de mí este cáliz; pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya…
Seguramente no pensaba yo entonces en ninguna de estas escenas.
Echado en el suelo de la basílica, oía el canto de las letanías de los santos.
Ellos estaban con nosotros. El Cielo entero nos asistía.