viernes, 30 de noviembre de 2007

9 poemas para una Novena


La Novena de la Inmaculada es una gozosa cuenta atrás.

Cuando se acerca un acontecimiento importante, ¿quién no está pendiente de los días que faltan para que llegue?

Las mujeres que van a dar a luz llevan sus cuentas mejor que las de la compra. Los presos, al final de su condena, marcan en la pared de la celda el paso de las semanas que les separan a la libertad. Y cuando se aproximan la vacaciones, la fecha de la boda, el final de la carrera, el regreso de una persona amada…, todos tratamos de convertir las semanas en días, los días en horas, y las horas en minutos. Así nacieron las Novenas.

Dentro de 9 días celebraremos la Solemnidad de la Inmaculada. Si me hubiesen encargado predicarla en alguna iglesia —hace años lo hacía siempre, y ahora lo echo de menos—, no sacaría ninguno de los 163 guiones que aún conservo para estas fechas. Tal vez leería un poema cada día.

El problema es que hay cientos dedicados a Santa María. ¿Cuál elegir?

Empecemos con esta primera “Cantiga” de Miguel D’Ors:

Qué música tus manos, fina corza
del mayo más intacto, qué gesto de azucena,
qué iluminada crece la hierba donde pisas.

Eres la tesorera del silencio,
el sauce que se inclina a toda pena;
eres la que se queda fuera de las palabras;
sólo un nombre ojival puede nombrarte:
madre del pan de trigo, sí. La sombra
de una sonrisa tuya iguala a mil cerezos,
y es que hasta tu sandalia nazarena,
alondra cristalina, arpa de lágrimas.

Vienen del siglo XIII los mejores
ruiseñores y minian tu aleluya.

También aquí mi boca con sus costras,
mi voz, acostumbrada a hurgar entre basuras
con hambres vergonzosas,
intenta un vuelo azul y esta ramera rancia
también te dice Salve.

Ahora y en la hora de nuestra muerte


¿Puedo atreverme a hablar de la muerte?

Termina el mes de noviembre. Durante estos 30 días he celebrado muchas Misas de difuntos: algunas, en sufragio de parientes y amigos fallecidos durante todo el año; otras, por personas concretas que nos han dejado durante este otoño. He procurado decir cosas distintas en cada homilía, pero siempre hemos terminado meditando una verdad muy sencilla de entender, a pesar de que se trata de un misterio: el razonable misterio de la comunión de los Santos.

La Iglesia —he explicado a los chicos de bachiller— se parece a un iceberg. No porque sea de hielo, que no lo es, sino porque, en la superficie de este mundo apenas emerge una mínima parte del total. Lo que no se ve es lo importante, como en esas montañas heladas que surcan el mar.

No se ven los miles de millones de personas que viven con Jesús y aman a Dios como Dios mismo se ama. Yo espero que sean muchos, muchos, muchos. Ojalá que estén todos allí al final. Ellos nos mandan desde el Cielo la sangre arterial que necesita el Cuerpo de Cristo en la tierra.

Tampoco vemos a los que esperan en la antesala del Cielo y se engalanan el alma para poder amar y ser amados como se ama en la Gloria. Sabemos poco de ese estado del espíritu. Sólo que habrá dolor, pero también mucha esperanza y, por tanto, más alegría que sufrimiento. Ellos necesitan nuestra ayuda, y vale la pena prestársela.

¿Y nosotros?... Sí, también he hablado de la muerte, de ese punto final al que casi nadie quiere mirar cara a cara. Hoy he dicho a los chavales que la vida, por mucho que vivamos, termina siempre a la mitad; que esto es una novela de aventuras en la que siempre faltan las últimas páginas. El “The end” no llega después de un plano general en una puesta de sol como en las películas, sino en medio de una batalla que no sabíamos que iba a ser la última.

Miguel D’Ors lo escribió en este poema:


Uno se muere así, cuando tenía
un cigarro en las manos (que aparece
humeando, después, sobre el asfalto),
cuando había una letra pendiente, un libro abierto
un cuento a medias (que los niños nunca
sabrán cómo termina);
uno se muere así, de golpe, abandonando
su ropa en el armario y sus asuntos
y su reloj parado en una hora
--la de la muerte en punto-- (o sin pararse
y entonces es más triste todavía
porque le ves seguir, infiel al amo),
y a lo mejor aún llega alguna carta
con las señas del muerto
y hace llorar de puro no saber...


Después de morir uno, mientras uno
está muriendo, se abre
una ferretería, pintan una fachada
y el muerto ya es ajeno y todo nos lo aleja.


Las yerbas del olvido
empiezan a crecer sobre su tumba.


Hay también un misterio en ese acto de dejar el mundo. Si, cuando llegue el momento, sabemos morir con Jesús y como Jesús, es decir si entregamos la vida a Dios sin rebeliones ni histerias, “voluntariamente” (aunque no sea un acto libre), mirando al otro lado con fe y con esperanza…, entonces nuestra muerte será el acto de amor más grande de esta vida. Y el alma saldrá limpia de ese trance.

Yo he visto a algunos morir así. Es como asistir a un milagro.

También he oído decir a más de uno que quieren morir sin enterarse, dormidos, anestesiados tal vez. Me dan mucha, mucha pena. Yo pido al Señor estar presente el día de mi muerte, y tener los ojos bien abiertos y el oído atento para decir un sí con toda el alma a la última llamada del Cielo.

Y por si no estoy en casa ese día, ahora, al terminar esta entrada, le digo al Señor que sí.


jueves, 29 de noviembre de 2007

San Efrén, poeta


Desde hace algunos meses, Benedicto XVI dedica las audiencias generales de los miércoles a hablar de los Padres de la Iglesia, es decir de aquellos escritores santos de los primeros siglos del cristianismo que, además de ser testigos de la Tradición, fueron maestros de la fe, defensores de la verdad y, en ocasiones, teólogos y filósofos insignes.


Vale la pena leer todos los jueves (por ejemplo en www.zenit.org) la alocución del día anterior. Ayer, por ejemplo, habló de San Efrén, el sirio, diácono y monje del siglo IV, que logró conciliar de manera única la vocación de teólogo con la de poeta.


El Papa, en su audiencia, leyó este himno del santo dedicado a la Santísima Virgen:

«El Señor vino a ella
para hacerse siervo.
El Verbo vino a ella
para callar en su seno.
El rayo vino a ella
para no hacer ruido.
El pastor vino a ella,
y nació el Cordero,
que llora dulcemente.
El seno de María
ha cambiado los papeles:
Quien creó todo
se ha apoderado de él, pero en la pobreza.
El Altísimo vino a ella,
pero entró humildemente.
El esplendor vino a ella,
pero vestido con ropas humildes.
Quien todo lo da
experimentó el hambre.
Quien da de beber a todos
Sufrió la sed.
Desnudo salió de ella,
quien todo lo reviste

(Himno «De Nativitate» 11, 6-8).


miércoles, 28 de noviembre de 2007

Hojas y cicatrices



Me dice Richi que la parábola de las hojas secas ha quedado muy molona, pero que no se entiende. “¿De qué está hablando —escribe— cuando dice eso de conservar las hojas secas para este otoño de mi vida”?.

Sí, a lo mejor ha quedado un pelín cursi y oscura la metáfora, pero es que eran las once de la noche cuando la escribí, y a esas horas me controlo regular.

Querido Richi: explicar una metáfora es como destripar un chiste. Sólo se me ocurre ilustrártela con otra.

Cuando un matador de toros lleva muchos años en el oficio suele tener el cuerpo lleno de cicatrices. Cada una de ellas corresponde a un error del torero (el toro nunca se equivoca), pero el matador las enseña con orgullo y no permite que se las maquillen con la cirugía estética. Ya lo dijo el famoso diestro alemán Heinz Kloster, alias chiquito de Baviera:

—El torero que no tenga cicatrices en la barriga sólo ha toreado de salón.

Mis cicatrices son esas hojas secas de las que hablaba ayer. Me gusta presumir de su belleza.

(Supongo que ahora se entiende aún menos la metáfora).

martes, 27 de noviembre de 2007

Hojas de otoño




Salgo al balcón de mi casa y contemplo el pequeño jardín que hay enfrente. Desde lo alto el panorama es magnífico. Hay un denso tapiz de hojas secas amarillas, violetas y cobrizas que dan al paisaje una singular belleza. Nunca ha estado más hermoso el jardín que durante estos días soleados de otoño, cuando el viento esmalta el césped, los setos y los caminos con tantos y tan cálidos colores. De vez en cuando, un golpe de brisa cambia las hojas de lugar y el parterre entero se renueva como un escenario giratorio en un antiguo teatro.

Hay un perro enorme que chapotea entre las hojas y las desplaza de un lado para otro, y un niño muy abrigado que lo persigue ante la mirada vigilante de su madre.

Me pregunto por qué los servicios de limpieza del Ayuntamiento quieren privarnos de este magnífico espectáculo. Esos odiosos camiones verdes que aspiran las hojas caídas y desnudan las avenidas y los jardines… Cualquier día aparecerán por aquí y lo dejarán todo descarnado y triste. Quizá no se lleven los papeles que rebosan en los contenedores ni los restos del último botellón, pero han declarado la guerra a las hojas de otoño. Supongo que habrá “razones de seguridad”. Es el valor supremo del Estado nodriza.

Hace años oí contar una historia oriental, una especie de parábola… ¿Cómo era? Hablaba de un maestro jardinero japonés que enseñaba a un joven discípulo a mantener un jardín, cuidándolo hasta en los más pequeños detalles con la pulcritud y el esmero propios de aquella cultura.

El muchacho dio por terminada su tarea y se la enseñó al anciano, pero éste le dijo que no, que aún faltaba algo importante. Por tres veces volvió al trabajo para pulir aún más la obra, y por tres veces el maestro la rechazó.

Por fin, el viejo jardinero cogió un puñado de hojas secas, entró en el jardín inacabado y las dejó caer.

—Faltaba esto, hijo mío, la hojas.

Son las once de la noche. Acabo de hacer mi examen de conciencia y he pedido al Señor que limpie de mi alma toda la porquería, que es mucha. Pero que deje la hojas secas para este otoño de mi vida.

lunes, 26 de noviembre de 2007

En clase


Tengo que explicar a los chavales de primero de Bachillerato qué es la Santa Misa. Todo en una clase. No se me ocurre empresa más difícil.

Comienzo a lo grande:

—Dentro de cincuenta minutos va a tener lugar en la capilla el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad. Vamos a trasladarnos en el tiempo y en el espacio, y nos iremos al siglo I de nuestra Era, al Gólgota.

Primera interrupción:

—¿Qué es el Gólgota?

Esto me pasa por tratar de impresionar a los chicos. Lo explico brevemente. Hablo del Calvario y tampoco saben lo que es. Se rompe el ritmo de la exposición. Vuelvo a empezar.

—Dentro de cuarenta y cinco minutos va a tener lugar en la capilla el acontecimiento…

Logro terminar la frase. Desde la primera fila, una niña masculla:

—¡Que fuerrrrte…!

Menos mal. Ha entendido algo.

domingo, 25 de noviembre de 2007

La cena




La cena se prolongó hasta la madrugada. Eran compañeros de promoción, pero no se habían visto desde hacía cuarenta años. Incluso tardaron en identificarse los unos a los otros. Sin embargo, a medida que avanzaba la noche, los recuerdos cobraron vida, se renovaron viejas amistades y con la llegada de los licores, se les fue soltando la lengua.

—¿Por qué no contamos cada uno lo que hemos hecho en estos años pasados?, propuso Jeremy, el senador.

—Eso nos llevaría toda la noche, contestó Charles, el famoso catedrático de Economía.

Quedaron en que cada uno emplearía sólo 5 minutos en resumir su vida, y así lo hicieron con más o menos prosopopeya y sinceridad, entre risas, silbidos y alguna lágrima.

Como sólo eran diez, acabaron pronto. En menos de una hora condensaron triunfos y derrotas: matrimonios, divorcios, amores, enfermedades, muertes, nacimientos… El coñac era bueno e hizo más fácil la experiencia. Al final, por poco se les olvida dar paso a Juanito, el pequeño e insignificante Juanito, el único que conservaba la misma cara de la escuela, el más tímido, el que no jugaba al fútbol y leía a Bécquer todas las primaveras.

—Bueno, yo… —carraspeó Juanito para hacerse oír— creo que he hecho algunas cosas más que vosotros en estos años. He visitado docenas de países; he ganado y perdido grandes fortunas; he estado en la cárcel; he tenido cientos de amores; he enseñado en varias universidades europeas y americanas; he estado en tres guerras…, incluso he muerto fusilado en África.

Un silencio perplejo llenó el salón. Sus compañeros miraban a Juanito y se preguntaban si había vuelto loco o si la culpa era del licor de pera que estaba tomando.

Jeremy soltó una carcajada.

—Es una broma, supongo…

—¿Una broma? No, Jeremy, yo nunca he sabido gastar bromas. Lo que ocurre es que los de mi oficio no tenemos una historia propia que contar. Nuestra vida pasa a otras vidas. Yo nunca he triunfado en nada. No me interesaba. Quizá no sabía cómo hacerlo; pero he vivido con pasión los triunfos y las derrotas de cada uno de mis hijos y de mis hijas. Ya son cientos, ¿lo entiendes? He sufrido tanto y he gozado tanto, que no quiero una vida para mí solo. Mi biografía es irrelevante.

Hasta aquel momento ninguno de los comensales se había percatado de que Juanito, el insignificante Juanito, vestía un traje oscuro con alzacuello.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Peter



Pedro de Miguel, Peter para mí, como para casi todo el mundo, falleció en Pamplona el 12 de agosto, domingo, por la mañana. Yo ni siquiera caí en la cuenta de que uno de mis blogs predilectos era suyo. Otro gran blog, y de Bilbao escribí hace meses para poner un link en la columna de la izquierda.

Peter se fue al Cielo y nos ha dejado mucho más que recuerdos. Su blog nunca ha estado más vivo que ahora. Sus amigos seguimos entrando para robarle anécdotas, escenas, cuentos brevísimos llenos de fantasía. Ricardo transcribe uno genial. Se titula “soledad” y podéis leerlo aquí.

A mí me encantó en su día el que reproduzco a continuación:


VERSIONEAR. Veamos un cuento magnífico (no por ser mío) en su sobriedad:

En el café, Manolo cuenta de un zapatero cabrón de Calatayud que en el empeine de la suela del zapato nuevo (la zona que no se desgasta con el uso) grababa la fecha de la futura defunción del cliente. Y que, al comprobarse la exactitud de las primeras muertes, la gente volvió a las alpargatas. Al salir del café, todos miramos con disimulo esa parte de la suela de nuestros zapatos, nosotros que no tenemos nada que ver con Calatayud.

Veamos ahora cómo se versionea un cuento:


(1) Modo kafkiano:

Cuenta M. que en la ciudad de K*** un zapatero era capaz de prever la fecha de la muerte de sus clientes y que la grababa en la suela de los zapatos que fabricaba. El espanto produjo la vuelta al calzado de esparto y del zapatero nunca más se supo. Quizá devorado por los buitres.


(2) Modo Cladio Coelho:

Una leyenda sufí habla de Mohameth, el zapatero de Madrás que, merced a la sabiduría adquirida en la observación de las órbitas de los planetas, logró fijar la fecha del fin de la vida de los peregrinos que acudían a él en busca de calzado. De esa manera, el bondadoso zapatero convertido en Maestro avisaba a sus discípulos de los centímetros cúbicos de karma que les quedaban.


(3) Modo Javier Marías:

Preferiría no saber que aquel zapatero de Oxford (oxoniano) adivinaba los años de vida que les quedaban a sus clientes. Debería callar sobre las consecuencias del asunto y, en consecuencia, callo.



(4) Modo Antonio Gala:

Aquel zapaterito de labios carmesí disponía de la habilidad de profetizar la muerte de sus conciudadanos. Los clérigos, alarmados, lo llevaron a la hoguera, tras el auto dictado por la Conferencia Episcopal.

Y así sucesivamente.

La niña y el anciano



El semáforo esta rojo. Detengo el coche y miro por la ventanilla. Hay un anciano que va en silla de ruedas con una manta escocesa sobre las piernas, una bufanda roja anudada al cuello y un guante azul, sólo uno, en la mano derecha. En la mano izquierda lleva algo dorado, quizá un anillo demasiado grande.

El anciano tiene la piel muy blanca, traslúcida, y los ojos acuosos. Está muy delgado. No habla. Tampoco mira a los lados para interesarse por lo que ocurre alrededor. Se deja llevar sin más como un mu­ñeco averiado.

Una muchacha empuja suavemente el carrito. No es española: quizá sea de Ecuador, de Perú o de Colom­bia, quién sabe. Es muy joven, casi una adolescente como las que acabo de dejar en el colegio. Luce un cabello largo, negro y brillante, igual que sus ojos. Va cantando una canción que no puedo oír. Debe de ser algo dulce, una melodía de su tierra, como una nana para dormir a un abuelo.

Han llegado junto a un banco de madera que hay en el parterre. Ella se sienta y mira de frente al anciano, que ahora está a la altura de sus ojos. Le habla. No es necesario oír su voz. Son palabras amables, cariñosas…

Mi semáforo ya está verde, pero no tengo ningún automóvil detrás. Me desplazo a la izquierda y detengo el coche. Quiero seguir viendo de cerca esa mi­rada limpia y un poco triste, de una niña americana que mima a un anciano con tanto respeto y cariño.

La chica coge un pañuelo blanco, lo impregna de agua de colonia y humedece el rostro del viejo. El sonríe: parece un milagro. La niña se pone muy contenta, ríe también y le aplaude.

Haré un esfuerzo por no sacar demasiadas conclusiones. Ya sabéis, la vieja Europa que va declinando de día en día. La América que nos devuelve la visita para descubrirnos y salvarnos de la decrepitud… ¿Dónde habrá aprendido a ser tan dulce, tan gentil, tan amable? Aquí somos de otra pasta: bruscos, huraños, ásperos.

No me digáis que también hay delincuentes entre los que llegan. No me estropeéis la fotografía, por favor.



viernes, 23 de noviembre de 2007

Palabritas navideñas


Aún no se han encendido las luces de Navidad, pero ya están puestas las bombillas que adornarán las calles de Madrid. La Villa y Corte se va engalanando con estrellas, hojas de acebo, caritas redondas sonrientes y los consabidos dibujos florales y geométricos.

En la calle Velázquez las luces vienen con mensajes: el ayuntamiento nos obsequia con un ramillete de sustantivos que, cuando alumbren sobre nuestras cabezas, contribuirán a despejar tensiones e inundarán de paz a la ciudadanía: risa, alegría, sosiego, estrellas, calma…

Kloster y yo vamos en coche por esa calle. Mi amigo, que no es muy partidario de las palabritas, va mascullando algo en voz baja.

—¿Qué dices?

—Hipoteca, diálisis, seborrea, atasco, endoscopia, factura, socavón…

—¿Se puede saber a qué viene eso?

—Puestos a poner majaderías, me gustan más estas palabras que las del alcalde.

No le contesto para no enfadarme. Pero Kloster toma carrerilla:

—Querido colega, nos espera otra Navidad deshuesada y baja en calorías. Este año el Niño Jesús va a nacer por lo civil.


jueves, 22 de noviembre de 2007

La abuela de Carla



—¿Te importa que cuente esto en el blog?

—¿Lo de mi abuela?

—Sí.

—Bueno, pero no diga quién es. O sea, que no ponga su nombre…

—No me lo has dicho. ¿Y el tuyo, lo pongo?

—Llámeme Carla, que me encanta.


Carla tiene indudables dotes de comunicadora. Se expresa con vehemencia, como si necesitara el asentimiento de su interlocutor en cada frase, y se emociona sin el menor pudor cuando dice,

—…mi abuela es un “alucine”

Alucine es un substantivo perfecto que debería entrar en el diccionario cualquier día. Carla lo repite dos veces más, y luego lo matiza afirmando que su abuela es “una pasada”.

—Es la superabuela, concluye, para dejar claro el concepto.

Hace una pausa, me mira y yo la animo a seguir.

—Es que, cuando habla contigo, no sé, te dan ganas de ser buena. Yo la quiero más que a nadie…

—¿Y a tu madre?

—A mamá también, claro, pero es otra cosa. Yo la entiendo, porque tiene mucho trabajo y llega a casa agobiada, y no puede estar todo el día pendiente de nosotras, pero mi abuela es demasiado. Mira…

Carla parece que quiere contarme algo, pero se arrepiente. Luego, dice “bueno, vale” y continúa.

—Mira, la semana pasada, por ejemplo, yo le había quitado una camiseta a mi hermana sin decirle nada, porque la quería para salir, ¿sabes? Y entonces suena mi móvil y era la abuela. Me dijo, sin venir a cuento, que estaba muy contenta, porque había ido a Misa y había pedido mucho por mí en la Comunión. Que estaba segura de que voy a ser todavía mejor cuando me confirme, y que a ella de pequeña la obligaban a ir a Misa todos los días en su colegio, y que yo tenía la suerte de que no me obligaran y que así podía ir libremente y que eso tenía más mérito.

—Pero tú no sueles venir a Misa.

—Por eso me sentí supermal. Y luego, cuando me dijo unas cosas preciosas de la Virgen y de San José, es que no sabía dónde meterme. ¿Sabes lo que hice?

—Devolviste la camiseta a tu hermana…

—Sí. Y le puse un papel que decía “lo siento”.

—Pero luego se la volviste a pedir.

—¡Jo, lo adivinas todo…!



miércoles, 21 de noviembre de 2007

Las avefrías


Ayer, por fin, vi una bandada de avefrías. Siempre llegan con las primeras nieves del otoño, pero hace tiempo que no aparecían por estos lares y yo las echaba de menos.

Las avefrías forman bandadas inconfundibles, como saetas voladoras en blanco y negro. Cuando el frío aprieta en el Norte de Europa, huyen por millares hacia el sur en busca de charcas más templadas.

Esta vez ni siquiera he tenido que salir al campo para verlas. Un chaval de bachillerato me señaló una specie de nube negra que se arremolinaba sobre la M 30.

—¡Qué pasada!: ¿qué son?

Mi conocimiento de las aves me sirve para conservar cierto prestigio. Saber de pájaros es estupendo, porque todos te escuchan en silencio y nadie se atreve a contradecirte. Los urbanitas que me rodean ni siquiera distinguen un gorrión macho de uno hembra. A veces saben lo que es un mirlo, y los más ilustrados, una urraca; pero de ahí no pasan.

Se alejan las avefrías y yo trato de animar a los chavales a que salgan al campo a contemplar la naturaleza, no no sólo a hacer deporte o a cabalgar una moto de montaña. Y terminamos hablando de los cormoranes que ya han llegado al embalse de Manzanares, de las grullas que pasan el invierno en Extremadura... Me escuchan con respeto hasta que uno hace la pregunta inevitable:

—¿Y para qué sirve mirar a los pájaros?

—Para nada, gracias a Dios. Las cosas más importantes son las que no sirven para nada, es decir las que no están subordinadas a un fin más alto. Lo simplemente "útil" es, por definición, poca cosa. Contemplar es la meta, es el fin, es el bien perfectamente inútil. El cielo será contemplación, y aquí podemos tener un anticipo del cielo si aprendemos a contemplar. ¿Me entiendes?

—Me miran como a un bicho raro. Como si yo mismo fuese una avefría digna de contemplación.


martes, 20 de noviembre de 2007

Noche de lluvia


¿Será solo cansancio? Quizá no. El trabajo de hoy no ha sido más duro que el de otros días. Será la lluvia, que no ha dejado de golpear en la ventana. O los años, que caen como un sirimiri más tenue pero implacable. Tal vez sea la noche, que a veces es más noche y se mete en el alma.

Regreso a casa como siempre y me viene a la memoria la coplilla de Juan Ramón:

Tira la piedra de hoy, /olvida y duerme. /Si es luz, /mañana la encontrarás /ante la aurora, hecha sol.

Se equivoca el poeta. No hay que olvidar el día que termina. No hay que tirar esa piedra. Es preciso mirarla como Dios la mira, y descubrir que está llena de luces, de pequeños diamantes, que yo no he puesto ahí.

Hace muchos años un hombre santo me dio un consejo. También era de noche, como ahora.

“Cuando hagas el examen de conciencia, después de pedir luces al Señor, piensa primero en todo lo que te ha ido bien y da gracias a Dios, que es quien lo ha hecho. Si no ves nada bueno, pídele perdón por ser tan miope, y no sigas el examen: vete a la cama, porque no eres objetivo.

Recuerda que siempre hay más razones para dar gracias que para pedir perdón. Así que no presumas de errores, que no es para tanto. Lo dice San Pablo: donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Los Pimentel 2


Prometí una foto de la Tribu y se han apresurado a mandármela. Aquí están los nietos con la abuela.

Y aquí las cuatro rubias de Lupe: Pati, María, Lupita y Carlota.
A partir de este momento declaro solemnemente que no pondré ni una foto más de mis tribus amigas.

Carta a Benita, sobre los blogs en crisis



Querida Benita:

Hace unos días pusiste un comentario en una de mis “entradas” y a continuación lo suprimiste. Como yo estaba al acecho, lo atrapé. Decías esto:

“Estamos investigando en Mis Jefes si existe la "bloggercrisis" o situación que atraviesan los bloggmaster sobre la pervivencia o el sentido del propio blog, o cuestiones similares... ¿sucede a todos los bloggmasters, a varios o a unos pocos, o no sabéis de nadie que le suceda?.

A este blog estoy segura que no le sucede pero como tiene mucha audiencia, agradecería que si alguien sabe algo que me lo cuente.”

Por un momento pensé que era verdad, que estabas al borde del abismo. Así que entré en tu blog y comprobé que tus dudas eran sólo teóricas.

Pues bien, en mi opinión, la crisis existe y todos pasamos por ella. Por eso, cuando abrí este blog puse al búho durmiente en la columna de la izquierda con la conocida sentencia aliquando bonus dormitat Homerus : Homero desfallece de vez en cuando. Quería curarme en salud y pedir perdón por anticipado por mis futuros desfallecimientos mentales o literarios.

Hay días, incluso semanas, en los que uno no está para casi nada. A mí me ocurre con frecuencia y en estos casos recurro a algunos trucos para que el blog no se me duerma: pongo uno de los videos que tengo fichados en Youtube, busco en el congelador algún artículo antiguo, y me encomiendo al Ángel Custodio de Internet (yo creo que debe de ser un arcángel) para pedirle que lo que escriba ese día y los siguientes sirva a alguien al menos para sonreír, y si es posible, para algo más.

Hay que estar en la red, querida Benita. Sobre todo tú, que tienes talento, gracia y criterio. Escribes muy bien. Ya lo sabes, y como tus “jefes” ya no llevan chupete, que lo sé yo, porque conservo todas las fotos que me mandas, estás en condiciones de seguir adelante sin más crisis que las justas.

Ya sabes lo que dijo Jesús a Pedro: “echa la red para pescar”. Ahora habría dicho “la web”.

Pues eso.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Supersticiones Urbanas (II)



Álvaro me manda un estupendo PowerPoint sobre las más conocidas supersticiones urbanas (él las llama leyendas). Ignoro si es posible trasladar ese formato al blog. En todo caso yo no sé cómo se hace. Así que lo he convertido en texto. Mañana es lunes. Empecemos la semana con optimismo.


fórmula para hacer que suene el teléfono

  • entre en la ducha.
  • enjabónese bien la cabeza.
  • cuente hasta tres.
  • entonces, sonará el teléfono.
  • en ese momento se abrirán dos caminos:

a) si lo atiende, era una equivocación.
b) si no lo atiende, veinte días más tarde se enterará de que era una llamada importante.

fórmula para hacer que llueva:

  • diga:"qué día tan bonito, ojalá siga así..."
  • lave el coche.
  • riegue el jardín.
  • lave toda la ropa que tenga y póngala a secar.
  • organice una barbacoa para la noche.
  • salga de casa a pie y sin abrigo.

fórmula para echar limón al pescado:

  • ponga el pescado sobre su ojo derecho.
  • tome un limón y exprímalo apuntando en cualquier dirección, nunca falla.

fórmula para hacer aparecer un autobús:

  • llegue a la parada.
  • espere veinte minutos.
  • enciéndase un cigarrillo y, en la mitad de la primera calada, aparecerá.

nota: se han registrado casos donde han aparecido hasta tres autobuses juntos.

Fórmula para aparcar lejos de casa

  • pegue tres vueltas en la manzana de su casa buscando aparcamiento.
  • péguese treinta minutos más dando vueltas en las 10 manzanas más próximas.
  • termine aparcando finalmente en otro barrio a 30 minutos a pie de su casa.
  • cuando llegue a casa a pie, verá dos o tres sitios vacíos delante de ella.

leyes inexorables

  • cuando necesites abrir una puerta con la única mano libre, la llave estará en el bolsillo opuesto".
  • "la única vez que la puerta se cierra sola es cuando has dejado las llaves dentro".
  • "cuando tengas las manos llenas de grasa, te comenzará a picar la nariz".
  • "el seguro lo cubre todo. menos lo que te sucedió"
  • "la velocidad del viento aumenta proporcionalmente segun haya sido el precio del peinado".

Leyes inexorables (II):

  • cuando las cosas parecen ir mejor, es que has pasado algo por alto".
  • ( axioma de chungo palos pollos )
  • "si mantienes la calma cuando todos pierden la cabeza, sin duda es que no has captado la gravedad del problema".
  • ( axioma de noten teras )
  • "los problemas ni se crean, ni se resuelven, sólo se transforman".
  • ( ley de esto noesvida )
  • "llegarás corriendo al teléfono justo a tiempo para oír como cuelgan".
  • ( principio de ring ring )

leyes inexorables (III):

  • siempre que te vayas a conectar a internet, se producirá la llamada que habías estado esperando durante todo el día".
  • ( principio de justo ahora hombre )
  • "si solo hay dos programas en la tele que valgan la pena ver, serán a la misma hora".
  • "la probabilidad de que te manches comiendo, es directamente proporcional a la necesidad que tengas de estar limpio".
  • ( ley de bouthelier)
  • "todo cuerpo sumergido en la bañera hará sonar el teléfono".
  • ( ley de mevi amatar )

leyes inexorables (IV):

  • todo cuerpo sentado en el inodoro hará sonar el timbre de la puerta".
  • "cuando tras años de haber guardado una cosa sin usarla decides tirarla, no pasará más de una semana sin que la necesites de verdad".
  • "siempre que llegues puntual a una cita no habrá nadie allí para comprobarlo, y si por el contrario llegas tarde, todo el mundo habrá llegado antes que tú y quedarás fatal"
  • "no te tomes tan en serio la vida, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella".

sábado, 17 de noviembre de 2007

Los Pimentel



Dentro de un par de horas celebraré en la Iglesia del Espíritu Santo, de Madrid, la boda de José María Pimentel, alias Pachano, y Elisa Garzón.

Como está feo que un cura piropee a la novia, no diré nada de Elisa, que es, por otra parte, una chica encantadora a la que conozco bien, pero desde hace poco tiempo.

Del novio y de su familia sé bastante más. A ellos no les importa que los saque en el blog —es más, me animan a hacerlo—; por tanto trataré de ir repasando los nombres para hacer memoria. Son una tribu, y yo, su cura de cabecera.

Pachano es el pequeño de 10 hermanos. Los otros nueve son Pedro, María, Sonsoles, Fernando, Santiago, Almudena, Cristina, Belén y Lupe. No estoy muy seguro de haber acertado en el orden, pero sí en los nombres.

El padre de Pachano se llamaba Fernando y fue Coronel de Caballería hasta su muerte. Falleció hace 7 años, y celebré un Funeral inolvidable en la Catedral Castrense. Fernando era hombre de muchos amigos, y como fue también amigo de Dios, Él se lo llevó al Cielo cuando estaba mejor preparado. Su esposa, la madrina de la boda, se llama Dolores, y lo más probable es que esta tarde trate de reprimir sus emociones. No diré más porque ella es pudorosa y quizá no le guste que la descubra.

El 14 de octubre de 1995 celebré la boda de Lupe. Casó con Carlos y no tienen hijos. Sólo hijas: Pati, Lupita, María y Carlota, 4 rubias preciosas de ojos azules, cuyas fotos aún estoy esperando para poner aquí una muestra. Dos años más tarde casé a Belén con el bueno de Pablo, que todavía tenía pelo y acababa de sacar la oposición de notarías. Otros cuatro niños: 2 chicas y 2 chicos.

En enero de 2002 falleció Cristina, y celebramos un funeral en Madrid. Por supuesto, también me tocó a mí. Y recuerdo que en aquella Misa dimos muchas gracias a Dios, en medio del dolor, porque se la llevó estupendamente preparada. El mes que viene, cuando vuelva a Asturias, no me olvidaré de visitar el cementerio de Colloto donde descansan sus restos.

De los bautizos hablaré otro día. O no. Ya veremos.

¿Comprendéis por qué repito una y otra vez que es grande ser cura? La tribu de los Pimentel son otra de mis familias predilectas.

Alguien decía el otro día en un comentario que los curas “también” tienen su “corazoncito”. ¿Cómo que “también”? ¿Y qué es eso de “corazoncito”?

No, mi querida historiadora del metro. Los curas hemos de dejar que Dios se nos meta en el alma. Tenemos que abrirle el corazón para que esté siempre rebosando amor, para que se dilate de tal forma que seamos capaces luego de repartirlo generosamente. Y, es curioso, cuanto más cariño damos, más se llena el corazón.

Entendedme. No puedo presumir de nada. Así que, por favor, no me deis coba. Pero ser cura me ha enseñado a querer. Casi no sé hacer otra cosa.

viernes, 16 de noviembre de 2007

¿Las angulas o el portátil?




Hay otras estadísticas menos angustiosas, pero igualmente significativas.

En el diario gratuito “Qué” leo un reportaje pequeño pero brillante sobre el precio de las angulas en Bilbao. A falta de cinco semanas para la Navidad, se venden a 1.300 € el kilo.

El sagaz periodista explica las alternativas que tendríamos si renunciamos a un manjar tan delicado. Por el mismo precio es posible adquirir un frigorífico, una guitarra Gibson, un ordenador portátil de los mejorcitos, un rolex o incluso alquilar una suite en el Hotel Palace.

Lo increíble de toda esta historia, en mi opinión, no es que las angulas se vendan, sino que se compren.

Mi amigo Koldo, por ejemplo, me contaba que, para celebrar su cumpleaños, fue a tomar unos vinos con la familia en un bar de Neguri, y como es hombre descuidado, al ensartar con el tenedor una tapa, se desprendió una angula y cayó sobre la solapa de su recién estrenada chaqueta.

En Bilbao no solemos dar demasiada importancia a estos accidentes, por muy valiosos que sean tanto el comestible abatido como la prenda afectada; pero, en aquella ocasión, había que actuar con urgencia. Koldo se desprendió de la chaqueta con sumo cuidado, para evitar que el Anguilliforme cayera al suelo, y la depositó sobre una mesa. A continuación, con un cubierto limpio, recogió la angula, la puso sobre un plato, y, al comprobar que no había sufrido daños de consideración, la engulló aliviado. Habría sido tremendo perder diez o doce euros de una manera tan tonta.

Al salir del bar, se sintió generoso y dejó un eurito, o sea, media angula, en la mano de su mendigo de cabecera.

Y yo, al terminar esta historia tan tonta, miro a mi portátil con aprensión. Le tengo cariño y me es muy útil, pero si lo vendo, aún podré comprarme 700 gramos de angulas. Y francamente, no hay color.






Los divorcios entre recién casados aumentan un 330%


A estas estadísticas me refería en mi entrada anterior

(Agencias).- En 2006 se incrementó en un 330,6%, respecto a 2005, el número de matrimonios que se disuelven en su primer año. Además, se han realizado 126.952 divorcios, un 74,3% más que en el año anterior, según los últimos datos sobre disoluciones matrimoniales ofrecidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE).

Asimismo, hubo 18.793 separaciones y 174 nulidades (un 70,7% menos y un 3,6% más, respectivamente, que en 2005). En total, pues, se disolvieron casi 146.000 matrimonios.

El INE explica esta evolución por la aplicación de la nueva ley de julio de 2005, que permite el divorcio sin necesidad de separación. Atendiendo al tipo de ruptura matrimonial, el 52% de las separaciones han sido de mutuo acuerdo y el 48% contenciosas.

A su vez, el 65,3% de los divorcios han sido consensuados y el restante 34,7% no consensuados. Del total de divorcios, en 38.630 casos (el 30,4%) hubo separación previa.

El número de disoluciones matrimoniales por 1.000 habitantes en España es de 3,26. Las comunidades autónomas que registran mayor tasa son Canarias (4,31), Illes Balears (3,94) y Cataluña (3,85). Por el contrario, las comunidades autónomas con menor tasa de rupturas matrimoniales son Extremadura (2,23), Castilla y León (2,30) y Castilla-La Mancha (2,39).

El divorcio indisoluble

Esta mañana he leído algunas estadísticas aterradoras sobre el divorcio en España y sobre la incidencia del llamado “divorcio express” en el aumento de las separaciones matrimoniales. Dentro de nada habrá cada año más divorcios que matrimonios. Es un dato.

El caso es que hace quince años, cuando hubo el primer amago legislativo de simplificar los trámites para favorecer la ruptura del vínculo matrimonial, escribí este artículo en Mundo Cristiano.

Me equivoqué sólo en una cosa: no debí habérmelo tomado a broma.



—Pues ahora resulta que ha dicho el ministro de nosequé que van a hacer otra ley de divorcio, para que salga más rápido y barato.

—Eso está muy bien, Conchi. Ya ves: estos chicos piensan en todo. Con lo cara que se ha puesto la vida, por lo menos que haya rebajas en el divorcio, ¿no te parece?

—Claro. Así habrá menos inflación.

—Y menos papeleo. Que no sabes la cantidad de trámites que hay que hacer. Con tanto expediente y tanta póliza, a una le quitan hasta la ilusión de divorciarse. ¡Con decirte que casi cuesta más un divorcio que una boda!

—Bueno, Tere, a mí eso me parece lógico. Digo yo que, si para casarte necesitas un montón de papeles: cursillos matrimoniales, líos del juzgado, amonestaciones, vestido de novia, el banquete, los padrinos, testigos…, y a nadie le parece mal, para el descasamiento habrá que ir también poco a poco…

—¿Por qué? ¡Mira que eres antigua, Conchi! Todo el mundo sabe que romper algo siempre es más fácil que construirlo. ¿Que te hartas de tu marido?, ¿que habéis tenido bronca por ver quién maneja el mando a distancia? Pues con la nueva ley te lo resuelven en una hora: llamas por teléfono a esa ministra que se ocupa de las cosas de los maridos y del sexo… (¿cómo se llama? Bueno, es igual.) Le dices: mira, ministra, guapa, hay esto. Entonces te mandan al abogado, echas una firma, y ya te puedes casar otra vez con quien te dé la gana.

—Hija, no sé… Un poco rápido, me parece.

—¡Claro que es rápido!: estamos en un país libre.

—Sí, pero ya sabes que yo me llevo muy bien con mi Rodolfo, y a pesar de lo bruto que es, le quiero una barbaridad…

—Bueno, pues entonces no te divorcies, y en paz.

—Es que a mí me daría miedo tener una ley así… Imagínate que un día nos peleamos. Tampoco es tan raro: nosotros, por lo regular, salimos a una o dos broncas al trimestre. El verano pasado, sin ir más lejos, estuvimos quince días sin hablarnos. Y total porque se me olvidó decirle que había invitado a mi madre a pasar el fin de semana en casa. Bueno, pues el muy antipático ni me dirigía la palabra. Te juro, Tere, que si hubiera podido, habría llamado al teledivorcio, y ahora a lo mejor estaba liada con Paco el de la tienda: ¿Te imaginas? ¡Qué horror!

—Hija, si lo ves de esa forma…

—¿Y cómo quieres que lo vea? Para mí que ese ministro de nosequé lo que quiere es que haya un divorcio por cada bronca conyugal. Y así, poco a poco, acabamos en el divorcio obligatorio. Porque ya me dirás cuántos matrimonios conoces tú que no se peleen en plan bien…, digamos, cada diez años…

—Bueno, pero supongo que si te separas a lo bestia, porque te da un ataque, y luego te arrepientes, podrás desdivorciarte, o como se diga…

—Que te crees tú eso, guapa. Este país nuestro es tan avanzado, que lo único indisoluble de verdad es el divorcio. Y con el modelo turbo que quieren patentar ahora, ni te cuento la que se va a organizar. Imagínate que te peleas con Pepe o te encaprichas del idiota de Lolo el frutero. Bueno, pues en tres días tienes en casa dos abogados, el tuyo y el de tu marido, que se ponen a pelear entre sí en una jerga que no hay quien la entienda. El tuyo te da la razón en todo (con lo agradable que es eso), y te hace comprender que Pepe es aún más repugnante de lo que tú habías imaginado. Luego te divorcia, te casa con Lolo, te cobra una buena pasta…, y a ver quien arregla ese lío.

—Bueno, son los riesgos de la libertad…

—Pues a mí me parece que eso tiene que ver poco con la libertad. Si uno se construye un chalet, pongamos por caso, le gusta que sea sólido. Y no se siente más libre si sabe que puede derribarlo sólo con dar un puntapié en la pared. Al contrario. Yo, en una casa así, me sentiría muy inquieta. Pensaría: “mira Conchi, más vale que te busques un pisito por ahí fuera, por si acaso un día, sin querer, se te escapa una patada a ti o al animal de Rodolfo”. Y con el matrimonio pasa algo parecido: si, en nombre de la libertad, las leyes me obligan a construirlo cada vez más frágil, tendré que tener algún amigo en reserva…, por si acaso me falla el legítimo.

—Mira que eres bruta, Conchi.

—No, hija, no: para bruto, el ministro. Yo lo que quiero es tener un matrimonio, y no un jarrón de porcelana que se me rompa al pasarle el plumero.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Adolescencia




—¿Para qué querías verme?

—No sé…

—Pero querías hablar conmigo, ¿verdad?

—Sí.

—¿Es por la catequesis?

—Sí…; bueno, no.

—¿Estás preocupada?

—Un poco.

—¿Por algo en concreto…?

—Sí.

—Si me lo cuentas, a lo mejor puedo ayudarte.

Silencio. La niña —16 años y algún grano que otro en la cara— se mira las manos por delante y por detrás. Luego agarra la cadena que le cuelga del cuello, y juega con la medalla.

—Querías contarme algo, ¿verdad?

—Sí.

—Y ahora no sabes cómo empezar…

A la niña se le humedecen los ojos. Busca un pañuelo de papel y coge uno de los míos.

—¿Es algo bueno o malo?

—Superbueno…

—Estupendo. Entonces será fácil contarlo…

La niña empieza a llorar. Segundo pañuelo.

—A ver, ¿cómo se llama?

—¿Quién?

—Ése que me está dejando sin pañuelos.

—Juan.

—Y sales con él.

—Ya no.

Tercer pañuelo. Al final explota:

—Me ha dejado. Dice que tiene vocación. Es una guarrada.

Se levanta y casi tira la silla.

—Bueno, me voy.

Se marcha corriendo. Se ha llevado todos mis kleenex.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Otra memoria histórica


Hace unos días terminé de leer en Molinoviejo una admirable antología de lo mejor y lo más significativo del periodismo literario durante la Segunda República española. Se titula “República, periodismo y literatura” y su autor es Javier Gutiérrez Palacio, doctor en Literatura Hispánica y director del Centro universitario Villanueva.

El libro, editado por la Asociación de la Prensa de Madrid y por el propio Centro Villanueva, tiene casi mil páginas, con un espléndido estudio preliminar sobre el periodismo literario en España, una introducción a cada uno de los autores y más de 200 fotografías de la época.

Por aquí desfilan Azorín, Baroja, Alberti, Fernández Flórez, Machado, Camba, Américo Castro, Madariaga, Indalecio Prieto, Ortega, Unamuno…, hasta un total de 68 autores de primera fila, con cientos de artículos de indudable interés y belleza.

No tengo tiempo hoy de hacer un comentario más largo; pero quiero dejar constancia de que he disfrutado mucho con esta auténtica “memoria histórica” de la época. Os la recomiendo.

El libro me ha durado casi año y medio. Lo he tenido a mano durante meses y he ido leyéndolo muy despacio, paladeando cada artículo. Me ha dado pena terminar, pero no importa: seguiré picoteando un año más.