jueves, 31 de enero de 2008

Parole, parole, parole...

Ayer prometí un artículo sobre la batalla de las palabras y la manipulación del lenguaje. Aunque el tema es duro y antipático, esa misma tarde me puse manos a la obra.

Veamos, ¿cómo lo titulo? Me decido por "parole, parole..." en recuerdo de aquella canción de Mina y Alberto Lupo que triunfó en media Europa.

Trato de encontrar la letra y nada mejor que Internet. Ya se sabe: todo está en la red.

Llamo a la puerta de Google y el buscador me remite a este vídeo: una genial parodia de aquella vieja melodía, a cargo de la propia Mina y de un intruso: Adriano Celentano. Al final aparece Lupo para completar el trío. La oigo una vez, y dos, y tres... Y se me pasan las ganas de escribir cosas antipáticas sobre los estafadores del lenguaje y las trampas de las palabras.

Otro día será. Terminemos en paz el mes de enero, con sus cuestas incluidas, y mañana, si Dios quiere y el ánimo lo permite, intentaré ponerme serio.

Los ancianitos de mi generación disfrutaréis con este recuerdo en blanco y negro. ¡Cuántos genios tuvo Italia durante aquellos años! Los de ahora, en mi opinión, no les llegan a la suela del zapato.

Claro que sólo soy un viejo melancólico. Tal vez me equivoque...



miércoles, 30 de enero de 2008

Las palabras también matan



Prometo escribir algo sobre la batalla de las palabras y la perversión del lenguaje. Hoy ando mal de tiempo, pero, entre tanto, me gustaría poner este..., ¿chiste?





Publicado el 29 de enero de 2008 en "La Gaceta de los Negocios"


martes, 29 de enero de 2008

Nuevas encuestas



La primera encuesta de este blog terminó con el triunfo rotundo de la fregona como invento más importante del siglo XX.

El segundo sondeo (vedlo a la izquierda) es más comprometido y está configurado para que el sea posible elegir más de una respuesta. Naturalmente, es probable que los encuestados tengan otras adicciones distintas a las que aparecen allí.

Os sugiero que utilicéis los comentarios a esta entrada para explicar sinceramente qué otros caprichos os esclavizan hasta el punto de convertiros en guiñapos humanos: ¿la siesta?, ¿las maquinitas?, ¿el partido del plus?


Un fantasma entre la niebla


Enero de 2006.

Íbamos muy despacio por la autopista, cuando se nos apareció de repente en medio de la niebla. Volaba a ciegas haciendo cabriolas en el aire para evitar a los coches. Era enorme y estaba asustado. Había nieve en polvo en el aire.

La conductora de un vehículo blanco, a mi derecha, dio un peligroso golpe de volante. El fantasma, entonces, vino hacia mí, que ya casi había detenido el automóvil, y me miró a través del cristal, con esa mirada penetrante que tienen los de su especie, antes de desaparecer definitivamente. Todo ocurrió en apenas un segundo.

Era un milano real, la rapaz más elegante de la Meseta, el mejor velero del aire. Con gran su cola ahorquillada y sus enormes alas se exhibe durante el invierno por estas tierras en piruetas que sólo él sabe realizar. La mayor parte vienen de los países del Norte en busca de temperaturas más cálidas, y también de los topillos, que tanto abundan.

Yo iba a predicar un curso de retiro en la Sierra, y, como casi siempre, aprovechaba el viaje para ir perfilando los esquemas de las meditaciones. Se me antojó entonces que aquello era una metáfora de algo, pero no fui capaz de llegar a ninguna conclusión.

Ya en mi destino, algún colega me sugirió que el milano podría servirme para hablar de la muerte, que puede llegar en cualquier curva de la vida. Me pareció demasiado obvio. Además yo siento una particular ternura por las aves; no las veo nunca como un peligro mortal, sino como ángeles protectores que nos acompañan en todos los caminos.

Desde aquel día, cada vez que atravieso el túnel de Guadarrama, espero que vuelva el fantasma para pensarlo mejor. Ayer mismo, cuando volvía hacia Madrid, otro milano me saludó desde lo alto.

¿O sería el mismo?

lunes, 28 de enero de 2008

Boda con tormenta en Gazolaz


El 31 de julio de 1999, o sea hace un siglo, Nacho y Alicia contrajeron matrimonio en Gazolaz, un pueblecito navarro, cercano a Pamplona, en una iglesia románica bellísima, de la que recuerdo muy bien su espléndida galería porticada.
Allí llegué, convocado por la novia, para oficiar la ceremonia. ¡Qué remedio! Ya por entonces todo el mundo sabía que "don Enrique nunca dice que no a una antigua alumna de Aldeafuente".
Nacho y Alicia se habían conocido un año antes (allá por el mes de junio de 1998, si no recuerdo mal), y fueron novios casi instantáneamente. El amor a primera vista no es tan raro como parece.
Alicia me lo contó al día siguiente.
—He conocido a Nacho.
—Ya, ¿y qué tal?
—Con ese tío me caso.
Lo siento, Alicia, lo recuerdo muy bien: dijiste exactamente eso. Y hay que reconocer que Nacho no se lo pensó mucho más, aunque, como es hombre sereno y ponderado, esperó antes de dar el primer paso.
Fue una de las bodas más simpáticas que recuerdo. Poco antes de empezar la Misa, un tormentón impresionante nos dejó sin luz, y hubo que encender todas las velas para que se viera algo en el interior de la iglesia. También nos quedamos sin megafonía, pero nadie la echó en falta.

Alicia llegó caminando, vestida de novia y con una sonrisa esplendorosa, desde la casa de su abuelo, que estaba a pocos metros. Nacho vino en coche, nervioso como una pila.

Fue una ceremonia sencilla, familiar e inolvidable. Yo traté de que todos se lo pasaran bien. Incluso se rieron durante la homilía. La verdad es que se respiraba una alegría muy especial. Yo, desde luego, estaba seguro de que los novios se habían estado buscando mutuamente durante mucho tiempo sin saberlo.

Han pasado ocho años y medio. Nacho y Alicia han resultado ser una pareja de aventureros con un optimismo sólido como una roca. Su primer niño —Nachete— nació en Nueva York. Luego vinieron tres más, y ayer por la mañana Alicia me ha telefoneado para decirme, alborozada, que ya están esperando el quinto.

—¿Y tú qué tal estás?, le pregunto.

—¡Fenomenal!

Alicia tiene verdadera predilección por este adjetivo. Y lo dice siempre con tanta convicción...


domingo, 27 de enero de 2008

Niebla


Desde Molinoviejo hasta San Rafael hay diecisiete kilómetros exactos. trece minutos por carretera y dos menos por autopista, con peaje incluido.

La niebla madruga menos que yo. A las ocho menos cuarto de la mañana aún no se ha levantado y duerme abrazada a los pinos.

Cojo el coche. La luz de los faros no logra traspasar la nube negra que parece haber invadido el jardín. ¿Cojo la autopista? Me digo que no vale la pena. Total, son sólo diecisiete kilómetros.

Salgo a la carretera con cierta dificultad y me incorporo a una caravana de automóviles que se arrastra lentamente. Me dejo llevar. ¿Me dará tiempo a rezar una parte del Rosario?

"Dios te salve, María..."

Un loco nos adelanta por la izquierda a gran velocidad. Yo no veo nada. A medida que avanzamos la niebla es más densa y más oscura. Ahora que no me lee nadie, reconozco que tengo un poco de miedo. Gracias a Dios sólo debo fijarme en las luces del vehículo que va delante y guardar la distancia de seguridad.

De pronto aparecen otras luces a izquierda y derecha. ¿Dónde estamos? No es posible que hayamos llegado a San Rafael, pero se ha detenido la caravana, y algunos conductores salen de los automóviles. Yo también lo hago.

¡Vaya por Dios! Resulta que nos hemos desviado del trayecto y hemos entrado en un pueblo. Por lo visto el camión que iba delante nos ha conducido a todos a su punto de destino. Hay un chaval en una furgoneta que ríe a carcajadas mientras explica la historia a los afectados. Nadie parece sintonizar demasiado con su buen humor. Y es que no son horas. A mí tampoco me hace gracia el episodio.

Unos minutos más tarde nos encontramos de nuevo en la carretera; la niebla desaparece y comienza a amanecer sobre la sierra.

Yo no he preparado demasiado bien la meditación de esta mañana. Contaba con reflexionar un poco durante el viaje, pero con tanto lío... No sé, tal vez hable de la niebla y de la dirección espiritual. Diré que para moverse en la niebla hace falta un buen guía. Y, si a uno le toca ir delante, más vale encomendarse al Espíritu Santo, y usar una buena brújula para no perderse en el camino.



sábado, 26 de enero de 2008

El sí de Saulo

Damasco

Era mediodía y Damasco estaba a la vista, cuando Saulo de Tarso, fariseo, discípulo de Gamaliel y celoso defensor de la fe y de la ley mosaica, cayó a tierra derribado por Cristo resucitado.

En ese instante el universo entero contuvo la respiración. La historia de la humanidad y el futuro de Europa dependían del resultado de un combate: la gracia de Dios se enfrentaba con el más fanático de los perseguidores de los cristianos. Y Saulo fue derrotado.

Ganó San Pablo, un hombre nuevo que supo decir "sí" a Jesús que le llamaba. Y aquella "conversión" lo cambió todo.

Poco después comenzó su aventura apostólica. Pablo fue un huracán, un coloso movido por el Espíritu Santo. Gracias a él, Europa comenzó a ser cristiana.

Se diría que tenemos una visión determinista de la historia. Como si los grandes movimientos ideológicos o políticos fuesen procesos biológicos, prácticamente irreversibles. ¿Qué puede hacer un hombre solo frente a los poderosos medios de comunicación, a las grandes multinacionales de las ideas, a las corrientes culturales que llegan hasta los últimos rincones del Planeta. ¿Qué puede hacer un sólo cristiano frente al paganismo?

¿Sigue habiendo "momentos estelares", en los que "todo" depende del sí o del no de un hombre?: el sí de María al Arcángel, el sí de Jesús en el Huerto de los Olivos...

No desarrollaré el argumento. Hacedlo vosotros: esto es sólo el comienzo del esquema apresurado de mi homilía de ayer.

Terminé con un punto de Camino:

De que tú y yo nos portemos como Dios quiere, no lo olvides, dependen muchas cosas grandes.



viernes, 25 de enero de 2008

Comentar los comentarios


Me
dice Marta que casi nunca respondo a los comentaristas del blog. Y tiene razón.

—¿Quién te has creído que eres? me dice Kloster, que es mi conciencia más rigurosa. Tu silencio puede interpretarse como arrogancia. Esto es una tertulia, amigo mío.

El problema es que me falta tiempo. Paro poco delante del ordenador: veinte minutos por la mañana y media hora larga por la tarde-noche.

Sería divertido y enriquecedor polemizar un poco con Beades; charlar sobre Calderón con Rocío o meterme con Juanan, con María, incluso con el poderoso Dani..., pero es que no hay manera. Hago esfuerzos titánicos para que esta máquina no me quite ni un minuto más de lo necesario.

Veo que las visitas al blog crecen, y también los elogios, que agradezco con toda el alma, porque me vienen muy bien. Pero, porfa, no me pidáis más. Prometo que, cuando coja otra gastroenteritis, me enchufaré el portátil en vena y hablaremos.

Atentamente


Añorar del silencio


Ayer, nada más colgar "el clip" en esta página, me dispuse a hacer la maleta para regresar a casa. Y, es curioso, después de tres días sin oír más palabras que las de mi propia predicación, antes incluso de recuperar "el habla civil", ya empecé a echar de menos el silencio.

No tengo vocación de anacoreta. Me gusta el ruido y el barullo, sobre todo a ciertas horas. Hablo con todo el mundo; disfruto con la compañía de los amigos y, si no fuera por el tráfico endiablado de las calles, me encontraría como pez en el agua en el centro mismo de Madrid. Me divierte hacer preguntas a los mendigos, a los ancianos, a los chavales..., y comprobar que hay mucha gente que agradece esos asaltos urbanos. También ellos necesitan conversar.

En resumen, que no sé estar callado; pero el silencio que añoro es mucho más que la ausencia de palabras. ¿Qué tendrá el silencio, que seduce como una tentación?

Cuando salgo a ver pájaros, siempre digo que prefiero ir sin compañía para no espantar a las aves más huidizas; que si voy con alguien, será inevitable que charlaremos, porque yo no sé estar a solas con otra persona sin pegar la hebra. Es cierto; pero debería añadir que mi ornitomanía es también una coartada para estar en silencio dos o tres horas, sentado sobre una roca o a la sombra de un árbol.

Para los antiguos hebreos el desierto era un templo en el que se oía la voz del Señor. Conservaban muy viva la memoria de aquella travesía de 40 años, cuando Yahvé los guiaba hacia la tierra prometida, acampaba con ellos en la tienda y conversaba con Moisés cara a cara. Juan Bautista dijo de sí mismo que era la voz que habla en el Desierto, es decir, la voz del mismo Dios.

Dios habla, sin duda, en medio de estrépito de la ciudad, pero a condición de que sepamos hacer silencio en el fondo del alma. Por eso de vez en cuando uno necesita alejarse, entrar en el templo o ir al desierto, donde hay voces distintas, que habitualmente no escuchamos: la del árbol solitario de la fotografía, la de la nube que se despereza en el cielo y dibuja cien formas diferentes, la del amanecer, la del gorrión molinero que se posó ayer a mi lado y se comía las migajas del sandwich... Todo eso es también voz de Dios.

He vuelto a la Sierra. Ahora estoy en Molinoviejo y de nuevo predicaré un curso de retiro. Procuraré no repetirme; cantaré al Señor un cántico nuevo, como pide el Salmo. Dios no se repite: su silencio, como este paisaje de Castilla, es siempre distinto y tan elocuente que no sé para qué hacen falta mis palabras.


jueves, 24 de enero de 2008

El clip


En vista de que el clip va en último lugar en las preferencias de los que participan en el sondeo de esta semana, trataré de influir en el resultado final con este viejo refrito que escribí hace tiempo.

He tirado a la papelera unos folios y me he quedado con el clip entre los dedos. Debo redactar un artículo, y me distraigo contemplando el clip.

—¿Y por qué no hablas de eso?

—¿Del clip?

—Al fin y al cabo es uno de los grandes inventos del milenio.

Uno no sabe nunca si Kloster habla en serio o en broma.

—Fíjate, por ejemplo, en el nombre. Es una palabra perfecta, abrochada por delante, taponada por detrás y traspasada en el centro con la más modesta de las vocales. Sólo puede significar lo que en efecto significa. La voz “clip” es un clip de la lengua. Abrimos los labios unos milímetros, y una p nos obliga a cerrarlos herméticamente para que no se disperse en el aire ni una brizna de sonido. Por eso la primera vez que alguien os dijo “¿tienes un clip?”, supimos de qué se trataba. Es más, si el clip aún no tuviese nombre y nos tocase bautizarlo, lo llamaríamos “clip”. Seguro.

—Más vale que me des otra idea.

—¿Mejor que ésta? Juan Ramón Jiménez escribió aquello de “inteligencia, dame el nombre exacto de la cosa; que mi palabra sea la cosa misma…” El primero que dijo “clip” lo logró. Sin duda fue un poeta.

—Como quieras. Pero yo escribo en una revista seria y…

—No presumas, que sin mi ayuda no te saldría ni media línea. Piensa en el inventor del clip. Un día empezó a jugar con un alambre de acero y, sin más instrumentos que sus dedos, le dio la forma que ahora tiene. El resultado es una obra de arte, armónica y simple, que revela una insólita fantasía creadora.

—¿Te das cuenta que está hablando del objeto más barato del escritorio?

—Ésta es una de sus virtudes. En las oficinas salta de expediente en expediente; va de ministerio en ministerio, de lo público a lo privado, del gobierno a la oposición… El clip es un parásito en el que nadie repara. Hay oficinas que exportan clips y oficinas que los acaparan. Es tan insignificante que a nadie se le ocurre incluirlo en el precio final de un trabajo. Y, sin embargo, ¡cuántas veces lo más valioso de un escrito es el clip que lo sujeta!

Kloster hace una pausa y suspira:

—Si yo supiera quién creó el clip, lo propondría para un premio Nobel…

—Tampoco te pases…

—¿Y por qué no? Habría que instituir un premio para esos inventos insignificantes que han sido fundamentales en la historia de la humanidad: el clip, el bolígrafo, la fregona, las croquetas de jamón, el paraguas, la goma de borrar, la patilla de las gafas… ¿No es fabuloso —concluye— que nos apoyemos en las orejas para ver mejor?

De pronto Kloster se esfuma, y me deja a solas. Quizá quiere que piense en el valor de lo que no vale nada, en la belleza de lo más pequeño y en la utilidad de las cosas humildes.

Probablemente tiene razón: deberíamos recompensar a muchos anónimos inventores de menudencias. Pero yo no pienso precisamente en el clip, ni en otros objetos de uso común. Yo premiaría, sobre todo, al primero que cortó una flor y la convirtió en regalo, al autor del primer poema o al creador de la de la media verónica.

Quiero decir que estamos en una época hortera y un poco salvaje que valora las cosas por su tamaño. Ojalá me equivoque; pero, entre los más jóvenes, percibo un menosprecio creciente de lo pequeño, del matiz, del detalle. Si fuera así, sería un mal síntoma, porque lo pequeño es el lenguaje propio del cariño.

Fijaos: Dios nos manifiesta su amor con el regalo más grande jamás soñado, el don de sí mismo; pero también lo hace cada día con obsequios menudos que es preciso descubrir y agradecer: la risa de un niño, el color del crepúsculo, el canto de un pájaro…

Con criterios de estricta justicia no es posible corresponder a un amor tan enorme. Jamás podremos decir a Dios “estamos en paz, no te debo nada”. A Dios no se le compra. De ahí que sólo nos quepa un recurso: devolverle en cada sílaba, en cada sonrisa, en cada flor, la vida entera. Ese “darlo todo” en un gesto define lo que los cristianos llamamos “virtud de la piedad”.

“El que ama —escribió San Josemaría—no pierde un detalle. Lo he visto en tantas almas: esas pequeñeces son una cosa muy grande: ¡Amor!”

Y Tagore, que no era cristiano, pero sí poeta, afirmó: “a mis amados les dejo las cosas pequeñas; las cosas grandes son para todos”.

Pienso ahora en la genuflexión ante el Sagrario, en el beso que pone el sacerdote sobre el altar; en la señal de la cruz hecha con pausa…

En mi Colegio, cuando llega mayo, se convoca un concurso de poesías dedicadas a la Virgen. Esta vez ha ganado Paloma, una niña de seis años que ha escrito: “Virgencita que estás en el cielo/ da un saltito/ y ven a mis sueños”.

Es el poema más breve, pero también el más grande.

Termino el artículo. Pongamos un clip.

miércoles, 23 de enero de 2008

Encuestas


Dentro de tres días termina el plazo para completar la encuesta que figura a la izquierda, votando por uno de los cuatro inventos más importantes del fenecido siglo XX.

La verdad, nunca pensé que la fregona tendría tantos votos. Debe ser porque el invento acaba de celebrar su cincuenta cumpleaños. Aún no está todo decidido, por supuesto. Yo di mi voto a las maletas con ruedas, a pesar de que este ingenio ha dejado sin trabajo a los mozos de estación, de tanta tradición en la Renfe.

Sobre el clip escribí un largo artículo hace tiempo, pero se conoce que convenció a muy pocos. Cualquier día lo reproduzco aquí.

Las patillas de las gafas son creación de otro genio anónimo. Hay que tener mucho talento para comprender que las orejas podían ponerse al servicio de la óptica, ya que era una lata sujetarse las lentes sólo con la nariz (los orientales lo tenían muy difícil) o llevar siempre en la mano unos "impertinentes".

Me dice Javier que la encuesta le parece "poco seria". En efecto, lo es gracias a Dios. Me propongo continuar en esta misma línea. Los encuestadores del CIS preguntan cosas mucho más tontas y encima viven de eso.

martes, 22 de enero de 2008

Silencio




He vuelto a la Sierra de Madrid para predicar un curso de retiro de tres días. Estoy solo y en silencio. Entraré poco en la red. Creo que no encenderé la radio, ni siquiera para poner música. Yo también debo esforzarme por acallar los ruidos que traigo en el alma.

Me alegro de no tener compañía. Tampoco tengo televisión.

Esta mañana he disfrutado de un amanecer fabuloso. El cielo, resplandeciente como una hoguera roja y azulada, aparecía traspasado por la herida que dejaba un avión a reacción. Era una llaga sangrante, violeta y oscura. Al fondo, mientras tanto, despertaban las sombras de los montes y, en lo alto, brillaba, limpia de bruma, la estrella solitaria de la madrugada.

Me he quedado un par de minutos mirando el horizonte ¡Qué sencillo es preparar la primera meditación de la mañana con el guión que el mismo Dios escribe en el cielo! ¿Por qué durará tan poco el espectáculo?

Regreso a la casa. Oigo sólo el sonido del agua en el lavabo, el de mis propios pasos sobre el piso de madera y la brisa que juega con el toldo en la ventana. Dentro de cinco minutos oiré mi propia voz, cuando predique en el oratorio.

Luego, en el confesonario, escucharé otras voces que hablarán de luchas, de pequeños fracasos, de propósitos. En esas voces se descubren paisajes aún más fantásticos que el del amanecer. Los penitentes abren el corazón para que el sacerdote examine y cure sus heridas; pero yo sólo veo el amor de Dios, los milagros de la gracia.


Los pecados se perdonan, las derrotas enriquecen, y las heridas se convierten en cicatrices que embellecen el cielo del alma.


lunes, 21 de enero de 2008

Buen humor, malhumor y sentido del humor ( y III)


¿Y el sentido del humor?

Con esta pregunta terminaba ayer por la noche, mientras se consumaba la derrota del Atleti contra los odiosos capitalistas del Real Madrid.

Siguiendo el hilo de mi razonamiento casi se llegaba a la conclusión de que los mejores humoristas tendrían que ser los santos, pero nada más lejos de la realidad. El buen humor es, en efecto patrimonio de todos ellos, pero la historia ha conocido santos que quizá eran muy alegres por dentro, pero por fuera eran sosos y aburridos hasta la nausea.

No, el sentido del humor es otra cosa.

Cuentan que San Francisco de Sales tenía ese don, y tanto Juan Pablo I como Juan Pablo II eran capaces de hacer reír a miles de personas sin dejar de hablar de Dios ni un solo instante. Lo mismo ocurría con San Josemaría Escrivá: los que vivimos a su lado durante algún tiempo sabemos hasta qué punto su buen humor se expresaba en todos los géneros y registros. Escuchándole, uno pasaba sin solución de continuidad de la emoción más honda a la sonrisa o a la carcajada.

Por otra parte es indudable que hay grandes humoristas eternamente malhumorados, sujetos venenosos, que manejan la ironía como un puñal y hacen reír a cualquiera, salvo, naturalmente, a los apuñalados. De estos me hablaba Kloster ayer y seguramente merecerían un comentario más largo, que hoy no me apetece desarrollar. Otro día, tal vez.

¿Y Jesús?

Si leemos con atención el Evangelio no es difícil encontrar rasgos de humor y alguna que otra broma del Señor. Aquel paseo sobre las aguas, al amanecer, en medio de la tormenta no deja de tener gracia. La escena es fantástica: unos pescadores asustados, que gritan como niños porque pensaban que Jesús era un fantasma; Jesús, que hace ademán de pasar de largo, como si la cosa no fuera con él, y, por último, el diálogo con el bueno de Simón Pedro, al que el Maestro invita a caminar sobre las olas.

Al pobre Pedro le ocurrió lo que hemos visto tantas veces en películas de dibujos animados. ¿Recordáis cómo, algunas veces, un monigote de Walt Disney se encuentra caminando por el aire, y sólo cuando se da cuenta de su situación, cae en vertical y se pega la gran bofetada? Pues a Simón Pedro le pasó lo mismo: también él marchó sobre las aguas, y también se volvió razonable a mitad de camino.

Menos mal que encontró la mano de Jesús para salir a flote.


Buen humor, malhumor y sentido del humor (II)



Cuando Kloster se saca una teoría de la manga, no conviene darle cancha, ya que se corre el riesgo de recibir un aluvión de argumentos sorprendentes y más bien radicales.

Así que piensas —le estaba diciendo yo— que el humorismo es una válvula de escape de las sociedades tristes, una forma de huir de las amarguras de la vida…

No entiendes nada como de costumbre —me contestó—. Te digo que el sentido del humor no sólo no está reñido con el mal humor, sino que es su manifestación más lógica y adecuada. Un buen humorista es casi siempre un tipo amargado, ruin y con problemas biliares.

—¡Hala!

—Mira, colega, los antiguos hablaban de los humores en un sentido físico, corporal. Ellos suponían que en la sangre hay buenos humores, responsables de la salud y del bienestar, y malos humores, causantes de todas las enfermedades. Por eso, hasta hace cuatro días. a los médicos les encantaba abrir las venas de sus enfermos o chuparles la sangre con una sanguijuela.

—¿Pero tú no te creerás esa historia?

—No, amigo mío: los cementerios de Europa están repletos de víctimas de tan drástica terapia. Los antiguos se equivocaban, pero intuyeron una gran verdad: los humores existen. Lo que ocurre es que son de naturaleza estrictamente espiritual.

A partir de aquí, cogió carrerilla y me expuso una tesis. Al final consensuamos algunas conclusiones que paso a exponer a continuación:

  • El humor no es otra cosa que lo que a uno le sale. ¿De dónde? El pueblo llano suele precisarlo con complementos circunstanciales de naturaleza glandular. Y hay expresiones muy gráficas que hablan de la bilis, la baba o de otras secreciones orgánicas como símbolo del buen o mal talante moral de las personas.
  • Queramos o no, todos vamos difundiendo incluso contagiando nuestros buenos o malos humores. El planeta está lleno de cenizos que asperjen a los cuatro vientos sus tristes supuraciones. Son los quejicas crónicos, los agoreros, los malasombras: esos seres biliosos que sólo sonríen cuando han tenido la oportunidad de darse un buen banquete de carroña.
  • Pero también existen los otros: los bienhumorados, los sembradores de alegría. Son personas que no tienen necesidad de esforzarse demasiado para dejar a su paso un rastro de sonrisas. Gentes con capacidad de entusiasmo, aunque no sean naturalmente entusiastas; optimistas, sin ser bobos; risueños, aunque no tengan edad de dar saltos… Me refiero, naturalmente, a los santos.
  • Santidad y buen humor son dos conceptos que van siempre juntos. A los santos, la Gracia —con mayúscula se les convierte en gracia —con minúscula, es decir en buen humor, cuando les sale hacia afuera. Es lógico: quien tiene a Dios consigo, sabe reírse de muchas estúpidas tragedias que a los demás nos hacen perder la serenidad. Las miran con la distancia precisa para situarlas en el lugar que les corresponde, y descubren la trampa, el truco que hay detrás de cada aparente desastre. A los santos sólo el pecado les borra la sonrisa. Y es así porque lo comprenden. Su tristeza es un reflejo de la tristeza de Dios, y está hecha de dolor, de esperanza y de ternura hacia el pecador.

¿Y el sentido del humor?

Mañana seguiremos, que ya es tarde y está perdiendo el Atleti de Madrid.

domingo, 20 de enero de 2008

Buen humor, malhumor y sentido del humor (I)




Después de leer la prensa de la mañana, mi inseparable Kloster comenta:

—Ha llegado el tiempo del malhumor.

—¿A qué te refieres?

—A las elecciones, amigo, ¿a qué si no? Hemos entrado en campaña y ya se oye el rechinar de los cuchillos, los gritos de los acuchillados y el clamor de los que piden venganza. Los escorpiones cargan sus depósitos de veneno y en las farmacias se agotan los medicamentos contra la hiperclorhidria. Habrá muchos cadáveres, pero, como en todas las guerras, la primera víctima será la verdad.

No sé qué decir. Por una vez, me temo que Kloster tiene razón. Pero, a continuación, se complace en desconcertarme:

—Éste es el tiempo de los humoristas.

—No te entiendo.

—Te en cuenta que el número de humoristas de un país es directamente proporcional a la densidad de malhumor que exista en la atmósfera.

¿Querrás decir que es inversamente proporcional?

Quiero decir lo que he dicho. El malhumor y los humoristas van siempre juntos. De ahí que en tu país haya tanto chistoso. La cólera crónica que caracteriza al ibero salvaje es el mejor caldo de cultivo para los profesionales del chiste. Fíjate en cambio en los norteamericanos: son felices, ricos y comedores de hamburguesas. De ahí que en cuestión de humoristas estén en pleno subdesarrollo. Es un país donde triunfó Bob Hope. Con eso está dicho todo.

No puedo dedicar más tiempo a esta cuestión. Me dice Kloster que seguiremos charlando esta tarde o quizá mañana.

—¿Y cuál es el tema?

—El humor, los humores, el buen humor, la gracia con minúscula, la Gracia con mayúscula, la ironía, la mala baba, las sanguijuelas y el sentido del humor.

Demasiado para un solo día.

sábado, 19 de enero de 2008

La bebé y los candidatos


Cuenta la prensa de hoy que un cineasta y escritor de New Hampshire llamado Darren Garnick ha logrado fotografiar a su hija Dahlia, de 6 meses, en brazos de cada uno de los cuatro principales candidatos a la presidencia de los Estados Unidos.

De esta forma se asegura contar con el próximo presidente en el álbum de sus recuerdos familiares.

¡Criaturita! Y luego hablan de los niños maltratados. Esperemos que no le contagien nada malo.

La niña, al parecer, se ha pronunciado claramente en favor de los candidatos demócratas: con Giuliani lloró desaforadamente, lo mismo que con McCain. En cambio con Hillary Clinton se entendió la mar de bien. Y aseguran algunos testigos presenciales que se sintió tan a gusto con Barack Obama que le dejó un pequeño recuerdo líquido en su bien planchada chaqueta.

Cuando los Príncipes de Asturias presentaron a la Infanta Leonor a la Virgen de Atocha, un sesudo columnista escribió: y si luego la niña nos sale anarquista, ¿qué? Y se mostró partidario de eliminar estos "anacrónicos ritos religiosos" en beneficio de la laicidad del Estado.

La verdad, no sé que decir. ¿Veis alguna relación entre las dos noticias? ¿Se os ocurre algún comentario?


viernes, 18 de enero de 2008

Cita y recita










"Los
clásicos nos leen a nosotros mucho más de lo que nosotros los leemos a ellos"

G. Steiner, traducido al italiano y citado por Lele, "re-citado" por Mario, copiado y traducido del italiano por Kloster, fusilado por mí mismo.

La afirmación se nos revela particularmente exacta al leer a San Agustín.

Tres libros y un discurso


Llevo dos días ya en el dique seco o en vía muerta, como más os guste. Me limito a rezar y a leer. De momento, ando con tres libros y un discurso.

  1. Las Confesiones de San Agustín. Hay que leerlas, releerlas y asombrarse de que en el siglo IV surgiese una figura tan gigantesca. Son las primeras "memorias íntimas" de la historia de la humanidad, y San Agustín sigue siendo nuestro contemporáneo.
  2. Escatología, de Joseph Ratzinger, una lectura muy apropiada para un enfermito como yo que, a las cuatro de la madrugada, casi se sintió "morir" (entre comillas, of course). Habla de las "verdades eternas". ¿Por qué se las llamará así? En rigor, todas las verdades son eternas.
  3. Casi culpables, de Jeffrey Archer, un conjunto de cuentos casi ingeniosos y casi entretenidos.
  4. El discurso que Benedicto XVI hablo de Joseph Ratzinger, una de las cabezas más privilegiadas de Europa había preparado para su visita a la Universidad de la Sapienza de Roma.
Si yo fuera periodista y buscara sólo un titular o un debate superficial al uso, traduciría al castellano sin comentarios, los dos últimos párrafos del discurso. Pero es preciso leerlo entero. Lo encontraréis en italiano aquí. Mañana o pasado estará traducido a otros idiomas, y pido a Dios que los que lo glosen, a favor o en contra, tengan la honradez intelectual de leerlo y, si lo entienden, de transmitirlo con fidelidad.

No sé..., estamos en una cultura de titulares, eslóganes, y latiguillos ingeniosos sin fundamento, que diría Arguiñano.



jueves, 17 de enero de 2008

El secuestro de Bosco

He aprovechado estas horas de inactividad para volver a ver este vídeo, que quizá muchos ya conocéis. Es muy largo, toda una conferencia sin más apoyo visual que el rostro y los gestos del conferenciante. Sin embargo, cuando uno da al botón de play, a los pocos minutos queda atrapado por el relato de Bosco.
No tengáis prisa, sentaos, ponedlo en marcha, y haced como yo: recordadlo de vez en cuando.


miércoles, 16 de enero de 2008

El virus



Hace
años me contó un profesor de Primaria que había oído la siguiente conversación entre niños de 8 o 9 años:
¿Y tú qué animal quieres ser?
León, que es el rey de la selva.
Pues yo águila, para volar y que no me cojas.
Pues yo, toro, que puede más que el león.
Pues yo quiero ser virus para mataros a todos.
¿Virus?
Mi abuela tiene un virus y está casi muriéndose...
Ignoro qué ha sido del niño en cuestión. Tal vez sea ahora un peligroso delincuente. A mí me ha atacado ya un virus y me voy a la cama. Es posible que dé vacaciones al blog un par de días.

La poda


Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto.

El Señor habla a los suyos, a los que comparten con Él la cena de despedida. Les promete una “poda” dolorosa, no como castigo por su esterilidad, sino como premio por haber dado fruto.

Hoy he vuelto a leer estas palabras, y he pensado en algunos amigos míos que están sufriendo esa poda en su carne y no entienden la razón de tanto sufrimiento. Tienen fe, pero están al límite de sus fuerzas.

A veces el sacerdote no sabe qué decir. Oigo mis propias palabras:

—Ten ánimo. Esto pasará. Lo que ocurre es que el Señor te quiere mucho, y ahora se apoya en ti…

Yo sé que es la verdad. No me siento hipócrita cuando hablo. Estoy viviendo mi sacerdocio, porque esas palabras ya no son mías, sino de Cristo. Pero me veo más mezquino que nunca: debería estar dispuesto, también yo, a recibir esa caricia del Cielo, y no me atrevo a pedirla. ¡Tengo tanto miedo!


martes, 15 de enero de 2008

La educación sexual de la abuela Enriqueta

Me lo pasé muy bien escribiendo este artículo. Hay una anécdota real como pretexto y algunas historias también reales. Han pasado diez o doce años, pero supongo que no ha perdido vigencia. Y la foto de esta abuela me ha convencido. Así me imagino yo a la tal Enriqueta.


Álvaro tiene catorce años y es un buen chico aunque algo bocazas. Por eso metió la pata.

Resulta que fue al pueblo a ver a su abuela y de paso a ponerse las botas con la empanada que cocina doña Enriqueta. Por la noche se quedaron a ver la tele y a la abuela no le parecieron bien algunos comentarios, un pelín obscenos, del presentador. Álvaro entonces puso esa cara de chuleta con granos que gasta cuando está con sus amigas y soltó:

—Mira, abuela, tía, lo que pasa es que a ti no te dieron clase de educación sexual y estás reprimida.

Doña Enriqueta sonrió:

—O abuela o tía… Las dos cosas no.

No dijo más. Pero, de vuelta en Madrid, Álvaro recibió una carta.

“Queridísimo Álvaro:

Mira que eres bruto, hijo mío. También eres bueno y cariñoso cuando quieres; pero de vez en cuando se te acatarra la lengua de tanto sacarla a pasear.

Ya sé que a estas alturas andas dolido por la impertinencia que me soltaste el domingo. No te preocupes; no necesitas pedirme perdón. Pero he pensado que a lo mejor te venía bien una respuesta serena de tu abuela Enriqueta.

Mira, Alvarito. Hoy durante la misa, se me ha ocurrido que debía dar gracias a Dios por la educación sexual que recibí de mis padres. Sí, hijo, sí. Estoy persuadida de que he tenido una formación sexual de primera clase.

Como primera lección, me regalaron cuatro hermanos y tres hermanas… No sé si comprendes lo importante que es eso. Ahora hay demasiados hijos únicos, como tú, que crecen sin saber lo que es una hermana. Yo supe enseguida que los chicos y las chicas éramos muy diferentes, y aunque vivíamos juntos y hablábamos de todo, sin hacer misterios, mis padres pusieron a los chicos en la habitación grande de arriba y a nosotras en la de abajo. Como la casa era pequeña y no daba para más, con el cuarto de baño había problemas; pero nunca se nos ocurrió compartirlo con ellos.

Yo por aquella época era algo impúdica para mis cosas, y un día —debía tener once o doce años— mamá me dijo que, cuando entrara en el baño, cerrase el pestillo por dentro.

—¿Y qué más da?, le dije.

Entonces me habló del pudor. No podría repetir todo lo que me dijo, pero sí el final:

—Mira, Enriqueta, si algún día te regalan una joya, la guardarás en un joyero, y si es muy valiosa, en una caja fuerte; no la tratarás como un juguete, ¿verdad? Bueno, pues Dios ha puesto en tu cuerpo algo más precioso que un diamante. Guárdalo con agradecimiento hasta que lo entregues por amor.

Por cierto, Álvaro, ¿habéis dado ya esa asignatura en el cole?

Es cierto que de pequeños nos contaron eso de la cigüeña; pero también me dijeron que existían los reyes magos, y ninguna de las dos fábulas nos marcaron especialmente. A los tres años descubrí que Melchor era papá, y ya por entonces ya sabía que, cuando mamá se ponía gordita, es que esperábamos un niño.

Más importante fue la lección que me daban mis padres queriéndose. Lo bonito de aquel cariño es que era tan real e irrebatible como los embarazos periódicos de mi madre; pero también era pudoroso… ¿Cómo explicarlo? Nunca se hacían arrumacos delante de nosotros —tampoco se peleaban—. Sin embargo sabíamos que entre ellos había un amor fuerte como una roca, no un enamoramiento de telefilm. Y entendíamos —esta era la gran lección— que ese amor debía expresarse en un ámbito íntimo, sagrado, al que ni siquiera nosotros teníamos acceso.

Así aprendí, por ejemplo, que los achuchones y besuqueos en público (perdona que sea tan gráfica), además de ser horteras, envilecen el amor, porque lo sacan de su ámbito natural.

No necesité un cursillo para aprender que, si el amor es auténtico, no se exhibe en la vía pública. Es como aquel tesoro escondido en el campo, del que habla el Evangelio, que, cuando uno lo encuentra, “lo vuelve a enterrar” antes de venderlo todo para quedarse con el campo.

Volver a enterrar el amor cuando se encuentra, es una forma de protegerlo de los mercaderes; es hacerlo crecer como una planta para que eche raíces cada vez más hondas y ramas cada vez más libres y frutos cada vez más sabrosos…

Lo siento, Álvaro, me he puesto cursi.

Sólo quería decirte, para terminar, que de “fontanería sexual”, como dice tu tío Santi, no me explicaron casi nada; pero tampoco hizo falta. Esa lección es la más sencilla y fue estupendo aprenderla (y enseñarla) con tu abuelo.

Recibe un beso muy cariñoso de tu abuela,

Enriqueta”



lunes, 14 de enero de 2008

¿Llueve?





Querido Juanra: ¿te quejas porque llueve? Hace días protestabas por el frío y luego por el sol. Ya sé que tienes 16 años y estás en la edad, pero no me seas cenizo, chaval, que la lluvia es un don de Dios. Sal a la calle, empápate y da gracias.

Tu mail me ha recordado a Rocío Arana, que escribió este poema en "Pampaluna"


Bienvenida a la lluvia, me repiten,
a la lluvia voraz, intempestiva,
a la lluvia con viento desbocado,
diagonal y veloz como un cuchillo,
al agua vertical, agua fecunda.

Es mejor que te guste el sirimiri,
sus virtudes de fiel enamorado
medieval, persistente y algo terco.

No salgas de tu casa sin paraguas,
repara en los peligros de la acera
con un brillo de espejos encendidos,
y disfruta el invierno mientras puedas.






La negación de la persona



Sánchez Cámara es probablemente el columnista con más fuste de la prensa española. Hoy vuelve a demostrarlo en "La Gaceta de los Negocios" con un artículo que recomiendo de forma especial. Podéis encontrarlo aquí











CS Lewis es autor, entre otros muchos libros de "La Abolición del Hombre (1943)". Sánchez Cámara se refiere a esta obra en su columna de hoy

Los mejores videos no siempre están en YouTube

Volar en la nieve
















Me decía Tomás que le gustaría tener "poderes", como Spiderman, Harry Potter..., ya sabéis. Yo me conformaría con saber volar como estos magos de la nieve

domingo, 13 de enero de 2008

Decálogo para formar un delincuente



En su libro Reflexiones de un Juez de Menores, el titular del juzgado de menores de Granada Emilio Calatayud recoge este “decálogo” que ya circula por la red y ha sido citado por numerosos medios.

1.- Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece.

2.- No se preocupe por su educación ética o espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente.

3.- Cuando diga palabrotas, ríaselas. Esto lo animará a hacer cosas más graciosas.

4.- No le regañe ni le diga que está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpabilidad.

5.- Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, ropa, juguetes. Así se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás.

6.- Déjele leer todo lo que caiga en sus manos. Cuide de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero no de que su mente se llene de basura.

7.- Riña a menudo con su cónyuge en presencia del niño, así a él no le dolerá demasiado el día en que la familia, quizá por su propia conducta, quede destrozada para siempre.

8.- Dele todo el dinero que quiera gastar. No vaya a sospechar que para disponer del mismo es necesario trabajar.

9.- Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. El sacrificio y la austeridad podrían producirle frustraciones.

10.- Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores y vecinos. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarlo.

Yo no sé gran cosa de delincuentes, pero de chavales sí, y pienso que el diagnóstico del juez es certero. Lo malo es que conozco también a los padres, y sé que la mayoría coinciden, con lo que aquí se dice, pero algunos no son capaces de actuar en consecuencia. Parecen haber dimitido de su misión de educar, se enchufan la tele en vena y ponen en práctica el “decálogo” suicida.

sábado, 12 de enero de 2008

Bajo la lluvia


Había empezado a llover y yo trataba de encasquetarme un sombrero impermeable mientras cerraba la cremallera del gabán, sostenía la cartera entre las rodillas y resguardaba el teléfono móvil en un bolsillo interior.

En dirección contraria venía con su paraguas abierto una señora de edad avanzada. Se detuvo a mi lado, sonrió con ternura y me dijo:

—¿Puedo darte un beso?

No dije nada, pero ella debió interpretar que sí, porque se lanzó a mis brazos. El paraguas se me clavó en la oreja, la cartera cayó al suelo, el sombrero se ladeó peligrosamente y a duras penas logré salvar el teléfono. Mientras tanto la impetuosa señora me informaba:

—Usted es don Enrique y ha escrito “el belén viviente”, un libro preciosísimo sobre la Navidad.

—Bueno, el libro, en realidad, se titula…

—¡Preciosísimo, preciosísimo!, repitió mientras se alejaba.

Volví a casa la mar de contento. Yo creo que ya se me ha pasado el síndrome post-pajaril.

viernes, 11 de enero de 2008

Envidia democrática



Hace
varios meses escribí sobre la "humildad democrática" . Una ministra del gobierno estaba tan contenta de haberse conocido que se atribuyó esta innovadora virtud en relación con no sé qué asunto de los trenes de cercanías en Barcelona.

Con este motivo me preguntaba alarmado si las demás virtudes (teologales, cardinales etc.) podrían contaminarse también con el adjetivo "democrático", en sus dos formas, masculina o femenina, que últimamente prolifera más que los topillos.

Terminaba mi breve comentario proponiendo formalmente la elaboración de una ley contra la cursilería parlamentaria.

Hoy comprobamos que la epidemia ha saltado del mundo de las virtudes al de los pecados capitales. En efecto, un honorable político, en su visita al Reino Unido, ha manifestado sentir "envidia democrática" .

Como yo de política no sé mucho, necesito urgentemente que alguno de mis fieles lectores me explique en qué se diferencia esta envidia de la envidia común o cainita y, en su caso, de la "envidia dictatorial, fascista o totalitaria". Francamente (quiero decir, realmente) estoy confuso.

Y puestos a especular, ¿existe la soberbia democrática? ¿Y la ira, la pereza, la lujuria, la avaricia y la gula podrían envolverse también en celofán democrático y recuperar la honorabilidad perdida?

Si no fuera tan tarde, hablaría con Kloster para que me lo explique; pero a estas horas, mi amigo ya está descansando.


El síndrome


Me dije que era el síndrome post-vacacional. No encontraba otra explicación. Seguramente se trataba de una alucinación producida por mi regreso de Asturias y la brusca reincorporación al trabajo. No tenía sentido que mi mesa estuviese llena de papeles, cuando yo la había dejado limpia hace nada con todos los deberes hechos.

Cerré los ojos, conté hasta diez, los abrí..., y allí seguían: tres sobres enormes llenos de encargos para el trimestre, quince sobres medianos con Christmas fechados el año pasado y que ya no podría contestar y un montón de sobres pequeños que me resistía a abrir por si se tratara de cartas bomba. Uno de ellos llevaba el membrete de la Dirección General de Tráfico, otro estaba escrito a mano, con letra temblorosa. Y había uno especialmente peligroso; dentro ni siquiera cabía una octavilla.

Kloster me sacó bruscamente de mis reflexiones:

—Déjate de síndromes, colega. ¿Qué te creías? Esto es la vida ordinaria con sus ordinarios leones acechándonos por los pasillos. Tienes la cabeza llena de pájaros. Ya va siendo hora de volver al tajo.

Entonces recordé el final de aquel poema melancólico de D’Ors:

…Esto es la vida. Inútil
que te cuentes mentiras:
no sonará borrosa una trompeta
aliada. No llegará John Wayne
con el séptimo de caballería.

jueves, 10 de enero de 2008

A vista de pájaro


—¿Entonces cómo nos ve Dios?

Creo que fue Ester, o si no Pilar, su mejor amiga, quien me formuló esta extraña pregunta. Tenían por entonces unos diez años, que es una edad en la que las niñas se plantean insólitas dudas teológicas.

No entendí lo que quería decir, pero su amiga me lo aclaró:

—¿Verdad que no nos ve desde arriba, como si fuera un pájaro?

Me vino a la memoria esta anécdota hace una semana cuando subimos al Mirador del Fitu. El Fitu es un balcón situado a más de seiscientos metros de altura, desde el que se domina buena parte de los valles que componen la cuenca del Sella y la costa asturiana desde Llanes a Villaviciosa. Como fondo, hacia el sur, se divisa el macizo central de los Picos de Europa.

Renuncio a describir el paisaje: sólo puedo decir que es uno de los panoramas más grandiosos que he visto jamás.

Soplaba un viento helado y recio que nos empujaba al precipicio. Rafa, a mi lado, insistía en que teníamos que volver cuando el aire estuviera en calma y la visibilidad fuese mejor, pero supongo que todo esto forma parte de la belleza del lugar.

Ajusté los prismáticos y di un barrido por el horizonte: las playas, los pueblos de la costa, las montañas cubiertas de nieve. Todo, a vista de pájaro…, o de águila real.

Dicen que algunas rapaces pueden divisar su presa con nitidez a kilómetros de distancia. O sea, como yo mismo con los prismáticos.

Pero no, Dios no nos ve así. Creo que aquel día expliqué a las niñas que Dios no es un vigilante, una especie de policía que detecta “desde arriba” cada movimiento de sus criaturas. Él nos ve y nos oye, desde luego, pero sobre todo nos mira y nos escucha como un Padre desde el centro mismo de nuestro corazón.

Y sin embargo, quién tuviera siempre vista de pájaro para ver el mundo y los acontecimientos con esa perspectiva; para no dejarnos abrumar por lo que parece grande y quizá sólo es cercano. Cuando uno logra despegarse un poco de la tierra y volar, es más sencillo conservar la sonrisa y el sentido del humor.


miércoles, 9 de enero de 2008

"Cumpleaños" de San Josemaría

Hace 106 nacía en Barbastro San Josemaría Escrivá.
Hoy no escribiré nada. Gracias a Dios hay centenares de películas, de vídeos cortos y largos, que hablan de San Josemaría con su propia voz.
Éste recoge un resumen de su catequesis en Chile un año antes de su marcha al Cielo.

martes, 8 de enero de 2008

Me despido del mar


Salgo de Solavieya a las ocho de la mañana camino de Bilbao. Por fin ha empezado a llover. Ya iba siendo hora, porque veintitantos días de sol son demasiados para esta tierra.

En la autovía del Cantábrico, la luz artificial no disipa la bruma, sino que la enciende en tonos dorados y la hace aún más espesa y opaca. Voy despacio, sin prisa. Me dejo adelantar incluso por los camiones. Sé que pronto empezará a clarear, y, aunque no se lo he dicho a nadie, quiero acercarme a la orilla de este mar, antes de abandonar Asturias.

El GPS dibuja una playa a mi izquierda y, sin pensármelo dos veces, desvío el coche en esa dirección. Estoy en un pueblo pequeño entre Villaviciosa y Ribadesella. Me meto por una carretera secundaria, pero acierto: termina justo en la costa, sobre un arrecife. Aún no se ve casi nada, pero el sonido del Cantábrico y el aroma del océano son impresionantes. A mi espalda, empieza a retirarse la sombra imponente de los Picos de Europa.

Salgo del coche. Sigue lloviznando. El mar está ahí mismo, aunque apenas lo veo. Es una sinfonía solemne y melancólica. El fuerte oleaje hipnotiza, seduce como una tentación.

Yo sé que a todos os ha ocurrido alguna vez lo mismo que a mí: que os pasarías las horas mirando al mar, igual que si estuvierais frente a una hoguera. ¿Quién no se ha quedado absorto contemplando una chimenea encendida, escuchando el crepitar de la leña, sin poder apartar la vista de ese espectáculo cambiante y acogedor? El mar produce un efecto idéntico: las olas son las llamas, siempre iguales y distintas. Decir nouvelle vague, es una redundancia: todas las olas son nuevas.

No sé cuándo volveré a ver el mar. Si pudiera, me detendría aquí mismo una hora, dos o quince, con la esperanza de que “me naciera” un poema tan perfecto que pudiera llevármelo a Madrid para leerlo todas las tardes sin compartirlo con nadie, y revivir este momento.

Comienza clarear. Empiezo la oración de la mañana, y viene a mi memoria el recuerdo de Jesús que, en un amanecer como éste —en la cuarta vigilia de la noche—, se acercó a la barca de los apóstoles caminando sobre el mar.

Nunca había entendido este insólito milagro. Jesús no era amigo de dar espectáculos; solía hacer prodigios, sí, pero a escondidas; incluso pedía a las gentes que no contaran nada. Es cierto que un día alimentó a diez mil hombres y mujeres con unos pocos panes y peces, pero fue porque le venció la pena por la muchedumbre hambrienta. Pero caminar sobre el mar… ¿a qué vino ese alarde gratuito, Señor?

Ahora creo entenderte un poco. Para los antiguos, el mar era “el abismo”, un lugar terrible lleno de monstruos y de oscuras divinidades paganas. Tú querías destruir ese mito y mostrar al mundo que eres el único Creador y Señor, que todo es bueno, porque nada escapa a tu inteligencia ni a tu poder. Por eso saliste a caminar sobre las aguas, no porque te venciera, como a mí, la tentación del mar. El tuyo fue el paseo de un propietario que recorre la finca para gozar de su belleza.

Ahora mismo, creo que te veo a lo lejos entre la bruma. Si me llevaras de la mano, si me dejaras pasear contigo…

No se lo digáis a nadie: hoy yo también he caminado sobre las olas.