viernes, 29 de febrero de 2008

María otra vez


Se ha quedado "alucinada" −supongo que también agradecida− al leer los 42 comentarios que le habéis dedicado en el blog. Yo ya le había advertido, cuando le pedí permiso para reproducir nuestro diálogo, de que este blog cada día se parece más a una tertulia.

Le digo que escriba algo, pero me asegura que no sabe qué poner, que ella escribe fatal, que ponga yo cualquier cosa".

−Cualquier cosa, no. Podemos poner una foto tuya para demostrar que existes.

−¡No, qué horror!

−Entonces ¿escribo que te han convencido mis amigos?

A María se le tuerce un poco la cara.

−No sé. Lo leeré despacio en casa. Oye, ¿tú puedes enseñarme a hacer un blog como el tuyo?

−Cuando apruebes la selectividad, lo que quieras.




La encuesta de Harry Potter


Cerrada ya la encuesta de esta semana, podemos llegar a las siguientes conclusiones:

a) Entre los que opinan que es una gran novela infantil y los que se confiesan adictos hay un "empate técnico"(38% y 36%, respectivamente). Esto significa que el 74% de los lectores están a favor de Potter.

b) El 24% asegura que "yo también tengo poderes". Ya sospechaba yo que entre los lectores de este blog había un número considerable de enfermos mentales. Vaya para ellos nuestra solidaridad y compasión.

c) El 17% opina que las novelas de H.P son un ladrillo. Supongo, por su bien, que no habrán leído los 7 ladrillos.

d) Un 13% son hinchas del Barça y no piensan más que en fútbol. Sólo un 9% piensan que Harry Potter es dañino,

e) pero lo verdaderamente significativo es que el 7% de los encuestados no haya oído hablar nunca de Harry Potter. He aquí la prueba evidente de que los extraterrestres existen. Están entre nosotros y no se enteran de nada.

La tele


Ya que esto es un diario, dejemos constancia de que anteayer, al mediodía, vino a verme "la tele". Los de La Televisión popular querían hacerme una entrevista porque he sido nombrado "escritor de la semana".

Les dije (a micrófono cerrado, espero) que, para un tipo de Bilbao, eso es muy poco. "Escritor del año" o del siglo habría sido más justo.

Sin embargo contesté educadamente a sus preguntas sobre libros, pedagogía, Derecho, teología y fe. Me temo que el entrevistador quedó satisfecho. A mí me entraron los remordimientos por haber respondido con una seguridad impropia, como si fuera un político cualquiera.

Después de comer ya se me habían pasado los escrúpulos.




jueves, 28 de febrero de 2008

La sonrisa de Sole


Soledad Pérez de Ayala es profesora titular de la Universidad Complutense de Madrid, donde explica filología inglesa. Está casada, tiene tres niños pequeños, y desde hace algún tiempo padece un cáncer.
Soledad es una de esas personas heroicas —hay miles— que han sabido recibir la enfermedad como un don de Dios y nunca pierden la sonrisa. Hace un par de días fue entrevistada en televisión. Éste es el video.
 

Derrotados a los 17 años (y II)



Decíamos ayer…

—¿Tú qué querías ser cuando tenías mi edad? —me pregunta María en vista de que me he quedado sin argumentos—.

—Yo…, pues verás… Primero quise ser notario, pero sin mucho entusiasmo. Soñaba con un buen sillón, una firma con su rúbrica complicada que diera fe de cualquier cosa y un ejército de juristas que trabajaran para mí. Luego quise ser escritor: premio Nobel de literatura con montones de novelas escritas; novelas negras de intriga, por supuesto, que la gente leería por la calle y en el autobús. Luego soñé con ser catedrático de Derecho Penal y criminólogo insigne, defensor de todos los asesinos de moda…

—¿Lo dices en serio?

—¡Claro!

—¿Y te quedaste en cura?

—No, no “me quedé” en cura. Di un paso más. Empecé a soñar con una familia supernumerosa, de cientos de chicos y chicas como tú. E imaginé que sería estupendo poder celebrar la Eucaristía, tener a Jesucristo entre las manos, perdonar los pecados, y olvidarme de todos mis problemas personales para siempre...

—Y te metiste a cura…

—Ya ves…

—¿Y cuesta mucho?

—Vale más de lo que cuesta. Es un gran negocio.

Como por ese camino no llegamos a ninguna parte, vuelvo a retomar el tema central. Le explico que en la vida es seguro que tendrá muchas derrotas, bastantes decepciones y algunos triunfos.

—Pero ¿sabes cuál sería el mayor fracaso de todos?

—No sé…

—Renunciar a los sueños antes de empezar a vivirlos o sustituirlos por sueñecitos egoístas y facilones.

—¿Usted cree que soy egoísta?

—Todos lo somos en mayor o menor grado. Pero a tu edad hay que aspirar a hacer cosas grandes por los demás, a dejarse la vida en empresas que aparezcan como un reto. Deberías aspirar a ser, no simplemente a tener. ¿Me entiendes?

—Creo que sí…, lo que pasa es que no es tan fácil.

—Eso es lo bueno…

(La conversación siguió en esta dirección, y seguirá, si Dios quiere. Mañana la llamaré para que lea los comentarios que habéis puesto en el blog. Y le invitaré a que ponga el suyo. Me temo que no querrá)

miércoles, 27 de febrero de 2008

Derrotados a los 17 años (I)


(Resumen de una conversación casi imaginaria)

María (no es éste su nombre) está en segundo de bachillerato y dentro de pocos meses se examinará para entrar en la universidad. Hoy conversamos por primera vez. Es simpática y charlatana, pero con las grandes cuestiones se pone triste y una miaja solemne.

—Ahora tienes 17 años —le digo—. Imagínate a ti misma…, digamos que con treinta y siete, es decir, con 20 años más. En el mejor de tus sueños, ¿cómo te ves?

María se lo piensa un poco; juguetea con un colgante plateado, y va desgranando, poco a poco, con cautela, sus ilusiones; como si tuviese miedo de entusiasmarse:

—Qué fuerte; no sé. En el mejor de mis sueños…, me veo casada…

—¿Con hijos?

—Sí, con cuatro o cinco niños…, o más.

—¿Y le has puesto cara a tu marido…?

María se ríe.

—Bueno, a lo mejor…, pero esto no se lo digo.

—Y qué más.

—Estoy trabajando como jefa en un gran estudio de arquitectos.

—O sea, que te gustaría hacer edificios.

—Sí…, torres enormes de cristal.

A partir de aquí, se embala:

—Pero yo viviría en un chalet muy grande de una sola planta, con jardín, con dos perros, piscina, jacuzzi…

—Bien. Volvamos a la realidad. Piensas estudiar arquitectura, claro…

—No. Creo que haré publicidad, turismo o algo así.

María ha puesto cara de pena infinita, y ante mi gesto de sorpresa, añade:

—Es que piden una media muy alta, y yo soy súper vaga.

—Pero muy tonta no pareces...

—No, si cuando estudio, saco buenas notas, pero me ha dicho la sicóloga que me busque una cosa más fácil, porque me estreso enseguida…

Así que María tiene sicóloga. A lo mejor es que estoy desfasado. Sí, debe ser eso, porque yo no detecto en María más problemas sicológicos o emocionales que los derivados de su condición de hija única, mimada hasta la exageración por su padre y con demasiados euros en el bolsillo.

—¿Y si te esforzaras un poco, no crees que…?

—Mire, lo que no he hecho en todo el curso no lo voy a sacar al final.

—Eso me suena… Te lo ha dicho tu madre.

—No, la sicóloga.

Me quedo con las ganas de decirle que despida a la sicóloga, porque esa frase es tan vieja como falsa: lo que no has hecho en octubre, puedes hacerlo en febrero, en marzo y en abril. Pero a María le aplasta la resignación. Está entregada al pesimismo más radical. Cambiar es imposible: “yo me conozco”, repite una y otra vez. E insiste en que es vaga de toda la vida, o sea, vaga congénita, como quien es rubia o bípeda.

Por un momento me traslado a mi propia adolescencia. Dios me libre de decir que cualquiera tiempo pasado fue mejor, pero, a los 17 años, mis amigos y yo queríamos comernos el mundo. Teníamos miedo, por supuesto, pero nos daba más vergüenza reconocerlo. Y pensábamos sinceramente que el futuro era nuestro.

¿Por qué hay tantos chavales derrotados antes de empezar a luchar? ¿Es sólo culpa de la selectividad, o hay algo más? Necesito vuestra opinión, antes de seguir con la charla.

—¿Tú qué querías ser cuando tenías mi edad? —me pregunta María, tuteándome, en vista de que me he quedado sin argumentos—…

—Yo…, pues verás…

martes, 26 de febrero de 2008

El debate II




Esta noche he dormido muy bien: a la hora del debate he leído 50 páginas de "El colombre", un libro de cuentos, delicioso, de Dino Buzzati.

Buzzati era periodista y se acostaba siempre de madrugada; pero, antes de conciliar el sueño, escribía en la cama un cuento breve. Por eso, tal vez, sus libros se leen mejor por la noche.

Ya son las 6 y media de la mañana, y acabo de vestirme. Dentro de un rato haré la oración y celebraré la Santa Misa. Durante el desayuno leeré la prensa. Seguro que me explicarán quién "ha ganado" el combate, quiero decir el debate.

¿Habrá alguien que me diga quién de los dos tenía más razón?

Habrá que rezar por todos. Y espero que nadie me acuse de "meterme en política" si pido cada día en la Misa por las próximas elecciones generales.

lunes, 25 de febrero de 2008

El debate




Han consensuado la temperatura del estudio, el tamaño de la mesa y el color de las paredes. Los asesores se han ocupado del corte de los trajes, del tono y del dibujo de las corbatas, del esculpido capilar y del afeitado.

Las maquilladoras estudian las impurezas de la piel del presidente y las tonalidades de la barba del jefe de la oposición. Ya han preparado el colirio que dará luz a los ojos de los interlocutores y creará una mirada convincente de agudeza y sinceridad.

Todo está preparado para el gran momento. Hay abanicos para situaciones de emergencia, por si uno de los dos se sofoca en exceso y aparece (no quiero ni pensarlo) una gota de sudor en su noble frente. También hay kleenex, por supuesto.

El calzado es muy importante. Los candidatos deben permanecer en pie más de una hora y sentirse cómodos, sin balancearse. Si lo hicieran, la impresión sería desastrosa. Calculan los expertos que un balanceo injustificado puede significar una pérdida de tres a cinco mil votos.

Los dos han hecho gárgaras con aceite de oliva virgen, para poner a punto la voz y lograr el tono persuasivo y seductor que requiere el evento.

Los foniatras llevan tiempo trabajando para corregir la z del presidente, que tiende a sustituir a la d final en las palabras agudas, y la sss silbante del opositor, que recuerda a un escape de gas y puede crear inquietud en la audiencia.

De los gestos se ocupa otro departamento. Y hay que reconocer que han logrado mejorar mucho el lenguaje corporal de los dos contendientes.

¿Las ideas, dice usted? No, lo lamento, sobre eso aún no hemos pensado nada.

Contemplaciones



—¿Por qué me miras así?

—¿Cómo te miro?

—Lo sabes muy bien…

Están en la parada del 51, en la calle Velázquez. Entre los dos quizá sumen 160 años. El ha empezado a leer un diario, y ella lo contempla y lo examina detenidamente con ojos de niña-mamá-abuela.

Me quedaría espiando un rato más; pero sería una impertinencia.

—Ya sabes que no me gusta que me mires así.

—¡Chico, cómo te pones...!

Acabo de predicar un retiro. He hablado de la necesidad de renovar la entrega, de rejuvenecer el alma cada día con la Gracia. Ahora, al contemplar de reojo la escena en la parada del autobús, comprendo que, con los años, los ojos envejecen siempre, pero algunas miradas, no.

Ya quisiera para mí esa mirada: en las pupilas de esta anciana aún brilla esa chispa divertida y juguetona que es patrimonio de los niños, de los santos y de los enamorados.


domingo, 24 de febrero de 2008

Primer aniversario


Un año de blog
Más de 450 artículos
Tres mil y pico comentarios
Cientos de amigos nuevos

Kloster, el búho y yo nos tomaremos un paracetamol para celebrarlo y brindaremos por todos los que alguna vez tuvieron la ocurrencia de asomarse a esta ventana.

Y seguiremos pensando por libre mientras el cuerpo aguante, tengamos alguna idea en la cabeza y Kloster conserve unos gramos de sentido del humor.




sábado, 23 de febrero de 2008

Se van las grullas


Hoy ha aparecido una gran V en el cielo de Madrid. Era una bandada de grullas que volaban a mucha altura sobre esas ridículas torres que han edificado al norte de la Castellana. Casi nadie se ha fijado en las aves: mil metros más abajo había huelga de autobuses urbanos y no estaba el tráfico para contemplaciones. Yo, sin embargo, sí que las he mirado; a veces pienso que las huelo y que oigo sus graznidos. Incluso he tenido tiempo de sacar los prismáticos para volar un rato con ellas.

No había ni una sola nube y la temperatura estaba por encima de los dieciocho grados. Las grullas regresan a los países fríos de Europa, donde el hielo ya ha desaparecido. Ellas tienen su propia autopista con áreas de descanso bien conocidas.

Según mi amigo Moisés, la V significa "volveremos". Quién sabe. Parece que este año se han ido antes de lo previsto. Se conoce que su servicio meteorológico les ha avisado de que el clima está cambiando.

Yo creo que la V es lo que siempre ha sido, un signo de victoria. Ha empezado la campaña electoral, y las grullas han pegado su cartel en el cielo. También ellas están seguras de vencer, aunque no me han dicho a qué partido pertenecen.

Este vídeo recoge un pasaje del documental "Nómadas del viento"



viernes, 22 de febrero de 2008

Un mendigo de pitillos


Esta historia inacabada me ocurrió hace más de un mes. Al regresar a casa, la escribí en el congelador del blog y esperé. Pensaba que tal vez más adelante podría rematarla con un final. Recuerdo que incluso se me pasó por la cabeza abrir una pequeña sección en el blog para hablar de los mendigos del barrio. La deseché enseguida: tenía la incómoda sensación de que los estaba "utilizando" en el peor sentido de la palabra.

Esta tarde la he encontrado entre los borradores. He rezado a la Virgen por el mendigo de pitillos, y, a falta de nada mejor, he decidido reproducirla sin más, como la escribí aquella noche.


He salido a la calle por tomar un poco el aire. Me duele la cabeza y un paseo suele ser, al menos para mí, el mejor analgésico. Voy caminando muy despacio hacia la nueva "Casa del libro" que acababa de inaugurarse en la calle Hermosilla.

Sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la fachada, veo a un mendigo nuevo y joven. Tendrá poco más de treinta años. Está muy delgado, excesivamente flaco, usa gafas de cierto estilo (es lo que me llama más la atención) y fuma un pitillo con entusiasmo, apurando la colilla como hacíamos en los viejos tiempos de penuria.

He pasado a su lado dos veces. La primera, me mira pero no ha dicho nada. La segunda vez, sí:

¿Tienes un sigarrito?

¿De dónde eres?

De Rumanía. ¿Tienes sigarro?

Acabas de fumarte uno. ¿No prefieres comer algo?

No. Tabaco es mi droga. No me interesa comer.

Viene conmigo a una cafetería cercana donde ya me conocen. No quiere decirme su nombre a pesar de que compramos un paquete de "ducados" en la máquina. Tampoco toma café, ni una cerveza..., nada.

Sólo consigo arrancarle unas palabras antes de despedirse:

Mis hijos están en Rumanía, aquí yo no trabajo. Tengo cáncer de pulmón. ¿Para qué quiero comer? Sólo morir.

Se marcha en dirección a Serrano. No he sabido ayudarle. Los curas, algunas veces, volvemos a casa muy tristes. Como yo esta noche.

jueves, 21 de febrero de 2008

Hoy es el día


Esta tarde, a las seis y media, todas las librerías de España pondrán a la venta el volumen 7º y último de Harry Potter.

Con este motivo, la opinión publica española (toda ella) me exige que publique la encuesta que veis justo encima de Homero, mi búho mascota.

Homero está muy ofendido por compartir columna con un mago de pacotilla y me pide que haga un sondeo sobre la Ilíada o la Odisea. He tenido que decirle la verdad: que los clásicos ya no son lo que eran; les falta marketing.

Un video que arrasa en la red


Hoy
he recibido este vídeo tres veces. Al parecer procede de la diócesis de Málaga y está recibiendo cientos de miles de visitas.

No estaría mal, ya que andamos en campaña, que los políticos respondieran a las sencillas preguntas de Marta.


miércoles, 20 de febrero de 2008

Tatuajes



Nacho me estaba hablando de sus vacaciones en tres continen­tes, de los quince países que ha visitado, y de la chica filipina que conoció no sé dónde, que es “supermona y muy católica, no se crea”. Entonces tragó saliva y soltó:

—Me he hecho un tatuaje…

—Dónde

—En Corea.

—Digo que en qué parte del cuerpo.

Se remangó la camisa, y casi a la altura del hombro había un nombre femenino sobre una manzana, y a manera de orla, unas letras:

—Es tagalo.

—Ya. ¿Y qué significa?

—¿Y a usted qué le importa?

El tatuaje era de los de verdad, de los que valen un binladen y sólo se borran con “una operación a base de láser, tío, que yo no me la hago ni harto de vino”.

Terminada nuestra conversación fui a desahogarme con Heinz Kloster, que fue pirata a finales del siglo dieciocho y está más tatuado que un caldero de Toledo. Le pregunté el porqué de esta moda, ahora, en pleno siglo XXI.

—No te confundas, muchacho —me respondió—. El tatuaje no es una moda ni lo será jamás. “Moda”, por definición, es lo que cambia, lo efímero. El ta­tuaje es lo permanente, lo que dura hasta la tumba.

Agarró el vaso de ron y se me puso nostálgico:

—Cuando yo navegaba, allá por el mil setecientos y pico, el tatuaje era lo único que no te robaban los años: te acompañaba a la gloria o a la horca. Era el salvo­conducto que te abría las puertas de todas las tabernas, tu carné de identi­dad, tu currículum vitae y tu tarjeta de crédito; tu fe de vida, tu certificado de penales y de mala conducta. El tatuaje era también un aviso para navegantes, una amenaza para cortesanos, y, para quien lo portaba en su pellejo, un souvenir de quién sabe qué lejanos puertos y hazañas. A muchos de nosotros se nos conocía sólo por el tatuaje: “¡Ha llegado el de la sirena tuerta”, decían…! Yo mismo me identificaba así. Incluso llegué a olvidar mi nombre: ¡Qué tiempos, amigo mío!

—Pero, ¿por qué han reaparecido ahora?

—Por eso, muchacho, por eso… Porque son para siempre. Son lo único perdurable. El que se hace un tatuaje sabe que no está siguiendo una moda; está comprometiendo su futuro en una ceremonia de sangre y ron.

H. K. se metió un lingotazo en el esófago, y continuó:

—Éste es un siglo cobarde…, y la culpa es de tu generación. Habéis llenado de canguelo los calzones de los chavales, y ahora tienen miedo a ser jóvenes, o sea, a jugarse la vida… Les habéis explicado que para ser libres hay que huir de todo compromiso. Les habéis dicho que no se aten a nada ni a nadie; que hay que amar pero sin papeles, que es preciso conservar siempre abierta una escotilla en la retaguardia para escabullirse si algo sale mal. ¡Vivid al día, les dijisteis. Carpe diem!, ¡gozad del placer de este instante, no sea que mañana esté vacía la nevera. No tengáis hijos: os encadenarán. No hagáis promesas: la vida es muy larga. No os caséis en serio: disfrutad del sexo light! Les habéis hecho creer que la libertad consiste en imitar a las gaviotas, que cambian de pareja en cada marea y se alimentan de carroña y chapapote. Habéis inventado un matrimonio trivial y quebradizo como la terracota, que se deshace al primer conflicto. Para colmo lo habéis hecho obligatorio… Ya ni siquiera existe el derecho a entregar la vida entera, a lanzarse sin red a la aventura del amor. Quien lo haga será considerado un enfermo o un talibán.

—Oye, que yo no…

—Los habéis condenado al egoísmo crónico, a la vida sin sangre ni sustancia…, y, en último término, a la soledad. ¿Y me preguntas por qué se hacen tatuajes? Para que la palabra “siempre” tenga algún significado.

—Así que tú estás a favor…

—Ni a favor ni en contra. La vuelta de los tatuajes demuestra que la naturaleza humana no ha cambiado: necesita ejercer ese supremo acto de libertad que nos asimila a Dios porque nos hace eternos… El hombre exige el derecho a comprometerse, y a decir “para siempre: hasta la muerte”.

Ya digo, el pobre Kloster estaba un poco borracho. Me miró desde lo alto del óleo que colgaba encima de la chimenea del salón y se quedó inmóvil, con la vista perdida en el reloj de cuco.

Esperanza (II)


No suponía yo que lo que escribió ayer Kloster sobre el optimismo y la esperanza fuese a dar tanto de sí. Tampoco me siento con ánimo ni con tiempo para escribir seriamente sobre esta virtud teologal. El Santo Padre nos acaba de regalar una encíclica estupenda, que va dirigida a todos y que, en mi opinión, aclara con rigor, profundidad y sabiduría las cuestiones que se han suscitado aquí.

Pero quisiera recomendaros, además, que leáis la entrevista que ha concedido Olga Bejano a Zenit. Está aquí.

Olga Bejano es riojana y lleva más de veinte años en una silla de ruedas. No puede moverse, no habla, apenas es capaz de comunicarse; pero es consciente de que su vida tiene un sentido trascendente. Vive de fe y de esperanza. El vídeo que viene a continuación lo dice mejor que yo.

martes, 19 de febrero de 2008

Esperanza


Si un día perdiese la Esperanza, la gran Esperanza de saber que mi vida es un camino, y el camino tiene un sentido y al final hay una meta; si un día dejase de ver a Dios en el horizonte, no sé que haría para seguir viviendo; tendría que refugiarme, quizá, en ese optimismo bobalicón y voluntarista de los que creen en el futuro "porque sí", sólo por eso.

Entiendo muy bien que una sociedad pagana o paganizada vea en el pesimismo el peor de los pecados y lo castigue con la excomunión y el destierro. El pesimismo es reaccionario. Lo que vale es el progreso, aunque nunca nos digan hacia dónde.

Yo, en cambio, puedo ser pesimista en todo lo epidérmico, en aquello que angustia a los paganos y a mí me sale por una friolera.

Quisiera ser siempre un escéptico sonriente, lleno de buen humor y de Esperanza.

H. Kloster


lunes, 18 de febrero de 2008

Fin de la encuesta


Esta noche termina el plazo para responder al sondeo que puse en el blog hace siete días. En cualquier caso ya se puede hacer una primera valoración de los resultados:

Lo que más asusta a mis lectores es la báscula. Lo sospechaba desde que caí en la cuenta de que la mayor parte de los visitantes de esta página son mujeres. Es cierto que a los varones también nos preocupa la cuestión del peso, pero nunca con tintes tan dramáticos.

El posible regreso del tomate aterra a un 25 %. Ya sabía yo que teníais buen gusto.

¿Sólo temen a la hipoteca el 12 %? Francamente nunca sospeché que el nivel de vida de mi barrio fuese tan alto.

Por último, pedazo de mentirosos, casi todos aseguráis que el lunes no os preocupa; estáis encantados de volver a trabajar madrugando como buenos ciudadanos. Pues bien, hoy es lunes. A currar, muchachos.

domingo, 17 de febrero de 2008

Escuchar



Me dijo su nombre e inmediatamente añadió que era ateo. Así, con todas las letras. Esa fue su tarjeta de presentación. Hizo una pausa para darme la oportunidad de añadir algo, y, en vista de que no reaccioné, añadió que quería saber mi opinión sobre una cuestión familiar que le preocupaba, pero que ni se me ocurriera hablar de Dios o de cosas de religión. Si lo hacía, él se marchaba.

Los dos éramos muy jóvenes. Dijo que treinta años, pero yo le habría echado veinte. Se expresaba con mucha precisión.

Le expliqué lo que pensaba sobre el asunto que le trajo a mi casa, me dio las gracias, hizo ademán de levantarse y añadió:

—Bueno…, a lo mejor quiere saber algo más de mí.

Hice un gesto vago, volvió a sentarse y empezó:

—Nací en..., pongamos que Alicante.

Desde ese momento y durante más de veinte minutos no dejó de hablar de Dios ni un solo momento. No le interrumpí salvo para hacer alguna pregunta aclaratoria. Al contar la muerte de su hermana pequeña, comenzaron las lágrimas.

—Desde entonces no “me” hablo con Dios.

El “me” casi me hizo sonreír, pero no dije nada, ni media palabra. De verdad.

Al terminar me dio un abrazo. Aseguró que yo era el primer cura que le entendía. ¿Sería por mi silencio absoluto?

Han pasado más de treinta años. Lo vi en la tele hace unos días: el pelo blanco le sienta bien. Es un buen cristiano de los que no tiene empacho en manifestar su fe. Me pregunto si recordará aquel emotivo monólogo suyo ante un cura joven que parecía mudo.



sábado, 16 de febrero de 2008

Una sonrisa en el cielo


Amparo me envía esta fotografía, y yo no me resisto a ponerla en el blog.

Un incrédulo que tengo a mi lado asegura que está trucada. No lo creo, pero tampoco me importa. Me ha servido para recordarme que debo salir de casa y mirar al Cielo. Estoy en Molinoviejo y no aún no he tenido tiempo de saludar a las aves.

De hoy no pasa. Después de la meditación de las cinco me asomaré al balcón y miraré cómo se pone el sol en el horizonte. A lo mejor me sonríen las aves del crepúsculo.


viernes, 15 de febrero de 2008

El hombre de la mano en la oreja


Si El Greco volviese a nacer, ya no pintaría al “caballero de la mano en el pecho”. Ahora nadie se lleva la mano a semejante lugar; pintaría al “tipo de la mano en la oreja”, ya que éste es el gesto más significativo del siglo XXI.

Me lo dijo el primo de Kloster, que se fue a la selva en los años ochenta y volvió hace tres días a Madrid.

—¿Oye, qué le ocurre a la gente? ¿Por qué van todos corriendo por la acera con la mano en la oreja? ¿Acaso hay una epidemia de otitis?

Yo le expliqué que estamos en el siglo de la comunicación, que todas esas personas llevan un pequeño teléfono en la palma de la mano y no paran de hablar ni de escuchar.

—¿Y con quién hablan?

—Con otros que caminan por otras aceras.

—A lo mejor van por la misma.

—Es posible; ni ellos mismos lo saben.

—¿Y no pueden esperar a llegar a casa o a sus oficinas?

—Por supuesto que no. Tienen que tener los oídos ocupados todo el tiempo. Además hay que dejar claro que están muy atareados, que tienen prisa, que están superestresados. Sin estrés su imagen pública se derrumbaría estrepitosamente El estrés es una cuestión de prestigio; sin él no se puede vivir.

—¿Y de qué hablan?

—De dinero, de hipotecas, de plazos, de gestiones, de mujeres, de hombres, de suegras, de cuñadas, del tráfico, del gobierno, del alcalde, de dónde están, de dónde vienen y adónde van, de lo que les falta para llegar y de la cobertura del móvil.

—¿De la qué…?

—El móvil es el teléfono, ¿lo pillas? Y como la comunicación se realiza a través de ondas electromagnéticas, es preciso tener siempre cobertura.

—Ya. ¿Y no sería mejor que se pusieran todos de acuerdo para dejar los teléfonos en casa y aprendieran a mirarse los unos a los otros? ¿Te has fijado? Es que van como zombis, no se ven. Te empujan y ni se enteran. Chillan desaforadamente como gorilas salvajes a veinte centímetros de mi propio apéndice auricular sin percatarse de que existo. Toman el autobús y siguen hablando a gritos con la mano en la oreja, informando de sus problemas a los demás pasajeros. Claro que es igual: nadie les escucha, porque todos tienen una oreja tapada. Yo creo que estáis en el siglo de la incomunicación.

Exageras. Piensa en el tiempo que ahorran. Gracias a esta incesante comunicación, la productividad aumenta de forma significativa.

—Oye, ¿y tú estás seguro de que hablan con alguien?

—Claro…, ¿en qué estás pensando?

—En que a lo mejor sólo pretenden taparse los oídos.

Kloster me miró con ojos de añoranza.

—En la selva del Amazonas las cosas son muy diferentes. Allí sí que nos comunicamos. Yo hablo con las plantas, con las aves, con todos los animales que me rodean y con cada una de las personas que encuentro, y no necesito agarrarme la oreja.

En esas estábamos cuando entramos en una pequeña iglesia románica. En una capilla lateral hay un precioso calvario del siglo XI. La Virgen está a la derecha de la Cruz, y a la izquierda, el apóstol San Juan con la mano en la oreja, igual que si llevara un teléfono móvil

No es el primer calvario que veo de estas características: en la iglesia de San Juan del Hospital, en Valencia, el apóstol también adopta la misma postura. Y lo mismo en Riaza, y en tantos otros lugares.

El primo de Kloster, que no es muy experto en estas cosas, me pregunta si también San Juan llevaba móvil

—Al contrario —le respondo—. El arte es un lenguaje, y las imágenes de los retablos son la “biblia pauperis”, es decir, la biblia de los que no saben leer. San Juan tiene la mano en la oreja porque está escuchando atentamente lo que le dijo Jesús desde la cruz: “ahí tienes a tu Madre”. Si tuviera el móvil encendido no oiría nada.

* * *

Escribo desde Molinoviejo. He empezado a predicar un curso de retiro y creo que esta tarde contaré la parábola urbana del hombre con la mano en la oreja.

Es preciso hacer silencio en el alma para encontrar a Dios y escuchar su voz, porque Él habla siempre en voz baja.

No sea que cuando nos llame nos encuentre comunicando.



jueves, 14 de febrero de 2008

Molinoviejo otra vez


Esta noche comienzo un nuevo curso de retiro en Molinoviejo. Seguiré en la red, aunque la línea sea lenta, lentísima. Supongo que el cielo estará encapotado y a lo mejor caen los primeros copos de nieve, que ya va siendo hora.

Encenderemos la chimenea de la sala de estar, y, mirando al fuego, los dos o tres curas que vivamos en la casa antigua recordaremos viejas historias asociadas a aquellas paredes. Alguna es posible que aterrice en el blog.

Otra vez, el silencio. Escribí un día que lo añoraba. Ahora estoy impaciente por entrar en él. También añoro la nieve, ese silencio blanco que cae lentamente del cielo y hace callar a los pájaros.


14 de febrero

San Josemaría Escrivá en una tertulia con chicas

¿Qué os sugiere esta fecha?

Hoy es San Valentín, día de los enamorados, y a mí me parece muy bien que lo sea, aunque no entiendo para qué necesitan un día los que se quieren. Los enamorados convierten en fiesta cada una de las fechas del calendario.

He oído por la radio (lo decían en versos hiper ripiosos) que la mejor forma de celebrar el 14 de febrero era regalar unas gafas de sol de Óptica San Gabino.

El 14 de febrero es también San Cirilo y Metodio, evangelizadores de los pueblos eslavos. Juan Pablo II, pensando tal vez en su patria de Polonia, los nombró patronos de Europa. Yo les pediré que no se olviden de este Continente que tanto hizo por la expansión del cristianismo y que debe ser evangelizado de nuevo.

Para los que pertenecemos al Opus Dei y para algunos millones más que reciben el influjo de su espíritu, el 14 de febrero es una gran fiesta. Hoy hace 78 años comenzó la labor con mujeres en la Obra recién fundada, y hoy también, hace 65, en el oratorio de la calle Jorge Manrique de Madrid (hace sólo dos días celebré allí la Santa Misa) el Fundador de la Obra fundó la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.

Mejor que yo lo explica el siguiente vídeo:

miércoles, 13 de febrero de 2008


Mi tocayo Enrique García-Máiquez ha escrito este artículo en el diario de Sevilla. Hoy no me limitaré a poner aquí un enlace; lo reproduzco, lo adorno con una foto, lo aplaudo y me lo apropio, porque este artículo, en el fondo, es mío. Lo pensé antes que tú, querido Enrique, y me has copiado los pensamientos justo un minuto antes de que los pasara a limpio.



LOS CHISPEANTES DE ZP


Mientras los famosos se desgañitan cantando a la alegría, van al paro cuatro mil y pico personas al día, se rompe un matrimonio cada cinco minutos y las cifras del aborto se disparan como una ametralladora. Desde luego, no seré yo el que discuta con los celebérrimos cantantes el hecho de que la alegría necesita muy ser defendida. En eso estamos de acuerdo, trailará.


Aunque mis ingresos no me dan para artista, más quisiera yo, ayayay, también cantaré lo mío, que tengo derecho. La cuestión, opino, no es la alegría en abstracto, sino concretar la de quién y cómo. Tatatachán.


Sobre el aborto, por empezar por lo más sangrante, la alegría que me gusta es otra y distinta. Ellos están con la del doctor Morín y sus clínicas rompecocos mientras que uno elige la de las madres heroicas —como la divertidísima Juno, película que recomiendo vivamente— y la alegría llorona de los bebés recién nacidos, sobre todo. Otro ejemplo: prefiero acompañar en el sentimiento a las víctimas del terrorismo que la mínima complicidad con la izquierda abertzale. Y antes que el alivio de un aprobado por la cara, soy partidario de la felicidad de la lección aprendida a fondo. Es lo que me pone, lolailo.


¿La canción de los celebérrimos les parece a ustedes más chispeante que la mía? Natural. ¿Será por el chumba chumba? No sólo: es algo constitutivo. A ellos, un poema de Mario Benedetti, ja, ja, ja, les resulta el no va más de la poesía contemporánea (contemporánea, ejem, de ellos). Entre que no les llega la voz y la emoción del engagé, fíjense qué temblor. Y entre gallito y gallito, picotazo (a la derecha). Contagian satisfacción consigo mismos, con Benedetti y con el Gobierno de Zapatero. Se sienten literalmente en la gloria, chin, chin, chin.


A mí, en cambio, Benedetti me toca un pie y las voces de nuestra inteligentsia me suenan, lo siento, a hilo musical en la sala de espera de un dentista. Soy un cenizo, debe de ser, porque ninguna canción, tarararará, de los cuarenta principales me satisface del todo. Encima, cualquier eslogan me parece una chorrada. Puestos a pedir, yo aspiro al himno de las esferas. Será que tengo alma, lo que según Luis García Montero es un infortunio. Mi vídeo electoral perfecto iría con letra de Homero o Dante o Kierkegaard o Chesterton o Gómez Dávila, y con música de Bach.


Eso —lo sé— es electoralmente imposible, así que no puedo evitar una sombra de melancolía. Pero que no les confunda el sombreado: sin necesidad de alucinógenos ni de estupidofacientes, sin canon digital ni aplauso general, conservo una alegría insobornable. La defenderé incluso —amenazo— cantando. Chin pun.

María y el parquímetro


El parquímetro se reía de mí descaradamente.

Hasta ese momento yo me había portado de forma ejemplar: había introducido la tarjeta de “prepago” por la ranura adecuada, la había recargado con todas las monedas que llevaba en el bolsillo —unos diez euritos—, había marcado el tiempo que pensaba tener estacionado el automóvil y había apretado al botón verde, como todos los días, para que el infernal aparato escupiera el tíquet.

Un momento, por favor

Espero. Sigo esperando. Algo iba mal. De pronto el artilugio emitió una especie de eructo electrónico y mi tarjeta salió despedida por donde había entrado.

Tarjeta desconocida

—¿Desconocida? ¡Anda ya, que es la misma de ayer y de anteayer! Además tiene impresa la matrícula de mi coche, de acuerdo con las nuevas normas de nuestro amado alcalde.

Tomé aliento. Aguardé unos segundos y volví a introducir la tarjeta.

“Un momento, por favor”

En esta ocasión el “momento” parecía no tener fin. Quise anular la operación pulsando el botón rojo, pero la tarjeta se había atascado. Para colmo, apareció un extraño mensaje en alemán, holandés o algo así.

—Por mí, como si me lo dices en chino.

A estas alturas, había empezado a dialogar en voz alta con el monstruo.

Recurrí al procedimiento manual. Agarré el borde de la tarjeta, que sobresalía por la ranura y tiré con firmeza. En ese momento oí una voz a mi derecha:

—¿Me das algo?

Era la rumanita de la esquina. Se llama María, tiene once años y una mirada tan cándida e inocente que sólo puede proceder de un entrenamiento concienzudo. María es una profesional de la limosna, que desarma a los peatones con sus ojos enormes y transparentes.

—María, lo siento. Todas mis monedas están en esta tarjeta.

—¿Y billetes? Si quieres yo te cambio.

Metió la mano en una especie de bolso negro y sacó un buen montón de euros en monedas. Le di un billete de cinco, y me lo cambió por cuatro, con la celeridad y precisión de un cajero.

—Ahora ya no necesitas la tarjeta…

En efecto, metí una moneda y el parquímetro funcionó.

María sonrió con dulzura. Estoy convencido de que la máquina y ella estaban compinchadas.

martes, 12 de febrero de 2008

Parole, parole... (otra vez)

Esta vez el "refrito" saldrá en Mundo Cristiano de marzo. Hoy mismo he mandado a la revista este artículo, eleborado con retales de dos o tres entradas del blog. Así queda más redondo. Como veis está escrito en una hora de melancolía.



A mediados de los 70 se hizo famosa en media Europa una canción de Mina a la que acompañaba la voz grave y seductora del actor Alberto Lupo. Éste declaraba su amor a la cantante en un largo monólogo romántico, y ella lo rechazaba, displicente, entonando como estribillo: parole, parole, parole…, palabras, palabras...

Tenía razón Mina: las palabras por sí mismas no son nada. Y sin embargo…

Sin embargo, cuando el pensamiento débil se adueña de la cultura, y la inteligencia es sustituida por el ingenio; cuando ya no importa tener razones sino triturar al adversario, las palabras acaban por serlo todo.

Hace unos días se habló en la prensa de un proyecto de ley en el que los restos mortales de los niños abortados eran denominados “residuos sanitarios”, o sea igual que las compresas o a las jeringuillas desechables.

Eran sólo palabras, desde luego. Una vez cometido el crimen, ¿a quién le importa lo que escriban en la etiqueta del cadáver? ¿Acaso no hemos bromeado llamando “fiambres” a los difuntos de la morgue? Además, de esta forma las mujeres se quedarán más tranquilas cuando un doctor de ademanes bondadosos les asegure que sólo pretende librarlas de unos “residuos sanitarios” bien molidos y listos para el reciclaje, no de un niño vivo, ni de un “feto”, que suena menos duro, aunque signifique lo mismo.

Palabras, sí. Como la que hoy mismo emplea un afamado columnista, que vuelve a hablar de “preembriones” —un término vacío de contenido científico— para justificar los “microabortos” (los asesinatos pequeñitos) practicados en casa, sin molestar a nadie.

Recuerdo haber escrito hace años en esta misma página un artículo titulado “palabras mansas, palabras bravas”. Supongo que diría cosas parecidas a las de hoy. Y ahora caigo en la cuenta de que el mes pasado también volví con la misma cuestión.

Trato de olvidar estos penosos asuntos, pero no hay forma: estamos en “campaña” y asistimos a una orgía de palabras biensonantes que venden aire y de palabras descalificadoras, que son metáforas de puñetazos en el hígado. Hay en el aire envenenado de la política palabras que matan y palabras que anestesian, palabras barricada y palabras 9 milímetros parabellum. Lo de menos es que signifiquen algo.

Abro un diario digital y leo: “el Gobierno tiene previsto aprobar una norma que regule la equidad y calidad de la interrupción voluntaria del embarazo”, es decir, tres eufemismos seguidos sin una miserable oración subordinada para tomar aliento.

Debe ser que se les calienta la boca y ya no saben lo que dicen. “¿Calidad y equidad”…, de un delito? Porque el aborto sigue siendo eso, aunque no se castigue en tres supuestos muy poco frecuentes.

Mejor no darle demasiadas vueltas. Quizá la ministra en cuestión sólo ha buscado un par de vocablos hipnóticos, sedantes y políticamente impecables para ataviarse de progre y chichipiruli, que diría mi amigo Juanan.

Intento cambiar de música y comienzo a preparar una meditación. Me han pedido que hable sobre “celo apostólico” y acudo, como otras veces, al diccionario de la Real Academia; busco la palabra “celo” y copio la segunda acepción: “amor extremado y eficaz a la gloria de Dios y al bien de las almas”. Excelente definición que me servirá como punto de partida.

Dejo el diccionario sobre la mesa y veo en el lomo que se trata de un volumen de 1984. Me asalta un presentimiento. No puedo ser tan suspicaz; seguro que el laicismo no ha contaminado todavía al diccionario; pero por si acaso, busco la última edición, que está también en Internet. Veamos: celo, celo…

Me invade la melancolía: “la gloria de Dios y el bien de las almas” han desaparecido misteriosamente. En cambio nuestros inmortales académicos han admitido una acepción nueva llena de lirismo: “cinta de celulosa o plástico, adhesiva por uno de sus lados, que se emplea para pegar.”

Parole, parole…

Me voy a YouTube a ver si encuentro el video de Mina y Alberto Lupo. Creo que lo pondré en el blog.

lunes, 11 de febrero de 2008

Premios en cadena


Sunsi y María Jesús han decidido que mi blog merece este premio, no sé muy bien si por su creatividad o por su diseño. En todo caso, muchas gracias.

Lo malo es que esto es una especie de cadena, y al parecer tengo que nombrar a otros cinco que, a mi juicio, merezcan el mismo galardón. Difícil asunto: navego menos de lo que me gustaría, y todos los blogs que consulto me parecen fantásticos.

¿Qué hacer? Sólo veo dos salidas: la primera, ser descaradamente parcial y votar por aquellos que me caen mejor.

-Pero, entonces, me advierte Kloster, los demás se darán cuenta de que te caen un poco peor.

-Así es... Y sería injusto, porque ahora mismo recuerdo unos cuatrocientos cincuenta mil blogs estupendos, merecedores todos ellos de adornarse con este "Goyita".

Por eso optaré por la segunda posibilidad: no nombraré a ninguno. Si seleccionara sólo cinco no podría dormir en toda la noche. Y mañana hay que currar.

Puertas al campo



Dicen que no es posible poner puertas al campo. Que se lo cuenten a los que han llenado de obstáculos la Sierra norte de Madrid.

Salgo de Molinoviejo y tomo un sendero solitario que se dirige hacia un bosque de pinos. El silencio es estremecedor: ni un sólo pájaro que llevarse a los prismáticos. Sólo una rapaz que vuela tan alto, tan alto como la que dio a la caza alcance en el poema de San Juan de la Cruz.

"Prohibido el paso. Coto privado de caza".

En efecto, el coto en cuestión está completamente privado de caza. Atravieso la verja y sigo subiendo. Ni una ardilla. ¿Dónde estarán?

De pronto oigo el martilleo de un pico picapinos. Me acerco despacio al lugar de donde supongo que llega el sonido.

Hace unos años mis oídos eran infalibles: medían con precisión matemática la distancia y la dirección de cada canto. Ahora sigo oyendo bien, pero ya no estoy tan seguro de acertar.

"Propiedad privada. Coto privado de caza. Cuidado con el perro".

Atravieso la verja mientras pienso que sería más razonable escribir "coto de caza privado". En estos casos el orden de factores sí que altera el producto. Recuerdo un viejo titular de prensa: "Opiniones sobre el aborto de Zapatero". Francamente, no son formas...

"Coto privado..."

...que sí; pero yo quiero ver el picapinos.

De pronto oigo el aleteo inconfundible de un pájaro asustado, y pasa sobre mi cabeza un relámpago negro y rojo...

Otra puerta: "cuidado con el perro". Si al menos hubiese un perro...

Vuelvo a Madrid. Ya está bien de violar propiedades privadas sin perro y sin caza.


sábado, 9 de febrero de 2008

Erratas (II). Zacarías

Retablo de la casa antigua de Molinoviejo

Aquel verano andaba yo por la Sierra de Madrid atendiendo diversas actividades apostólicas, y tenía mi base de operaciones precisamente donde estoy ahora, en Molinoviejo. Era, si no me equivoco, el mes de agosto de 1984.

Una tarde, al regresar a casa, encontré en el jardín a un grupo de unos veinte chavales de bachillerato que, al parecer, participaban en una convivencia de estudio o algo semejante en “Las Cabañas”, una casa de convivencias relativamente cercana. El director me recibió con alborozo, porque, según dijo, le "había fallado el cura":

—Seguro que a usted no le importaría predicarnos una meditación en el oratorio de la casa antigua.

—Bueno, ¿y de qué os hablo?

—De lo que quiera… Aunque..., hay un par de chavales que tienen planteado el problema de su posible vocación y andan inquietos porque dicen que no lo ven claro. Si le parece, se prepara usted algo...

—Que pasen al oratorio. Empezamos ya.

Habría sido prudente, en efecto, “preparar algo”, pero uno era joven e insensato.

En el retablo del oratorio hay una Anunciación, pintada al fresco sobre la pared. Yo, que ni siquiera tenía a mano el evangelio, me centré en la escena, y comparé la actitud de María Santísima, que responde sin vacilar al mensaje del Ángel, con la de Zacarías, el padre de Juan Bautista, que seis meses antes también había recibido San Gabriel, pero no le había creído y le pidió una señal de que todo era verdad. Como castigo a su incredulidad, Dios le dejó ciego por una temporada…

Nada más decir “ciego”, tuve la impresión de que algo iba mal; pero no lo pensé dos veces: seguí adelante con la meditación, y la “ceguera” de Zacarías dio mucho de sí. Hablé de la fe, que es luz y oscuridad al mismo tiempo; de la vocación, que siempre supone un salto a ciegas en el vacío… En total, media hora.

Cuando salimos del oratorio, los chavales estaban la mar de conmovidos. El director no tanto.

—Oiga, yo creo que Zacarías se quedó mudo, ¿no?

Me puse completamente rojo, y sólo se me ocurrió decir:

—¿En serio?

Los chavales, por supuesto, no dijeron nada. Y a alguno que yo sé le vino muy bien la ceguera de Zacarías.




viernes, 8 de febrero de 2008

Homero debe dormir

Esto es un vulgar ratonero..., precioso

El
buho está cansado y debe desconectar un par de días. Ya lo dije al abrir este blog: aliquando bonus dormitat Homerus.

Me voy a Molinoviejo. Echo de menos el placer de escribir en un folio en blanco con una buena pluma estilográfica que se deslice lentamente dejando su huella azul. ¿Sabré escribir así, o estaré poseído por el teclado hasta el punto de no ser capaz de redactar una línea como los antiguos?

He llenado de tinta la pluma y he puesto cien folios en la maleta junto a los prismáticos y la guía de aves de Europa.

El domingo por la noche volveré a entrar en Internet, si Dios quiere. Hasta entonces volaré por el campo con otras aves: buscaré azores en en el cauce del Río Moros y veré lo que me cuentan.


jueves, 7 de febrero de 2008

Resultados de la encuesta




La
segunda encuesta surrealista de este blog se ha cerrado con unos resultados poco significativos:
  • Hay un 52% de aduladores que aseguran estar enganchados a "Pensar por libre". Según mis cálculos, el 32% de ellos miente descaradamente, un 15% se engaña y el resto son de mi familia.
  • Un 35% confiesan que no son capaces de prescindir del móvil un día a la semana. Sin duda son más, pero no lo reconocen. Prefieren decir "qué más quisiera yo que olvidarme el móvil y que me dejaran en paz..., etc" Pero luego utilizan el telefonillo hasta en la ducha.
  • Hay un 80% de neuróticos adictos a "yo soy Bea", pero sólo lo confiesa el 12%. La enfermedad es grave.
  • Creo, en cambio, que los enganchados al chat o al chateo serán el 15%, como dice la encuesta.
  • De las otras series-cutres españolas, sé poco, la verdad.
Terminada la encuesta, habrá que pensar en otras. ¿Me haréis alguna sugerencia?

El lunes la colgaremos en el blog.

Erratas


Tengo lectores tan atentos que saben descubrirme las erratas. Ahora mismo Hadasita me ha hecho ver que se me había colado una en la primera línea del "miércoles de ceniza". Ya la he corregido. Jesús Beades me señaló otra hace tiempo, y a Gilca no se le escapa ninguna.

No sé cómo daros las gracias. Es magnífico saber que os importa hasta la última letra de lo que escribo. Como soy descuidado y un tanto chapucero, necesito que me cepilléis las zurrapas que casi siempre llevo en este traje con el que salgo a la red. Lo mismo me pasa en la vida real (no literaria): salgo a la calle y se me notan las erratas por todas partes: un lámparón en el traje, una miga de pan en el jersey... Alguna vez se me olvidó quitarme la estola y sólo al salir del edificio, el portero me advirtió de que la llevaba puesta.

Acabo de celebrar la Santa Misa. Tenía, y aún tengo, la mente un poco espesa. He procurado seguir la ceremonia con atención. Incluso con mayor esmero que otras veces. Creo que he rezado por todas las intenciones que llevo en el corazón y en la agenda. Y sin embargo estoy seguro de que no todo ha sido perfecto.

¡Quién pudiera decir una Misa sin erratas: con el corazón limpio, con la voluntad tensa, con la inteligencia embebida en lo único importante; viviendo cada palabra y cada gesto!

No tengo más tiempo esta mañana. Me propongo escribir sobre los gestos de la Misa. Ya veremos cuándo, cuánto y cómo: quizá una serie larga de artículos muy breves. Me servirán también a mí para seguir aprendiendo la sabiduría de lo pequeño y evitar de este modo las erratas.


miércoles, 6 de febrero de 2008

Miércoles de ceniza



Mi amigo Aurelio hablaba de "la impertinencia anual de la ceniza".

Sí, tal vez parezca una "impertinencia" litúrgica, pero creo que todos la necesitamos. Si coincidimos en que la vida es un camino, ¿por qué nos asusta tanto mirar a la meta? Lo importante de un camino no es que sea agradable, sino que nos lleve al destino correcto.

Me decía una adolescente que sí, que probablemente esto es un camino, pero que ella no lo ha tomado voluntariamente, que se ha encontrado de pronto aquí y que no sabe por qué ni quién la ha puesto, ni qué sentido tiene planteárselo. Luego echó un par de lagrimitas, y hablamos, hablamos...

Ya comprendo que es una cuestión demasiado grande para un miércoles como éste. La Cuaresma, en todo caso, es larga, y comienza con una llamada desde lo alto: "¡Convertíos a mí de todo corazón!" Es decir, miradme... Yo estoy al final del camino.

¿Y la ceniza?

La ceniza es solo el final de una etapa. La ceniza puede convertirse en oro. Así lo escribió Quevedo en este maravilloso soneto que todos conocéis:

AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso lisonjera;


mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama el agua fría,

y perder el respeto a ley severa.


Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas, que humor a tanto fuego han dado,
médulas, que han gloriosamente ardido,


su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.