martes, 31 de julio de 2007

El asesino de Caperucita Roja


La historia de Caperucita Roja ha llegado hasta nosotros ligeramente adulterada. En realidad, las cosas ocurrieron como las narra el famoso cuentista austro-húngaro Heinz Kloster.
Según este autor, los padrastros de CR, hartos de soportar a la niña, decidieron enviarla al bosque con la esperanza de que cayera en manos de un asesino local, que solía rondar por aquellos parajes.
—¡Hala, rica —le dijeron—, llévale esta tarta a la abuela !
Y CR, alegre, confiada y un tanto cretina, pronto perdió el camino por corretear tras una mariposa silvestre.
(El Doctor Kloster no ignora que todas las mariposas son silvestres; pero algún adjetivo había que ponerle a la mariposita).
CR, bastante asustada, vagó durante horas por el bosque, hasta que tropezó con Rodolfo, el leñador.
—Buenas tardes, gentil leñador —saludó la niña—, ¿podrías indicarme por dónde se va al otro lado de este bosque?
A Rodolfo, que padecía del estómago, le molestaba extraordinariamente que le interrumpieran mientras trabajaba. Así que decidió engañar a CR y encaminarla hacia el Barranco del Lobo, donde tenía su guarida el asesino. Pero CR se volvió a perder y, al llegar al río, casi se topó con el lobo feroz, que, por consejo de su otorrino, hacía gargarismos todas las tardes antes de aullar a la luna.
—Buenas tardes, Caperucita —gruñó la bestia al verse descubierto—, ¿se puede saber a dónde vas a estas horas?
—A casa de mi abuelita, a llevarle esta tarta de manzana que mi bondadosa mamá etcétera, etcétera, respondió CR.
—Me temo que te has perdido, criatura —le interrumpió el animal— Toma el camino de la derecha.
Ni que decir tiene que el lobo sólo pretendía enviarla directamente a las garras del asesino. Y eso es precisamente lo que sucedió: pocos metros más adelante, el criminal cayó sobre CR y la mató.
Y colorín colorado...
Sí, reconozco que el final es un tanto desalentador; pero las cosas son como son. En todo caso, os propongo un experimento: leed este cuento a vuestros amigos, y preguntadles: ¿quién tiene más culpa del triste final de CR? ¿Sus padrastros, crueles y desalmados, por abandonarla en el bosque?; ¿el leñador, su úlcera de duodeno, el lobo feroz, o tal vez la propia Caperucita?
Me temo que las respuestas serán muy variadas. Es posible incluso que os digan que el responsable es el Ministro del Interior, la Guardia Civil o la sociedad de consumo. Pero casi nadie dirá que el mayor culpable es precisamente el asesino.
Viene esto a cuento de la propensión que todos tenemos a responsabilizar de nuestros errores a quienes sólo han tenido algún contacto con ellos. ¿Suspendemos un examen? La culpa es del profesor, que me odia; de mi padre, que no me dejó salir el viernes y me produjo una depresión superespantosa; del Ministro de Educación, que no sé para qué quiere que estudiemos estas tonterías, etc.
¿Atropellamos a una anciana?
—Mire usted, guardia: venía detrás de mí una histérica tocando el claxon, y con las obras de la esquina, uno no puede estar pendiente de todo...; no me fijé en el semáforo. Y de pronto sale esta señora, que no sé cómo las dejan ir solas por la calle, y se lanza sobre mi parachoques delantero..., que menudo abollón que me ha hecho la tía...
Y, si hablamos de pecados más corrientes: de pereza, de egoísmo, de soberbia, de sensualidad, etc., el reflejo autoexculpador funciona con idéntica precisión.
Cuentan que en el Chicago de los años treinta, un gángster de impresionante curriculum moría acribillado por la policía en pleno centro de la ciudad. El tiroteo fue sangriento: cayeron dos docenas de agentes. Y, cuando al fin fue cazado el pistolero, antes de morir pronunció unas pocas y sentidas palabras:—Esto me pasa a mí por ser demasiado bueno.
Reconozcámoslo: todos tenemos la tendencia a dar golpes de pecho en pechos ajenos. Por eso la Iglesia, que es muy sabia, nos invita a repetir por tres veces aquello de por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, mientras nos golpeamos precisamente nuestro pecho, y no el del vecino.
Ser sinceros con nosotros mismos parece fácil. Pero somos tan buenos mentirosos que, con un poco de práctica, acabamos por creernos nuestros propios embustes. Por eso, antes de hablar de sinceridad con Dios y con los demás, quizá valga la pena que aprendamos a examinarnos la conciencia y a reconocer todas las noches ante el Señor que somos los asesinos de Caperucita Roja.

Fragmentos de historia de la pintura

¿Y qué me decís de este vídeo que me envía una "fan" desde Argentina?
Ella dice que es superbueno. Yo no estoy seguro. Por una parte, pienso que todo esto tiene mucho mérito, pero ¿no sería mejor dejar en paz la pintura para contemplarla como es, sin jugar a hacer brujerías?

A veces la técnica me asusta un poco.
 


viernes, 27 de julio de 2007

Vocabulario práctico para engañarse a uno mismo sin perder la compostura



Escribí esto hace quince años, pero parece que fue ayer. Lo bueno que tienen estos refritos es que envejecen poco. Yo casi lo había olvidado. Por eso, al releerlo esta mañana me he reído como lo que soy: como un idiota.

Tanto en los asuntos humanos como en los espirituales, hacer examen de conciencia es una saludable costumbre.

En los negocios, incluso quienes “maquillan” su contabilidad oficial, guardan otro libro con las cuentas claras; porque engañarse a uno mismo en cosas de dinero suele ser suicida.

En el orden espiritual, cuando uno se descubre en números rojos, es decir, con mugre por todos los rincones, caben tres posibilidades:

a) Ponerse colorado y disponerse, con humildad y realismo, a acarrear basura y a desinfectar el alma con la Penitencia. Ésta es, sin duda, la actitud más razonable.

b) Mirar para otro lado, taparse las narices y aguantar mientras se pueda. (En general, se aguanta poco y no compensa).

c) Engañarse a uno mismo. Otros lo han conseguido, ¿tú, por qué no? Con un poco de práctica se llega a razonar como un perfecto esquizofrénico.

Hay dos sistemas: el primero consiste en echar la culpa al prójimo de todos nuestros errores. Vuelve a leer, si tienes alguna duda, el bonito cuento de Caperucita Roja que aparece en el capítulo anterior. El segundo es aún más elegante: cambiar los nombres de las cosas, recurrir a ese vocabulario pastoso, aceitoso y confuso que maquilla los defectos hasta convertirlos en otra cosa, incluso en virtudes.

Pongamos algunos ejemplos: No llames pereza a la pereza. Llámala cansancio, agotamiento, depresión, serenidad; a la soberbia se la puede llamar autovaloración, que suena muy aparente, o incluso dignidad, derecho a la propia imagen.. Para la envidia, los políticos han inventado una expresión deliciosa: agravio comparativo.

Por lo visto, si mi vecino tiene algo apetecible, de lo que yo carezco, esa tristeza que corroe el higadillo no es más que un afán de justicia basado en el agravio comparativo que procede de tan manifiesta desigualdad. ¿Comprendido?

Por el mismo precio, al egoísmo podemos llamarlo espíritu ahorrativo; a la desobediencia, personalidad; a la lujuria, amor; a la ira, temperamento; a la gula, mientras uno es joven, hambre; con la madurez, mejor llamarla apetito, y con la vejez, gastronomía.

A la cobardía se la puede calificar como prudencia o insumisión; a la mediocridad, humildad; a la calumnia, libertad de expresión; al cotilleo, crítica constructiva; a la tibieza, espíritu tolerante (con uno mismo, por supuesto); a la superficialidad, simpatía; a la frivolidad, ingenio; al insulto, sentido del humor; a la horterez, sinceridad; a la traición, fidelidad al presente (os aseguro que la he oído llamar así); a la intolerancia, firmeza de criterio; al rencor, afán de justicia; al embuste, mentirijilla, mentira piadosa, exageración...; al aborto, interrupción voluntaria del embarazo; a la estafa, hábil negocio; al suspenso, fracaso escolar; al asesinato, eutanasia; a la eutanasia, dignidad…

Aplicando con sabiduría este vocabulario, Jorgito López, después de recibir media docena de cates en la primera evaluación de 1° de BUP, pudo alegar en casa que “agotado por el estrés postvacacional, se consideraba una víctima del fracaso escolar, con lo que su autovaloración había disminuido ante el agravio comparativo resultante de los tres sobresalientes obtenidos por su prima Matildita.

Todo lo cual le producía serios deseos de aplicar la eutanasia activa al cerdo del profesor de Matemáticas, dicho sea sin ánimo de ofender, en el ejercicio de la libertad de expresión”.

¿Y se acaba uno creyendo todas las tonterías que dice?

Así es. Determinadas palabras tienen un efecto narcótico e idiotizador: son esos términos que llamamos eufemismos, porque suenan bien y sustituyen con ventaja a otros más expresivos y rotundos.

Son comodines del idioma que adormecen tanto a quien los oye como a quien los emplea; pueden introducirse en cualquier contexto, pero han demostrado su utilidad en el terreno de la política, porque no sirven para comunicar ideas, sino vagas y etéreas impresiones.

Lo malo es que crean hábito, y si uno se deja atrapar, al final será incapaz de hablar como un sujeto normal.

Por eso proliferan tanto. Al paso que vamos terminaremos llamando a la calvicie minuspelidez o discapacidad capilar adquirida; al canibalismo, gastronomía alternativa; al homicidio, interrupción voluntaria de la vida ajena no deseada; a la poligamia, amor plural; a la tortura, precalentamiento; y al racismo, buen gusto.

miércoles, 25 de julio de 2007

Los blogs de mi barrio VIII


Adaldrida

En la mitología de Tolkien, los Bolger eran una familia hobbit, antigua y aristocrática, de origen Albo. Vivían en La Comarca, principalmente en Bolgovado.

Era costumbre en este linaje poner a sus miembros nombres de pila muy sonoros, extraídos de leyendas del pasado. Son Integrantes de la familia Bolger: Adaldrida, Amapola, Fastolph, Filibert, Fredegar, Gundacalva, Odovocar, Rubí, Rudigar y Wilicalvo.

Adaldrida era tatarabuela de Meriadoc Brandigamo, que casó con Marmadoc y tuvieron dos hijos (Gorbadoc y Orgulas) y dos hijas.

Hablamos, por supuesto, de un mundo fantástico, pero no menos real que el nuestro. De hecho, desde hace año y medio, Adaldrida ha tomado tierra y se ha incorporado a la blogosfera. Ahora se hace llamar Rocío y ejerce de poeta para seducir a los lectores quién sabe con qué inconfesables propósitos. Además se ocupa de otros asuntos de menor importancia, como el estudio de Calderón de la Barca; pero no cabe duda de que se trata de una tapadera.

Un día Adaldrida fingió interesarse por mi blog y dejó escrito algún comentario, quizá para que yo le devolviera la visita. Así lo hice: me asomé a su detallado “perfil personal”, y decidí quedarme. Luego leí un “comienzo para una novela” que me fascinó desde la primera línea, y me hice adicto a su página. Me avergüenza confesarlo: lo he leído todo, incluso sus consideraciones sobre las distintas cremas y perfumes para el maquillaje femenino.

El blog de Adaldrida es el más personal de los que conozco. Ella, quizá sin pretenderlo, va dibujando su autoretrato:

“Soy bajita, estoy a vueltas con la tesis y a veces doy clases de literatura a extranjeros. Intereses, el maquillaje y la poesía, menuda mezcla. Me gustan los libros, el cine de happy end y el teatro barroco. Tengo los pies anchos y una sed infinita: bebo agua sin parar. Fumo en pipa muy de vez en cuando: con mis amigos en el salón de mi casa...

Todo lo cual demuestra que Rocío no es de este Planeta. Para colmo, acabo de descubrir que aborrece la coca cola light, que ama el tequila y se emborracha con agua mineral.

Los que aún no habéis entrado en su blog, huid ahora que estáis a tiempo. Borrad de vuestros ordenadores esta dirección: http://rocioarana-adaldrida.blogspot.com. No caigas en la tentación de hacer click: quedarías atrapados en la red de una escritora llegada del mundo de la fantasía, que se aprovecha de nosotros, pobres mortales, para atraparnos como Shelob, la araña asesina de El señor de los anillos.






Rayos y Truenos en la Sierra


Escribí anteayer que no entendía por qué Enrique García-Máiquez llamaba a su blog "Rayos y truenos". Con su artículo de hoy en el Diario de Cádiz parece tratar de explicarlo. Leedlo aquí

A veces Enrique se pone peleón. Quién pudiera desembridar la la pluma y hacer otro tanto.

Ahora estoy en la Sierra, en un agujero. No tengo cobertura. Homero guardará silencio hasta el lunes. Me consuelan los pájaros.

25 de julio. Santiago Apóstol




Nombre: Santiago
Apellido: Zebedeo
Alias: Bonaerges ("hijo del trueno". Jesús lo llamaba así, y no precisamente por su carácter apacible)
Natural de: Betsaida.
Provincia de: Galilea.
Profesión: Pescador. Después, Apóstol.
Hijo de: Zebedeo y Salomé.
Títulos: Predilecto de Jesús (con su hermano, Juan y con Pedro), Patrón de España.
Fallecido: el 25 de marzo de 41.


Intervenciones desafortunadas:
Él y su hermano sugirieron a Jesús que mandara fuego del cielo para arrasar alguna ciudad en la que no habían sido bien recibidos. Como se ve, los muchachos eran de armas tomar.
En otra ocasión, utilizando a su madre como mediadora, pidieron a Jesús que les concediera los mejores puestos (a su izquierda y derecha) en el Reino de los Cielos.Jesús, en el huerto de los olivos, pidió a Pedro, a Juan y a Santiago que se quedaran con él, que le hicieran compañía. Pero los tres se durmieron mientras el Maestro agonizaba.
Intervenciones felices.
Cuando Jesús les preguntó si estaban dispuestos a beber su mismo cáliz, es decir el mismo trago amargo que él, respondieron que sí, sin dudar un instante. Santiago, en efecto, lo probó: fue el primer apóstol mártir, ejecutado por orden de Herodes Agripa.
En resumen.
Es un buen patrón para España. Ambicioso y de no muy buen carácter; con poco "talante", pero amigo de Jesús; Capaz de grandes deseos y capaz también de pequeñas mezquindades.
No me lo imagino de "matamoros". Lo suyo no fue matar, sino morir. Murió por Jesús: todos hemos de dar la vida por Él.Pidámosle que se acuerde de esta tierra en la que ahora reposa y nos conceda la virtud del patriotismo, que es virtud cristiana exigida por el cuarto mandamiento de la Ley de Dios. Y que nos libre de particularismos egoístas.

martes, 24 de julio de 2007

Los blogs de mi barrio VII

Rayos y Truenos


El blog de Enrique García-Máiquez se sitúa en el mismo centro del barrio. Estaba aquí mucho antes que la mayoría de nosotros, y nada más nacer, nos acercamos a él para estar en buena compañía y protegernos de las malas. Es un blog-imán en este arrabal de la blogosfera, un punto de referencia para no perdernos por ínsulas extrañas o callejuelas sin salida.

El blog de Enrique es una gran tertulia de poetas jóvenes en la que algunos ejercemos de mirones viejos y de oyentes, no con envidia, porque la envidia es pecado provincial más que capital, y los de Bilbao sólo nos envidiamos a nosotros mismos. En esa tertulia, Enrique lleva la batuta con maestría y manda con sus palabras y con sus silencios.

Me pregunto por qué ha llamado a su blog “Rayos y Truenos”. No lo entiendo. Aquí el clima es sereno y estable, Dios está azul y sopla una brisa marina que hace grato el encuentro.

lunes, 23 de julio de 2007

Jaime I el madrugador



Hoy ha nacido Jaime, el primogénito de Bernardo y Marta. Lo notifico aquí sin pedirles permiso, porque Bernardo es habitual comentarista de este blog, y, de forma más o menos velada, ha ido aludiendo al acontecimiento que esperaba para estas fechas.

A él le habría gustado que naciera el día de Santiago. Bernardo es así: le gustan las fechas redondas y simbólicas. Por eso se casó el día de la Anunciación.

Marta es otra cosa, gracias a Dios. Aparentemente deja que Bernardo opine y decida, pero ha tomado las riendas de la familia. Es difícil resistirse a su sonrisa.

Jaime ha salido al abuelo. Vino de madrugada, a las 7,55. ¡Qué prisas!

Los blogs de mi barrio VI


Caraacara


Así se llama el blog de Dani. Si no supiera que es suyo, podría haberlo adivinado. Es su vivo retrato: rezuma sabiduría y pasión.

A Dani le gusta provocar y, en entradas breves y rotundas, escribe verdades como puños.

No sé por qué decimos siempre “como puños”. Quizá porque golpean en la conciencia. Pero también podríamos decir “verdades como claveles”, ya que la verdad alegra el alma como las flores cuando uno la busca con sinceridad. ¿Y por qué no, verdades como torrentes, o como agua de mayo? Sí. Las verdades refrescan el ánimo.

Me gusta “caraacara” porque no se parece mucho a mi blog. A mí —lo reconozco— me pierde el ingenio, la frase brillante o retorcida. Dani, por el contrario, entra a matar por derecho, recibiendo o al volapié. A mí me gustaría llegar al fondo, pero a veces no me atrevo. Prefiero ganarme a mi interlocutor con el humor o la ternura, para llevarlo de la mano en busca de la verdad.

Dani tiene una risa franca y contagiosa. Él y su blog atraen porque son de una pieza. Yo, en cambio…, no sé…

domingo, 22 de julio de 2007

Esquema para otra homilía



Hoy hemos leído en la Misa el conocido pasaje de Marta y María.

Marta, la “correpasillos”, la eternamente agobiada, la que se desvive por Jesús. A Marta yo me la represento gordita y corretona. Y cuando le reprocha a su hermana que no la ayude en el servicio, la veo con las manos en jarras, entrañablemente gruñona.

María es la segunda. ¿Por qué siempre la imagino como si fuera una de mis antiguas alumnas de 1º de bup? Debía de ser casi una adolescente. María escucha y se empapa de cada palabra de Jesús.

¿Y Lázaro, dónde está? Lázaro es el pequeño de la familia, pero no aparece en la escena. Quizá ya estaba enfermo o había salido al campo.

La casa de Marta era grande, tenían incluso un sepulcro en el jardín, que era todo un signo de riqueza, algo así como tener garaje. El Señor llegaba siempre sin avisar en compañía de un buen grupo. Y allí se alojaban todos. ¡Pobre Marta, tenía razón para enfadarse!

Sin embargo, en la homilía de hoy, no he hablado del contraste entre las dos hermanas, sino de aquello que les une: son “amigas” de Jesús. Sólo eso, nada menos que eso. Y he citado el conocido aforismo de Cicerón: amicitia pares aut accipit aut facit, la amistad nace entre iguales, y si no son iguales, los iguala, los pone al mismo nivel.

Ser amigos de Jesús es ser amigos de Dios, ser elevados hasta el Cielo para vivir a la altura de Aquel que nos dijo: “no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Os llamo amigos, y os cuento todo lo que me ha enseñado mi Padre”.

Las antiguas mitologías siempre trataron de poner a sus dioses al nivel de los hombres. E imaginaron unos seres grotescos, llenos de miserias. Nuestro Dios se ha acercado a los hombres de otra forma: se hizo Hombre, y tan amigo de sus amigos, que nos hace divinos, nos endiosa.

¡Si nos dejáramos…!

sábado, 21 de julio de 2007

El tiempo libreeeee


En la página de Benita encontré un artículo muy parecido a otro que escribí yo hace algunos años. Es evidente que se trata de una feliz coincidencia, no de un plagio. En todo caso, descongelo el mío, que viene como anillo al dedo ahora que medio mundo (sólo medio) se va de vacaciones.

Aún no se ha apagado el eco de aquella canción que machacó nuestros tímpanos durante un par de años, en la que un marido abandonado, con voz de José Luis Perales, interrogaba a su mujer, entre melancólico y curioso:

Y quién es él,/ en qué lugar se enamoró de ti./ De dónde es…/ A qué dedica el tiempo libreeeee…

La última e se prolongaba en el éter, lánguida y resignada como un balido.

Lo más desconcertante era esa insistencia por saber cómo pasaba los fines de semana el rival en cuestión. Puesto a preguntar futilidades, el marido podría haberse interesado por su equipo de fútbol, por su plato preferido o su marca de dentífrico. Pero no, una y otra vez, clamaba con voz desmayada:

A qué dedica el tiempo libreeeeee…

Durante años se me indigestó esa canción, más que nada por la pertinacia. Me sorprendía a mí mismo tarareándola por la calle como un paranoico, y recuerdo haber tratado de defenderme cambiando mentalmente la letra. Pero era inútil.

Hoy la he vuelto a oír, y al fin he comprendido el sutil mensaje que quería transmitirnos el afamado trovador de Cuenca. Porque no es asunto banal saber a qué dedica el tiempo libreeeeee un lugareño cualquiera. En el fondo es la pregunta más aguda que cabe hacerse cuando se trata de conocer bien a una persona.

El tiempo, en efecto, se divide en dos clases: ocupado y libre. Los adultos, por lo general, tenemos mucha cantidad del primero y poca del segundo. La mayor parte del año suele estar ocupada por la profesión, la familia, el sueño, las comidas, el tráfico, las colas, las compras, la neurosis y el psiquiatra. Desde luego, mejor es vivir así que en paro absoluto; pero es evidente que esas horas no son propiamente nuestras, sino de otros: las tenemos arrendadas, y por tanto, en ellas no nos expresamos como somos en realidad. En la comida, en el sueño o en el tráfico uno es más o menos como todo el mundo. Y, si bien es cierto que en el trabajo tratamos de dejar la impronta personal de nuestro talante y de nuestro talento, la mayor parte de las tareas en cualquier profesión -incluso en las más apasionantes- son rutinarias y poco aptas para conseguirlo.

Pero hay unas semanas o unos días plenamente nuestros. Durante meses los hemos esperado como esos presidiarios que van tachando en la pared de la celda las fechas que se cumplen de condena. Es el tiempo que llamamos libre, mi tiempo, el que yo domino, controlo, modelo, consumo, gasto o invierto. En él sí que puedo mostrar mi auténtico genio.

Escribió Ortega que los pueblos se conocen por sus fiestas, ya que en ellas se pone de manifiesto su idiosincrasia con más claridad que en las jornadas de trabajo. Lo mismo cabe decir de los individuos singulares. Como asegura Kloster, el domingo a las diez de la mañana el hombre nos dice lo que piensa de sí mismo. Es lógico: esa hora es la más significativa, porque nadie la hipoteca. En ella somos completamente soberanos; nada nos impide ser auténticos.

Este es el tiempo que los clásicos llamaban de ocio, entendido no como un periodo de inactividad o de evasión, sino todo lo contrario. El ocio debía ser el tiempo más rico y enriquecedor, el más rebosante de vida. Era un tiempo de silencio, de actividad interior, de contemplación y por tanto de autentica sabiduría.

El problema es que estamos entrenados más para el negocio que para el ocio. Nos asusta el silencio, como a los niños la oscuridad, y, cuando llega el tiempo libre, sólo nos planteamos cómo llenarlo de trivialidades, a dónde huir, cómo saturarnos los ojos de imágenes, los oídos de ruidos y el estómago de basura. Los más jóvenes quieren marcha, y los viejos alguna forma de anestesia. Son dos modos de escapar de la realidad y de matar el tiempo en vez de llenarlo, de retenerlo y vivirlo con plenitud.

Es una pena porque ¡hay tanto que hacer! Necesitamos el tiempo libre para tener largas tertulias cuando anochezca; para aprender a mirar a los demás; para escuchar a nuestros padres o a nuestros hijos, a la mujer o al marido; para escribir nuestro primer poema o recordar los que escribimos en segundo de bup; para hablar con alguien sobre sentido de la vida; para leer un libro que nunca olvidemos; para repasar el Evangelio; para hablar con Dios; para ver cómo amanece a las 6 de la mañana sobre el mar; para sentarnos en el campo y mirar a los pájaros.

Éste es el tiempo de crecer en humanidad, de aprender a ser hombres o mujeres, de descubrir tesoros en la arena de la playa y en la mirada de los amigos; de pensar por libre, sin televisiones interpuestas, de guardar silencio, de amar.

Por eso, cuando Alicia me contó que había conocido a un chico estupendo, superguapo, simpático, buena persona, trabajador y encima con pasta, sólo se me ocurrió darle un consejo con música de Perales:

-Pregúntale a qué dedica el tiempo libre.

viernes, 20 de julio de 2007

La luna y mi cumpleaños.

Hace 38 años casi nadie durmió demasiado. A las tantas de la madrugada llegaba el primer hombre a la luna, y todos nos citamos frente a la vieja televisión de baquelita para adivinar el acontecimiento, tratando de disipar la niebla gris que se veía en la pantalla.

Aquél día yo celebraba mi cumpleaños. Hoy también, claro, pero mis amigos tendrán la delicadeza de no recordármelo.

La red sin embargo es implacable: me ha felicitado Softonic.com y me ha regalado un programa de audio, que, de momento, no se deja instalar. No importa: también me felicita (en inglés) Real player, que sí funciona. EBay y Google lo hacen en castellano, y las dos empresas acompañan sus buenos deseos con dibujitos de dudoso gusto.

Uno sabe muy bien que, detrás de todos estos augurios, no hay ni un solo ser humano: todo está programado por una máquina infernal, pero a uno le emociona ser felicitado por un abrelatas.

Dentro de unos minutos tendré que poner gasolina. Lo espero con emoción. Tal vez, cuando descuelgue la manguera, la voz metálica de siempre personalice su mensaje y me diga:

—Ha elegido usted, gasolina eurosuper sin plomo. Por ser hoy su cumpleaños, Repsol le regala todo el combustible que necesite. Feliz viaje, y abróchese el cinturón de seguridad.

Mi madre, ssin embargo me invita a chipirones.

Los blogs de mi barrio V

Ricardo


Sobre Ricardo debo hablar con especial agradecimiento, ya que, gracias a él, me decidí a entrar en este fantástico mundo de la blogosfera.

Estábamos en Asturias y habíamos hecho una o dos excursiones ornitológicas por la costa. Ricardo ya había llorado de emoción al divisar con mis prismáticos una nueva especie de ave acuática: era preciosa, redondeada, casi esférica, roja, con raya s negras… En realidad era una boya que flotaba en la ría de Villaviciosa.

De vuelta a casa, me convenció para que cambiara mi cuenta de correo electrónico. Me pareció una traición apostatar de mi viejo servidor, pero le hice caso. Y me pasé a Google, donde descubrí lo sencillo que era utilizar una de sus plantillas y saltar a la red con mi blog a cuestas.

Luego Ricardo hizo lo mismo, y anduvo perdido unas pocas semanas por el ciberespacio en busca de la órbita adecuada. A primeros de mayo entró en crisis y a punto estuvo de cerrar el quiosco. Ignoraba que, aunque no notase muestra presencia, había ya un buen grupo de amigos dispuestos a impedir el suicido virtual.

Desde entonces el blog de Ricardo ha ido mejorando de día en día. Mi amigo ha ido puliendo su estilo y ha ido alegrando la cara de payaso triste que preside su perfil.

Hay dos falsedades en este blog que conviene denunciar cuanto antes. La primera es precisamente ese gesto de congoja que luce en la fotografía. Ricardo jamás ha estado triste, a no ser que alguien le haya robado la merienda. La segunda es el apellido: aunque el titular diga lo contrario, “Montoliú” se escribe con acento en la ú. En caso contrario habría que pronunciarlo como una palabra llana, acentuando la ó. El muy cabezota no quiere ni lo uno ni lo otro.

Sobre esta espinosa cuestión discutimos ya, larga y ásperamente, mientras dábamos cuenta de una botella de sidra.

jueves, 19 de julio de 2007

Hogar, dulce hogar

Mi primo José Ignacio me envía el siguiente relato, que reproduzco sin más. Él lo titula “feminismo práctico”.


Un hombre llega a casa del trabajo y encuentra a sus tres hijos en el jardín aún con los pijamas puestos jugando en el barro, con cajas de comida vacías y los envoltorios de éstas esparcidos por el suelo. La puerta del coche de su mujer estaba abierta, así como la puerta de entrada de la casa. No había señales del perro.

Cuando entró encontró aún mayor desorden. Una lámpara caída en el suelo, la alfombra arrugada contra la pared, la televisión a todo volumen con un canal de dibujos animados y la salita de estar cubierta de juguetes y de ropa.

En la cocina, la pila estaba llena de cacharros, el desayuno derramado por la encimera, la puerta del frigorífico abierta de par en par, la comida del perro tirada por el suelo, un vaso roto debajo de la mesa y un montón de arena detrás de la puerta.

Inmediatamente subió las escaleras sorteando todos los juguetes y más pilas de ropa en busca de su mujer, preocupado por si estaba enferma o la había ocurrido algo serio. De camino a la habitación, vio como corría el agua por debajo de la puerta del cuarto de baño y cuando entró, las toallas empapadas, espuma y más juguetes por el suelo, kilómetros de papel higiénico amontonado y pasta de dientes untada por el espejo y las paredes.

Entró corriendo en el dormitorio y encontró a su mujer acurrucada en la cama, en pijama y leyendo una novela. Ella le miró, le sonrió y le pregunto qué tal le había ido el día. Él la miró furioso y desconcertado:

— ¿Se puede saber qué ha pasado hoy aquí?

Ella volvió a sonreír:

—¿Sabes? Cuando vuelves del trabajo siempre me preguntas qué he hecho yo durante todo el día…

—Ya…, y entonces…

—Bien, pues hoy no lo hice.

miércoles, 18 de julio de 2007

Los blogs de mi barrio IV


Benita y sus jefes



Del mismo modo que los de Bilbao nacemos donde nos da la gana, las chicas de Madrid se llaman como les apetece. La autora de este blog dice llamarse Benita, y hace muy bien.

“Benita” (perdona que acicale tu nombre con unas comillas) coincidió conmigo cuando tenía 9 ó 10 años (ella, no yo). Estudiaba entonces 5º de primaria, y yo, que debutaba como inexperto capellán de su colegio, trataba de caer simpático a las pequeñas.

Desde el primer momento tuve claro que no me interesaba enfrentarme con aquella chiquilla. Habría sido una enemiga implacable y peligrosa. Como además parecía inteligente y con dotes de mando, convenía entablar con ella un proceso de paz, sin precios políticos, para mantener a raya al curso entero.

Pasaron los años y, gracias a Dios, Benita mejoró. Seguía siendo lista como el hambre, pero moderó algo su genio. La adolescencia le sentó bien.

Terminada la carrera de Derecho, conoció a “un chico monísimo” y decidió casarse con él. El día de su boda yo cumplía 30 años como sacerdote. Fue una ceremonia simpática, en la que todas las amigas de la novia parecían haberse puesto de acuerdo para llevar pamela. Incómoda situación para mí, ya que uno no es bajito por naturaleza y me resultaba complicado ver las caras de las que se acercaban a saludarme con este singular tocado. Desde mi altura parecían champiñones en movimiento.

Todo esto nada tiene que ver con su blog, salvo por el hecho de que muy pronto tuvo que comprar chupetes para la tropa que llegaba. Ahora tiene unos jefes guapísimos.

Por lo demás, Benita, que fue payasa cuando todavía era una cría, escribe muy bien y tiene un sentido del humor envidiable. Entre paréntesis, no sé por qué a todo lo bueno lo llamamos “envidiable”. Yo no la envidio en absoluto. Al contrario, me siento muy orgulloso de ser algo así como su abuelo.

Os recomiendo todos los artículos de este blog. Entre los últimos leed éste y éste.

Ser cura (XIV) ¿Dar la vida?




La noticia está en todos los periódicos, Yo la he leído ayer por la tarde, cuando me disponía a escribir unas líneas para el blog sobre la alegría del sacerdote:

“El sacerdote Tomás Pérez Escudero, de 75 años y natural de Hinojosa del Duque (Córdoba), fue encontrado muerto ayer sobre las 10.30 en su domicilio de Villafranca de Córdoba, municipio del que era párroco desde 1975. El cadáver estaba en el dormitorio sobre un charco de sangre. Sobre el pecho tenía un calefactor portátil con el que, según las primeras investigaciones, fue golpeado.

Un hombre de nacionalidad rumana fue detenido a media tarde en la estación de autobuses de Madrid como presunto autor del crimen.

El párroco era conocido en el pueblo porque solía prestar ayuda a quien se lo pedía, y todo parece indicar que había dado alojamiento en su casa a esta persona, como solía hacer con muchos inmigrantes.

La última vez que alguien vio vivo al cura fue el domingo por la noche, cuando acudió a casa de una vecina para pedir algo de pan, ya que iba a cenar acompañado”.

Si todo ocurrió como parece, es evidente que don Tomás se ha ganado el Cielo entregando su vida por amor a un hermano. Es un mártir de la caridad.

Sin embargo, la historia me suscita algunas preguntas. Quizá a vosotros también.

¿Hasta qué punto debemos confiar en la buena fe de los demás? Cuando se acercan tantas personas a pedir ayuda a los sacerdotes, ¿debemos ser cautos y desconfiar? ¿Es razonable entregarse al prójimo abriéndoles los brazos y el corazón sin tomar precauciones?

El domingo pasado leíamos la parábola del buen Samaritano. Allí se habla de un sacerdote —un levita de la Antigua Ley— que, cuando vio al hombre herido, miró para otro lado y pasó de largo.

Mientras tanto, en las playas de Canarias siguen apareciendo cayucos. Prometo escribir algo sobre esta cuestión. ¿Me ayudáis con vuestras opiniones?

martes, 17 de julio de 2007

Los blogs de mi barrio III


Santuario de Izamal (Yucatán)




Patzarella


Hace meses recibí un insólito mensaje desde México firmado por la autora de este blog con su nombre auténtico. Había leído un artículo mío, una especie de broma sobre los piercings y se sintió aludida. Me decía que ella llevaba uno en la nariz. Se lo puso “porque sí y ya está”.

Contaba también que algunos estaban empeñados en que se lo quitara, argumentando casi que era algo inmoral traerlo puesto...(?) Y como soy medio rebelde —me daba lo mismo quitármelo o no, pero ceder ante semejante argumento nunca— me lo dejé y ya es como parte de mí...

Le contesté, por supuesto, que me parecía muy bien lo del piercing, con tal no me obligara a mí a clavarme otro.

En su respuesta a mi respuesta me habló de su blog. Así me enteré que Patzarella ha terminado la carrera de Comunicación y que escribe con singular talento y frescura. También supe que le gusta el chocolate, el cine, los medios, las flores y la moda…, que es una gran lectora y una aventurera sorprendente.

El blog de Patzarella está lleno de palabras sonoras, y coloreadas, con sabores exóticos que desconciertan a los rudos oídos españoles. Al hablar de Izamal, por ejemplo, que es un pueblo mágico pintado de amarillo, nos dice que podemos comer panuchos, tortas de cochinita pibil y papadzules, sopa de lima y poc chuk. Ah, saliendo del mercado también pueden probar las "marquesitas" una extraña combinación de dulce y salado con queso. Y si tienen excelente imaginación pidan codzitos (unos tacos rellenos de aire...)

Me fascina todo, y de modo especial ese hábito de unir dos consonantes —dz, tz, tl— que sólo los mexicanos saben pronunciar.

Si Patzarella escribiera un poco más —dos entradas al mes son muy pocas— nos haría a todos un gran favor, porque lleva en la sangre el instinto del comunicador. Hay cosas que no se aprenden en la universidad, y ésta es una. Patzarella encandila con su lenguaje y con sus ideas: tiene imaginación y lleva camino de llegar muy alto.

En la columna de la derecha enumero “los mejores videos que han pasado por este blog”. El mejor de todos se titula “Es cuestión de tiempo”. Se trata de una genialidad de Patzarella, que utiliza una bellísima canción popular combinándola con imágenes y fotografías que dan a la letra y a la música un nuevo significado más profundo.

Vedlo otra vez. Vale la pena.

lunes, 16 de julio de 2007

Homicidas








Me pregunta Ramón a qué me refiero cuando digo, tres entradas más abajo, que hay gentes capaces de matar el alma.

Se trata, desde luego, de un modo de hablar. Pero es el mismo Jesús quien explica que no hay que temer a los que sólo matan el cuerpo; sí a los que matan también el alma.

En rigor, esa "muerte" sólo puede ser provocada por nosotros mismos. Pero hay homicidas del espíritu que parecen empeñados en incitarnos al suicido, es decir, al pecado, que es la verdadera muerte.

Yo sé que estas palabras -"pecado", "alma", "muerte eterna"-  no son políticamente correctas; pero los cristianos no podemos mutilar el mensaje de Cristo: hemos de predicarlo en su integridad.

Cuando escribí esa frase, yo tenía en la mente esa famosa “educación para la ciudadanía”, que parece pensada para inculcar en la mente de los niños que sólo hay una forma de ser buenos ciudadanos: renegar del espíritu, renunciar a nuestras convicciones, arrancarnos el alma.


Los blogs de mi barrio II




El antro de Juanan

Juanan se describe a sí mismo como un chaval de 18 años, que acaba de terminar 2º de Bachillerato y espera entrar en Arquitectura.

Cuando inauguró su blog, puso una foto suya de perfil. Ahora nos mira de frente con una sonrisa que le llena la cara, y asegura, sin el menor empacho, que intenta ser buen cristiano. Concluye diciendo: “tengo ciertas inquietudes tanto intelectuales como artísticas. Los "de izquierdas" me llaman facha, y los "de derechas" me llaman rojo. Vamos, que me gusta (o no) llevar la contraria”.

Según el diccionario de la Real Academia “antro” significa caverna, cueva, gruta; y también local, establecimiento, vivienda, etc., de mal aspecto o reputación.

Bueno, pues el antro de Juanan no es nada de eso. Aquí se respira aire fresco y libre. Todo es optimismo, esperanza, y buena literatura.

Hace unos días puso una entrada muy breve. Ésta:

“Se equivocó la paloma”

Anoche me encontré con la paloma. Venía huyendo de la fiera. Se paró ante mí y me dijo muy asustada "córtame estas malditas alas, son tan pesadas y tan grandes que me impiden correr.

Me desperté llorando.


A Juanan nadie le cortará las alas. Yo sé, porque leo su blog casi todos los días, que sueña con vuelos mucho más altos que los de la arquitectura. Por eso dice que se despertó llorando.

Durante el verano, superada con éxito la selectividad, trabaja como monitor en un grupo parroquial de gente joven. Juanan les enseña a caminar contracorriente, como cuenta él mismo en otro sueño que hoy ha puesto en su blog.

Formar chavales significa volar con ellos, acompañarles en el camino, fomentar sus ilusiones y. por supuesto, no practicar nunca esa miserable cirugía de cortar las alas que tanto gusta a los escépticos y a los cínicos.

Yo seguiré leyendo el blog de Juanan. Es que, además, escribe muy bien.

domingo, 15 de julio de 2007

Los blogs de mi barrio I


Cuando puse este blog en la red, Kloster me advirtió:

—Ten en cuenta que la blogosfera va por barrios. Busca el tuyo, saluda a los vecinos que encuentres y no los abandones nunca. Si no tienes un barrio, tu blog flotará en la red sin rumbo y sin sentido, serás basura espacial.

Yo encontré pronto mi barrio. Y como uno tiene amigos, ni siquiera tuve que ir a buscarlos: ellos me encontraron a mí. Unos pocos están en la columna de la izquierda bajo el título “Amigos, colegas, webs”. No están todos los que son, pero los que están reciben mi visita al menos una vez a la semana, y les agradezco de todo corazón que ellos también curioseen en esta página.

Como estamos en verano y las calores atrofian mi imaginación, he pensado escribir cada día sobre uno de estos blogs. No haré crítica de nada; “al amigo, dice Catón, se le corrige en secreto y se le alaba en público”.

—Entonces, ¿se puede saber qué es lo que te propones?

—Elemental, mi querido Kloster: pasar el rato y hacer propaganda de aquellos a los que quiero. A ver si, con este ejercicio de autobombo, logramos que el barrio se llene.

Queremos que vengan turistas, gentes sin papeles, okupas. Como diría Jesús Beades, “di amigo y entra”.

sábado, 14 de julio de 2007

Tres palabras (esquema para una homilía)




Esta mañana, durante la Santa Misa, me he detenido en una frase del Evangelio que se repite en el mismo párrafo hasta tres veces. Son tres palabras que Jesús de Nazaret dirige a los más cercanos, a sus seguidores. Les habla con particular afecto y les dice: “no tengáis miedo”.

Primero les pide que no tengan miedo los que les maltraten; también le odiaron a Él. Luego les habla de los que matan el cuerpo pero no el alma, y el Señor parece prepararlos para el martirio; pero tampoco a los verdugos hay que tenerles miedo. Por último les invita a confiar. Dios cuida de los que le son fieles. Por tanto, concluye, no tengáis ningún miedo: hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados.

El texto evangélico me ha traído el recuerdo de esas tres mismas palabras en boca de Juan Pablo II. Fue un grito inolvidable al comienzo de su pontificado: ¡no tengáis miedo! ¡abrid las puertas a Cristo!

¿Por qué esas palabras calaron tan hondo en millones de personas? ¿Por qué, todavía hoy las seguimos recordando y predicando? ¿Por qué todos nos sentimos interpelados por ese grito del Papa?

Benedicto XVI lo ha explicado en términos parecidos a éstos: un mundo sin Dios es un lugar peligroso. Si el mundo no fuera criatura, si no estuviese medido por la inteligencia divina, no sería “razonable” y por tanto tampoco podríamos decir que es bueno.

El paganismo —en eso estamos— alimenta el terror, el pánico a los demás hombres, que son diosecillos crueles y egoístas; a la naturaleza, que se presenta con una fuerza caprichosa y sin sentido; a los astros, a las enfermedades, al dolor, a la muerte. El materialismo acaba por inventar brujas, hechizos y conjuros para espantar el miedo.

Los curas sabemos bien hasta qué punto hay hombres y mujeres llenos de angustia, que luchan contra el pánico a vivir a base de ansiolíticos o huyendo de la realidad, tratando de mirar para otro lado.

Yo les diría hoy Jesús se ha encarnado para curarnos el miedo, para que aprendamos a mirar de frente a este mundo que Dios embelleció con su mirada.



PD. ¿Hay que temer a alguien? Sí, el mismo Jesús lo dice en el texto comentado: “temed a los que pueden matar el cuerpo y el alma”. ¿Quién será capaz de matar el alma? ¿Es que alguien quiere hacerlo? Desde luego, pero, por hoy, ya basta.



jueves, 12 de julio de 2007

El alcalde astronauta

En el blog de Rocío Arana he leído una "cita imposible", la del discurso del alcalde de Sevilla en la inauguración de la Avenida de la Astronomía. Como no podía creérmelo, he buscado un testimonio sonoro. Aquí está.

Las torres




Kloster y yo hemos vuelto a pasar junto a los rascacielos que se están construyendo al norte del Paseo de la Castellana. Se llaman respectivamente “Torre Espacio, Torre Repsol, Torre Cristal y Torre Sacyr-Vallermoso”. Ocupan los antiguos terrenos de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, en los que ahora nace el parque empresarial CTBA (Cuatro Torres Business Area, todo en inglés, of course).

Yo, como iba conduciendo, me he limitado a mirar de reojo las obras y a soltar por lo bajo una moderada interjección. Mi amigo ha sentenciado:

—He aquí las cuatro horteradas más vistosas de Madrid.

Como se ve, Kloster no es partidario de la famosas torres. Yo, más que nada para provocarle, le recuerdo que se trata de los edificios más altos de España y que despiertan la admiración de propios y extraños. El pasado 19 de marzo, Torre Espacio, con sus 236 metros de altura, 57 plantas y 27 ascensores, cubrió aguas, y los constructores celebraron el acontecimiento con discursos, jamón ibérico y un castillo de fuegos artificiales, muy en consonancia con la fiesta de San José que se celebraba ese día.

—Es indudable que, de ahora en adelante, los que entren en Madrid por esta zona quedarán impresionados con el poderío de la Capital de España.

—Incluso aterrados —responde Kloster—. En primer lugar, ¿qué sentido tiene edificar cuatro urnas de cristal en una de las ciudades más soleadas del mundo? En Estocolmo tendrían cierta lógica: es natural que los suecos busquen la luz y el calor. Pero aquí meten a cien mil oficinistas en un horno-invernadero cerrado a cal y canto y, para evitar el efecto microondas que ellos mismos provocan, les enchufan en vena millones de frigorías de aire acondicionado. Es lo que se llama optimizar la energía y cuidar el medio ambiente.

—Así que te has vuelto ecologista…

—No, querido colega. Me he vuelto viejo. A estas alturas de la vida, uno piensa que la globalización debería tener un límite. Me asusta comprobar que los arquitectos construyen las mismas casas en Noruega o en Nueva York que en Arabia Saudita o en Sevilla. Me avergüenza esa tendencia a valorarlo todo por el tamaño: las torres más altas, el estadio más grande, la música más ruidosa… Cada vez nos parecemos más a esos indios de caricatura que se desprendían de diamantes a cambio de baratijas gordas y relucientes.

—Tampoco es malo que haya edificios representativos, grandes construcciones aparentemente desmesuradas, pero que cumplen una función de imagen, incluso de propaganda de una ciudad o de una empresa. Son las nuevas catedrales, querido Kloster.

—Eso sí que no. Deja a las catedrales en paz. Los templos son sagrarios. No hay pueblo en Castilla que no tenga una iglesia enorme edificada por los más humildes, piedra a piedra para gloria de Dios. Estas torres nacen con otro fin: son la expresión plástica de la vanidad humana.

—Creo que te estás pasando…

—Naturalmente, pero para eso estoy aquí: para decir en voz alta lo que tú, siempre tan moderado, no te atreves a pensar. Babel no es una fábula, amigo mío. Dios mismo intervino en la historia para explicar a los hombres que una torre sirve para muchas cosas, pero no para llegar al cielo Y, aunque te parezca mal, de vez en cuando se me ocurren ideas perversas. Sueño con un bonito incendio sin víctimas que consuma lentamente las cuatro torres…

—¡Kloster!

—Por supuesto sería el incendio más grande del universo, el más alto, el más guay. El record mundial de los incendios… Impresionaría tanto a los visitantes que podríamos proponerlo como una de las siete maravillas del mundo.




 

 

miércoles, 11 de julio de 2007

Un poco de alegría al Parlamento




Leo en la prensa que la recién destituida Ministra de Cultura, Carmen Calvo, sustituirá a Carmen Chacón en la vicepresidencia del Congreso de los Diputados.

Uno, que renunció hace muchos años a opinar sobre estas cuestiones, no quisiera meterse en corrales ajenos. La política me afecta como a todo hijo de vecino; pero ordinariamente debo permanecer al margen.

Sin embargo…, permitidme sólo un comentario: con Carmen Calvo en un cargo tan vistoso, tenemos garantizadas unas sesiones parlamentarias fantásticas, divertidas, inolvidables.

¡Cuánto vamos a disfrutar con las ocurrencias de la vicepresidenta!


martes, 10 de julio de 2007

Carlos


Los sábados por la tarde y los domingos tiene puesto fijo en la puerta de una iglesia del barrio de Salamanca, donde comparte clientes con otros mendigos de la zona. El resto del tiempo anda por el barrio y se sitúa en distintos puntos estratégicos. A veces lo veo en la entrada del mercado o junto a la gran confitería-bombonería-cafetería de la calle Velázquez. Se llama Carlos, es esquizofrénico según propia confesión, bebe más de lo razonable y tiene 43 años.

—¡Padreeeeeeeeeee!

No falla. Me ve venir desde lejos, y grita con todo su vozarrón para no darme opción al despiste.

—¿Te has tomado las pastillas, Carlos?

—Se lo juro por mi madre…

—Deja tranquila a tu madre. ¿Qué quieres?

—Un bocadillo de chorizo.

Nos acercamos al bar de siempre. Él quiere que yo le acompañe para demostrarme que es legal y que no se gasta los euros en copas. Yo aprovecho para tomarme un café mientras contemplo como devora el bocata en un tiempo record.

—Yo he sido chófer de Espartaco. ¿Se lo había dicho ya?

—Sí, Carlos, sí. Todos los días.

—Muchas gracias, padre. La semana que viene más…

—Si te tomas las pastillas…

lunes, 9 de julio de 2007

Rectifico (por una vez, y sin que sirva de precedente)



En vista de que la mayoría de mis interpelantes no estaba de acuerdo con el nuevo traje de mi blog (yo, la verdad, tampoco), me visto de nuevo la ropa de invierno para celebrar que la temperatura de Madrid ha bajado hoy un par de grados.


domingo, 8 de julio de 2007

La mirada

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Patzarella ha colgado en su blog este video que no me resisto a copiar. Ella dice que es un tributo a la belleza. Yo añado que la belleza en los hombres y en las mujeres está siempre en el rostro. Y más que en el rostro en la mirada, que no envejece nunca.

Dios no tiene cuerpo, pero tiene rostro y mirada. El Antiguo Testamento habla muchas veces del "rostro" de Dios. Por verlo, suspiran los santos.

Hay quien sólo es capaz de valorar la belleza de los hombres y de las mujeres con criterios zoológicos. Dan un poco de pena, la verdad. Porque esa belleza desaparece enseguida a pesar de que muchos parecen vivir sólo para conservarla.


viernes, 6 de julio de 2007

Olvidarte



Camino de Madrid, he puesto en el coche el disco de Pasión Vega que me dio mi hermana Carmen.

La cuarta canción se titula “Olvidarte” y es un poema de Francisco Céspedes. Pasión Vega lo interpreta mucho mejor que su autor, con una voz dulce y poderosa. Nada más oírla he decidido aprendérmela de memoria, y he programado el CD para que me la repitiera una vez más y otra y otra y otra... hasta llegar a casa.

Hace años San Josemaría nos enseñó a hacer oración oyendo canciones de amor. Esta mañana me ha resultado sencillo.

Olvidarte será fácil, ya lo sé:
tengo apenas que dejar de ver el mar
y cegarme ante la luz de las estrellas,
no ver llegar la luna detrás de un cristal.

Olvidarte será fácil, ya lo sé:
tengo apenas que arrancarte de mi piel
y cerrar a tiempo puertas y ventanas,
no ver llegar la noche ni el amanecer

Olvidarte será fácil,
tengo apenas que taparme los oídos
a los cantos de las aves
y al murmullo penetrante de los ríos.
Olvidarte será fácil, te lo digo,
es cuestión de no escuchar a mis latidos.

Olvidarte será fácil, ya lo sé:
tengo apenas que matar un sentimiento
y tapar el sol entero con un dedo,
cambiar mi corazón por uno de papel.

Olvidarte será fácil:
tengo apenas que taparme los oídos
a los cantos de las aves
y al murmullo penetrante de los ríos.
Olvidarte será fácil, te lo digo,
es cuestión de olvidar que he nacido.

Es cierto. Es fácil olvidar a Dios. Basta con cerrar los ojos al paisaje de Castilla que me ha deslumbrado durante estos día, y no escuchar al anochecer la orquesta de los timbales que acompaña a la tormenta. Basta con mirar para otro lado cuando, al alba, la brisa renueva su paleta de colores.

Negar a Dios no cuesta mucho. Basta con pensar que la belleza es un afortunado accidente; que no hay ningún artista detrás de la Meninas; que el orden del universo surgió por azar. Que volaban por el espacio millones de letras y, al caer, formaron casualmente “La Divina Comedia”.

Olvidar a Dios es sencillo: basta con tapar el sol con un dedo y cerrar los oídos al canto del ruiseñor, que improvisa cada noche una melodía diferente.

Es tan fácil negarte, Señor. Basta con tachar de todos los diccionarios esas palabras que sólo un loco o un alucinado pudo crear: “siempre”, “eternidad”, “felicidad”... Y pensar que la música de Mozart, el vuelo del águila real, Casablanca, la Catedral de León, los sonetos de Garcilaso de la Vega y todos nuestros sueños, nuestras dudas y nuestros amores nacieron de un gran pedrusco que hace millones de siglos se puso a girar el en espacio.

Negar a Dios es sencillo. Basta con proponérselo. Y si un día oímos que golpea en nuestra puerta, decir, como en aquella comedia de Ionesco:

“¿Llaman? Eso es señal de que no hay nadie”.




jueves, 5 de julio de 2007

El record más estúpido


El telediario nos ha traído dos noticias muy distintas con un elemento común: las salchichas. Ayer nos contaron que un ciudadano de no sé dónde (lamento no haber prestado mucha atención) ha batido el record mundial de ingestión de salchichas de Frankfurt. Hoy nos cuentan que, en nuestro país, un niño ha fallecido al atragantarse con una sola.

* * *

El libro Guinness de los récords está espléndidamente encuadernado y lleno de fotografías. Su lectura es fácil, porque permite picotear en cualquier página sin orden ni concierto. Su contenido es fascinante.

Gracias a él me entero, por ejemplo, de que el récord mundial de lanzamiento de escupitajos está en poder de Harold Fielden, quien en el III Campeonato Internacional de salivazos, eructos y tacos celebrado en Central City, Colorado (USA), expelió un portentoso gargajo hasta 10,36 metros de distancia. También descubro que la lozana laringe de Errold Bird fue capaz de emitir tarariros tiroleses a plena potencia durante 26 horas seguidas.

Abrumado por tan sorprendentes registros, me pregunto qué mentalidad puede llevar a un ciudadano a intentar batir el récord mundial de lanzamiento de huevos de gallina (96,90 m.) y qué misterioso síndrome nos impulsa a los demás contribuyentes a entusiasmarnos con la lectura de marcas tan idiotas.

Mi conclusión es que nos encontramos en la era de la trivialidad. Es el triunfo de lo leve, la apoteosis de lo ingrávido en una sociedad competitiva, pero que ya no se atreve a competir en lo verdaderamente grande.

Hubo un tiempo en el que los concursos radiofónicos o televisivos premiaban a personas que sabían más que nadie sobre determinadas materias o que habían hecho algo extraordinario en la vida.

En los años 50, por ejemplo, la radio hizo célebre en España a un gordito con cara de flan que conocía cada minuto de la vida de Puccini. Poco después, un bedel de la Universidad de Barcelona se nos reveló en la tele como experto ornitólogo. Y algo más tarde nos presentaron a un joven policía con perfil de águila culebrera, que conocía todas las montañas del planeta, y ganó una pasta demostrándolo cara al público. Se llamaba Pérez de Tudela, y todavía anda por ahí dando guerra.

Pero pasaron los años, y ahora nadie parecen tener ganas de descubrir genios ocultos. Se diría que ser el mejor en algo importante ya no vale la pena. Lo que cuenta es ganar más millones que nadie, y para conseguirlo basta con adivinar el precio justo de un lavaplatos, con deducir detrás de qué panel se encuentra el coche soñado o en qué casilla del damero está el viaje al caribe-con-todos-los-gastos-pagados.

Y es que lo importante es jugar. Todos tienen derecho a vencer, que la vida es un juego, un pelotazo al alcance de listos y de memos.

Es significativo que uno de los pasatiempos más extendidos en la última década haya sido el “trívial” (el acento en la í sirve para que suene aún más trivial). El “trívial” es sólo un cuestionario de ingeniosas preguntas. Pero que nadie se asuste. No se necesitan conocimientos especiales. Aunque uno las falle todas, no importa. ¿Quien se sentiría humillado por desconocer semejante elenco de simplezas? Y, precisamente porque de estupideces se trata, hasta el más bobo puede ganar, cualquiera puede ser récord mundial en trivialidades.

¿Veis? Hemos logrado hacer compatible el igualitarismo con la competitividad. Hasta ahora sólo vencían los mejores, los más listos o los más esforzados. Pero esto es injusto: también los vagos, los frívolos y los memos tienen derecho a su pequeño triunfo. ¿Por qué no vamos a ser todos récord de algo? Aún hay muchas marcas por batir.

¿A dónde quiero ir a parar? De momento, si yo fuera, pongamos por caso, recordman mundial de los 10.000 metros, pediría a los editores que no me incluyeran en el Guinness, para no compartir páginas con el lanzador de escupitajos. Lo digo para que no me salpique.

Además temo que si la recordmanía sigue proliferando, mi vecino de enfrente trate de batir el récord mundial de horas-televisión-encendida-a-toda-pastilla, o que alguien pretenda cocinar en el Pantano de Lozoya la sopa de ajo más caudalosa de la historia.

No tengo nada contra los récords; pero quizá no esté de más recordar que las metas importantes no caben en el Guinness, que este libro nunca nos dirá quién tiene el récord de sabiduría, de sinceridad, de amor o de humildad.

Cuando los enamorados afirman querer “más que nadie en el mundo” no mienten, porque el amor auténtico siempre es el más grande; pero tampoco pretenden batir una marca para ganar al vecino. Y cuando uno se siente el hombre más feliz de la tierra, lo es de verdad, aunque haya otros que lo sean también.

San Josemaría escribió hace muchos años: “Jesús, que sea yo el último en todo... y el primero en el Amor.”

Me temo que este record no cabe en el Guinness.