viernes, 30 de octubre de 2015

A José Escrivá Corzán


La familia, un sueño de Dios


Querido don José…, ¿Me permites que te llame "abuelo" como hago cuando estoy en familia o cuando charlamos sin palabras, tú y yo a solas? Fuiste el padre de un gran santo. Lo sabes bien, porque ahora está a tu lado en el Cielo. A lo mejor le ayudas a clasificar la correspondencia que recibe desde aquí abajo. Es una tarea sencilla porque allí tenéis un correo mucho más veloz y eficaz que el de Internet, y seguro que disfrutas comprobando que ya somos millones los que acudimos diariamente a la intercesión de San Josemaría sin problemas de wifi ni de cobertura.
Fuiste comerciante en Barbastro a comienzos del siglo XX, copropietario de "Juncosa y Escrivá", un establecimiento que, según reza el cartel publicitario de la época, vendía tejidos "nacionales y extranjeros" y hacía "exquisitos chocolates elaborados a brazo, premiados con medalla de oro".
Sin embargo me temo que no se te dieron bien los negocios. La traición inesperada de un socio y la crisis —siempre hay una crisis al acecho—, te obligaron a cerrar la tienda. Quizá podías haber salvado algo más, pero preferiste cargar sobre tus hombros todo el peso de la quiebra e indemnizar con largueza a tus empleados.
Fuiste todo un señor en la prosperidad y en la pobreza. También cuando trabajabas como dependiente de comercio en Logroño y debías sacar adelante la empresa más importante de tu vida; tu familia. Con tu esposa, Dolores Albás, tuviste seis hijos, cuatro niñas y dos niños. La mayor se llamaba Carmen; luego vinieron Josemaría, Chon, Lolita y Rosario. Por último, cuando ya Josemaría había ingresado en el seminario, nació Santiago.
Eras un gran padre; generoso y recto. San Josemaría recordaba que fuiste "muy limosnero", y llegó a afirmar que te debía su vocación. El Señor te bendijo como a sus predilectos, con la cruz. Fueron tres golpes duros e inesperados: en el corto espacio de cuatro años murieron tus tres hijas más pequeñas. Eran unas niñas. Solo tenían ocho, cinco y un año.
No mucho tiempo después Josemaría te dijo que quería ser sacerdote, y pareció que se rompía tu último sueño. Tu hijo te vio llorar por primera vez. Pero tú sabías que aquello era de Dios y no quisiste ser un obstáculo.
¡Qué gran familia! Ahora estáis juntos en el Cielo, y más unidos que nunca. "Hasta que la muerte nos separe", suelen decir los esposos. Pero la muerte no separa; une y reúne eternamente a los que han sabido vivir desviviéndose en ese ecosistema de amor que llamamos "familia".
Tuviste una esposa santa a la que siempre he llamado "la abuela", y una hija mayor —"tía Carmen"—, que renunció a tener vida propia para ayudar a san Josemaría en la puesta en marcha de las labores de su Obra. Tus tres hijas pequeñas salieron a recibirte en el Cielo cuando el Señor te llamó, el 27 de noviembre de 1924. Sólo tenías 57 años y estabas agotado, exprimido como un limón. Tu hijo Santiago, el pequeño, te ha coronado de nietos y biznietos.
Querido abuelo, como sabes, acaba de concluir en Roma un Sínodo sobre la familia. Algunos medios de comunicación trataron de convertirlo en una especie de parlamento destinado a sustituir el matrimonio tal como Dios lo quiso desde el principio por una institución frágil, sometida a los caprichos e ideologías del momento.
La Iglesia —como no podía ser de otro modo— ha resistido a todas las presiones y ha presentado al mundo el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret y el de tantas familias, como la tuya, que están llamadas a ser fermento, levadura, para salvar a este mundo nuestro que algunas veces parece empeñado en suicidarse. Ya lo dijo el Santo Padre Francisco: el matrimonio no es un invento humano "ni una utopía de adolescentes; es el sueño que tuvo Dios para su criatura predilecta".
Dicen que los santos del cielo tenéis encargos y especialidades concretas. Pues ya sé yo a quién voy a pedir desde ahora que eche una mano a las familias con problemas. Déjame que te nombre especial protector de los matrimonios jóvenes, de los chicos y chicas que tienen miedo a comprometerse, de los padres que se sienten incapaces de educar y orientar a sus hijos adolescentes… Y sobre todo, agradece a Dios de nuestra parte que ese sueño suyo se haya hecho realidad en la vida de millones de familias en todo el mundo.

martes, 27 de octubre de 2015

Con toda la barba

 Sí... Más o menos así
El semáforo se puso verde y los sufridos peatones arrancamos a la vez como si hubiese sonado un pistoletazo de salida para la carrera de los cien metros. Eran las nueve de la mañana. Un nutrido grupo de ciudadanos tratábamos de cruzar el Paseo de la Castellana en una sola etapa, sin hacer escala en el parterre del centro; misión imposible para los más viejos y para quienes hayan cogido el verde demasiado tarde. Pronto tomé la cabeza. Sólo me amenazaba una chica menuda y nerviosa de unos veinte años que trotaba a mi espalda mientras vociferaba por el teléfono móvil.
—¡Que no. Te digo que no. No. No! ¿Cómo quieres que te lo explique, tío…?
En ese momento oí otra voz más poderosa de barítono que gritaba mi nombre. Frené en seco. La voz venía en dirección contraria y salía de las profundidades de una barba blanca y alborotada que enmascaraba el rostro de un extraño personaje vestido de vaquero de los pies a la cabeza.
Me sujetó con sus enormes manazas y, sin bajar el volumen de voz, exclamó:
—¡No has cambiado nada!
—¿Nos conocemos? —respondí tímidamente—.
Se echó a reír como si hubiese oído un chiste graciosísimo y contestó a grito pelado:
—¡Soy Willy!, ¿es que no me conoces?
Repasé mentalmente mi lista de willis, que no es pequeña, y, la verdad, no me cuadraba ninguno. El tipo de la barba podía tener mi edad o quizá dos o tres años menos. Le miré fijamente a los ojos, unos ojos enrojecidos y lacrimosos, enmarcados por unas ojeras de competición. El aliento apestaba a ginebra.
—Más vale que me refresques la memoria… ¿De qué nos conocemos?
—Chico, sí que eres desconfiado. Del seminario… ¿No te acuerdas? Yo lo dejé en segundo… Tú en cambio aguantaste hasta el final…
Las cosas empezaban a aclararse. Yo no he estudiado en ningún seminario, pero el barbudo había lanzado un anzuelo con la esperanza de conseguir un besugo.
—Vale, Willy. ¿Y qué es de tu vida? ¿Qué puedo hacer por ti?
En pleno centro del Paseo de la Castellana me pidió cincuenta euros "para pagar una deuda".
Nos sentamos en un banco y charlamos durante cinco o seis minutos. La ginebra que había consumido mi interlocutor no facilitó el diálogo, pero al menos reconoció que no me conocía de nada y que los euros se los gastaba rápido "en alcohol, jamón y otros vicios".
—Ya. ¿Y quién te dijo mi nombre?
—¡Ah…! Uno que te conoce muy bien…
Así que se trataba de un chivatazo entre mendigos... Le sugerí un nombre y pareció asentir mientras se alejaba hacia el barrio de Salamanca en busca de una víctima mejor dispuesta.


sábado, 24 de octubre de 2015

Almudena dijo sí

Rosario me envía este vídeo para tentarme. Quiere que no abandone el globo, y, la verdad, después de ver y oír a Almudena, creo que yo también diré que sí.

sábado, 17 de octubre de 2015

Bufones



Me ha conmovido Guillermo, el blasfemo.
—Yo soy un bufón —ha declarado en una emisora de radio—.
No le he visto la cara ni el gesto, pero sospecho que quería disculparse. Es sabido que a los bufones de la corte se les perdona casi todo cuando son ingeniosos y hacen reír a los reyes. Guillermo, en cambio, no parece muy gracioso. Tal vez si se entrenara… Así, al menos, serviría para algo.

jueves, 15 de octubre de 2015

Blasfemias como níscalos

—En España está de moda vivir a la moda.
Lo dijo hace muchos años mi tía Pili y las cosas no han cambiado desde entonces. No seguir la moda equivale a parecer reaccionario, probablemente fascista, talibán y franquista. Siempre fue tiránica la moda, pero nunca tanto como en estos turbulentos años que nos ha tocado vivir. Se conoce que, como carecemos de auténticos maestros y nuestras seseras están limpias de ideas originales, el único referente intelectual es  "lo que se lleva", el último grito, el postrer escupitajo. O sea, la moda.
Ahora está de moda blasfemar, y hacerlo en público, a ser posible ante las cámaras de televisión o en medio de una selva de micrófonos ávidos de titulares. Hay que insultar de la forma más soez posible a Dios, a Jesucristo, a la Eucaristía, a la Virgen Santísima, y ya, de paso, al Papa, a los obispos, a los curas…, que se lo tienen bien ganado.
Blasfemar mola. Te da prestigio progre, y sale gratis. El blasfemo sabe que los católicos ya no nos rasgamos las vestiduras, tal vez por temor a los resfriados otoñales. Si uno blasfema contra Alá o su Profeta, corre el riesgo de que le rebanen el pescuezo con un alfanje, pero el Papa y los obispos son inofensivos, no se querellan jamás y los cristianos, que tal vez deberíamos defenderlos, somos tolerantes y amamos la libertad de expresión en todas sus formas.
Estos días brotan los blasfemos como los níscalos en los pinares. Estamos en tiempo de setas y de capullos florales. Hay capullitos de vida efímera que necesitan blasfemar de vez en cuando para tener un minuto de gloria en la tele. Los hay que pretenden ir "en listas" para las próximas elecciones y suponen que una pequeña blasfemia seráel clavel en la solapa que necesita su exiguo currículo. Hay blasfemos que parecen payasos patéticos repudiados por el club de la comedia, y blasfemos anónimos que pululan por la red como moscones. Son como esos niños vergonzosos que un día se atreven a asomarse a la ventana y chillar ¡cacaculopedopís! y se vuelven a esconder colorados como amapolas.
¿Qué podemos hacer ante tantas y tan sorprendentes manifestaciones de fe? (De eso se trata, por supuesto; para blasfemar hay que creer en Aquél a quien se insulta). Yo lo tengo claro: cada vez que oiga o lea una blasfemia, diré en voz baja —o en alto, si se tercia— un piropo a la Virgen o al Señor presente en la Eucaristía.
Sospecho que al Diablo no le hará mucha gracia y tal vez se ocupe de que termine la moda de las blasfemias.


miércoles, 14 de octubre de 2015

Siempre en campaña


Palabra de honor que lo decía por la radio esta mañana una voz de varón con indisimulado acento regional: "todas y todos nos sentimos insultadas e insultados. Somos imputadas e imputados porque han judicializado la democracia".
Me he quedado quedada, anonadado y anonadada respectivamente y por este orden.

lunes, 12 de octubre de 2015

Gaztelueta. Caso cerrado.


Cuando salieron en la prensa las primeras informaciones sobre este asunto, no quise escribir nada en el blog. Siempre sospeché que todo era un montaje y no me parecía bien convertirme en transportista de basura.  Hoy doy gracias a Dios con toda mi alma y solo espero que el desmentido se publique en prensa, radio y televisión con el mismo alarde tipográfico y sonoro que mereció la presunta noticia escandalosa.

domingo, 11 de octubre de 2015

Si me eligieran alcalde de Riaza...




Vuelvo a Madrid, "la ciudad donde todo está muy lejos", como la definió certeramente mi amigo Curro.
—Si vas a Madrid y preguntas por una dirección concreta seguramente te dirán "tome la calle de la izquierda y un poco más adelante lo encontrará". No te fíes, amigo; más te vale coger un taxi por si las moscas.
En Riaza, al contrario, todo está en la plaza: la droguería, los bares, los restaurantes, la carnicería, el supermercado…
—¿Y la farmacia?
—No, la farmacia está muy lejos; lo menos a veinte metros.
Lo único que desentona en la plaza es el Ayuntamiento. Si algún día me nombran alcalde, cosa harto improbable, prometo demolerlo a mazazo limpio.
Mirad atentamente las fotografías que cuelgo en el globo: la primera es una vista aérea en la que se ve con claridad el proyecto inicial, que tiene un ruedo taurino circular. La plaza, sin embargo, no es redonda; se prolonga en forma de pera o de lágrima, abrazada por soportales, hasta la misma puerta de la Iglesia, que queda al fondo.  Así estaba hasta que en 1783, a propuesta del cabildo, el duque de Arcos —a la sazón señor de la Villa— aprobó la edificación de "una casa de ayuntamiento capaz y con todas las habitaciones necesarias, así como una cárcel para poder tener a los presos con mayor seguridad".
El edificio, feísimo en mi opinión, aterriza arrogante junto al ruedo taurino, se corona con un campanario de hierro, como si quisiera competir con el de la iglesia que queda a su espalda, y parte en dos la explanada. Los soportales, a izquierda y derecha recuerdan al visitante que la plaza original es más grande y más antigua. El ayuntamiento es un intruso hortera e indeseable.


miércoles, 7 de octubre de 2015

La matarán de hambre



Así resumió mi amiga Carla, que es empleada del hogar, el caso de Andrea, la niña gallega que, según dicen, tendrá una "muerte digna" privándola de la alimentación que la mantiene con vida. Comprendo que la afirmación es dura y Carla no es muy sutil al expresar sus opiniones, pero en este caso creo que tiene razón.
Mi tocayo García-Máiquez lleva también el asunto a su columna de "El diario de Cádiz". Comienza así:
"La muerte de Andrea, de doce años, llegará precedida de agrias polémicas y de graves decisiones. Y aún será más triste viendo cómo se ha convertido en un motivo, aunque sea indirecto, de celebración. No para mí." 

Y continúa...

viernes, 2 de octubre de 2015

Diario de un día de fiesta

En el Opus Dei sabemos celebrar las fiestas y disfrutar con ellas de la mañana a la noche.
A las ocho y media he predicado la meditación y he recordado a los asistentes la historia del nacimiento de la Obra, los "barruntos" del fundador a los catorce o quince años, su entrega a ciegas cuando decidió hacerse sacerdote "para estar disponible", la luz del 2 de octubre de 1928 y los síes de San Josemaría a la llamada inequívoca de Dios.
Después celebro la Santa Misa. Es todo lo solemne que cabe en una convivencia de este tipo. Los ornamentos, los vasos sagrados, los distintos paños litúrgicos, los manteles del altar y hasta las vinajeras visten de fiesta grande.
En el desayuno hay tortitas con nata, que yo no tomo por estrictas razones de geometría. Me refiero a las peligrosas curvas que aparecen en el abdomen al menor descuido.
A las once, clase de teología sobre el Misterio de la Santísima Trinidad. Algunos alumnos-pelota incluso aplauden al final; supongo que están bajo los efectos caramelizados de las tortitas.
Terminada la clase, un paseo por los alrededores. La Sierra luce deslumbrante bajo el sol. Desde la terraza de La Acebeda, con ayuda de los prismáticos, contemplo a lo lejos la silueta de las cuatro horrendas torres de Madrid, que parecen tiritar entre la bruma de la contaminación urbana.
Después de un aperitivo sencillo y creativo, entramos en el comedor. La administración se ha esmerado, como corresponde y yo trato de no poner en peligro mi atlética complexión que tantos envidian.
La Exposición solemne del Santísimo con el rezo del Te Deum, que es un grandioso himno de acción de gracias a Dios, culmina la celebración del 2 de octubre a media tarde. La custodia pesa más de lo previsto. Habrá que decir que no es apta para sacerdotes ancianos. Yo aún puedo con ella.
Escribo este diario a las nueve menos diez de la noche. Acabo de dar una clase sobre Jesucristo, y esta vez no ha habido aplausos pero sí atención. Ahora toca seguir disfrutando de los treinta y dos asistentes a la convivencia.
Supongo que, después de cenar, tendré que llevar yo el peso de la tertulia.


Hace 87 años...


jueves, 1 de octubre de 2015

Una visita al globo




Entro en Internet para ver qué pasa, y compruebo que ni estoy ni se me espera. Casi nadie me echa de menos. El globo, ya sin tripulación, vuela a su aire por el ciberespacio sin rumbo ni piloto. Quedan las viejas entradas, que tal vez me sirvan para lanzar un librito tridimensional, impreso en papel auténtico, como los de antes.
Gabriela, una simpática comentarista de quince años que ayer celebró su santo (muchas felicidades!), quiere saber quién es Kloster. Yo también me lo pregunto. Por cierto, dónde se habrá metido mi impertinente alter ego alemán. Desde que dejé de escribir, no me habla, solo me manda mensajes amenazadores exigiéndome que vuelva al curro y no sea perezoso.
Son las doce de la noche del día 30 de septiembre y no consigo dormir. Estoy en La  Acebeda, la casa de convivencias de Miraflores de la Sierra, donde mañana predicaré un retiro a treinta varones de todas las edades que estarán conmigo hasta el próximo domingo. Ese mismo día volaré a Riaza, donde me espera otra convivencia semejante.
Os confieso una inquietud que se me presenta con cierta frecuencia. Cuando "me oigo" predicar o explicar una asignatura de teología, de pronto sospecho que estoy repitiendo las mismas palabras del día anterior, dirigidas a las mismas personas. Entonces me detengo y pregunto:
—Ayer hablamos de esto, ¿verdad?
Me responden que no, pero yo insisto:
—¿Y anteayer?
—Tampoco.
—Entonces habrá sido la semana pasada, o hace un mes en un retiro. O lo pensé, aunque no lo dije, en una reunión de sacerdotes… De verdad, ¿estáis seguros de que no hablé aquí de este tema?
Me miran compasivos los alumnos y yo salgo a ver pájaros por los alrededores con los prismáticos colgados al cuello. Viene a mi encuentro una bandada silenciosa de rabilargos, que son como pequeñas urracas azules, muy abundantes en China y en el Sur de España.
Pregunto a los rabilargos por las últimas noticias, y me dicen que el Barça ganó, que Messi se ha roto, que el Villareal va en cabeza de la liga y que ha habido otras elecciones en Cataluña.
—¿Para qué?
—Para que todo siga igual —me responden—, pero con más ruido.
Me gustan los pájaros porque no saben de fronteras ni de naciones.