Primero fue
sólo una melodía que parecía venir de alguna estrella muy lejana. Poco a poco
el universo se cubrió con un manto de silencio y de quietud. Todos queríamos
escuchar atentamente aquella música y dejarnos seducir por la magia de cada
acorde. Los ángeles también callaron. Sólo yo continuaba mi travesía hacia
Belén volando de puntillas para no despertar a las demás criaturas celestiales.
De pronto,
una voz de niña, dulce como la de un
serafín, puso letra a aquella canción.
En un tiempo remoto fui formada
antes de comenzar la tierra.
Antes de los abismos fui engendrada,
antes de los manantiales de las aguas.
Todavía no estaban aplomados los montes,
no había hecho aún la tierra y la hierba,
ni los primeros terrones del orbe.
Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo;
cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo;
cuando sujetaba el cielo en la altura,
y fijaba las fuentes abismales.
cuando asentaba los cimientos de la tierra,
yo estaba junto a él, como aprendiz,
yo era su encanto cotidiano,
todo el tiempo jugaba en su presencia:
jugaba con el orbe de la tierra,
gozaba con los hijos de los hombres.
Yo no
entendía casi nada de lo que decía la voz, pero el cielo entero estaba
conmovido. Y, de pronto, la vi. Era una niña muy pequeña, como de cinco o seis
años, que cantaba y reía, reía y cantaba, mientras jugaba al escondite con un puñado
de ángeles.
Una vez más
recurrí a Gabriel para que me explicara el misterio.
—¿Quién es?
—Pronto la conocerás y nunca
podrás olvidarla, Gelsomina; es María, la Madre del Niño que nacerá en Belén.
—Pero
aún faltan muchos siglos para que nazca Jesús.
Es
verdad; pero ten presente que todas las criaturas viven en la mente y en el corazón del Creador. Y los hombres, las
mujeres y los niños, de una manera muy especial. Dios les da un nombre y los
llama con una vocación singular antes de que existiera la primera partícula de
polvo en el Universo. Y si eso ocurre con todos los hombres, imagínate con la que está destinada a ser Madre de Dios.
—Pero,
entonces, María también es eterna…
—Su
imagen sí que lo es, porque Yahvé sueña siempre con Ella. La Madre de Yahvé nació
en la eternidad. No te extrañe si ahora podemos verla como la ve el Señor y
que oigamos el poema que pone en su boca el Espíritu Santo: "Yo era su encanto cotidiano; todo el tiempo
jugaba en su presencia. Gozaba con los hijos de los hombres".
—Pero
entonces…, ¿es verdad o no lo es que María existe desde antes de la Creación del mundo?
Gabriel
me miró de reojo:
—Mira,
Gelsomina; resulta que Jesús es el "primogénito" de la Creación. Así
lo escribirá San Pablo dentro de mucho tiempo. Y dirá que todo, todo, ha sido
creado en Él, por Él y para Él, que Jesús es anterior a todo. Por tanto, su Cuerpo y
su alma son el modelo que Dios eligió para crear a Adán y a todos sus
descendientes. Y ese Cuerpo y esa Alma no pueden existir sin su Madre.
Al
llegar a este punto perdí definitivamente el hilo.