No me llaméis "blog". Soy un globo que vuela a su aire, se renueva cada día y admite toda clase de pasajeros con tal que sean respetuosos y educados, y cuiden la ortografía. Me pilota desde hace algunos años un cura que trata de escribir con sentido sobrenatural, con sentido común y a veces con sentido del humor.
De nuevo me anticipo a mí mismo y cuelgo del globo el artículo que saldrá en junio en Mundo Cristiano
Perdona,
querido Spielberg, que emule el título de uno de tus primeros films. Aún
recordamos los "encuentros en la tercera fase", la peli de ciencia
aflicción que estrenastehace ya 47 años. Ahora la dicen "de
culto", misteriosa expresión cuyo significado nunca he entendido del todo.
El título tampoco era claro: ¿tercera fase? ¿Y cuáles fueron las dos primeras?
¿O hubo además una fase cero como la que han inventado los expertos del
Gobierno para ir "desconfinándonos" por etapas?
En tu peli los "encuentros" fueron
intergalácticos. Algunos elegidos (norteamericanos, of course) recibieron a unos extraterrestres que llegaron a la
tierra sin escafandra ni mascarilla para devolver a los abducidos en una fase
anterior.Creo recordar que provecharon
el viaje para llevar a su planeta a otro grupo de terrícolas. Pero vamos a lo
nuestro.
No sé en qué fase estarán los lectores de este
artículo; pero ya puedo asegurar que en mi barrio, se han producido algunos encuentros
en la primera fase.
Mi amigo Jesús, sin ir más lejos, tuvo uno muy singular
en plena cacerolada. Caminaba por la calle de vuelta a casa cuando una ardorosa
manifestante agitó con demasiada energía una campana de bronce y la lanzó desde
el sexto piso en dirección al cráneo del paseante, que ese día no llevaba
casco. Por dos centímetros se salvó su calavera.
También ha habido encuentros entre balcones,
como el que protagonizan cada tarde Mercedes y Luis, que estudian el mismo
curso de la misma carrera, pero han necesitado una pandemia para verse y
gustarse. Me dice Luis que Mercedes le espiaba con unos prismáticos, y que él
respondió con el telescopio de su hermano. La comunicación continuó con un despliegue
de carteles hasta que Mercedes se decidió a escribir en uno su número de
teléfono.
Palabra que no me lo invento. Me lo contó Luis
en un febril correo electrónico. Yo solo he cambiado el nombre de ella porque
es tan original que ni siquiera necesita apellido para que medio Madrid la
identifique.
Tampoco es falsa la historia de un matrimonio conocido
(en esta ocasión omitiré los dos nombres) que andaba en trámites de divorcio
hace meses. Ahora él ha perdido su empleo y ella ha dejado de ir de copas con
su amigo de la empresa. El teletrabajo tiene estas cosas. "Estamos bien
—me escriben—; jugamos con los niños y hemos empezado a hacer el puzzle de
quinientas piezas que usted nos aconsejó como terapia".
Los restantes "encuentros" puedo
imaginármelos. Supongo que es un chiste la historia de aquel fulano que, al
tercer día de confinamiento, descubrió que en su casa vivía una señora la mar de
simpática; era su mujer. Sí que es verdad, en cambio, que algunos padres han
descubierto que sus hijos e hijas tienen inesperadas virtudes y que incluso pueden
hablar como adultos si se les da la palabra y se les pide la opinión.
Las nuevas tecnologías ayudan a generar
contactos en la primera fase. Yo, por ejemplo, tengo ahora mismo a unos cientos
de interlocutores. Cada semana hago mi oración en voz alta delante de una
pequeña grabadora y la cuelgo en la red. Mi intención era compartirla con el
grupo de amigos que asisten a círculos o a retiros espirituales en casa; pero,
ya se sabe, la red no tiene fronteras, y las meditaciones llegan ya al mundo
entero.
Esos sí que son "encuentros" eficaces.
El dichoso virus ha hecho posible que más de uno se encuentre con Dios sin
guantes nimascarilla.