Son las diez. Después de preparar la meditación y las
clases de mañana, salgo de casa para dar un paseo por los alrededores. Cojo la
linterna del coche porque voy a caminar por senderos no asfaltados en el bosquecillo
que hay a cien metros del albergue. Me acompaña la luz de la luna y el silbo
rítmico de un autillo.
Los caminos están sedientos y agrietados.
Quizá debería haberme hecho con un bastón para evitar traspiés. La temperatura
es muy agradable; quizá 20 ó 22 grados. Sopla una brisa del sur, tibia y reseca,
que presagia una noche calurosa, también aquí, a más de mil doscientos metros de altura.
De pronto, a mis pies se produce un
alboroto de plumas y oigo un chillido estremecedor. Un pájaro de buen tamaño,
gris, que estaba tumbado en el suelo, se despierta bruscamente y sale volando a
ras de tierra. El susto ha sido mayúsculo. Supongo que se trata de un chotacabras,
un ave legendaria de costumbres crepusculares, difícil de ver, que ronda los
rebaños de ovejas al anochecer y las libra de los insectos parásitos.
Decido regresar. Por un momento había
pensado buscar al autillo y sacarle una fotografía , pero empiezo a comprender
que se trata de una misión imposible.
Once de la noche. En el pequeño
oratorio de mi casa, termino de rezar la liturgia de las horas y hago el
propósito de despertarme temprano para ver desayunar a los pájaros del jardín.
1 comentario:
Muy bien organizado el dia; eso de salir a dar una vuelta por la noche es lo que más me gusta. Es cuando mejor se está en la calle. ¡Que disfrute! Así me gusta. Adiosle
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