El hombre había llegado a la luna el
día de mi cumpleaños. Más o menos por esas fechas, don Juan Carlos de Borbón fue
proclamado "sucesor a título de rey" de un régimen que agonizaba
entre luchas intestinas. En España se hablaba Matesa y de la inminente "crisis" de gobierno. El turismo
iba bien; pero a mí todo eso me importaba poco. Lo que realmente me preocupaba
era el calor de Madrid, que era insoportable, y más desde que me
encontré vestido de negro con una tira de plástico blanco a la altura de la
nuez y unas largas faldas imposibles de acomodar para subir y bajar del
autobús. Terminaba el mes de agosto y yo estaba a punto de ser ordenado
sacerdote.
La noche del 30 al 31 apenas dormí. Por
la ventana de mi habitación enraba una luz tenue que iluminaba la larga sotana
colgada en el perchero como un fantasma. Me levanté de la cama dos o tres veces
y repasé mentalmente la ceremonia. Estaba seguro de que metería la pata. Yo
sabía que lo importante era hacer los mismos movimientos que Carlos Elizalde,
que estaría siempre a mi izquierda; pero Carlos se había acostado con una gripe
de tamaño regular, tenía fiebre y no había podido ensayar.
—No importa —me dijo—; yo hago lo que tú hagas. Me fío de ti. Por tanto si nos
equivocamos, al menos lo haremos a la vez.
—Y en la duda, genuflexión —remaché—.
Empezó la ceremonia a las 10 de la
mañana. El primer gesto litúrgico fue la "postración": los 28
ordenandos, permanecimos tumbados en el suelo, boca abajo, sobre una alfombra
de lana que hacía subir aún más la temperatura.
Ya en pie, fuimos presentados a Don
José María García Lahiguera, arzobispo preconizado de Valencia, que se había prestado a ordenarnos. Antes,
alguien leyó la lista de candidatos, y a medida que decía nuestros nombres,
dábamos un paso al frente. Creo recordar que el ceremonial prevé varias fórmulas
para que cada diácono manifieste su voluntad de ser sacerdote. Nosotros
elegimos ésta: un paso al frente, en silencio, como si formáramos parte de un
ejército.
Terminada la ceremonia, los abrazos.
Estaban mis padres, mis hermanos, algunos primos, amigos… Y el "tío
Luis" con su sonrisa portentosa bajo su calva
deslumbrante. Hablo, por
supuesto de Luis Sánchez-Izquierdo, con el que me unía, además de un parentesco
en tercer grado, una complicidad especial: Luis era supernumerario de la Obra
desde tiempo atrás y me tenía reservada una pequeña trampa.
—Quiero que me confieses —me soltó de
sopetón—.
—Es que…, todavía no he confesado a
nadie.
—Por eso. Yo quiero ser el primero.
Gracias a Dios pude decir de corrido la
fórmula de la absolución. Me la sabía en tres idiomas.
9 comentarios:
Muchas felicidades D. Enrique. Que Dios le siga bendiciendo toda su vida
Tres idiomas?
Y me apunto a los deseos de Maria Jesús, y se lo pediré hoy a Jesús en misa.
Adivino: latín, italiano y castellano.
Muchísimas felicidades nuevamente y 47 veces más.
Muchísimas felicidades!
Qué historia tan bonita, me ha encantado, gracias!
Felicidades, sacerdote desde hace ....años y sin embargo desde ayer, desde la Cruz donde se desprenden todos los sacramentos. Qué suerte participar de la mística católica, darnos cuenta de que todo y nada empieza y acaba en la cruz. Y ahí nos vemos cada día en la misa, inmersos en la Cruz.
Pero hoy estoy muy contenta de ver aparecer su "voz" de nuevo.
Recogiendo el relevo: su lectora favorita.
¡Se le echaba de menos, don Enrique!
Pero se agradece que vuelva para proponernos una intención de oración tan hermosa. Cuente con ella!
Muchísimas felicidades, d. Enrique. Un hijo mío ha ido Gaztelueta como capellán. Lógicamente a partir de ahora querré mucho más a su maravilloso colegio. Otra vez muchas felicidades
Me uno a las acciones de gracias y a la oración por todos los de su promoción. También por los que están a punto de ordenarse. Pediré además que puedan dormir la víspera como lirones.
Yo me uno tarde, pero me uno a rezar por eso tan especial! Que alegría me da que nos cuente estas cosas!!! Felicidades. Que suerte que para Dios no hay tiempo y las oraciones cuentan todas igual.
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