No me llaméis "blog". Soy un globo que vuela a su aire, se renueva cada día y admite toda clase de pasajeros con tal que sean respetuosos y educados, y cuiden la ortografía. Me pilota desde hace algunos años un cura que trata de escribir con sentido sobrenatural, con sentido común y a veces con sentido del humor.
Ya eres mi superhéroe
favorito. Hasta hace poco, en mi ranking personal de personajes en 3D figuraba
en primer lugar Míster Increíble,
aquel gordinflón bondadoso de fuerza descomunal que arrancó de cuajo un árbol
enorme para recuperar al gatito de una anciana y cinco minutos después evitó
una catástrofe ferroviaria deteniendo un tren en marcha. Mr. Increíble estaba casado conotra superheroína, Elastigirl, de la que también soy fan
desde que vi su película.
Pero lo tuyo es diferente.
Me caes bien porque
naciste aquí. Eres un héroe made in Spain,
dibujado, ideado, dirigido y producido por delirantes mentes carpetovetónicas.
Vi tu primera peli hace un par de días. No es que me apeteciera mucho, pero mi
amigo José Luis me había sugerido que te dedicara una de estas cartas mensuales,
y lo hago ahora con mucho gusto.
Tadeo, me has convencido.
Eres un gran tipo. Tú no necesitas volar como Superman ni trepar por las
paredes como Spiderman. Tampoco manejas automóviles fantásticos ni recurres a sofisticadas
armas de destrucción masiva como las de Batman. Eres un simple albañil que sueña
con ser arqueólogo como Indiana Jones y descubrir tesoros luchando contra los
malos.
¿Armas? En tu trabajo manejabas
bastante bien la excavadora, pero la dejaste pronto porque técnicamente eras un
pringao con sueños de superhombre, y el
capataz de la obra nunca comprendió que tus meteduras de pata y tus despistes laborales
eran consecuencia de la grandeza de tus ambiciones. Así que te puso de patitas
en la calle. No te importó: tus sueños continuaron intactos y, con la ayuda de
un loro mudo, un perro y un sombrero viejo como el de Indiana, perseveraste
fiel a tu vocación, luchaste contra los malos, te aliaste con las momias,
conquistaste a tu dama y salvaste el mundo.
En efecto, querido Tadeo:
lo tuyo era ser héroe, aun siendo pequeñajo, no demasiado listo, torpe y sin
poderes suplementarios. Desde muy pequeño sabías que ésa era tu verdadera
vocación, tu identidad secreta. Y te cambiaste el nombre y pusiste tu vida
entera al servicio de ese sueño.
Por eso te escribo. Quería
decirte que no eres un tipo raro, ya que en el fondo todos tenemos vocación de
héroes. Cuando los chicos y las chicas llegan a la adolescencia —esa edad tan
denostada por muchos y tan llena de vida— quizá comienzan a intuir que no están
en este mundo para vegetar confortable y plácidamente. Comprenden que su existencia
debe tener un sentido heroico y fecundo. Se sienten llenos de fuerza, capaces
de lograr cualquier meta. Y sueñan con dar fruto en el trabajo, en el amor y en
mil batallas que su fantasía les sugiere.
Los adultos deberíamos
comprender que nunca es lícito destruir esos sueños. No podemos sofocar
impunemente el fuego que comienza a arder en el corazón de los chicos. Cortar
las alas es una cirugía triste y
cobarde. Sin embargo es evidente que muchos padres y educadores están empeñados
en esa lamentable tarea.
Jesús dijo en cierta
ocasión: "el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su
vida por mí, la encontrará". Ésta es la cuestión y parece que no acabamos
de enterarnos. Enseñamos a los adolescentes a "conservar" su vida, es
decir, a no correr riesgos, a gozar —moderadamente, of course— de los placeres
más elementales, a trabajar poco y a ganar pasta sin sobresaltos. Nadie les
explica en cambio cómo pueden entregar la vida gastándola libremente por amor.
Dios, nuestro Señor
necesita, ahora más que nunca, un millón de héroes como tú. Él quiere formar
parte de esas fantasías "insensatas" que nacen muy pronto y van
tomando cuerpo si el soñador sabe ser generoso. Jesús mismo aviva el fuego y se
hace oír por quienes tengan el oído atento: "he aquí que estoy a la puerta
y llamo —dice la Escritura—. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y
cenaré con él y él conmigo".
Dice el Evangelio de San Juan que fuiste amigo de
Jesús; no discípulo ni pariente ni seguidor ni apóstol, sólo amigo. Seguro que
te conformas con ese honor entre otras razones porque ser amigo de Dios supone
poseer los demás títulos en grado máximo.
Eras el hermano menor de Marta y María; por eso te
citan siempre en tercer lugar. Marta, una mujer hiperactiva, aparece en el
relato de San Lucas desviviéndose por atender a Jesús en vuestra casa de
Betania. María, en cambio, sentada a los pies del Maestro, escuchaba y
contemplaba el rostro de su Amigo. Ese día aprendimos todos que algunas veces
trabajar puede ser una forma de perder el tiempo y, en cambio, que cuando se
mira, se escucha y se ama, se acierta siempre. Pero ésa es otra historia sobre
la que tal vez escriba más adelante.
Cuánto me gustaría tener una conversación a solas
contigo, querido Lázaro, para que me expliques cómo llegaste a ser amigo del
Señor hasta el punto de lograr que viajara desde Perea a Jerusalén para
resucitarte de entre los muertos arriesgando su propia vida cuando todos
"le buscaban para matarlo".
Reconozco que a mí también me gustaría devolver la
vida a algún amigo fallecido inesperadamente. Un poeta español, Miguel Hernández, tuvo la
misma descabellada idea. Lo cuenta en su elegía a Ramón Sijé, su compañero del
alma, muerto "como el rayo" en Orihuela. Explica el poeta que querría
"escarbar la tierra con los dientes, minar la tierra hasta encontrarlo, y desamordazarlo y regresarlo. Y termina su
elegía con unos versos inolvidables: A
las aladas almas de las rosas... del almendro de nata te requiero: que tenemos que
hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.
Yo querría ser "amigo" así, pero amigo del
Señor, como tú lo fuiste. Aunque quizá no baste con querer. Lo que importa es
que el mismo Cristo te reconozca como tal; es decir, que te escoja de entre la
multitud —porque los amigos se eligen— y que, cuando te encuentres desnudo ante
él para ser juzgado, te llame "amigo" y te trate como se trata a uno
de sus predilectos.
He leído que la amistad es una forma de amor que suele
darse entre personas afines, quizá entre compañeros de profesión o de estudios,
o entre quienes comparten unos mismos ideales en la vida. Cuando dos personas
aman a la par las mismas cosas y luchan por conseguirlas, es fácil que nazca
entre ellos un afecto recio y sólido, no cimentado en suspiros o declaraciones
de amor, sino en la fidelidad diaria a esos ideales comunes. Lo dice el propio
Miguel Hernández de su amigo Ramón, "con quien tanto quería".
¿Es posible ser amigo de Jesús así? Cabría pensar que no. Quizá
tenían razón los antiguos cuando afirmaban que solo entre "iguales"
puede nacer una verdadera amistad; pero Cicerón añadía que, algunas veces, el
afecto que une a dos personas de distinta estatura o dignidad puede nivelar las
diferencias engrandeciendo al pequeño sin que el grande pierda un milímetro de
estatura.
Tú, querido Lázaro, seguro que tuviste muchos amigos y
amigas desde pequeño; amigos en el trabajo o en el estudio, amigos en tu aldea
o en tu familia, amigos de tus amigos… Y, en la adolescencia, que es cuando
nacen las amistades más sólidas y los amores más apasionados, compartiste penas,
inquietudes, alegrías y sueños con unos pocos muchachos de tu edad. Hasta que
un día conociste a Jesús.
Quiero creer que él fue uno de esos amigos; que
jugasteis en Betania y en Jerusalén, que crecisteis a la vez ¿Estuviste con él
en el Templo el día en que se escapó de la caravana y sus padres lo buscaron angustiados
por toda la ciudad?
¿Qué cosas te contó el Señor en confidencia de amigo? Y
tú ¿le abriste también tu alma? ¿Conociste a su Madre, la Virgen Santísima?
¿Hablasteis de Ella? ¿Cuándo descubriste que en Jesús había un misterio, un
abismo infinito de amistad en el que podías sumergirte sin miedo?
Me gustaría ser tu amigo, querido Lázaro. Ya sabes:
"los amigos de mis amigos son mis amigos", y yo quiero compartir contigo
a ese Dios-Amigo que puede resucitarme cuando lo necesite.