viernes, 27 de abril de 2018

Desde Molinoviejo (II)



¿Donde fueron los gorriones?


Hace veinte años estaban por todas partes. Aquí, en Molinoviejo, predominaba el "gorrión molinero" (passer montanus"), muy parecido al común, pero también más huidizo y desconfiado. En Madrid, en cambio, el "passer domesticus" dominaba la ciudad. En la plaza mayor se subían a las mesas de las terrazas para compartir el aperitivo con los turistas, y en el zoo, entraban hasta en el recinto de los leones. Hoy, en cambio, uno los busca en vano.  
Ayer estuve en Madrid y vi una pareja de gorriones a la puerta de la farmacia. Quise entablar una conversación con ellos, ofrecerles un paracetamol o un complejo vitamínico, pero no tuve éxito. Desaparecieron de mi vista y no regresaron.
El gorrión es el pájaro más unido al hombre. Vive solo en los pueblos y en las grandes ciudades. No le interesa el campo. Él picotea todo lo que los humanos vamos depositando por las calles o en los depósitos de basura. Come sin parar. ¿Alguien ha visto un gorrión que no esté comiendo? A lo mejor por eso desaparecen. ¿Habrán muerto de indigestión o los habremos envenenado con los malditos plásticos de los que tanto se habla?
Homero, mi búho de cabecera, me dice que no es eso.
—La culpa es de los gatos, amigo. Los gatos son fieras salvajes y los tratáis como si fueran muñecos de peluche. Habéis llenado las ciudades de felinos insaciables, y los pobres gorriones han huido al tercer mundo para convivir con los hipopótamos, que son menos peligrosos.
—Creo que te equivocas —le respondo—.
Homero me mira sin pestañear y concluye:
—¿No te has preguntado por qué han desaparecido las ardillas de Molinoviejo? Se han echado al monte huyendo de los gatos.
Me temo que tiene razón. Claro que siempre nos quedarán las oropéndolas y los abejarucos, que ya empiezan a llegar de África en grandes bandadas.

4 comentarios:

goyo dijo...

D.Enrique no será que de tanto vivir entre nosotros nos hayan imitado y hayan renunciado a la ley natural que es la base de todos los derechos y la que garantiza la supervivencia de cualquier sociedad incluida la de los gorriones.
No será que hayan creido que dentro de los huevos no hay pollitos, no habrán empezado a hacerse selfies delante de los gatos para aparentar vidas apasionantes y divertidas aunque estés a punto de inmortalizar tus últimos segundos de gorrión.
No habrán renunciado a sus tradiciones gorrioneras para subirse a otras importadas de fuera que les transforman.
En fín D. Enrique creo que los gorriones son bastante más civilizados que nosotros.

Buen finde

Enrique Monasterio dijo...

No creo, Goyo...

Cordelia dijo...

Yo hubiera echado la culpa a esos miniloros verdes que invaden Madrid.
Ya están los abejarucos, y este año tengo un nido de golondrinas en la caseta. Hay montones de pájaros más que no sé cómo se llaman. Y liebres, y ardillas a mogollón.
Y un grupito de lirios en mi puerta, que visten mejor que Salomón en toda su gloria...

Alejandra dijo...

Me crié en un chalet con jardín .Se cayó un gorrión del nido en una palmera, apenas sin plumas. Lo metimos en un cestillo con algodón y lo alimentamos con una gacheta de galleta maría y agua, se lo dábamos con un paillo envuelto en algodón y con el dedo meñique el agua a gotas. Cuando se le hinchaba el "buche" había que parar. Pasábamos por su lado y nos piaba pidiendo comida. Era la época de Heidy, así que irremediablemente se llamó Pichi. Creció y se hizo adulto, el animal más cariñoso que he conocido, y he conocido unos cuantos. Me levantaba, iba al salón donde tenía su cestillo de noche y la puerta cerrada para evitar accidentes, lo llamaba y venía volando a mi mano. Nos íbamos a la cocina y mientras me hacía el café él daba cuenta de un poco de arroz cocido. Luego me iba a estudiar a mi cuarto y él se quedaba frito debajo del flexo... Cuando salía mi madre por una pequeña escalera que daba a su dormitorio, lo llamaba y antes de volar hacia ella, Pichí movía su colita y sus alas, parado, como si fuera el rabito de un cachorro de perro, luego iba volando hacia su mano. Si te ponías una molla de pan en los labios picaba sin ningún reparo hasta arrebatártela. Un gran festín era dejarle recoger las migajas de la mesa de la terraza tras la merienda. Se echaba la siesta en el hombro de mi tata, que era ya muy mayor, y la pobre a veces llevaba churretes en la espalda ....jaja. Otra cosa que le gustaba mucho era esconderse en la mano si casi cerrabas el puño, pensaría que era un nido. Si llamaban a la puerta, había que bajar al jardín a abrir, Pichí iba en tu hombro sin inmutarse. Jamás salió volando estando al aire libre...Nunca le olvidaré. Es para mí una desgracia que estén desapareciendo los gorriones, seguramente como muchas otras cosas, por la grandísima estupidez humana.