miércoles, 12 de julio de 2023

Diario de Molinoviejo (IV)

 


Los cortacéspedes

 

En Castilla a la hierba la llaman césped. Fue una de mis primeras sorpresas cuando dejé el país vasco. Han pasado muchas décadas, pero aún recuerdo aquella primera impresión. Hasta entonces yo pensaba que la superficie de nuestro planeta se componía de agua del mar, asfalto y hierba. Campo y hierba eran sinónimos. Al campo a veces lo llamábamos "campa" en femenino, y nos encantaba echarnos en su regazo a tomar la fresca mientras contábamos nubes. En Castilla eso está prohibido; aquí hay que "respetar el césped", y las autoridades locales suponen que tumbarnos a la bartola o pisar esa mullida alfombra que Dios ha puesto a nuestros pies es una falta de respeto.

Por supuesto, sabíamos que en algún sitio muy lejano había paisajes de arena y tierra, pero solo cuando hice mi primer viaje a Madrid me enteré de que en media España la hierba era un artículo de lujo. Así se explicaba que los mejores porteros de fútbol fueran vascos. Ellos podían tirarse al suelo sin miedo a romperse las costillas.

Mi amigo Jordi vino un día a Bilbao desde Tarragona y me confesó su sorpresa:

—¡Aquí el césped llega hasta el mar!

Eran otros tiempos y me temo que me he ido por las ramas.

Sigo en Molinoviejo. Esta mañana he salido al jardín a rezar el Rosario y, de paso, a acompañar el desayuno de los pájaros. El ambiente era fresco y el sol no se atrevía a dar la cara escondido tras una nube negra. Misterios Gloriosos. Primero, la Resurrección del Señor.  

En el campo cualquier ruido mecánico se amplifica desmesuradamente, y eso es lo que ha ocurrido apenas comenzado el rezo. Un par de vehículos cortacéspedes se han puesto en marcha a la vez y los pájaros y yo nos hemos llevado un susto de muerte.

Comprendo que no es una noticia muy interesante, pero es lo  que hay. La prensa habla del debate electoral, de la boda de Tamara y de un futbolista que quizá venga a Madrid o quizá no. Los terrorista meteorológicos siguen metiéndonos el miedo en el cuerpo con olas que vienen y van.

Salgo de nuevo a media tarde para rezar los Misterios Dolorosos. Los cortacéspedes acechan en silencio cada uno desde su esquina del jardín. Huele a césped mutilado.

 


1 comentario:

Papathoma dijo...

En el ambiente de crispación preelectoral, no sabe lo que se agradecen estas historias cotidianas. Hasta se me ha olvidado el calor, visualizando tanto verde.
P.D. En mi tierra a veces al césped lo llamamos simplemente así: el verde.