jueves, 6 de julio de 2023

Elijo la fantasía

 


Cuando yo estudiaba el bachillerato—allá por el Pleistoceno— la mayor parte de las películas incluían una advertencia justo antes de que apareciera el león de la Metro: los personajes y hechos retratados en esta película son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia.

Siempre pensé que aquel letrero era muy oportuno. Uno se acomodaba en la butaca y se disponía a ver la peli bien provisto de cacahuetes (aún no se habían popularizado las palomitas) con la seguridad de que iba a sumergirse en un mundo de fantasía alejado de la tediosa vida cotidiana. Durante hora y media reíamos, llorábamos, disparábamos a los malos, huíamos de los indios, descubríamos asesinos o nos asustábamos con los monstruos de moda sin miedo a confundirnos. Lo único real —y no mucho— era el NODO. Dos horas después salíamos del cine como zombis, pero felices porque nos habían contado historias imaginarias llenas de emoción nacidas de la fantasía de un guionista genial capaz de crear vidas. No importaba la calidad artística del film ni la nitidez de la imagen. Con un carromato viejo y tres actores Federico Fellini hizo La Strada y sedujo a medio mundo, incluso a la academia de Hollywood, que le otorgó el óscar a la mejor película. Años antes, Ingrid Bergman y Humphrey Bogart llenaron las pantallas con solo su talento y el ingenio del guionista de Casablanca.

¿Cuándo empezó la crisis? Yo creo que la culpa fue de Supermán. Un día nos presentaron a un tipo vestido de hortera que volaba a toda pastilla y nos quedamos boquiabiertos. Enseguida aparecieron las naves espaciales, los dinosaurios, los viajes en el tiempo, los extraterrestres y toda una retahíla de efectos especiales destinados a idiotizar al personal. ¿Quién necesitaba ya de guionistas? El ingenio fue sustituido por el impacto de la imagen cada vez más agresiva e insólita.

Han pasado los años, y los efectos especiales ya no impresionan a nadie. Ahora somos capaces de ver como destripan en directo a un tipo mientras devoramos un plato de spaghetti con tomate. Sería un buen momento para volver a la fantasía, para recuperar a los creadores de sueños; pero lamentablemente los viejos guionistas han desaparecido. Ya casi nadie sabe contar historias, y en los films suele haber un letrero muy distinto al de los años 50: esta película está basada en hechos reales.

¿Hechos reales? ¿Quién necesita que le cuenten por segunda vez historias conocidas envueltas en un celofán políticamente correcto? Conmigo que no cuenten. La mayor parte de esas películas carecen por completo de ingenio. Casi siempre conocemos el final antes de comenzar a verlas, y aburren a las ovejas, entre las que probablemente me encuentro.

Hace unos meses el gran Enrique García-Máiquez, poeta, ensayista, profesor, amigo y tocayo, presentó en Madrid su último libro: "gracia de Cristo", un recorrido por distintos pasajes evangélicos en los que se revela el buen humor del Señor, su "gracia" con minúscula, que sirve a Jesús para darnos la Gracia con mayúscula. Tiene razón el poeta: Cristo sonríe y nos hace reír; gasta bromas, cuenta historias surrealistas, como la de los invitados que por no asistir a una gran boda matan a los que tratan de llevarlos al mejor banquete de sus vidas. Incluso camina sobre el mar y da un  susto de muerte a los apóstoles, que lo confunden con un fantasma; seca higueras y pesca denarios en el río para pagar sus impuestos…

Ahora que empieza el verano trataré de sortear las olas de calor releyendo el libro de Enrique. No quiero más pelis basadas en hechos reales. Elijo la fantasía como el mejor camino hacia la realidad.


 

2 comentarios:

Cordelia dijo...

La realidad muchas veces supera a la ficción. Pasan cosas tan increíbles que nunca, ni en los sueños más locos, habría creído posibles.

Papathoma dijo...

El día que descubrí el sentido del humor que tiene Jesús, empecé a leer el Evangelio -y a tratarlo a Él- de una manera radicalmente distinta.