domingo, 10 de junio de 2007

La muerte de Andrés, II



El lunes siguiente volví a casa de Andrés. Tenía el rostro hinchado y un poco deforme. Estaba decaído, y con la voz algo más ronca:

—Hoy no he salido a correr. Esto —me dijo golpeándose el tórax con la mano— no funciona.

Aquella mañana hablamos de la muerte —del “final de los finales”, decía siempre él—. Y me repitió varias veces que era agnóstico, que no creía en nada; que si le tocaba “terminar” lo haría con dignidad.

No quise explicarle que ser agnóstico es otra cosa; que los agnósticos, por definición, no niegan la existencia de Dios, sino que dudan. Suponen que la inteligencia humana es incapaz de romper los límites que le imponen los sentidos, y se instalan en una postura intermedia. Muchos de ellos apuestan por vivir como si Dios no existiera. Una arriesgada elección, por cierto.

Sin embargo, no quise interrumpir a Andrés. El hacía profesión de ateísmo y, sobre todo, de dignidad. ¡Dios mío, cuántas veces pudo repetir esta palabra: dignidad, dignidad…!

Unos días más tarde me recibió con una extraña propuesta:

—Yo te doy la bandeja que me regalaron los del Partido, y tú me convences de que Dios existe, ¿de acuerdo?

Me contó que ninguno de sus compañeros había ido a visitarle después del “homenaje”, que ni siquiera se le ponían al teléfono. Pero había algo aún más duro y difícil de contar:

—Mi mujer está en el cine. Ahora va todos los días. No quiere verme. A ella también le da miedo la muerte.

Y rompió a llorar en mis brazos. Estuvimos así, sin decir nada, qué se yo cuanto tiempo.

Quedé en volver todos los días.

No quisiera convertir este relato en un culebrón; pero ya que he empezado a recordar, trataré de terminar la historia en un par de días, eliminando mil detalles que tengo bien grabados en la memoria.


7 comentarios:

Cristian dijo...

Padre:
Esos son los detalles que hacen que nuestro ministerio sea todo un misterio y un signo de Dios para muchos, incluso aquellos que les cuesta creer. Bendiciones.

Anónimo dijo...

Como dicen ahora ¡qué fuerte!, qué fuerte encontrarse solo frente a la muerte. Qué muerte más poco digna para un ser humano. Menos mal que parece que el gran Amigo le ronda.
Espero con impaciencia el próximo capítulo. La realidad es infinitamente mejor que el mejor de los culebrones.

Adaldrida dijo...

Ohhhh. He vuelto y me encuentro con esto. Muchas gracias.

Anónimo dijo...

Gracias por el suspense. Yo me aapunto que no omita los detalles y nos cuente todo.
Estoy aprendiendo mucho.

marmota dijo...

La soledad siempre es castigo porque si fuese voluntaria no sería soledad.Negar la existencia de Dios es negar la tuya y de ahí el terrible miedo a la muerte.Si no existes , si no eres ...tampoco existirás ni serás.
Saludos señor cura , le enlacé en caraacara.Tiene un blog estupendo...

Juanan dijo...

Qué duro debe ser tragarse esos recuerdos, esas emociones que resuelven de un plumazo la vida, que la hacen clara y luminosa, pero que por respeto se deben callar. Y qué grande.

gilgamesh dijo...

Pobre hombre, desesperado por creer en su Padre, al filo mismo de la muerte..
Pobre gente, intentando evadirse de la vida y huyendo de los seres queridos que llegan a la frontera de la vida y se quedan solos..
Tuvo suerte de que no se le presentase nadie con un notario diciendole que haga testamento "para evitar problemas luego"
Gente, bendita gente