¡No hay Derecho!, así, con mayúscula y entre signos de exclamación, es el lamento típico de nuestra tierra que todo celtíbero repite dos o tres veces a la semana. Cabría pensar que esa apelación al orden jurídico revela un amor a la justicia digno de encomio; pero me temo que las cosas no van por ahí.
¡Es indignante! He aquí otro improperio muy nuestro. Según mi amigo Eutimio, jugador de mus y poeta, esas dos palabras pueden abrirnos de par en par las puertas de cualquier tertulia, sea literaria o tabernaria. Pongamos que entras en un bar donde un grupo de parroquianos discute a voz en cuello sobre el mundial de fútbol, el cambio climático o la poesía hermética. ¿Te gustaría intervenir, pero no sabes cómo incorporarte al grupo? Muy sencillo. Pronuncia en voz muy alta esas palabras mágicas e inmediatamente varios tertulianos te dirán que sí, que es indignante lo que sea que estén comentando, y serás recibido con todos los honores en el orfeón de los indignados.
—¿Se puede saber de qué estás hablando?
—Del Estado del bienestar, por supuesto.
Se ha dicho y escrito hasta la náusea que un Estado de Derecho debe ser también estado "de derechos", y lo cierto es que cada día aparece un derechito nuevo, generalmente imaginario, al que los ciudadanos nos adherimos con entusiasmo y defendemos con pasión. Las ideologías son inventoras eficaces de este tipo de presuntos derechos. El derecho al placer; el derecho a ser felices; el derecho a morir a la carta; el derecho a matar por compasión con receta médica; el derecho a abortar, el derecho a rehacer la propia vida cambiando de pareja, el derecho a la salud… Y, en un plano menos trascendente, el derecho a que los semáforos estén sincronizados a lo largo de mi trayecto habitual; el derecho a no pasar frío en invierno ni calor en verano, el derecho a jugar a la playstation, a tener cobertura de wifi, a sentirnos seguros en casa, a no ser molestados por el vecino, a molestar al vecino, etc. etc.
Hace un par de días, Alba —quince añitos recién cumplidos— se asomó a la ventana y exclamó:
—El otoño es un asco. ¡No hay derecho!
Según su padre, la criatura no dijo exactamente "asco", sino algo más rotundo y aromático; pero a él, como a mí, le fascinó pensar que aquella lluvia, que empezaba a caer benévolamente sobre Madrid, fuese contraria al ordenamiento jurídico.
—Es que tengo partido, y con esta lluvia no puedo ponerme el chándal nuevo —aclaró la niña—.
El papá de Alba me explicó que su hija odia el otoño, el invierno, el verano y, sobre todo, la primavera. La primavera es lo peor porque tiene alergia a los pólenes que vuelan por su florido jardín. Hace un par de años resolvieron el problema con un crucero. En el mar no hay pólenes y Alba se lo pasó de cine los primeros días. Luego se mareó.
—La verdad, no sé qué hacer. Se queja por todo y tiene de todo.
Se veía venir. El llamado Estado del bienestar es sobre todo un EQC, Estado de Queja Continua. Todos nos parecemos un poco a Alba. En los países del tercer mundo cuando se produce una catástrofe natural, los supervivientes rezan por los muertos y dan gracias a Dios por seguir con vida. Aquí, si hay una pandemia echamos la culpa al gobierno, y si viene Filomena, el responsable es el alcalde.
—Sí, querido amigo, no hay Derecho.
2 comentarios:
Aquí(Perú) para algunos líderes y otros no tan líderes el objetivo,el sueño, es el Estado del Bienestar;líbranos Señor de esa referencia del "progreso" a qué apuntar.
Gracias por seguir aquí! Hace tiempo uso para mi acción de gracias los comentarios al Adoro te devote que subió! Si quiere compartir más de esas preciosas reflexiones se lo agradecería un montón!!!
Publicar un comentario