lunes, 25 de junio de 2007

El famoso escritor (II)


Unos días más tarde volví al hotel y nos encontramos en la terraza. El sol apretaba fuerte, y se había puesto un sobrero blanco y unas gafas oscuras. Me dijo que estaba esperando a una periodista que quería entrevistarle.

—Entonces lo mejor será que me aleje.

—Por mí…, imagínate lo que me importa ahora que me vean con un eclesiástico —Luis siempre me llamaba así—. Si a ti no te molesta, a mí tampoco. Que piensen lo que les dé la gana.

—¿Y si nos sacan una foto?

—Mejor. Salimos en portada…

Luis, el viejo anticlerical encallecido, tomaba café en público con un cura. Realmente habría sido noticia.

Aquella mañana estaba contento. Hablamos del último libro que yo había leído: “señora de rojo sobre fondo gris”, una conocida novela de Miguel Delibes, y la conversación derivó hacia la búsqueda de Dios a través de la belleza, del bien y de la propia conciencia moral. Me tocaba a mí llevar la batuta. Mi amigo se limitaba a oír en silencio con el rostro serio e inexpresivo como una piedra. Los dos dejábamos la vista en el horizonte, en la bruma lejana donde se vislumbraban los primeros edificios de Madrid. De vez en cuando, en las pausas, que fueron muchas y largas, Luis giraba la cabeza y decía:

—Siga, siga, le escucho.

No sé cuánto duró aquella segunda entrevista; pero sí recuerdo la conclusión a la que llegué: cuando se habla a solas con una persona que ya no necesita dar lustre a su propia imagen, ni recibir aplausos, ni escandalizar a nadie, ni ser original; cuando lo único que importa es conocer la verdad y el sentido de la vida, el alma más endurecida se hace permeable y los prejuicios se desmoronan poco a poco.

Luis —lo pensé entonces— nunca había querido “demostrar que Dios no existe”. Aquel exabrupto que dio inicio a nuestra amistad era sólo un grito de auxilio. Y las largas pausas de la charla en la terraza estaban llenas de Dios. No me cabía ni me cabe ahora la menor duda.

Pero necesitábamos tiempo, y a Luis le quedaba muy poco.

Antes de marcharme, un poco avergonzado, le pedí un favor: estaba yo terminando entonces un librito, casi un folleto, sobre el que tenía bastantes dudas. Se titulaba “El belén que puso Dios”. ¿Querría Luis echarle una ojeada para ver si aquello tenía salida?

Lo puse sobre la mesa, y al comprobar que era muy breve, asintió:

—Mañana le diré algo.

En ese momento llegó la periodista de “El Mundo” y un fotógrafo. Me libre por los pelos.


4 comentarios:

Adaldrida dijo...

ooooh qué intriga. Esto de la historia por capítulos es un arte.

Enrique Monasterio dijo...

El problema, querida Rocío, es que escribo cuando puedo. A veces diez o veinte minutos. Y lo que escribo, lo cuelgo. De esta forma, el blog sigue vivo y yo también.

Nodisparenalpianista dijo...

Con "Señora de rojo...", Luís tenía que estar ya medio en el bote.

Anónimo dijo...

"y la conversación derivó hacia la búsqueda de Dios a través de la belleza, del bien y de la propia conciencia moral", dice usted en el capítulo de hoy.
Probablemente Luis tuvo la suerte de no tener que cursar Educación para la Ciudadanía.
Disculpe que arrime el ascua a mi sardina, pero es que este tema me preocupa muchísimo. Desde edades muy tempranas se pretende colocar una argamasa para borrar la huella de la Ley natural que viene impresa en la conciencia. Incluso su primer principio "Haz el Bien, evita el mal" puede diluirse. Si a un niño de 6, 7 años se le dice que todo es relativo... que el bien objetivo no existe ... Si se manipula su conciencia de tal forma que -como han dicho los obispos españoles- se carguen su libertad... ¿Usted cree que con estos niños, a la edad de su Luis, se podrá mantener una conversación como la que relata ?.
Yo he objetado. Desde aquí animo a todos los padres a que lean el comunicado de los obispos españoles y que también objeten... para que finalmente EpC no sea una asignatura obligatoria en todos los niveles de la vida escolar.
Gracias otra vez por su blog.
Sunsi