lunes, 4 de junio de 2007

Es grande ser cura X.


La vocación


De vez en cuando alguien me pide que le hable de la vocación. Por ejemplo aquel chaval… , ¿cómo se llamaba?

—Pero se notará algo, ¿no? —me dijo—. Conste que no es por mí. Yo ni en broma… Es por curiosidad. Es que me parece muy fuerte pensar que Dios se ocupe de llamarte así personalmente como decís los curas.

Fue hace tres o cuatro años. Estábamos en la capellanía de un centro universitario y faltaban sólo dos o tres días para las vacaciones de verano.

—¿La vocación? ¿Quieres que hablemos de eso?

—Bueno, sí, ¿por qué no?

Le miré por un instante a los ojos, y, con una hipocresía digna de mejor causa, adopte un aire académico, indiferente, como si ninguno de los dos tuviésemos excesivo interés en la cuestión.

—Bueno, verás, ya en el Antiguo Testamento…

Supongo que cuando un enfermo va al médico no espera una conferencia, sino un remedio. Éste era el caso. Enseguida pasamos al terreno personal, y llegaron los sudores y los temblores. Yo, lo reconozco, empecé a disfrutar recordando mis propios síntomas de hace ya tantos años. Él se ponía en pie y se sentaba, sacaba un pitillo (aún no nos obligaban a respirar aire puro por decreto); me decía que no le comiese el coco; se volvía a levantar, abría la ventana…

La conversación fue larga y terminó frente a una hamburguesa letal y una coca cola light.

—O sea, a ver si me aclaro —dijo para terminar— . Resulta que viene un amigo, me pide un millón de pelas y a mí, claro, me da la risa. Y sin embargo viene usted, me pide la vida entera, y no me río nada; pero nada, nada. Me pongo como un flan y no duermo en toda la noche.

—Es un buen síntoma. Dios suele hacerse oír de esta forma. Y yo no te he pedido nada. Apenas he hablado. Además te he pagado la hamburguesa.

Pasó el verano y no me mandó ni un mal correo electrónico. Tampoco contestó a mi felicitación en el día de su santo. En octubre o noviembre volvió a mi despacho y recordamos aquella conversación como algo muy lejano y muy olvidado, demasiado lejano para mi gusto.

Le recordé entonces el encuentro de Jesús con la Samaritana. El Señor le había pedido sólo un vaso de agua, pero la mujer tuvo una extraña reacción:

—¡Cómo te atreves a pedirme de beber a mí…!

Jesús la miró como nadie la había mirado hasta entonces, y le dijo:

—¡Si conocieras el don de Dios, si supieras quién es el que te pide de beber…!

De vez en cuando rezo por mi amigo. Yo creo que Dios le pasó rozando aquel día y le habló como siempre lo hace, en voz baja. Así el que escucha puede engañarse pensando que es sólo el viento, cosas de su fantasía.

Yo, por si acaso me lee, seguiré escribiendo aquí sobre la vocación. Y quién sabe.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Quién sabe...?

Anónimo dijo...

Le pregunté a mi tio cura cómo sabía que fue Dios quien le llamó. Me dijo que pensó que muy bien podía ser Dios quien le llamó a través de aquel amigo, y, por si las moscas, entró en seminario. Don Enrique ¿qué le parece?

El payaso triste dijo...

A mí lado no paso rozando... me dió una colleja y caí de morros al suelo... luego me dio la mano para que me levantara y ya no me la ha soltado...

Anónimo dijo...

Menos mal que Fernado Alonso siguió su vocación, peleó por ello y se hizo piloto. Si en vez de piloto de carreras se hubiera hecho bombero (por decir algo), probablemente no sería feliz y encima no tendríamos campeón del mundo.

Cristian dijo...

Que buen texto... ¿quien sabe? Uno siembra, en nombre de otro... Bendiciones.