Desde la entrada del parking donde dejo el coche hasta el portal de mi casa hay unos doscientos metros. En ese espacio, tan pequeño, caben tres bares, una tienda de ropa, otra de pelucas y postizos, una sastrería, un estanco y una tienda de aparatos electrónicos de incierto futuro.
Eso sólo en la acera de la derecha; la de la izquierda pertenece al Ministerio de Economía y está muy lejos, al otro lado de un jardín donde corretean los perros, hacen botellón los adolescentes y duermen un par de vagabundos.
Todas las noches, cuando regreso a casa a la misma hora, me cruzo con caras conocidas que me saludan aunque no sepan quién soy ni cómo me llamo. ¡Qué envidia me dan los que toman su cervecita en la terraza del bar de la esquina!
Hoy, a la altura de ese bar, me ha dado el alto un niño de siete u ocho años. También le conozco y creo que hasta me dijo su nombre hace tiempo; pero esta tarde estaba furioso: tenía el pelo alborotado, las manos sucias y discutía acaloradamente con una niña y otro crío de su edad.
Al verme, se ha dirigido hacia mí en busca de ayuda. Me ha detenido en seco, y ha dicho:
—¡A que los mayores no dicen nunca mentiras…!
Los otros dos, a prudente distancia, esperaban una respuesta que zanjara la discusión… Sus padres, en la terraza (¿serían ellos los sospechosos de mentir?) daban cuenta de unas cañas.
Enseguida me ha venido a la cabeza el blog. Sí, tenía que contar este encuentro. Ser cura es estar expuesto a que te hagan las preguntas más insólitas y difíciles de contestar. A un cura se le pide dinero, trabajo, ayuda, consejo. A los curas nos plantean intrincados problemas teológicos en el metro o en el ascensor. Y los niños te vuelven loco con sus trampas dialécticas mucho más comprometidas que las de los adultos.
Creo que guardo en el congelador una antología de preguntas que me hicieron las niñas durante mis años de capellán en un colegio. Tendré que buscarlas y las someteré a vuestra consideración.
Entre tanto, ¿qué habrías contestado a mi interpelante de esta noche?
¿Y qué le contesté yo?
13 comentarios:
Yo le habría dicho directamente que sí. ¿Para qué engañar al chico?
Se ha puesto de moda en los blogs eso de intrigar con un final "Continuará..."
Mis hijo de 4 años sabe perfectamente que los mayores a veces dicen mentiras. Los malos las dicen siempre, los buenos nunca (Spiderman, por ejemplo), y luego estamos los que somos un poco buenos y un poco malos, y a veces decimos una mentira.
Hubiera contestado que los valientes siempre dicen la verdad. Mentir es de cobardes.
Me hubiera quedado calladita confiando haber resuelto temporalmente su duda.
A mí me hubiera gustado decir "yo siempre miento". Pero no creo que el niño hubiera entendido la falacia.
Yo hubiera contestado a la gallega: Y los niños, ¿dicen mentiras?
Me gusta que me haga pensar preguntado qué le hubiera dicho yo. Después de un buen rato no se me ocurría nada. Luego he leído los comentarios y me encanta lo que dice Benita: "¡Los valientes siempre dicen la verdad!"
"Pues yo no conozco a todos los mayores"
No habría sabido qué responder. Algunos más que otros y unos pocos, nunca...
Los mayores... ¿quienes son los mayores...? ¡Ay, todos mentimos!
...solo los mayores malos mienten. Pero, a todo esto: ¿Qué le dijo vd.?
eso, ¿qué dijo usted?
a mi muchas veces me gustaría preguntar cosas a los curas, pero las palabras se quedan dentro.
Pero, ¿cómo termina la historia? "Queremos saber..."
yo le habría dicho que nadie tiene que mentir, ni los chicos, ni los grandes. Pero que es importante no juzgar a nadie y poder escuchar y querer a todos.
Gracias por el blog!!!
Silvia
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