jueves, 28 de junio de 2007

Es grande ser cura XIII. En la autopista








Esta anécdota no ha salido del congelador. Me sucedió hace sólo cuatro días en plena autopista Bilbao-Burgos.

El tráfico era muy escaso. Por eso me sorprendió el repentino atasco. Cientos de automóviles estaban detenidos, y yo, que ya había empezado a hacer cálculos sobre mi hora de llegada a Madrid, comprendí que había que armarse de paciencia y olvidar las matemáticas.

La caravana empezó a moverse con lentitud. Unos kilómetros más adelante, vi a la policía nacional. No se trataba de un control, sino de un aparatoso accidente de tráfico. En ese momento llegaban las ambulancias con estrépito de sirenas.

Un agente nos indicó que siguiéramos adelante sin detenernos; pero yo aparqué a un lado, agarré el pequeño botellín de aceite de oliva, que siempre llevo en la guantera, y con el ritual en el bolsillo, salí al asfalto.

El policía vino hacia mí algo irritado, pero al comprobar mi vestimenta, cambió el tono:

―¡No hace falta que vaya, padre; son moros!

En efecto, echados en el pequeño parterre central de la autopista, junto a uno de los coches accidentados, había una mujer y un hombre. Él parecía inconsciente; ella, con la cabeza cubierta como las musulmanas, se lamentaba a gritos. Al verme, hizo un gesto con la mano, que yo interpreté como una petición de ayuda. Miré al guardia y, sin mediar palabra, me dirigí hacia ellos.

No entendí nada de lo que me dijo aquella mujer. Hablaba en árabe, entre llantos, y añadía de vez en cuando dos palabras españolas o francesas:

―¡Unción, bendición! ―o algo así―.

Le pregunté si era cristiana o musulmana, pero la mujer no oía ni entendía. Puse mi mano derecha sobre la cabeza del hombre. Entonces dejó de gritar. Los enfermeros de la ambulancia se acercaron rápidamente para recoger al accidentado. Yo lo bendije sin palabras, y al ver que la mujer asentía, le absolví bajo condición.

―Si es capax, ego te absolvo a peccatis tuis...

Sólo los bautizados pueden recibir el Sacramento de la Penitencia. En aquel caso yo lo ignoraba todo sobre aquella persona: si estaba vivo o muerto; si era cristiano, musulmán o ninguna de las dos cosas; si tenía o no dolor de sus pecados. Por eso dije: "si eres capaz..., yo te absuelvo..."

La mujer asentía entre sollozos. Un enfermero la tomó del brazo para llevársela a la ambulancia, y ella, antes de marchar, me besó la mano.

Habían pasado en total menos de cinco minutos. Ya en el coche, comencé a rezar el Rosario. No estuve muy atento. La cabeza se me iba a aquellas dos personas, que no volveré a ver. Nunca sabré de qué les sirvió mi presencia en la autopista; pero Dios quería que yo pasase por allí.

Por supuesto, no es la primera vez que me he detenido en una carretera para atender a personas accidentadas, incluso a moribundos. Tampoco será la última. Pero me dije que valía la pena contarlo en el blog y repetir lo que vengo diciendo desde hace tres meses, que es grande ser cura.




7 comentarios:

Anónimo dijo...

Se esta olvidando de "etiquetar" los posts... Éste es "de llorar" (en buen plan)

Rosie and the Lilies dijo...

D. Enrique, muchas gracias por "hacer publicidad" del sacerdocio. Me imagino que más adelante publicará todas estas entradas en forma de libro, para todos aquellos que tienen miedo a dar el paso y para todos esos padres que les horroriza pensar en un hijo sacerdote.

Por lo que nos ha contado hasta ahora, en muchas de sus historias de sacerdote no conocerá el final hasta que no sea Dios en persona quien se lo cuente.

Yo rezo para que alguno de mis hijos sea llamado al sacerdocio. Me parece el negocio del siglo, y no sólo para él, sino para mí, ¡¡vaya lujazo!!

Muchas gracias

Anónimo dijo...

Sí es grande ser cura. Su amigo, el arzobispo de Tarragona, organiza cadenas de oraciones de tal forma que siempre hay una parroquia, un colegio... que reza para que haya vocaciones al sacerdocio.
Yo pertenezco a una parroquia, donde doy catequesis de confirmación, que la atienden dos Padres rogacionistas. No sé si usted conoce esta orden italiana. La fundó San Annibal Maria di Francia. Su carisma es el Rogate: todos los jueves después de la Santa Misa hay Exposición del Santísimo y se reza por las vocaciones. Después de cada petición se reza: "Envía, Señor, sacerdotes santos a tu Iglesia". De momento, en Tarragona, los pocos chicos que van al seminario salen de esta Parroquia, ubicada en el Santuario del Loreto. Realizan una labor admirable entre los jóvenes y nuestro arzobispo los quiere mucho y se apoya mucho en estos dos sacerdotes. Le doy sus nombres para que los encomiende: Padre Mario y Padre Matteo .
Gracias por su blog.
Sunsi

Anónimo dijo...

Me uno a todo lo que dicen Mónica y Sunsi; y por supuesto al obispo de Tarragona y a don Enrique.

Anónimo dijo...

Don Enrique:
Le pido de corazón que pida mucho por mi padre. Mañana sábado a las 9:00 le realizarán una intervención muy delicada. A los que leáis esto también os lo ruego.
Yo rezaré por todos los que lo hagan. GRACIAS.

Marta Salazar dijo...

Bien!!! para que aprendamos nosotros también como comportarnos, llenos de caridad = Amor, frente a los musulmanes, que son gente excelente.

Kike dijo...

Tiene razón:¡grande! Yo no soy cura, pero eso ni quita ni pone nada: igual es grande ser cura :-)

Y me he quedado pasmado: el gorro de su blog (es decir, las palabras que lo describen) me hacen recordar mucho al mío, especialmente en la intención que tiene el blog, incluso en el tema del humor (bueno, es la idea)... ¡Hasta el diseño es igual, ja, ja, ja!

Saludazos desde'l otro lao' del charco.