Sobre Don Álvaro del Portillo
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
El Papa Francisco ha promulgado recientemente el decreto de
beatificación del Venerable Álvaro del Portillo. Sacerdote nacido y
ordenado en Madrid. Un madrileño universal. La celebración en la que
será proclamado Beato tendrá lugar, Dios mediante, el sábado 27 de
septiembre en Madrid, en Valdebebas, precisamente en este año en que
festejamos el centenario de su nacimiento. Presidirá el Cardenal Amato,
Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, como delegado
especial del Santo Padre. Al día siguiente se celebrará, en el mismo
lugar, la Eucaristía de acción de gracias. La beatificación del
Venerable Álvaro del Portillo supone un gran gozo para toda la Iglesia y
de modo muy singular para nuestra Archidiócesis. Su figura se une a la
de tantos de sus hijos e hijas que en el siglo XX vivieron su específica
vocación cristiana heroicamente como una vocación para la santidad.
Algunos de ellos se veneran en la Santa Iglesia Catedral de Nuestra
Señora la Real de la Almudena. Los santos hacen la Iglesia; y la Iglesia
necesita, sobre todo y ante todo, de mujeres y hombres santos. Damos
gracias al Señor por tantos madrileños, comenzando por nuestro Patrón,
San Isidro, que han vivido entre nosotros, han trabajado, se han
entregado a Dios y han sido fieles hasta la muerte alcanzando la
santidad.
El futuro Beato Álvaro del Portillo nació en Madrid el 11 de marzo de
1914, cerca de la Puerta de Alcalá; fue bautizado en la Iglesia de San
José, junto a la Gran Vía; y recibió la Primera Comunión –al igual que
sus compañeros del Colegio del Pilar, de los Marianistas– en la
parroquia de la Concepción de la calle Goya. Estudió en nuestra ciudad
para ayudante de Obras Públicas y cursó la carrera de Ingeniería de
Caminos. Después de varios años de trabajo profesional, recibió la
ordenación sacerdotal en 1944 en la capilla del Palacio Episcopal, de
manos del obispo de Madrid, el Patriarca D. Leopoldo Eijo y Garay. Más
tarde se doctoró en Filosofía y Letras y en Derecho Canónico. Su vida
estuvo especialmente ligada a la de un Santo que veneramos en una de las
capillas de nuestra Catedral: San Josemaría Escrivá de Balaguer. El
futuro Beato fue uno de los primeros miembros del Opus Dei, y ayudó y
secundó fielmente al Fundador. Tras la muerte de San Josemaría, en 1975,
fue elegido para sucederle al frente del Opus Dei. En 1982, al erigir
el Opus Dei en Prelatura personal, San Juan Pablo II le nombró Prelado
del Opus Dei, y, en 1991, le confirió la ordenación episcopal. Dirigió
durante diecinueve años esta realidad de la Iglesia con gran dinamismo
evangelizador, un profundo sentido de comunión eclesial y fidelidad al
carisma fundacional. Falleció santamente en 1994, tras peregrinar a
Tierra Santa. San Juan Pablo II fue a orar ante sus restos mortales,
como reconocimiento por su servicio al Pueblo de Dios.
Estaba dotado de una gran creatividad evangelizadora. Siguiendo con
fidelidad la luz fundacional de San Josemaría, promovió nuevas labores
apostólicas en numerosos países y diversas iniciativas en favor de la
Iglesia universal, como, por ejemplo, la Universidad Pontificia de la
Santa Cruz en Roma, donde estudian sacerdotes, religiosos y laicos de
todo el mundo. Fruto de la necesidad que sentía de vivir la caridad
fraterna hacia los más pobres y necesitados, impulsó labores sociales en
las zonas más pobres de muchas barriadas de las grandes ciudades y en
algunos países de lo que algunos denominan el Tercer Mundo. Tuve una extraordinaria ocasión de tratarle y conocerle muy de cerca en el Sínodo sobre “la formación de los sacerdotes en las actuales circunstancias”, en 1990. Formábamos parte del mismo “Círculo Menor”. Me gustaría destacar dos rasgos de su personalidad, junto con su bondad, serenidad y buen humor:
El primero fue su particular preocupación por las personas
necesitadas, de la que ya dio muestras en los primeros años de su
carrera universitaria, cuando participaba en las Conferencias de San
Vicente de Paúl. Formaba parte de un grupo de jóvenes que atendían a las
familias que vivían en infraviviendas en los alrededores de Madrid, en
el arroyo del Abroñigal –en la actual M.30– y en otros lugares. Les
llevaban alimentos y medicinas y procuraban socorrerlas en sus
necesidades; y daba catequesis, en un tiempo muy difícil, a los niños de
la parroquia de San Ramón Nonato de Vallecas.Uno de sus compañeros le
recuerda llevando en brazos por las calles de Madrid a un niño que había
quedado abandonado en unas chabolas. A pesar de las dificultades no
cejó hasta que pudo confiarlo a la atención de las religiosas de Santa
Cristina, para que lo cuidaran hasta que sus padres pudieran
hacerlo.Entre los jóvenes que le acompañaban para visitar a esas
familias necesitadas del extrarradio, y entre sus amigos, encontramos a
figuras señeras de nuestra Iglesia diocesana, como el Beato Jesús Gesta,
que ingresó como hermano en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios y
murió mártir; y al Venerable D. José María García Lahiguera, Arzobispo
de Valencia, que fue durante muchos años director espiritual del
Seminario y Obispo Auxiliar de Madrid.
Un segundo rasgo de su vida es su trabajo infatigable por el bien de
la Iglesia. Su afable caridad con todos, unida a sus profundos
conocimientos teológicos y jurídicos, hizo que gozase del aprecio de los
sucesivos Papas, que le confiaron numerosos cometidos en varios
Dicasterios de la Curia Romana al servicio del Pueblo de Dios. Participó
muy activamente en tareas de gran responsabilidad en los trabajos del
Vaticano II, especialmente en el Decreto Presbyterorum ordinis,
y contribuyó a la renovación espiritual de la Iglesia con mentalidad
abierta y fidelidad al Evangelio. Prestó especial atención a los
problemas de la mujer, y sus libros y ensayos, traducidos a varios
idiomas, han supuesto una notable aportación a la misión del laicado y
de los sacerdotes en el mundo actual.
Muchas personas de nuestra diócesis conocieron personalmente al
futuro Beato y acuden a su intercesión. Me uno a la alegría de todos
ellos, y de forma especial a sus familiares, entre los que se cuentan
varios sacerdotes y un misionero en África. Animo a todos los fieles
madrileños a participar en las ceremonias de esta beatificación y a
abrir las puertas de nuestras casas, parroquias y colegios –como hicimos
tan generosamente en la JMJ– para acoger a los miles de peregrinos que
van a venir de todas las partes del mundo. Su beatificación, además de
constituir una gran alegría eclesial, debe estimular nuestro afán por
ser santos en la vida cotidiana. Así debe de ocurrir también con la de
D. Álvaro del Portillo. Él es un claro ejemplo con sus obras y
enseñanzas de cómo hay que recorrer el camino de la santidad, que hemos
iniciado el día de nuestro Bautismo. Los jóvenes pueden aprender mucho
de él.
Pidamos a la Virgen de la Almudena por los frutos de esta
beatificación, para que redunde en el bien de toda la Iglesia y,
especialmente de nuestra Archidiócesis de Madrid, a la que el futuro
Beato madrileño se sintió siempre tan hondamente unido.
Con todo afecto y con mi bendición,
3 comentarios:
Buenísma carta.
Nos veremos en Madrid!!
Un gigante de la fe. Un corazón enamorado. Un hijo pequeño de Dios que consigue de su Padre lo que le pide.
Gracias Sr Arzobispo por esta carta tan entrañable. Yo tengo una amiga deNueva Zelanda de + de 70 años que viene solamente por la beatificación.
Gracias! por su carta que nos acerca a la figura de d. Alvaro. Ya falta menos, hay que ir programando las vacaciones para que coincidan con esos días. Yo ya lo estoy avisando. Adiosle
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