martes, 1 de julio de 2014

A Gaby, Fofó y Miliki



 ¿Cómo están ustedes?


Queridos e inolvidables “payasos de la tele”, no es necesario que me respondáis “bieeeeen” a grito pelado como hacían los chavales que asistían a vuestro espectáculo televisivo; pero tampoco he podido resistir la tentación de encabezar así este e-mail veraniego que envío a vuestro correo electrónico del Cielo.
Nos conocimos hace un montón de años en pleno centro de Valencia. Era una tarde de mayo cuando me pedisteis auxilio. Iba yo por la calle de la Paz, camino del  Colegio Mayor Saomar, del que era capellán, cuando oí a mis espaldas un estrépito de risas y gritos infantiles que se aproximaba. No volví la cabeza hasta que Gaby (creo que fue él) exclamó:
─¡Padre, protéjanos que vienen por nosotros!
Os pusisteis a mi lado, me sujetasteis de los dos brazos, y Miliki dijo:
─Llévenos con usted…
Como Saomar estaba allí mismo, atravesasteis conmigo el umbral y, ante la que ocupaba en ese momento la portería, os presentasteis como corresponde a gentes bien educadas:
─Buenas tardes. Somos los payasos de la tele.
Aproveché el insólito encuentro para invitaros a una tertulia con las residentes del colegio mayor, pero quedasteis en que “quizá otro día…” En aquella ocasión sólo pude enseñaros el oratorio. Si hubiese tenido una cámara de fotos, os habría retratado allí mismo, rezando de rodillas frente al Sagrario.
Cuando  salisteis de nuevo a la calle, el alboroto no se había calmado del todo, pero a mí se me quedó pintada una sonrisa que no me abandonó hasta la noche.
Ahora, al recordar esta pequeña anécdota, creo comprender cuál fue vuestra mejor aportación en aquellos años turbulentos de la transición.
Llegasteis a España en un momento histórico muy delicado. Era el año 1973. Se presentía ya el cambio de régimen y empezaban a surgir, como amapolas, centenares de grupos y partidos políticos aún sin legalizar. Era una gran fiesta gozosa e inquietante. Las calles se llenaron de banderas y banderines, de música nueva que hablaba de libertad y concordia, y de himnos de guerra, de viejos carteles que resucitaban el lenguaje del odio que la mayoría habíamos decidido olvidar.
En la prensa los columnistas y los humoristas gráficos se hicieron dueños del chiringuito. La ironía, el doble sentido, la metáfora audaz, el dibujo insinuante y el chiste malhumorado campaban a sus anchas eludiendo la censura del poder agonizante.
Hubo humoristas espléndidos, pero también, cómicos y bufones a sueldo de la derecha y de la izquierda; mercenarios del poder y de la oposición que hacían reír a media España mientras la otra media criaba bilis.
Vosotros no fuisteis de esos. Erais sólo payasos. No recuerdo que contarais chistes ingeniosos capaces de hacer reír a los políticos o a los inspectores de hacienda. Los payasos no cuentan chistes; son niños. Se ponen siempre a la altura de los más pequeños y relatan historias fantásticas llenas de sorpresas. Los payasos son magos que sacan conejos de cien colores de su chistera y arrancan carcajadas a niños y viejos, a intelectuales e iletrados. Al terminar el espectáculo casi nadie recuerda por qué se han reído tanto, pero todos regresan a sus casa contaminados con el virus incontenible de una alegría distinta.
Un payaso genial hizo reír tanto a Juan Pablo II que sus colaboradores temían que le diese un colapso. ¿Cómo lo consiguió? Por contagio, naturalmente. Allí reímos todos hasta dislocarnos la mandíbula y no hubo, que yo recuerde, ni un mal chiste, ni una ironía, ni una sola ofensa a nadie.
Vosotros hicisteis lo mismo en aquellos años duros de nuestra historia: sembrabais alegría pura, sin conservantes ni contaminantes. Una alegría sin resaca. Hacías reír a los niños, a sus padres, a los abuelos y a todo el que pasara por allí
¡Cómo os echo de menos, queridos payasos! Estamos en tiempos graves y diabólicamente serios (¡qué tipo más serio es el diablo!). ¿No podrías mandarnos desde el Cielo un poco de vuestro espíritu risueño?
Podrías entrar por sorpresa en el Congreso de los diputados y, desde lo alto de la tribuna, preguntar a sus señorías:
¿Cómo están ustedeeees?
A ver qué pasa.



13 comentarios:

Juanma Suárez dijo...

Don Enrique, ha conseguido emocionarme.

Siempre admiré a estos payasos de la tele, con su sonrisa contagiosa, sus bromas sin maldad, su torpeza, su manera de andar, de cantar...

Reconozco que fui de los que lloré cuando murió Miliki. Nunca he usado la palabra "payaso" como algo despectivo. Ya sabe usted lo que hago de vez en cuando, así que lo que siento por ese vocablo es el mayor de los respetos.

Estamos necesitados de payasos, de humoristas, de cómicos que se encarguen de recordarnos que todos nos reímos casi de las mismas cosas, o sea que no somos tan distintos; y que una sonrisa es un arma mucho más poderosa que cualquier sermón ceremonioso. Los santos lo sabían, y el Papa Francisco es un grandísimo ejemplo de ello. ¡¡Qué paz da siempre su sonrisa, su forma de decir las cosas, claramente, mirando a los ojos, con esa mirada dulce y alegre!!

Por cierto, si me permite una pequeña corrección, ha empezado usted la carta hablando en segunda persona del plural y la ha acabado con el singular.

Juanma Suárez dijo...

Por cierto, don Enrique, no lo ha dicho antes: me ha encantado la anécdota. Lástima lo de la foto. ¿Cuántas más habrá como esas, perdidas en los recuerdos de cuánta gente?

Cordelia dijo...

Yo estuve en la tele, de público en la grabación de un episodio. Es uno de los recuerdos más dulces de mi infancia. También lloré cuando murió Fofó, y mucho después Gaby.
Estoy de acuerdo, nos hace falta mas humor y menos ironía. Más reírnos como niños, como san Juan Pablo, y menos de lo de ahora.
Habrá que ponerse manos a la obra...

Maitezgz dijo...

Que bien. Fueron buenos, buenos
tiempos, y felices!!.
El disco grande de los payasos de la
tele, salió a la venta unas Navidades, en casa lo pusieron los
Reyes Magos, y lo escuchábamos
una y otra vez, vuelta para arriba
se terminaba y vuelta para abajo.
nos sabíamos las canciones de carretilla. En fin cuanto ha cambiado todo, y no a mejor.
Sus señorías? no sabrían contestar.
Quiero pensar que por lo menos algunos sentirían pena y tristeza.





Debayle dijo...

Emocionante anecdota y acertadas palabras. Yo soy demasiado joven como para haber vivido los payasos de la tele en todo su esplendor pero mi madre aun guarda discos y la verdad es que no pasan de moda.

Anónimo dijo...

:)

aluni madrid dijo...

Mi hermana Sonsoles me ha enviado este link. Lo he leído con mucho interés, porque adoraba a los payasos de la tele. Los veíamos juntos seis o siete hermanos (somos catorce), junto con la Seño, una mujer de Portugalete, a quien queríamos como si fuera nuestra madre. Ella era la primera que no se quería perder la aventura de Gabi, Fofó y Miliki. Creo que por eso empecé a hacer de payaso.

caminando dijo...

Totalmente deacuerdo... :-)

Fernando Q. dijo...

Qué carta más preciosa, don Enrique.

Aun recuerdo cuando murió Fofó, que disgusto. Pero entonces, como ahora, tenía el convencimiento de que estaba haciendo reir a mayores y pequeños ahí Arriba.

Anónimo dijo...

Algunas personas buscan la felicidad, otras la crean.

Ateniense

Anónimo dijo...

Siempre alegres para hacer felices a los demás.

Ateniense

Vila dijo...

Me ha encantado la carta. Menudos recuerdos de infancia han aflorado.

Gracias ¡!!!

Papathoma dijo...

No me los perdía ni una sola vez. Aprendí todas sus canciones y después se las canté a mis hijas. Por entonces no me gustaban los payasos (!)...pero ellos me encandilaron desde el principio.
P.D. Muchas gracias a todos los ex-anónimos que os habéis puesto nick. :)