miércoles, 10 de mayo de 2023

Carta a Benedicto XVI

 

Pocos días después de la marcha a Cielo de Benedicto XVI, el director de Mundo Cristiano me pidió que dedicara mi columna al Papa que nos acababa de dejar. Como Mundo Cristiano es una revista mensual, el artículo tardaría en salir y resultaría imposible añadir algo sustancial a los innumerables testimonios que llenaban ya las páginas de los periódicos. 
A punto estuve de no escribir nada; pero, en el último minuto, se me ocurrió mandar al Cielo esta carta.



Queridísimo Papa Benedicto.

Ahora que nos has dejado, me resulta sencillo hablar contigo. Yo sé que, al saltar a la vida eterna, el "usted" decae. A los santos se les trata de tú, sin guardar distancias, porque ya no existen. Por eso desde que te fuiste al Cielo el pasado 31 de diciembre hemos podido hablar cada día a solas como buenos amigos.

Entonces, ¿por qué te escribo ahora? Porque necesito compartir nuestra amistad con un puñado de lectores que aún me siguen.

Quiero darte las gracias por las lecciones que me has ido dando desde que te conocí. Creo que fue en 1970. Yo llevaba un año de sacerdote y acababa de estrenar mi doctorado en Teología cuando cayó en mis manos tu "Introducción al cristianismo", una lección magistral recién publicada que me deslumbró desde la primera línea. A partir de ese momento, ya no pude parar. Te he leído y releído infinidad de veces.

Es casi un tópico afirmar que, en este último siglo, no ha habido en Europa un intelectual más grande que tú. Así es; pero a mí se me antoja aún más evidente que nadie ha buscado la Verdad y la Belleza con tanta pasión. Amaste la Verdad por encima de todo porque amabas a Jesucristo, que es Camino, Verdad y Vida. Y te dejaste seducir por Aquél a quien San Agustín llamó "Belleza Infinita". Cuentan que, al despedirte de este mundo, dijiste solo: "Jesús, te amo". ¿Acaso no son esas tres palabras el punto de partida y de llegada de todo buen teólogo?

Lo explicaste en cierta ocasión: la teología no nace de la duda, sino de la fe y del amor. Quien conoce a Jesús y se deja poseer por Él necesita saber más, entrar en su Misterio y contemplarlo "desde dentro" en el estudio y la oración. Toda tu obra y tu vida han sido un esfuerzo por buscar a Dios con la inteligencia y con el corazón. Por ser hombre de oración fuiste un gran teólogo, y por ser un gran teólogo tu sabiduría alimentó tu piedad sencilla y tu afán evangelizador, el ansia por llevarnos al encuentro con Jesús.

Al escribir ahora estas reflexiones me vienen a la memoria unas palabras de San Josemaría. Él pedía que sus hijos tuviésemos "piedad de niños y doctrina de teólogos".

Gracias, querido Benedicto, por tu amor a la belleza. Hablo, por supuesto, de la creación divina, pero también de las cosas bellas que forjamos los hombres, del arte en todas sus formas: en la poesía, la música, la pintura, la arquitectura descubrías la mano Dios. De ahí que la contemplación de la belleza fuese, para ti, un  imperativo moral. "Un teólogo insensible ante la belleza nunca será de fiar", escribiste hace años.

La música era tu gran pasión. Dijiste más de una vez que las grandes obras de los compositores cristianos no podían haber aparecido por azar, “sólo pueden venir del cielo. La música nos revela el júbilo de los ángeles por la belleza de Dios”.

Confío, amigo Benedicto, que en el Cielo te hayas encontrado con tus músicos preferidos: Palestrina, Bach, Haendel, Mozart —sobre todo Mozart—, Beethoven, Bruckner… Y estoy  seguro de que allí tendrás un piano perfecto, capaz de convertir cada nota en oración de alabanza a Dios.

Ahora debo dejarte. He escrito esta carta mientras sonaba en mi ordenador la  Gran Misa en Do menor KV 427, de Mozart. Ahora mismo comienza una de las arias de soprano más sublimes: el "et incarnatus est"… Creo que dura 9 minutos.

Seguiremos conversando, querido Benedicto. ¿Te acordarás de pedir por nosotros?

Tu amigo,

Enrique

 

 

 

1 comentario:

María Emilia dijo...

Gracias santo padre Benedicto por tu testimonio de fidelidad, fe y amor, cerraste con broche de oro con esa declaración de amor