Empiezo a redactar este artículo en Aldovea, el colegio—por cierto estupendo— donde trabajo un par de días a la semana. Son casi las 11 y me dispongo a celebrar la Santa Misa. Asisten los alumnos de quinto de primaria. Son medio centenar de niños que ya han invadido la sacristía y reclaman intervenir en la ceremonia como monaguillos, lectores o lo que se tercie. Dentro de un par de años estos mismos chiquillos sufrirán un repentino ataque de timidez colectiva y no será fácil que colaboren. La adolescencia, igual que la primavera, vendrá de improviso, entre rubores, cambios de voz, pequeñas rebeldías y amores románticos inconfesados.
Ya decía Heráclito que nadie se baña dos veces en el mismo río, y yo añado que nadie trabaja dos veces en el mismo cole. Ojalá cuando estos chavales cambien, ande yo todavía en este planeta y pueda asistir al espectáculo acompañando a la tropa en la aventura apasionante de la edad del pavo.
De momento hoy tengo frente a mí a treinta o cuarenta niños de 10 y 11 años. Comienza la misa. Como celebro cara al pueblo me cuesta no distraerme con las muecas, visajes y movimientos compulsivos de los críos.
En la homilía parecen tranquilizarse un poco. Ahora miran al sacerdote con los ojos muy abiertos como pequeños búhos dispuestos a dejarse empapar con cada palabra. Les hablo del "día de la madre", que en España se celebra el primer domingo de mayo, y del "mes de María", que es precisamente éste. Les recuerdo que la Santísima Virgen tiene infinidad de nombres: Almudena, Begoña, Rocío, Montserrat… Se llaman "advocaciones" y con frecuencia responden a la ciudad o a la región donde se venera una imagen suya. Es una forma de apropiarse de María para sentirla más cerca. Como acabamos de celebrar la fiesta de la Virgen de Montserrat, Pablo levanta la mano y pregunta si esa Virgen es del Barça. Alguien responde, completamente en serio, que a la Virgen no le gusta el fútbol. Yo evito entrar en el debate teológico y doy una larga cambiada.
—Vosotros queréis a vuestra madre, ¿verdad?
A estas edades los niños contestan siempre, incluso cuando, como es el caso, solo pretendía hacer una pregunta retórica. En esta ocasión el sí ha sido unánime y ruidoso.
—¿Y qué le vais a regalar el próximo domingo?
Se alza un bosque de manos. Eso no significa que todos tengan algo que decir. Es que necesitan estirar los músculos e improvisar una respuesta.
Me quedo con una de las primeras:
—A mi madre le gusta que le regalemos cosas que pueda repartir entre nosotros: bombones, chuches…
—Claro —le respondo—. La Virgen hace lo mismo. Todo lo que le demos en este mes de mayo, lo multiplica por cien, por mil, por un millón, y nos lo devuelve.
La homilía continúa unos minutos más. Los chavales están muy quietos y yo me conmuevo un poco al ver sus miradas limpias, transparentes —negras, azules, verdes—, que casi no parpadean, pendientes de mis palabras.
Alguien dijo que los niños son sinceros siempre, incluso cuando mienten, al contrario de algunos adultos, que mienten también cuando dicen la verdad. Estoy de acuerdo. Y pienso que esas miradas infantiles, francas y risueñas, hablan de Dios, de la belleza de la Gracia divina que resplandece en unos ojos que aún no han aprendido a pecar.
Cuando nos encontremos con Jesús en el Cielo contemplaremos su rostro. Él nos mirará y pensaremos: ¿dónde he visto yo antes esos ojos?
3 comentarios:
🥰
Que maravilla !!
Vuelta al ruedo, D Enrique
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