A galope

Ha empezado la gran desbandada. Tras el anuncio del adelanto electoral, los ciudadanos y ciudadanas, con sus vehículos y vehículas, se han lanzado a las carreteras para huir de la quema o para celebrar la noticia. Es la llamada “operación salida”, que se une a la “operación paso del estrecho” protagonizada por los magrebíes  que vuelven a casa, y se agrava por la “operación finde” de los viernes. Los que vayan hacia el Norte o hacia Barcelona vivirán en sus carnes la “operación atasco” por culpa de las infinitas obras que encontrarán a su paso.

La “operación cacería” sí que viene fina. Presiento una espléndida cosecha de multas. Los radares harán su agosto en agosto y el gobierno ―que Dios guarde o confunda, según se mire― podrá llenar sus arcas.

En la calle hay un ambiente diferente al de otros días; algo parecido a la euforia corre por el espinazo del personal. En la terraza del bar “más que pintxos” se habla de política a grito pelado y hasta el portero del 24 discute con Gento sobre cuál de los dos candidatos se llevará el gato al agua.

A las siete y media de la tarde, Madrid parece vacío. Quizá toma aliento antes de la gran invasión. Esperamos a un par de millones de chavales que cambiarán por completo la fisonomía de la ciudad.

Ahora que todos se han ido y mi globo vuela solo por la red sin más compañía que mis alucinaciones, escribiré lo que me vengo repitiendo desde hace días: si tuviera veinte años, me enfundaría una camiseta de la jmj, me clavaría un piercing en la oreja izquierda (tatuajes no, porfi) y me uniría a la gran movida de agosto, que ya está aquí: la presiento.

Si pegáis la oreja al asfalto, oiréis cómo galopan los caballos.