Esta
mañana me he levantado con la triste noticia de que “Benedicto XVI ha quitado
el buey y la mula de los belenes”. El informador de turno estaba santamente
indignado:
―Llevamos
siglos poniendo un buey y una mula en el Nacimiento. ¿Qué necesidad tenía el
Papa de destrozarnos el belén ahora que ya hemos comprado las figuras?
Cambio
de emisora: la Cope, que es una cadena la mar de cristiana, parece compartir la
misma tesis: dicen que Benedicto XVI ha escrito un libro sobre la infancia de
Cristo y ha eliminado el buey y la mula. “El Mundo”, lleva la noticia a
portada justo encima de las elecciones catalanas.
―Te
la has cargado ―me dice Kloster―. Vas a tener que matar a Moreno.
Moreno
es uno de los personajes centrales de “El belén que puso Dios”; un borrico
lustroso y elegante, hijo de una asna llamada Canela y predilecto de Salomé, la
empleada de la hospedería.
―Pues
yo a Moreno no me lo cargo ―respondo―. El borrico estaba allí; me lo contó el
Arcángel Gabriel, para que te enteres.
―¿Pero
también estaba San Gabriel en Belén?
―Naturalmente.
Y Oriente, la estrella más charlatana del cosmos. Y Zabulón, un pastor sabio
con cara de listo. Y Joaquín. Y…
Me
ha venido de pronto a la memoria un recuerdo de hace exactamente 20 años.
Acababa de editarse el Catecismo de la Iglesia Católica, una obra grandiosa de
705 páginas. Toda la prensa del mundo se hizo eco del acontecimiento. Aquí
nuestros perspicaces informadores titularon con rara unanimidad que el 6º
mandamiento seguía igual que siempre y que el catecismo “condenaba” los
horóscopos. Creo recordar que ése fue el argumento de mi primera colaboración
para “Mundo Cristiano”.
Me
apresuro a tranquilizar a Kloster:
―Con
la historia del buey y la mula ha ocurrido algo parecido, amigo mío. Resulta
que uno de los mejores teólogos del siglo y pensador de talla mundial, publica
su tercer tomo sobre Jesús de Nazaret. La noticia es seria y los informadores
piensan que deben poner un titular impactante que conmocione a la opinión
pública. Uno supone que antes deberían leerse el libro, pero se conoce que
llevaban prisa.
Lo
sorprendente del caso es que ni siquiera es cierto que el Papa haya eliminado
al buey y a la mula. El Santo Padre, con todo rigor, explica lo que cualquier
cristiano alfabetizado debería saber desde la Primera Comunión: que en el
Evangelio no se menciona a ningún animal junto a la cuna del Niño. Claro que
tampoco se habla de “portal” ni de cuna. Es la imaginería popular quien, con
toda la lógica del mundo, ha llenado el Nacimiento de figuras desde que San
Francisco de Asís creó el primero. Los catalanes incluso han inventado el
caganer, un pintoresco personaje que es víctima de un apretón en plena Navidad.
―Entonces,
¿no es cierto que el Papa haya prohibido el caganer?
―No,
amigo Kloster. Todas las figuras están muy bien donde están. Y conste además que no era una mula, sino un
borrico, y se llamaba Moreno, tenía una estrella en la frente y rebuznó para
acompañar el canto de los ángeles cuando nació Jesús.
―¿Y
el buey?
―Lo
siento; los bueyes nunca me han caído bien. Tengo la sospecha de que no era de
buena familia.
―O
sea, que ponemos el Belén como siempre.
―Con
más ganas que nunca. Hay que llenarlo de figuras. Yo pondría un mínimo de 100
ovejas, para recordar la parábola de la oveja perdida, y un buen castillo de
Herodes con una pintada en la fachada que dijera algo así como “Herodes no,
gracias”. Y, aunque los Magos no fueran Reyes, no os olvidéis de vestirlos de
monarcas con coronas de oro y una buena caravana.
―¿Y
el negro? El Evangelio no dice que hubiera un negro.
―Pero
lo había, colega. Se llamaba Baltasar y el año pasado me trajo un bate de béisbol que le pedí por carta. Así que no me lleves la contraria, que lo utilizo
contigo.