domingo, 3 de noviembre de 2013

A don Álvaro del Portillo



Cuando Dios sueña

Queridísimo don Álvaro:
Me cuesta escribir su nombre sin poner el “don” delante. Yo sé que a los bienaventurados del Cielo se les trata de tú, sin títulos añadidos; pero aún faltan unos meses para su beatificación. Cuando llegue ese día y quizá yo mismo asista a la ceremonia, podré suprimir el “don” sin perderle el respeto. Hasta entonces, permítame que, en este e-mail imaginario, le escriba como siempre lo he hecho, como a un hermano mayor o a un padre.
He pedido al director de Mundo Cristiano que en el mes de noviembre me reserve dos páginas en vez de una. Ahora pienso que necesitaría media revista para traducir en palabras todo lo que me viene a la cabeza. El único problema es que no sé por dónde empezar.
He vivido casi siete años muy cerca de usted, en Villa Tevere, la sede central de la Prelatura del Opus Dei, en Roma, y conservo en el álbum de mi memoria docenas de imágenes suyas. La mayor parte son instantáneas, estampas intrascendentes para cualquiera que no haya estado allí. Para mí esas fotografías tienen vida propia. No las amarillea el tiempo ni pierden lustre con el paso de los años. ¡Ojalá pudiera protegerlas del olvido, haciendo una copia de seguridad en el disco duro, ya un tanto quebradizo, de mi mollera! Sé que he estado junto a un santo y Dios me pedirá cuenta de haberlo conocido.
En esas fotografías usted nunca está solo; a su lado se encuentra siempre la figura sonriente, entrañable, de San Josemaría Escrivá. Lo curioso es que también aparecen los dos juntos cuando San Josemaría ya no estaba en la tierra y usted le había sucedido al frente de la Obra.
Creo que no se trata de un capricho de mi imaginación. Querido don Álvaro, todos sabíamos desde siempre que ésa era su vocación: estar junto al Fundador, servirle de apoyo. Ser roca: saxum, como le llamó San Josemaría cuando aún era muy joven.
Dicen los filósofos que el hombre llega a ser “persona” por su relación con los demás. Nacemos para dar y recibir amor. Quien vive para sí mismo ni siquiera llega a ser plenamente humano. Usted, don Álvaro, tuvo muchos amores en este mundo. Amó a sus padres con toda el alma, a sus hermanos de sangre, a los que, con el paso de los años, fuimos hijos suyos en la Obra y a millares de personas que se beneficiaron de sus cuidados del buen pastor. Y, por encima de todo, amó mucho a Dios Nuestro Señor, se entregó a Él y se dejó amar por Él.
De ese Amor ―lo escribo adrede con mayúscula― surgió una relación inefable con otra alma privilegiada; con San Josemaría Escrivá, a quien Dios había elegido para fundar el Opus Dei. Aquella relación fue tan estrecha, tan honda y sobrenatural que sólo podía proceder de la Gracia divina. Todos los que le conocieron cuando aún no había cumplido treinta años, comprendieron que aquel joven ingeniero inteligente, recio, de pocas palabras y enorme corazón, era el regalo que Dios había preparado desde la eternidad para entregárselo al Padre.
¿Cómo se manifestaba esa relación con San Josemaría? Sólo sé expresarlo con imágenes
San Josemaría fue un torrente impetuoso. Usted, don Álvaro, fue el remanso donde se embalsaba aquella agua viva, de la que todos podíamos beber.
San Josemaría fue una fuente de energía sobrenatural destinada a rejuvenecer la Iglesia. Usted, don Álvaro, fue el superconductor que, sin retener para sí nada de esa energía, la transfería íntegra a sus hermanos. Hace años usted mismo empleó esta imagen para pedirnos que también nosotros fuésemos superconductores de la Gracia de Dios y, por tanto, superhumildes.
San Josemaría hablaba y escribía con la humilde autoridad de quien trasmite una doctrina no propia, sino recibida de lo alto. Alguien dijo que algunas personas ―muy pocas― son “texto”; los demás sólo somos  “comentario”.  Son “Texto” los que han alcanzado la sabiduría, aquellos a los que Dios confía un mensaje para la humanidad. Usted, don Álvaro, fue el comentario auténtico de ese texto, la glosa fiel que nos enseñó a leerlo y a vivirlo.
San Josemaría, con sus palabras y su doctrina, lanzaba doblones de oro, igual que en las antiguas bodas de los reyes. Cualquiera podía buscarlos y apropiárselos, pero sólo usted, don Álvaro, fue capaz de reconocerlos y tomarlos uno a uno, no para enterrarlos como el siervo holgazán de la parábola, sino para administrarlos con sabiduría y para que dieran fruto en sus hermanos.
Esta relación con San Josemaría no terminó jamás; ni siquiera cuando el Fundador se fue al Cielo. “Donde hay patrón no manda marinero” dijo usted a un grupo de fieles de la Obra, el mismo día en que fue nombrado sucesor del Padre. El “Patrón” ya estaba con Dios nuestro Señor, pero seguía gobernando, a través de su hijo más fiel, aquella “partecica” de la Iglesia que Dios puso sobre sus hombros.
El 2 de octubre de 1928 Dios había mostrado a San Josemaría un panorama colosal de santidad y apostolado, y le encargó que lo convirtiera en vida. Alguien escribió años más tarde que el fundador del Opus Dei era “un soñador”. Habría sido más exacto decir que es Dios quien sueña y hace partícipes de sus sueños a los hombres. Usted, don Álvaro, fue parte de ese “sueño” y, como buen hijo de tan gran Padre, heredó con todas sus consecuencias la misma “chifladura divina” de San Josemaría.
Por eso nos invitó a lanzarnos mar adentro para una pesca de altura. Estamos en la barca de Pedro, muy unidos al Papa, y seguimos soñando con que se hará realidad la nueva evangelización a la que ahora nos llama el Vicario de Cristo.



15 comentarios:

manuela dijo...

Gracias D.Enrique : Que sepamos conocer y administrar los doblones de oro. Que bueno, inteligente y fiel es D.Alvaro .Ayudanos

Todoslosnombres dijo...

Después de leer este e-mail, uno quiere conocer aún más a don Álvaro del Portillo. ¡Qué privilegio haberle conocido tanto!

Dios haga que usted pueda asistir a la ceremonia de beatificación para luego dejar volar para los pasajeros del Globo las sensaciones emociones de ese gran día.

Gracias por sus letritas, por hablarnos de otro hombre bueno.

yomisma dijo...

Me quedo con la idea de los superconductores superhumildes. Gracias

Pedazo de anónimo dijo...

¡,Querisidísimo Don Álvaro!!

Cordelia dijo...

Gracias.

yankee dijo...

Qué artículo tan estupendo.

Al leerlo, me ha venido a la memoria el día que tuve la enorme suerte de escuchar a don Alvaro en un encuentro que hubo en Pozoalbero, al que asistí con mi familia. Se nos unió a nuestro grupo don Joaquín de Rueda, otro sacerdote santo que también está en el Cielo.

Fue un día inolvidable. Recuerdo la ilusión del camino de ida, y la alegría que llevábamos todos en el camino de vuelta. Pero sobre todo las palabras de don Alvaro, su sentido del humor, los consejos que dio a personas que le preguntaron acerca de sus inquietudes, la seguridad que transmitía cuando hablaba.

Gracias por el artículo de hoy.

Antuán dijo...

Las fotos son buenas, don Alvaro se le ve bien acompañado y sobre lo escrito lo leí entero y no tengo nada que añadir. Quie conoce puede escribir. Adiosle

Anónimo dijo...

Mola!

Tumismo dijo...

Hecho de menos más Beatificaciones de misioneros que las han pasado p....
No viene a cuento D.Enrique,pero tenía ganas de decirlo.
Sinceramente soy más de Teresa de Calcuta que de Josemaria.
Ya sabe un poco más de mi.

Pilar dijo...

Muchas gracias por este comentario suyo que acerca tanto la figura de don Álvaro

Merche dijo...

Tumismo, todos son necesarios. Si todos fueran Josemaría no habría Teresas de Calcuta, y viceversa. De toda la vida la gente ha tenido devoción a un santo o a otro. No pasa nada. Es la bendita variedad de la vida.

Todoslosnombres dijo...

Tumismo: yo necesito por igual a san Josémaría y a la Madre Teresa, a todos los que han sido llamados para el apostolado; pero entiende que no es posible beatificarlos a todos, ni creo que en su día a día piensen en ello. No sabemos si desde arriba, Él, ya los ha beatificado.

yomisma dijo...

Puf....

Anónimo dijo...

Gracias por acercarnos a la figura de Don Alvaro.
Paloma.

Anónimo dijo...

¡Excelente redacción! ¡Que mejor ejemplo de fidelidad que nuestro querido Don Álvaro, cada vez me gusta saber más cosas de él, he comenzado a leer "Un hombre fiel"