martes, 14 de diciembre de 2010

Adviento (VII)


El edicto 

La patrulla llegó de madrugada. María cantaba en el patio mientras molía el trigo con las demás mujeres, y José aún no había terminado de reparar el horno. Al oír los gritos de la chiquillería y el estrépito de los cascos sobre la calzada, mi señora se puso en pie. Eran romanos, sin duda. Sólo ellos montan a caballo en Israel con tanta arrogancia.
Los soldados se detuvieron en el centro mismo de la aldea y, aunque nadie salió a recibirlos, la voz rota y autoritaria del que comandaba el piquete proclamó con fuerza una sola vez el edicto de César Augusto: todos los judíos, cabezas de familia, debían dirigirse a su ciudad de origen donde conservasen tierras u otros bienes para empadronarse y así poder pagar a Roma el impuesto establecido por las leyes.
Apenas se alejó la patrulla, se organizó en el pueblo un alboroto considerable. Las mujeres dejaron su tarea, los chiquillos regresaron a sus casas y los hombres se reunieron para valorar la situación.
María y José habían celebrado su boda dos meses antes. La  fiesta duró casi una semana y llegaron a Nazaret amigos y parientes de toda la comarca. Hubo centenares de flores y muchos regalos para la Novia; pero, una vez terminados los festejos, apenas les quedaban recursos para emprender un viaje tan largo.
José siempre había pensado regresar a Belén, su patria.
―En cuanto nazca el niño ―le dijo a su Esposa― nos iremos. Tengo en Belén un pedazo de tierra donde construiremos nuestra casa, y podré trabajar cerca, en Jerusalén…
María asintió con una sonrisa. Todo parecía estar en su sitio hasta que intervino César con su edicto.  
José podría haber ido solo a Belén y regresar lo antes posible; pero los dos decidieron que su traslado sería ya definitivo. Tal vez Yahvé había dispuesto que su Hijo naciese en la Ciudad de David.
Salimos hacia el Sur dos semanas más tarde. Todas las criaturas del Cielo nos unimos a la caravana. Yo, en primer lugar, que para eso soy el Custodio de María. Y había tal aleteo de ángeles alrededor del matrimonio y tanta y tan buena música que hasta José se dio cuenta:
―¿Qué está ocurriendo, María? ¿Tenemos compañía?
Sonrió de nuevo mi Señora:
―Haremos un buen viaje, José; el Señor está con nosotros y sus ángeles nos escoltan.

6 comentarios:

Vila dijo...

Al fin se ha presentado en condiciones, así que es nada menos que el Custodio de la Virgen.

Mi hijo y yo nos preguntábamos estos días qué ángel sería , ¿tal vez otro arcángel?.

Me da envidia el personaje que ha escogido, menuda suerte, siempre tan cerca y cuidando a Nuestra Señora.

Con estas entradas me está enseñando a rezar de otra forma, mucho mas personal. Gracias VII.

Anónimo dijo...

Empiezo el dia bajando a trabajar , a tres grados bajo cero,el corazón encojido de frio y de los mil problemas que me asolan.
Enciendo el ordenador y entro en el globo , buscando un poquito de luz, y me encuentro con un fogonazo que me conmueve, me templa el corazon y me hace pedir perdón al Señor, por mi falta de confianza en El, por mi falta de amor.
Gracias D. Enrique.

Anónimo dijo...

Me sumo a la segunda parte del anónimo.
Gracias D. Enrique.

Anónimo dijo...

Cuándo Dios nos encarga algo, siempre nos da los medios. S. José fue elegido para un "encargo" muy especial y confió plenamente en Dios. Era un hombre inteligente y tomaba decisiones valientes siempre acompañado de su Esposa. No se quejaba; tenía un gran sentido del humor - eso he oído- y la Virgen sonreía. Gracias D. Enrique, siempre nos lleva a reflexiones muy positivas. AC

Anónimo dijo...

Bueno, bueno. Ya estamos de viaje otro año más. Yo no se que soy pero ahí estoy con toda mi familia. Le pido al custodio de la Virgen que este año nos lleve por buen camino y que no se desanime si con 90 años seguimos pensando que somos lo mas importante del Belen.¿Que más da si esta es la historia de lo que nos quiere Dios?

Clara dijo...

Gracias, voy yendo con ellos, qué bien se está junto a esa Familia.